Ayudando a una amiga

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Masaje con final más que feliz
A las órdenes de mi amiga trans
Polvo con mi ex… y mi novia
Vestido para mi novia (trans)
Adicto a la polla trans
Cuarteto bixsexual (o parecido)
Fin de semana con amigos (I)
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(los nombres, oficios, y demás posibles datos de carácter personal han sido modificados para proteger la identidad de los implicados, empezando por yo mismo)

“¿Vas bien, cariño?”, me preguntó Sara.

Asentí. Habían pasado ya dos semanas desde que Ana había roto su relación con Fernando, y se había refugiado en nuestra casa. Se entregó a nosotros desde el primer momento, dejando claro que no quería interferir en nuestra relación, sino simplemente ayudarnos a tener sexo de maneras más variadas con ella de por medio. Nos aseguró que así evitaría pensar en él.

“¿Y qué tal lo de tener dos chicas en casa?”, volvió a preguntar.

“Muy bien. Pero sabes que contigo siempre he tenido suficiente. Ay, cuidado ahí”.

Nos habíamos metido en el baño. Ella estaba sentada en el borde de la bañera, y a mí me tenía tumbado sobre sus piernas, mientras se dedicaba a depilarme el culo con mucho cuidado. Usaba la cuchilla para las nalgas primero, y ahora se acercaba más y más a mi ano.

Pero me fiaba completamente de ella y no tenía miedo. Sus manos se movían seguras. Y sabía hacerlo con la bastante delicadeza y cuidado como para evitar que me saliera algún granito por la depilación.

“Está quedando muy suave”, me dijo. “Aunque ayuda que no tengas tampoco mucho vello”.

Era cierto. Tanto ella como yo éramos de poco pelo, pero lo habíamos comentado, y no nos importaba rasurarnos enteros para seguir jugando. Y ahí la tenía, dedicando el sábado a dejarme sin un sólo pelo.

Para tenerlo como un juego sexual más y por supuesto, aprobado por mi, me había metido un consolador con mucho cuidado, bajo la excusa de evitar que me cayera espuma en el ano, aunque era inevitable que de vez en cuando le tentase mover el juguete, masturbándome el culo.

“Bueno, pues creo que ya está”, dijo. “Dame un segundo”.

Me quedé un poco más así, hasta que noté que me quitaba el juguete, y escuché el sonido de su teléfono haciendo una foto. Me la enseñó. Y pude ver mi culo perfectamente depilado. Muy apetecible, la verdad, tan limpio, tan despejado, y tan abierto.

“Qué maravilla”.

“La verdad es que sí”.

Ana había llegado de hacer la compra, y se había metido en el baño también. Se situó detrás mía y contempló la obra de Sara. Apoyó la cabeza en una nalga.

“Has hecho un trabajo genial”.

“Pero será mejor que nos movamos, o me lo voy a montar con él ahora mismo”, dijo Sara.

“¿Y dónde está el problema?”, pregunté, demasiado excitado.

“Hacedlo”, nos dijo Ana. “¿Me dejáis mirar?”

Por supuesto que la dejábamos verlo. Sara se despojó de la poca ropa que llevaba, y se puso detrás de mí, ahí en el baño. Sentí que la polla de Sara se abría paso dentro de mi culo. Gemí del gusto. Ella me follaba con su delicadeza habitual. Sus manos en mis caderas me daban mucha tranquilidad.

Giré la cabeza y vi a Ana, quien se había apartado la falda, quitado las bragas, y ahora se estaba masturnando mientras nos miraba. Podía verla disfrutar de su propia mano jugueteando en su coño mientras me contemplaba ensartado por mi novia.

Las acometidas de Sara se volvieron un poco más lentas cuando quiso asegurarse de que me entraba todo su pene. Yo seguía gimoteando por lo que me excitaba eso, y pude ver, mientras me sometía al placer, que Ana empezaba también a estimular su culo. Sonreí.

Creo que el motivo por el cual sólo nos había pedido mirar era que desde que convivía con nosotros, prácticamente participaba en todos los juegos sexuales que tenía con Sara, y seguro que le daba reparo no dejarnos ni un rato para nosotros. Aunque realmente no había ningún inconveniente con ello, ya que se portaba con nosotros estupendamente con el sexo. Un día llegué pronto del trabajo, y Ana me recibió con una mamada mientras mantenía un vibrador en mi culo. Y otro, me las topé cuando llegué follando en el salón, con Ana cabalgando sobre la polla de Sara.

Supe que Sara se iba a correr en ese momento. Empezaba a tensarse. Yo me relajé para disfrutar de aquello hasta el final, y en ese momento, eyaculó, dejando mi culo con una cantidad considerable de semen, como pude notar.

“Vaya. Con lo limpio que había quedado”, dijo Ana, que nuevamente estaba detrás mía, revisando el resultado. “Eso no puede ser”.

Y antes de que me diera cuenta, sentí sus manos separando mis nalgas, e introduciendo su lengua por mi ano. Tuve que sujetarme fuertemente, ya que el ataque tan repentino me había hecho flaquear. Por suerte, Sara se había dado cuenta de sus intenciones y me agarró por los hombros. Sonrió y me dio un beso. Me dejé llevar mientras Ana seguía chupando mi culo, y entonces Sara se agachó enfrente de mi para empezar a chupármela.

Dos lenguas trabajando en mi cuerpo al mismo tiempo era demasiado placentero. Entre las dos me estaban llevando al séptimo cielo. Y al octavo y al noveno por lo menos. Qué delicia. Yo iba a correrme muy rápido. Sara lo sabía, por supuesto, y siguió lamiendo mi polla hasta que recibió en su boquita todo mi semen.

“Te has corrido pronto. ¿Tanto te ha gustado, mi amor?”, preguntó Sara.

“Mucho. Ya lo sabes”.

“Bueno, Ana te ha dejado de nuevo el culo bien limpio… y es la única que no se ha corrido, así que…”

Le devolvimos el favor quedándonos entre sus piernas, y turnándonos para chupar su delicioso coñito. Ella gemía por la lucha de lenguas que estábamos haciendo en su chocho. De vez en cuando Sara y yo nos perdíamos en un beso, pero no descuidamos que nuestra amiga pudiera tener su orgasmo.

Luego fuimos a la cocina y entre los tres colocamos la compra que tan generosamente se había ofrecido Ana a ir a comprar, y luego nos pusimos a preparar la comida.

¿Vamos a hacer “eso” después de comer?”, me susurró Sara.

Yo asentí y seguimos como si nada ocurriese ante Ana. Pero sí que ocurría. Y era que queríamos resolver su problema con Fernando, su exnovio.

La primera semana me le había encontrado en el trabajo, pero no me quiso comentar nada al respecto. Y Ana tampoco nos lo quería contar, como si fuera algo demasiado malo como para decirlo en voz alta. Pero este lunes, él se me había acercado finalmente, y con mucho disimulo, me había agarrado la entrepierna.

Quiero que me folles, me había pedido.

Yo me escribí con Sara a lo largo de la mañana para contárselo.

Yo, 10:48: Sara, Fernando quiere sexo conmigo.
Sara, 11:12: Que lo disfrutes ;)

Tras aquella simple autorización, acudí a mediodía a la sala que Fernando sabía que estaría vacía. Allí me estaba esperando. Se aseguró de cerrar bien la puerta, y sin más preámbulos, me bajó el pantalón.

“Madre mia, echaba de menos esto”.

Por supuesto, lo echaba de menos después de la fogosa sesión de sexo sin descanso en la que estuvimos implicados él, Ana, Sara y yo mismo, y en la que le habíamos ayudado a ser más generoso teniendo relaciones.

Y parece que lo aprendió muy bien, ya que me quitó el boxer y empezó a mamarmela. Mi polla empezó a crecer dentro de su boca, y él me la estaba chupando como un experto. Estando juguetón, me metió un dedo por el ano. Así me la chupó y masturbó mi culo hasta que consiguió lo que quería: que me corriese en su boca.

“Espero que no sea la única vez que te corras hoy”, dijo, mientras me masturbaba para seguir jugando.

Una vez la volvía a tener tiesa, se dio la vuelta, ofreciéndome el culo. Se desabrochó el cinturón, y me dejó proseguir. No me iba a importar ser tan activo, para variar. Y me llevé la sorpresa que empezó a explicarme lo que había pasado entre él y Ana. En lugar de calzoncillos, Fernando llevaba puestas unas bragas.

Pero en ese momento no le di importancia, se las bajé lo justito para poder follármelo con ganas. Sus gemidos podrían haber provocado que nos pillasen, ya que no hacía más que gimotear y decir “Oh, sí, dame más… Rómpeme el culo”, y cuando se bajó un poco más el pantalón, pude localizar su polla y empezar a masturbarle.

Me corrí dentro de él, y mantuve mi polla dentro de él hasta que conseguí que el mismo se corriese, vaciando su carga por toda mi mano… la cual empezó a lamer para no dejarme ni una mancha de semen.

“Es lo que ocurrió”, me contó. “Después del finde con vosotros, mejoramos mucho con el sexo, pero cuando me pilló probándome su ropa interior, no se lo tomó muy bien. Y cuando le pedí que me follase toda la noche con un consolador… Creo que se piensa que me siento mujer o algo así”.

Así se lo conté esa noche a Sara, en un rato en que Ana estaba en la ducha, y entonces mi novia tomó una decisión para convencerla de que no podía dejar a Fernando sólo por aquello. Pero yo debía colaborar, y tendríamos que actuar un día que no tuviéramos que trabajar.

Así que nos echamos un buen rato después de comer en el sofá, manoseandonos los cuerpos entre tanto, hasta que Sara me propuso que fuera a buscar una cosa. Me levanté y fui al dormitorio. Abrí el armario, dispuesto a cambiarme de ropa.

Cuando volví al comedor, Ana y Sara estaban dedicándose un 69 encantador. Iban despacio, sin perderse en la lujuria. Así que el hecho de interrumpirlas me pareció un poco cruel.

“¿Dónde esta… bas…?”

Ana no se podía creer cómo me veía. Me había vuelto a poner una falda y un suéter blanco, como si fuera una colegiala traviesa. Y claro, al haber dejado a su novio por esas cosas, no le hizo mucha gracia verme así vestido (aunque en opinión de Sara yo estaba realmente apetecible así).

“Así que lo habéis descubierto… pues esto no tiene ninguna gracia”.

“Claro que no. No pretendemos reírnos, sino ayudarte. No puedes haber roto con él porque se pusiera tus bragas”.

“No es solo eso. También quería que me lo follase. Yo a él. Con un vibrador”.

“Ana… te lo follaste el fin de semana. Y te gustó”, le recordé.

“Sí. Pero eso es para de vez en cuando. No podemos pasarnos así la vida”.

“¿Por qué no?”, preguntó Sara, “si ambos consentís y os lo pasáis bien, no veo qué hay de malo en hacer esos juegos de rutina”.

“Yo… no estoy hecha para eso”, dijo Ana, y apartó la mirada.

“¿Y te gustaría estarlo?”

Ana miró a Sara, con miedo, pero Sara le dedicó una de sus habituales sonrisas amables. Tenía intención de hacerla aprender, para lo cual me necesitaba a mi.

Me desvistió, desvelando que había elegido también ponerme unas braguitas negras y un sujetador. Por supuesto, la prenda no daba para cubrirme todo el miembro, pero eso no era lo importante ahí, sino el hecho de que yo era el mismo, y que ella y yo lo pasábamos igual me vistiera como me vistiera. Nos queríamos.

Sara me besó y empezó a jugar conmigo. Tiró un poco más de las braguitas. Sin quitármelas del todo, empezó a chupar mi pene, que no tardó en erguirse. Ana comtemplaba la escena intentando aparentar que no le gustaba, pero era indudable que le gustaba vernos así.

“¿Seguro que no te quieres unir? Sabe igual”, provocó Sara, y siguió chupándomela mientras hacía ruidos con la boca que me excitaban mucho. Me miró directamente a los ojos, como diciendo “bueno, si ella no quiere, al menos lo pasaremos bien”.

Pero no fue así. Ana obedeció sus deseos y se unió a nosotros. Sara le permitió lamerme el pene un rato en lo que ella se entretenía con sus tetas. Luego se fueron turnando en chupármela hasta que me corrí, en sus boquitas ofrecidas para recibir mi semen.

Queriendo demostrar que no importaba vestirme de mujer, Sara me echó sobre el sofá, trepó sobre mí, se quedó con mi polla en su culo, y empezó a rebotar, provocando una sensación muy poderosa. Intentando no quedar quieto, pedí a Ana que subiera sobre mi cabeza y pasé a comer su coño, mientras ella desde donde estaba podía ver a Sara gozando con mi miembro y yo aún con la ropa interior femenina.

Sara tenía la polla durísima, pero estaba aguardando a algo más. Cuando yo me corrí, se apartó para permitir a Ana disfrutar de mi erección. Con cierta cautela, gateó hasta que lo tuvo perfecto para meterse mi erección en su chochito, pero no parecía atreverse. Con cuidado, me incorporé hasta que yo quedé encima de ella y se la meti. Cerró los ojos y gimió. Le gustaba. Poco a poco se atrevió a mirar, y sonrió. Por fin empezaba a agradarle ver aquello. Cruzó las manos tras mi cuello mientras me la seguía follando, hasta que me corrí por tercera vez aquella tarde, esta vez dentro de su coño.

“Y aún hay algo más de diversión”, dijo Sara, que había aprovechado para ir a por un juguete mientras Ana y yo disfrutábamos.

Le cedió el dildo con arnés a Ana, y yo supe lo que me iba a tocar. Sara me señaló su erección, y obedecí. Me puse en cuatro para chupársela, en lo que Ana ajustaba el consolador, y gateó detrás mía. Con cierta brusquedad, me lo metió, pero supe que no había maldad en su acto. Me abrazó y luego empezó connsus acometidas. Me estaban follando entre las dos, una el culo y otra la boca. Era un paraíso para mí, incluso si esa vez no llegaba a correrme. Como el dildo de Ana también estimulaba su clítoris con cada acometida, ella también tuvo su orgasmo, poco antes de que Sara culminase en mi boca.

“Me lo he pasado muy bien, y creo que debo hablar con Fernando”, dijo Ana, sentados los tres en el sofá, ella en medio, acariciando mi pene y el de Sara. “Bien visto, no me importaría vivir así”.

“Me alegra saberlo. ¿Vas a dejarnos acabar, por cierto?”, preguntó Sara, muy excitada con su pene así.

“Puede…”

Iba a dejar que acabáramos ambos, pero no ahí. Nos movimos a la bañera, donde se metió, y empezó a chuparnosla a los dos. Sara y yo nos sujetamos mutuamente y disfrutamos de la lengua de Ana. Como nos había pedido, avisamos antes de corrernos, y en ese momento empezamos a masturbarnos mutuamente apuntando hacia Ana, que terminó bañada en nuestro esperma. Cayó sobre su rostro primero, sin descuidar sus tetas, su tripa, e incluso la parte superficial de su vagina terminó empapada de nuestro semen.

“Estás para foto”, bromeó Sara.

“Hazla. Y envíamela. Y también una de él así vestido”, pidió Ana, ya que yo aún iba vestido con ropa interior femenina.

Sara se ocupó de sacar ambas fotos sonrientes, y luego dejó que amiga se diera una buena ducha en lo que nos vestíamos, para acompañarla a ir a ver a Fernando. Yo aproveché un descuido de Sara para guardar algo en mi bolsillo. Luego Ana salió del baño, perfectamente vestida y sin rastros de bukkake. Salimos los tres.

“Perdóname, Fernando… me dio miedo verte así el otro día. No tendría que haber salido corriendo”.

“Ana, si no te gusta, puedo intentar…”

“No, tú no has hecho nada malo. Yo fui…”

Se quedaron hablando un rato, y Sara y yo nos dimos cuenta de que ahí sobrábamos. Estaban perfectamente. Tenían que hablar y organizarse, pero parecía que iba a salir todo bien, así que nos despedimos de ellos y nos fuimos, no sin que antes ambos nos dijeran “gracias”.

“Parece que se quieren tanto como para arreglarse. Mola”, comenté.

“Sí. Creo que es posible que después de esto se casen pronto. Se lo merecen”.

“¿Sólo ellos?”

Sara me miró y en ese momento dejé de andar. Nos detuvimos. Yo tenía que hacer algo.

“Sara, yo he sido muy feliz contigo todos estos meses. Eres mi amiga, mi acompañante, mi amante, vamos, eres todo lo que siempre he buscado en una chica. Y aunque me arriesgue a que me digas que no en público, tengo que hacer esto.”

Puse una rodilla en el suelo, y saqué lo que antes guardé en mi bolsillo. Una cajita, en la cual le descubrí que había dentro un anillo de compromiso.

“¿Quieres casarte conmigo?”

Sara se había quedado sin habla. No se lo esperaba, pero yo empecé a ponerme nervioso. Quizá me había precipitado. O simplemente ella no me quisiera tanto.

“Siempre pensé que esto era un juego… para ti. Que simplemente querías probar y experimentar, pero que bueno, que algún día te cansaríass y buscarías a una chica cis para ser feliz. Pensaba incluso que querrías intentarlo con Ana tras su ruptura.”

“Jamás haría tal cosa”

“Ahora lo se. Así que por supuesto que quiero”

Sin poder reaccionar se tiró encima de mi y me besó lentamente, con cariño y ternura. Sentí sus lágrimas resbalando por sus mejillas. Estaba feliz. Y yo también lo estaba por la decisión que había tomado.

El siguiente capítulo de este relato será el último 😉 y si queréis más...

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