La chica del tren

(los nombres, oficios, y demás posibles datos de carácter personal han sido modificados para proteger la identidad de los implicados, empezando por yo mismo)

Suelo ir a trabajar en tren. Podría ir en coche si se pudiera aparcar por la zona. Pero tampoco es un problema, salvo porque suele ir bastante lleno y es imposible sentarse. Así que suelo ir de pie, escuchando música, y maldiciendo no ser un millonario que no tuviera que trabajar.

Miles de caras veo en el tren todos los días, pero en aquella ocasión… inolvidable me pareció. Estábamos parados en una estación de mala muerte y yo como podía me echaba hacia atrás para dejar entrar otra riada de gente. Y la vi.

Una chica guapísima. Menudita, rubia, cuya melena no le llegaba a los hombros, unos ojos azules que se distinguían tras unas gafas de pasta, y un piercing en la nariz. Me quedé prendado con su imagen, pero era imposible decirle algo. Y no sólo porque abordar a una tía en el tren sería acoso. Estaba lejos.

El caso es que hubo algunos días más en las que la volvía a ver. Y entonces un día ocurrió.

Ese dia yo estaba cerca de la puerta cuando se abrió y después de un buen puñado de personas entró ella. Se quedó frente a mi. Bueno, aunque miraba a la puerta. Pero bueno, estaba cerquita. Me pregunté si podía decir algo. Diablos, era muy guapa.

El tren volvió a parar, y en ese momento entró uno. No sé cómo pudo caber. Pero lo hizo y al moverse para que ese imbécil entrase, ella giró y terminó pegada a mi. Cuerpo a cuerpo.

“¡Ay, perdona!”, me dijo con una vocecita.

“No te preocupes”, respondí, aunque estaba incómodo. Entre nosotros no cabía ni un folio en ese momento. Y me preocupaba que tal cercanía provocase… No pienses “erección”, no pienses “erección”... Tarde.

“Cada día viene esto más lleno… ¿tú lo aguantas?”, me preguntó.

“No, la verdad, es incómodo”, gruñí, ya que el movimiento de tren la empujaba una y otra vez contra mi. Y eso aumentaba mi preocupación ante el hecho de que ella notase que “algo” se le clavara.

Pero no fue mal del todo, hablamos un rato, me dijo que se llamaba Celia, y que estudiaba al norte de la capital. Tras una charla distendida, poco antes de llegar a mi parada, no conseguí su número, pero sí su usuario en Twitter. Aún así, ese día no llegamos a hablar por la red social, ya que el trabajo me absorbió.

Al día siguiente, iba nuevamente sólo en el tren. Suspiré, lamento decirlo, al no ver su cabellera rubia entre el gentío. Pero en ese momento se me ocurrió enviarle un mensaje directo.

@ yo: “hoy parece que el tren va mas vacio :P”
@ celia: “jajajajajaa. tengo examen a segunda asi q me quedo estudiando un rato”
@ yo: “muxa suerte con el examen”
@ celia: “gracias.espero q luego vaya mas vacio”

Y cuando estaba a punto de llegar a mi parada, recibí otro MD.

@ celia: “¿te apetece tomar algo x la tarde?”
@ yo: “estaria genial. dnd quedamos?”
@ celia: “¿q te parece el parque a las 6?”
@ yo: “salgo a esa hora. 6.30?”
@ celia: “OK!!”

Y por supuesto, llegué a la oficina más contento que de costumbre.

Llegué al parque poco antes de la hora acordada. No fallaba, los viernes a última hora entraban las prisas. Me quedé cerca de una fuente que había, esperando. Me pregunté si realmente aparecería.

Y apareció. Con una camiseta de manga corta de color blanco, y… joder, pantalón vaquero corto. Agradecí la llegada del buen tiempo. Fuimos a caminar.

“Me sorprende que me hayas dicho de quedar”, le confesé.

“Es viernes. Es un buen día”.

“Ya, pero aún así… nos conocimos ayer. No es que me queje”.

“Me caíste bien, supongo”.

“Oh, supones. No lo tienes claro”, bromeé.

“Tonto”.

El caso es que Celia… me estaba encantando. Era alegre, divertida, guapa. Tenía un estilo que me encantaba. ¿Cómo va una tía así a querer algo contigo. Olvídala, pensé con mucho cariño hacia mi persona. Nah, sería una amiga. Sólo una amiga más….

“¿Te pasa algo? Te noto serio”, dijo Celia, cortando mis pensamientos.

“No, perdona… me estaba acordando de algo que tengo que hacer el lunes y no me apetece…”, mentí.

“Bueno, tenemos todo el fin de semana por delante, no pienses en eso”.

Nos sentamos al cabo de un rato en una terraza y pedimos unos montados y algo de beber. Me preguntó sobre mi trabajo en la oficina, el cual adorné un poco. Sin exagerar demasiado, claro, al fin y al cabo yo era (y soy) una persona normal. Pero Celia parecía ajena a eso e incluso pareció interesarse por lo que le contaba.

Se hacía tarde, y ambos teníamos que tomar el tren para volver, de forma que fuimos a la estación y esperamos a que pasara. Nos quedamos cerca de la puerta, apoyados, ya que todos los asientos iban ocupados.

“Oye, me lo he pasado muy bien. Espero que repitamos”, me dijo.

“Me encantaría”, dije.

Estábamos llegando a su parada. Pensé si debía lanzarme. Decir algo. Alguna señal. Y lo hice. La más idiota de todas. Un beso. Le planté un beso cuando el tren empezaba a frenar. Me arrepentí en seguida.

“Perdona, no debí…”

“Tú…”

“Mira, Celia, me gustas mucho, y me ha dado el impulso. No voy a hacer nada”. El tren se detuvo. Di al botón de abrir la puerta. “Vete…”

Bajó del tren y se giró para mirarme. Escuché el pitido que indicaba el cierre de puertas. Y en ese momento me sujetó por la sudadera y tiró de mí hacia ella, sacándome del tren. Quedándome allí con ella. Me miraba tan seria… Has sido un imbécil. Atente a las consecuencias.

“No deberías haber hecho eso”.

“Lo sé. Lo siento”.

“... no lo sientas. No he…”, no escuché el resto de la frase.

“No te he oído...”

“No he dicho que no me haya gustado… Pero no debiste hacerlo”.

“Perdóname”.

Y creo que tuvo que perdonarme, ya que entonces me besó ella a mi. Correspondí a su beso. Me abracé a ella. No me apetecía separarme. Sus labios eran deliciosos. Y su técnica era genial. Me tocó el culo, para mi sorpresa.

“¡Oye!”, dije.

“¿En serio te molesta?”, rió.

“Claro que no”, respondí. “Mierda… tren en cinco minutos…”

“Se me ocurren dos cosas. Una es que nos quedemos aquí dándonos el lote hasta que llegue el tren”, dijo Celia.

“¿Y la otra?”

“Que vengas a mi casa, que está aquí cerca, y nos damos el lote allí”, inquirió. “Sólo besarnos. No te conozco tanto”.

Acepté la invitación. Caminamos con cierta prisa a su casa. Era bonita, aunque no me pude fijar mucho, ya que apenas cruzamos la puerta volvíamos a besarnos. Me llevó a tientas hasta su cuarto, y aterrizamos sobre la cama.

Se quedó encima de mi y proseguimos desgastando nuestros labios. Acaricié su cuerpecito por encima de la camiseta. Desde luego, Celia era un peso ligero. Podía pasarse ahí todo el día y no me molestaría. Aunque sólo quisiera besos. Aunque tú querrías más… no lo estropees, me dijo mi subconsciente.

Era innegable. Yo estaba cachondo y mi pene amenazaba con romper el pantalón. Me apetecía mucho hacerlo con ella, aunque no se dejara. Celia dejó caer su cabeza sobre mi pecho y no dijimos nada por un rato. Se habría cansado.

“¿No tienes calor?”, me preguntó de pronto.

“Pues… un poco…”

Y se ocupó de quitarme la camisa con mucha dulzura y se volvió a tender sobre mi. Llevé una mano a su cabecita y empecé a acariciarla. Me apetecía más. Por lo menos probar el sabor de su cuerpo. Recorrerlo con mi lengua. Y entonces se incorporó para quitarse la camiseta. Volvió a tumbarse sobre mi.

“Puedes… desabrocharmelo”, me ofreció.

Y con manos temblorosas, lo hice. Separó un poco su cuerpo del mío para quitar la prenda de entre medias. Sentí el calor de todo su cuerpo contra mi.

“Celia…”

“Mmm…”

“Me apetece más. No contaba con esto cuando me dijiste de venir a besarnos…”

“... ¿Quieres tocarme?”

“Sí, me apetece mucho”

Nos movimos. Ella se sentó en la cama, y yo tras ella. Adelanté mi cabeza para alcanzar la suya, y nos besamos de nuevo mientras mis manos masajeaban y disfrutaban del tacto de sus tetas. Una delicia. Las tenía bien desarrolladas. Dio un respingo cuando apreté suavemente sus pezones.

“Mmm… no, por favor…”

“¿No te gusta?”

“Claro que me gusta… pero como sigas así me vas a volver loca”

Debía contenerme. Pero quería dejar claras mis ganas. Si no ibamos a hacer nada, me detendría.

“Celia, estoy cachondo. Quiero hacerlo contigo. Ahora. Pero si no quieres, voy a dejarlo aquí”.

No me respondió. Entendí entonces que no le apetecía. La solté, con la intención de, o bien dormirme, o bien de ponerme la camisa de nuevo y marcharme a mi casa. Pero me vi derribado contra el suelo. Celia se había abalanzado a por mi y me retenía.

“No. No te vayas”

“Vale, pero podías pedírmelo con más calma…”, dije.

Volvimos a subir a la cama. Celia me miró muy seriamente. Se pegó a mi cuerpo nuevamente.

“Escucha, yo también quiero hacerlo. Me he calentado mucho, pero no me gusta hacer esto la primera vez que quedo con un tío”

“¿Y romperías esa regla conmigo?”

“Si prometes portarte bien…”

Lo prometí. Celia se reclinó en la cama, y me pidió que la desnudara. Desabroché su pantaloncito. Tiré hacia abajo y me quedé apoyado contra su pelvis. Miré la carita que Celia me estaba poniendo. Suplicante.

“¿Quieres que haga algo por aquí?”, pregunté con una sonrisa malévola.

“Sí… quiero…”

Aparté la tela de sus braguitas y ahí estaba. La estancia prohibida. Su coñito, el cual parecía recientemente depilado, salvo por una finísima línea justo encima de su rajita. Muy bonito. De reojo miré hacia arriba. Celia se había puesto colorada.

“Por favor… me da vergüenza”, susurró.

Separé sus piernas con cuidado, y puse mi lengua en su chochito. Hundí mi húmeda en su cavidad, y noté sus manos aferrándose a mi pelo acompañadas de un gemido de placer. Satisfecho, repiqueteé sobre su vagina con la lengua, logrando que se retorciera de placer.

“Joder… sí, me gusta… más, dame más… ahí, sííííí…”, gimoteaba.

No había duda de que Celia tenía un sabor delicioso que me enloquecía. Acompañé mi lengua con mi dedo medio, alcanzando sus profundidades.

“Mmmm… sigue… sigue… oh, sí… vas a hacer que me corra…”, aceleré el ritmo de mi dedo mientras mi lengua se dedicaba a su clítoris. Sonreí. La niña traviesa iba a culminar, ¿eh? Pues un poco más de ritmo. Hundí un segundo dedo en su vagina, y en ese momento todo su cuerpo se contrajo. Gimió agudamente, con la respiración agitada. Bajé poco a poco el ritmo hasta que estuvo relajada y en ese momento me detuve.

“¿Te ha gustado?”

“Joder, sí… Es la primera vez que…”

“¿Que te gusta tanto?”

“No… que me lo comen…”

Me sorprendió semejante revelación. ¿En serio ningún tío antes le había dado sexo oral? Una duda me asaltó en ese momento, la cual me preocupó un poco. Trepé por la cama y me puse a su lado.

“Celia. ¿Tú no serás… v… v…?”

“¿Virgen? ¡No!”, rió ella. “Es simplemente que ningún chico antes se había querido bajar ahí… Me ha gustado mucho”.

Me besó tiernamente. Si notó el sabor de sus jugos vaginales en mis labios no dijo nada. Volvió a subir por encima de mi. Era pasional, sin duda.

“Voy a tener que devolverte el favorcito…”, insinuó mientras empezaba a bajar por mi cuerpo.

“Espero que no estés pensando en chupármela…”, le dije. “No quiero eso”, inquirí.

Me fui quitando el pantalón mientras ella rebuscaba en su cajón. Vino con un condón entre los dientes. Sonreí satisfecho. Me lo puso con mucho cuidado, y con mucha experiencia. Desde luego… que le coman el coño será lo único que no había probado, pensé al comprobar su habilidad. Ella me miró complaciente y separó las piernas al ponerse sobre mi.

“Vamos allá…”, dijo con un suspiro.

“¿Segura?”

“Segurísima”

Y bajó suavemente. Mi falo penetró entre sus carnes con facilidad. Joder, qué apretadita estaba. Se apoyó en mi pecho cuando estaba por completo dentro de ella. Suspiró. Nos miramos con complicidad, y empezó a cabalgar encima de mi. Muy despacio al principio, nuestros cuerpos debían acostumbrarse al del otro. Moví mis caderas suavemente, ayudando al movimiento.

Puse las manos en sus nalgas, las acaricié con cuidado. Poco a poco aumentó el ritmo de su cabalgada. El movimiento de sus tetas era hipnótico. Me incorporé y empecé a chupárselas, a besárselas, a mordisquear sus pezones. Deseaba su cuerpo y lo estaba teniendo. Qué placer.

Noté que iba a correrme. Pero ella parecía que también. Aceleté un poco el ritmo de las embestidas, y gruñí cuando eyaculé, llenando la gomita. Ella se apoyó sobre mi. También había acabado.

“Me apetece un poco de agua”, dije.

“Hay en la cocina. La puerta del fondo”, me indicó en un susurro. Modestia aparte, estaba agotada por nuestra sesión de sexo y no me lo iba a traer ella, así que me levanté y fui tal cual estaba a la cocina.

Localicé los vasos y me serví del grifo. Me giré, pensando lo bien que me lo estaba pasando, y en ese momento apareció Celia. Gateó hacia mi.

“Y ahora quédate bien quietecito”, me indicó mientras se llevaba mi pene a los labios.

Mi erección empezó a crecer en su boca. Joder, era muy muy buena. Acaricié sus cabellos mientras ella seguía mamándomela. Una boquita tierna, un calor que desprendía enorme. Sabía usar la lengua. Qué placer me daba. Me preocupó tenerla ahí, de rodillas, pero en ese momento la sangre estaba en otro sitio.

“¿Te gusta así?”, me preguntó, dejando mi rabo entre sus pechos al preguntarme. “¿Lo hago bien?”

“Muy bien… pero no tenías…”

“Ni tu”, añadió antes de proseguir lamiendo mi pene.

Le ponía ganas. Succionó. Diablos, iba a correrme muy rápido. Intenté contenerme, pero con la cara de niña buena que me estaba mostrando era muy difícil. Avisé, juro que lo avisé, pero aún así, cuando llegué al clímax, mi semen se escurrió por su boquita.

“Joder, Celia… no tenías por qué tragarlo…”

“Por no manchar mi cocina, ¿te parece una buena razón?”, bromeó ella.

Sonreí. La chica me gustaba mucho, Muchísimo.

Y más me gustó cuando se recostó sobre la encimera, ofreciéndome más todavía.

“Estoy en mis días seguros… vamos… te necesito dentro”, me susurró.

Y si alguien me necesita no soy quién para negarme. Separé con cuidado sus nalguitas, volví a localizar su chocho, y se la metí suavemente. Sujeté sus caderas y empecé a embestirla con ganas. Qué placer. Qué maravilla.

“Ay, sí… sigue… fóllame más… más… dame más…” imploraba ella.

Puse las manos bajo sus tetas en la encimera y jugué con ellas mientras seguía penetrándola. Qué locura de día. No me lo podía creer, y sin embargo, ahí estaba, a punto de eyacular nuevamente. Ella me decía que estaba a punto también. Aceleré un poco más y vacié mi última carga dentro de ella.

“Esto ha sido maravilloso”, le dije cuando estábamos en su cama, recuperándonos.

“La verdad es que sí. No volveré a follar con un desconocido”.

“¿¡Por qué!?”

“Porque ya te tengo a ti. Y ya no eres un desconocido”, me dijo con una sonrisa.

FIN

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