Reconciliación

En capítulos anteriores...
Se me declaró la amiga de mi hija
La elección de la amiga de mi hija
Trío prohibido
Reconciliación tabú
La novia de mi hija

(los nombres, oficios, y demás posibles datos de carácter personal han sido modificados para proteger la identidad de los implicados, empezando por yo mismo)

Había pasado una semana fatídica desde que Sonia, amiga de mi hija y mi actual pareja, me había pillado en la cama con mi hija y la novia de esta. No habíamos hecho nada… nada más allá del masaje con final feliz que me hicieron. No pasamos a mayores… bueno, sí. Y no me había atrevido a ir a ver a Sonia. La había llamado, pero no me había respondido.

“¿Vas a ir hoy a hablar con Sonia?”, preguntó Clara.

“Debería. No me responde el teléfono… por lo menos tiene derecho a gritarme a la cara”.

“Seguro que lo arregláis. Sonia entenderá que… bueno, se me fue un poco la cabeza ese día. Pero no ocurrirá más…”

“Es un poco raro que digas eso, ¿no te parece?”

Ella estaba tendida encima de mi. Diana se había dormido con la cabeza sobre mi hombro. Habían tomado esa costumbre por alguna razón. Y yo era tan idiota que no lo evitaba, por supuesto. No me gustaba dormir sólo. Aunque me preocupaba la actitud que Clara tomaba hacia mi. Muy cariñosa y mimosa. Y su novia, lejos de ponerse celosa, le gustaba verla así.

“Lo siento, papá. Es que… eres el chico con quien mejor lo he pasado. Con Diana… el sexo es muy poderoso, casi mágico, pero lo nuestro fue algo especial”.

“E irrepetible. Yo quiero a Sonia”.

“¿A pesar de lo mucho que disfrutaste conmigo?”

“... A pesar de ello, sí”.

Supe que se estaba conteniendo. Me quería besar. Me adelanté a ella, marcando un beso lento, pausado. Su lengua se escurrió para buscarme, pero no lo permití. Me detuve, y ella miró hacia abajo.

“Así tiene que dar”, aceptó. “Pero… si Sonia dijera que no… a Diana no le importaría un trío… no sé si me entiendes…”

“Te entiendo muy bien. Pero debo intentarlo, ¿verdad?”

“Por supuesto”.

Con mucha delicadeza para no despertar a Diana me levanté. Abrí el armario y busqué algo de ropa para ponerme. Nada demasiado formal. Me cambié de ropa interior, me puse unos vaqueros y una camisa. Dejé allí a Clara con Diana, quien se acababa de despertar… y por lo que escuché al cerrar la puerta iban a disfrutar de una fiestecita privada.

Conduje a casa de Sonia. Era temprano, de forma que la ciudad estaba tranquila. Apenas me topé con coches a la que iba para allá. Entretanto me di cuenta de una cosa. Con bastante probabilidad, ella se lo habría contado a sus padres. Si ellos abrían la puerta, mis posibilidades de hablar con ella serían de cero. Confié en que ella abriese.

Aparqué y miré a su casa, un pequeño chalet de dos plantas. Suspiré. Espero no haberla perdido, pensé. La joven se había ganado un hueco en mi corazón, y sacarla no sería una tarea sencilla. Los pasos se me hicieron eternos hasta que llegué a su puerta y llamé al timbre.

Esperé, y esperé durante un par de minutos que me parecieron dos meses, y por fin oí el picaporte abrirse. Sonia estaba allí. Preciosa. Apenas llevaba una camiseta que no llegaba a tapar sus braguitas. Pero algo llamó más mi atención. Sus ojos. Tenía unas pequeñas ojeras. Había estado llorando.

“Sonia, yo…”

“Entra”, dijo secamente.

Pasé a la casa, confiando en que mi suegro no me estuviera esperando con una escopeta. Pero ella me indicó que la siguiera, y subí las escaleras hasta llegar a su habitación. No se molestó en cerrar la puerta, pero sí corrió la cortina para que nadie nos viese desde fuera.

“Quítate los pantalones”, me ordenó.

Yo no entendía nada, pero no estaba la situación para negarme a hacer nada. ¿En serio pretendía que nos acostáramos? Que se quitara las bragas me respondió que sí. Se acercó a mi, sin apenas mirarme a los ojos, y me quitó el boxer.

“Échate”.

Me tumbé en la cama y ella trepó sobre mí. Gemí cuando empezó a hacerme una paja muy rápida. No tardé en estar listo para que ella me montase, como hizo. Se dejó escurrir hacia abajo sobre mi polla, y empezó a cabalgar a buen ritmo. Pero había algo distinto. Apenas gemía aquella vez. Intenté acariciarla. Aquello se suponía que debía ser bonito. Pero ella impidió que la tocase. Me llevó las manos a sus nalgas mientras ella seguía subiendo y bajando.

“So-Sonia… para… voy a correrme…”

“Hazlo”

Intenté contenerme. No podía acabar así, pero… no puedo evitar excitarme cuando follo, y eyaculé enormemente dentro de ella. Sonia bajó un poco el ritmo. Ni siquiera estaba seguro de que ella hubiera terminado. Bajó de encima de mi, y se tumbó en la cama, dándome la espalda.

“Ya puedes irte…”, dijo. Pero noté un sollozo en su voz.

“Sonia”

“¡Vete! Ya tienes lo que querías, ¡vete!”, gritó. Lloraba.

“Cari…”

“No”, de pronto había dejado de llorar. Se giró y me miró con furia. “No te atrevas a llamarme cariño. Eso sólo es para una persona a la que quieres”.

“Y yo te quiero”

“Mentira”.

Volvió a girarse. No quería irme sin poder explicarme. Si me tenía que odiar, que al menos fuera después de eso. Busqué mi boxer, y me lo puse. Luego me tumbé detrás de ella. Por lo menos no hizo ningún gesto para apartarme. Puse mi mano encima de su brazo. No lo quitó. Me acerqué un poco más. Mi pecho contra su espalda. Sonia volvía a llorar. Silenciosamente. No dije nada. Que lo soltase todo primero.

“¿Por qué has venido?”, me preguntó.

“Quería verte. Y disculparme”

“Lo del otro día…”

“Escucha, por favor. El otro día me dolía la espalda. Diana se ofreció a hacerme un masaje. Lo que yo no esperaba era que terminase con un final feliz. Ni que mi hija viniera y me diera un beso”

“Sé que está encaprichada contigo”.

“Pero eso debe terminar. Yo tengo que seguir viviendo. Y tú eres la persona que quiero que me acompañe”.

Ella se acurrucó contra mi pecho. Le di un abrazo muy fuerte. Susurré en su oído pidiéndole que me perdonase. Ella me respondía que “sí”. Estuvimos así un rato. Me pregunté si aquello era real. Pero sí. Estábamos compartiendo un tierno momento. Empezó a desabrocharme la camisa, y luego yo tiré hacia arriba de su camiseta. Se sentía bien estar abrazados. Sus senos estaban en contacto con mi piel.

“No puedo pedirte que dejes de ver a Clara”, me susurró entonces. “Es tu hija. Y mi mejor amiga. Pero por favor. No quiero que ocurra eso más”.

“Te lo prometo. Hablé con ella y sabe que eso debe terminar”.

“Bien. Lo he pasado muy mal estos días. Te quiero mucho”

“Yo a tí también.”

“Pero si te perdono… quiero una cosa…”

“¿Qué es lo que quieres?”

Y para mi sorpresa, llevó las manos a mi culo y me apretó las nalgas con fuerza.

“Esto”.

“Sonia…”

“Voy a hacértelo yo a ti… como castigo”.

No podía ser verdad. Una chica tan suave y pura como Sonia pidiéndome hacer esas cosas. Pero se notaba en su mirada que decía la verdad. Estaba muy seria. Y si quería volver a estar bien con ella, me iba a tocar ceder. Le di un suave beso en los labios, y a continuación, me quité el boxer, con un tonto movimiento de cadera.

“¿Qué quieres que haga?”

“Tu-Túmbate bocabajo”, me ordenó, y yo obedecí sin rechistar. Pero pronto cambió de idea. “No, mejor bocarriba”.

“Tú mandas”, le dije en tono suave.

“S-Separa las piernas”, volvió a mandar, y las separé para ella. Levanté mis rodillas cuando me lo indicó, poniendo los pies en el colchón. “Muy bien. Espera ahí”.

Aguardé expectante. Era la primera vez que me pasaba algo así. Bueno, Sonia ya había demostrado que sabía llevar las riendas del sexo, pero nunca había hecho nada como aquello. Sólo me quedaba esperar. Ni me atrevía a mirar. No es que me diera miedo lo que pudiera hacer. Es que ella no me lo había mandado. Y prefería limitarme a obedecer.

La noté entonces acariciándome las nalgas de nuevo. Había vuelto a la cama. Y admito que me dio un poco de miedo. De algún modo, había conseguido un dildo, o un vibrador, y apuntaba con él hacia mi. Tragué saliva. Eso me asustaba bastante, pero ella parecía muy seria. Me miró.

“¿Preparado?”

“... Preparado”, mentí. Tomé aire, y aguardé lo inevitable.

Pero el tiempo se había congelado o Sonia no me estaba haciendo nada. Finalmente, la noté apoyar la cabeza en mi pierna, y me acarició el torso. Su mirada estaba un poco triste. Le tendí la mano, pero ella no se movió. Empezó a juguetear con mi pene, distraída, mirándoma.

“No puedo… no así… te haría daño, no te quiero hacer daño…”

“Bueno, me lo merezco… yo te he herido”, le dije.

“Pero no me serviría vengarme… yo te quiero, no quiero pelearme contigo…”

“Ni yo tampoco, mi amor”.

Sonrió levemente. Sentí sus manos empezando a masajear mi pene. Empecé a empalmarme, por supuesto. Ella siguió jugando hasta que la tuve muy dura. La sentí jugando con sus labios en mis testículos mientras me pajeaba. De pronto, parecía un poco malévola. Tenía un cierto aire travieso en su expresión… me pregunté a qué se debía. Yo me relajé mirando el techo mientras ella me daba placer… no importaba, luego iba a comerle el coño durante un buen rato… como si tenía que echar todos sus jugos por mi cara.

“Disfruta esto, mi amor”, dijo en ese momento, y empezó a chupármela. Suspiré. Su boca me encantaba. Sabía usar su lengua, y mover sus labios, y no tenía problema con sus dientes. Me relajé en el colchón, tal vez demasiado por lo que paśo entonces.

Sus manos separaron mis glúteos en ese momento, y sentí que algo húmedo y fino se apoyaba en mi culo. Muy suavemente hizo un poco de presión y entró dentro.

“¡Gaaaagh!”, creo que hice. “¡Sonia!”

Pero ella no dijo nada. Mantuvo su boca ocupada con mi erección mientras su dedo me masturbaba el culo. O tal vez me lo follaba, no sabría como decirlo. El caso era que me tenía sometido a su voluntad. Me estaba haciendo maravillas con la boca… y también con la mano. Joder, cómo podía ser tan bueno un dedo en el culo… Me dejé hacer por completo, quería correrme.

Aún así ella no me lo iba a poner fácil, ya que decidió presionar con la mano en la base de mi pene, rodeándolo con los dedos y apretando suavemente. Podría bloquearme todos los orgasmos si quisiera de ese modo. Esperé que no lo hiciera, pero yo notaba mi clímax muy cerca y ella no cedía…

"Sonia… por favor…"

"Dime, amor", comentó con una dulce voz.

"Quiero… correrme…", gruñí.

"¿Y qué te lo impide?", preguntó, haciéndose la inocente, en ese tono de voz meloso que me daban más ganas de follarla.

"Ya lo sabes… por favor… deja que me corra…"

"Deja que me corra, Ama", me corrigió ella. Seguí el juego.

"Deja que me corra, Ama, por favor…", supliqué. "Por favor, Ama…", tres segundos para mi orgasmo… dos segundos… un segundo… "¡Quiero correrme, Ama!".

Y en ese momento, su dedo se deslizó fuertemente dentro de mi culo. Sentí mi pene liberado y en ese momento solté una buena carga de semen. Sonia aguardaba con la boca abierta, pero no atiné y le manché la cara. No solo eso, se llevó mi polla a la boca y se aseguró de exprimirme por completo. Cuando dejó de chuparmela, un hilillo de saliva unía aún sus labios con mi glande.

"Gracias, Son… Ama", me corregí.

"No hemos acabado. Lo sabes, ¿verdad?"

"Sí, Ama". Y por alguna razón me dio un fuerte azote en la nalga. "¡Au! ¡Eso pica!"

"Me alegro. Y ahora…" empezó a gatear encima de mi, "te voy a castigar por haberte querido correr sin darme placer", me dijo. Trepó hasta quedar por encima de mi cabeza, permitiéndome ver su coño mojado. "Más te vale que me guste…", amenazó.

Me plantó el coño en la boca. Literalmente. Aquellos labios tocaban los míos. Pues sería un feo detalle no besarlos. Probé el sabor de su delicioso coñito. La sujeté por las nalgas, ya que estuvo a punto de caerse y eso nos hubiera estropeado la erótica de la escena. Sentí que afianzaba sus rodillas en el colchón, apresando mi cabeza. No podía huir… y tampoco me apetecía. Sonia gemía y su voz era música celestial para mis oídos. No tardé en volver a tenerla dura.

Desde mi posición, volviendo a mirar hacia arriba, pude ver sus hermosas tetitas encima de mi. ¿Me dejaría tocarlas? Levanté las manos y comprobé que sí, pero a cambio empezó a mover sus caderas, frotando su chochito contra mi boca. Daba igual. Me encantaba su sabor, podría pasarme el día bebiéndolo. Mi lengua atacó su clítoris sin piedad, provocándole mucho placer. Córrete, mi amor… demuestra cuánto te gusta esto..., pensé, incapacitado para hablar con toda la boca ocupada.

Mi lengua se escurría entre sus labios vaginales, le alcanzaba el clítoris, se introducía dentro y volvía a salir. Procuraba no hacerla daño con los dientes pero ella parecía estar fuera de si. Gemía sin control y se masajeaba las tetas, presa del placer. Sus gritos eran cada vez más agudos. Sonreí. Casi podía contar los segundos que le quedaban antes de llegar al orgasmo. Mentalmente empecé. Diez, nueve, ocho, siete…

Y se corrió en ese momento, adelantándoseme. Sentí un chorrito de sus jugos escurriendo por la comisura de mi boca. Intenté no ahogarme y seguí comiéndole el coñito un poco más. Ahora ella no podía escapar. Volví a sujetar sus caderas y alargué su orgasmo con mi lengua hasta que la escuché susurrar:

“Por favor… para…”

Me detuve en ese momento. Sonia, con las piernas temblando, se echó a mi lado refugiándose entre mis brazos. No dijimos nada por un buen rato. Luego, me limpió un poco las mejillas antes de darme un suave beso. Poco lascivo, más bien tierno. Yo acaricié sus cabellos, enredando mis dedos. Puse la otra mano sobre su espalda, acariciándola en círculos lentamente. La amaba, joder si la amaba. Esperaba que al menos terminásemos en buenos términos aquel día.

“Lo de antes… fue muy frío”, susurró.

“Lo sé. Estabas dolida… hubiera preferido no hacerlo estando así… jamás te querría solo por tu cuerpo”, le dije. Me besó una vez más. “Cariño… si necesitas un poco más de tiempo te lo puedo dar.”

“No, gracias. Ya han sido demasiados días sin ti. Te quiero… y ahora quiero hacerlo, pero bien…”

“¿Subes, Ama?”, pregunté con una sonrisa. “¿O quieres descansar?”

Se puso sobre las rodillas y las manos en la cama, de espaldas a mi, así que ya sabía lo que tenía que hacer. Me puse detrás de ella, me chupé los dedos y estimulé su coñito. Solo un poco, lo justo para que volviera a humedecerse. No me costó demasiado. Deslicé mi polla dentro de ella, suavemente. No había por qué ir rápido. Eso ya lo habíamos hecho. Dejé que mi erección llegase lentamente lo más profundo que podía, empujaba ligeramente, retrocedía y volvía a empujar hacia adelante. Ella gemía y yo disfrutaba.

Ella llevó una mano a su coño. Supuse que para estimularse el clítoris. Sus gemidos me indicaron que así era. No pasaba nada, estaba bien que ella misma encontrase el placer añadido al sexo. Entonces, se me fue la cabeza por un momento y le di un azote en el culo. Pensé que me iba a hacer algo. Pero al contrario, gimió de placer.

“Dame otro…”, pidió. Volví a azotarla. “Síííííh… uno más…”

¡Plas! Le di otro azote y ella empezó a mover las caderas al tiempo que me la follaba. Yo mismo aceleré el ritmo de mis embestidas. Me volvía loco. Ella gemía como una actriz porno y yo estaba desatado. No podía dejarla escapar, no podía permitirme ni un desliz más. Solo un desliz...amiento dentro de su coño apretado. Me quedaba poco.

“Sonia… me corro… voy a correrme…”

“Hazlo… dentro… te quiero dentro…”, pidió ella.

Obedeciendo sus deseos, y los míos, aumenté el ritmo del empotramiento hasta que eyaculé como un bendito. Inundé aquel coñito con mi semen, y pude verlo resbalando ligeramente cuando le saqué la polla. Una imagen realmente erótica con la que me sería difícil que se me bajara la erección a pesar de la corrida.

“Genial…”, suspiró ella. “Por fin…”

“¿Tanto lo deseabas?”

“Por supuesto”, dijo ella, y me miró sonriente. “Estoy ovulando… por fin vamos a tener un hijo”.

Creo que en aquel momento se me paró el corazón y el pene se me metió para adentro.

“¡Es broma!”, dijo, y soltó una carcajada. “Perdona, amor, pero tenía que castigarte un poco más…”

“No me des esos sustos… dejarte embarazada ahora… sería terrible…”

“... ¿Y dentro de unos años?”, preguntó. Esta vez hablaba en serio.

“Me encantaría”, aseguré. No me importaría tener un hijo con ella. Pero teníamos que centrarnos, nuestra relación se tenía que estabilizar, y ella debía terminar sus estudios y formarse debidamente.

Era ya tarde cuando llegamos a mi casa. Se quería quedar la noche conmigo. Pensé, por primera vez en mucho tiempo, en hablar de límites con mi hija Clara, porque según entramos en la puerta, la pillé en el sofá insertando un dildo en el coño de Diana. No sabría cómo pedirle al tapicero que cambiase los cojines.

“Escuchad”, dijo Sonia cuando nos sentamos a hablar. “Lo del otro día no me gustó, pero ocurrió”.

“Lo siento…”, dijo Clara.

“No te preocupes. Eres mi mejor amiga. Sé que no lo hiciste para hacerme daño”, añadió Sonia suavemente. “Pero no podéis hacer nada más los dos”.

“Por supuesto”.

“... A menos que esté yo con vosotras”, dijo Sonia. La miré muy serio.

“¿Qué has dicho?”

“Si os prohibo hacerlo… joder, es que vais a hacerlo sí o sí… no quiero que ocurra sin estar yo también. Me lo pasé muy bien la otra vez…”

“¿Y eso me incluye?”, preguntó Diana.

“Mientras estés con Clara”, recalcó Sonia. “No sé qué estábais haciendo el otro día, pero… parecía divertido”.

En ese momento, me vi mirado por las tres chicas. No parecían mi hija y su amiga y su novia, sino tres hembras deseando sexo. Pero eso es ya otra historia.

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3 comentarios - Reconciliación

santos2138 -1
Malisimos tus relatos. Parecen escritos por un adolescente
PepeluRui
Usted perdone, abuelo
Alejandrosfsef +2
Me encanto tu relato bien echó sigue así y cuando sale la siguiente parte o ya salio?
PepeluRui
La empecé a escribir pero quedó a medias. Espero poder continuar pronto
Alejandrosfsef +1
este es el fin?
PepeluRui
No! Hay aun cosas por contar 😉 Ruego paciencia 😃