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Viaje relámpago (VI)




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Compendio III


Acompañé a Pamela hasta que el pequeño Adrián empezó a bostezar. Mi precioso y rosado tesoro se retorció suavemente cuando lo dejé en su cuna. Pamela, ahora más agradable, me observaba mientras cumplía con mis deberes paternos.

> Lo has hecho muy bien hoy. - dijo, sonrojándose ligeramente, pero dejando salir su espíritu de “Amazona española”. - Menos que un cerdo cachondo y más como un padre de verdad.

Viaje relámpago (VI)

Me reí ante su comentario, pero podía sentir el amor verdadero entre nosotros: ella quería tener algo real, ser mi esposa. Pero, por desgracia, yo ya estaba casado con su prima. Después de besarle la frente, la dejé descansar. Había tenido un día agotador.

La enfermera llegó unos minutos más tarde. Camila, con su uniforme ajustado al pecho, entró en silencio. Sus labios carnosos se curvaron en una tímida sonrisa mientras se acercaba a la cama de Pamela, con la carpeta en la mano.

• ¿Todo bien? - preguntó, comprobando sus signos vitales.

Pamela asintió con los ojos pesados. Camila garabateó algunas notas, mirándome con una mezcla de curiosidad y algo más cálido. Cuando se marchó, la seguí.

Fuera de la habitación, Camila se apoyó contra la pared del pasillo. La luz de la calle se colaba por la ventana, reflejándose en el brillo de sus labios. Cruzó los brazos, haciendo que sus pechos se tensaran contra la tela almidonada.

polvo

• ¿Por qué? - preguntó en voz baja. - ¿Por qué firmaste esos papeles?

Mantuve la voz baja.

- Porque él es mi hijo. Pamela nos pidió, más bien nos suplicó, a Marisol y a mí que la ayudáramos.

Camila abrió más los ojos en asombro. Le expliqué el viaje desde Australia, cumpliendo la promesa de estar aquí para el parto. Ella lo asimiló en silencio, apretando los dedos sobre su portapapeles. Luego añadí el resto: Sonia, Bastián, el patrón que se tejía a lo largo de mi vida. Su respiración se aceleró, una inspiración brusca que resonó en el silencioso pasillo.

- Pamela deseaba tanto tener un hijo mío que le pidió a mi esposa... - dije con una sonrisa. - Y Marisol es tan generosa que aceptó. Solo nos llevó una noche dejar embarazada a Pamela.

Camila recibió la noticia con los ojos atónita. Me había visto tonteando con la hermana menor de Marisol e incluso con mi suegra en el hospital, así que no tenía motivos para no creer mis palabras.

Los dedos de Camila rozaron los míos con timidez.

• ¿Y... estás seguro? - preguntó con un susurro cargado de insinuaciones. Asentí con la cabeza, observando cómo se le subían los colores al cuello. - Mi pololo y yo... lo hemos estado intentando.

La confesión quedó suspendida entre nosotros, cargada de un deseo implícito. Su mirada se posó en mi entrepierna, luego volvió a subir, con las mejillas coloradas.

• Después de esta tarde... no me he lavado. Todavía no. - La confesión tembló en sus labios brillantes.

Se me hizo un nudo en la garganta. Así era como solían empezar las cosas con otras mujeres...

Camila no esperó una respuesta. Me empujó hacia la habitación para visitas, tenuemente iluminada, donde el aroma a antiséptico fue sustituido por su cálido perfume de vainilla. Sus dedos jugueteaban con la hebilla de mi cinturón, ásperos por la urgencia, mientras sus labios se aplastaban contra los míos, con un ligero sabor a menta y desesperación. La agarré por las caderas, sintiendo la curva de su cintura a través de la fina tela, con mi pulgar rozando el bulto de su pecho. Los botones de su uniforme se desabrocharon uno a uno, revelando un encaje negro que apenas contenía sus pesados pechos.

• ¡Enséñame! - susurró contra mi boca, deslizando su mano por mi abdomen. - ¡Enséñame cómo le diste un hijo a Pamela tan rápido!

La visión de sus pesados pechos me excitó, como un misil nuclear listo para ser lanzado.

• ¡Oh, Dios mío! - exclamó cuando se dio cuenta de la forma tensa bajo mis pantalones.

Camila se arrodilló, sus oscuros rizos rozando mis muslos mientras me liberaba. Su jadeo resonó, agudo, hambriento. Sus cálidos dedos se cerraron alrededor de mi miembro, midiendo su grosor con temblorosa reverencia. Su pulgar recorrió la hinchada cabeza, ya resbaladiza por el líquido preseminal.

• ¡Puta! - susurró, mirándome con los ojos entrecerrados. - ¡Pamela no mentía!

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Antes de que pudiera responder, me tomó profundamente. Una succión caliente y húmeda me arrancó un gemido de la garganta. Sus labios se estiraron obscenamente alrededor de mi grosor, su lengua girando mientras se balanceaba, tragándome por completo con cada desesperada embestida. Mis dedos se enredaron en su cabello, instándola a profundizar más, sintiendo su reflejo nauseoso agitarse antes de ceder.

Era buena y claramente le encantaba hacer mamadas, igual que Marisol. Pero mi grosor le causaba algunos problemas. Se atragantaba e intentaba tragar, pero Camila no estaba acostumbrada a mí.

infidelidad consentida

La levanté, deslizando mis manos bajo su trasero para levantarla. Su falda se arremolinó alrededor de sus muslos mientras la llevaba a la cama. Ella envolvió sus piernas alrededor de mi cintura, su uniforme se abrió para revelar piel desnuda y encaje. Su respiración se detuvo cuando me acosté para que me montara, los resortes del colchón crujían debajo de nosotros. Sus dedos se clavaron en mis hombros mientras me posicionaba.

- Dime que quieres esto. - le susurré al oído, inhalando su aroma a vainilla mezclado con sudor, como soltando el último seguro para un viaje sin retorno.

• ¡Ahora! - jadeó en respuesta, arqueando la espalda. - Antes que me arrepienta.

Se puso encima, con el coño chorreando de anticipación. Cuando Camila se dio cuenta de que estaba empalmado, supo que no iba a ser una tarea fácil. Iba a ser doloroso y delicioso al mismo tiempo.

comprometida

Camila me guió dentro de ella. Un grito ahogado escapó de sus labios cuando la cabeza atravesó su entrada, ese estiramiento familiar, apretado y ardiente. Cerró los ojos con fuerza.

• ¡Dios mío!... es más gruesa de lo que pensaba... – susurró despacio, clavándome los dedos en los hombros.

Centímetro a centímetro, se hundió, con sus músculos internos revoloteando a mi alrededor. El sudor brillaba en sus clavículas. Cuando finalmente me tomó por completo, se quedó paralizada, temblando, con el pecho agitado.

• ¡Increíble!... ¡Me llenaste toda! - Su voz era tensa, sobrecogida.

Comenzó a balancear las caderas de forma experimental, un lento movimiento que la hizo morderse el labio inferior. Cada embestida superficial provocaba un gemido, mitad dolor, mitad placer desesperado.

Sus pechos desnudos rebotaban pesadamente, haciéndome pensar en las campanas de una parroquia. Ella se dio cuenta y sonrió con satisfacción, mientras comenzaba a montarme con entusiasmo como una vaquera. Le agarré el culo, estirándole las nalgas lo suficiente como para deslizar mi dedo medio dentro de su estrecho ano. Le encantó.

Viaje relámpago (VI)

De repente, Camila se inclinó hacia delante, presionando sus pechos contra mi pecho y moviéndose con más fuerza. Su aliento era cálido y entrecortado en mi oído, susurrando palabras obscenas en español que harían sonrojar a una monja. Respondí empujando hacia arriba con fuerza, haciéndola gritar, en una mezcla de sorpresa y éxtasis. Sus paredes se apretaron a mi alrededor como un puño de terciopelo.

• ¡Más duro, papi! ¡Así! - suplicó, arañándome la espalda con las uñas y enardeciéndome la sangre.

El sudor goteaba entre nosotros, mezclándose con el aroma a vainilla hasta que la habitación olía a lujuria y desesperación.

El marco de la cama golpeaba rítmicamente contra la pared mientras ella me cabalgaba cada vez más rápido, con sus rizos alborotados alrededor de su rostro sonrojado. La luz de la calle reflejaba el brillo de su garganta, donde latía con fuerza su pulso. Ella extendió la mano hacia atrás, guiando la mía más profundamente hacia su trasero, gimiendo cuando giré mi dedo.

• ¡Sí!... ¡Así!... ¡Culéame rico como lo hiciste con Pamela! - jadeó, con los ojos vidriosos.

polvo

Apreté sus caderas con más fuerza, levantándola ligeramente para penetrarla más a fondo con cada embestida hacia arriba. Echó la cabeza hacia atrás y un grito ahogado escapó de sus labios mientras su cuerpo temblaba: su orgasmo la golpeó con fuerza, recorriendo su interior y exprimiéndome sin piedad.

Sin embargo, yo no estaba ni cerca de correrme. Ella soltó un grito ahogado cuando sintió mi punta tocando su útero, una experiencia que ella nunca había sentido antes, lo que la hizo moverse aún más salvajemente. A diferencia de otros, disfruto estar con mujeres y ver a una mujer hermosa 14 años más joven que yo disfrutar mientras follábamos era un espectáculo que no me iba a perder.

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Volteé a Camila sobre su espalda, abriéndole las piernas. Ella gritó cuando la penetré de nuevo, esta vez todavía más adentro, su humedad empapando las sábanas debajo de nosotros. Sus uñas se clavaron en mis brazos mientras le sujetaba las muñecas por encima de la cabeza, empujando sin descanso mientras ella jadeaba obscenidades entre gemidos.

• ¡Ay, qué rico! – Exclamaba como una putita.

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El aroma de su excitación mezclado con sudor llenaba la habitación, denso y primitivo. Cada golpe de piel resonaba en las paredes estériles, sus pechos rebotaban con fuerza con cada movimiento. Ella envolvió sus piernas alrededor de mi cintura, clavándome los talones en la espalda mientras me empujaba aún más profundo, tan profundo que gimió:

• Puedo sentirte en mi garganta.

comprometida

Tuve que besarla. No solo porque quisiera, sino porque, de lo contrario, sus gemidos despertarían a Pamela en la habitación de al lado. Ella no protestó. De hecho, su lengua bailaba salvajemente dentro de mi boca, mientras mis embestidas seguían golpeándola cada vez más adentro en su punto secreto del amor.

Las piernas de Camila temblaban contra mis caderas, sus dedos se curvaban en las ásperas sábanas del hospital. Su vientre palpitaba contra mi punta, un latido frenético contra mi propio pulso, y ella susurró:

• ¡No la saques! - con la voz sedienta cargada de deseo.

Viaje relámpago (VI)

Se arqueó, frotándose con más fuerza, cada movimiento resbaladizo y desesperado. El sudor me goteaba por la espalda, acumulándose donde su talón se clavaba en mi piel. La habitación olía ahora a sexo, almizclado y dulce, dominando el olor a lejía antiséptica.

Sonreí suavemente. Ella aún no se había dado cuenta. Seguí empujando y empujando, sintiendo su cálido y húmedo abrazo sobre mi verga. Estaba a punto de meterla toda. Sus pechos se sacudían salvajemente y sus piernas se enroscaban alrededor de mis muslos, mientras sus pequeñas manos se aferraban a mis hombros como un pequeño monito con garras. Camila se estaba abriendo literalmente para mí y yo estaba a punto de aprovechar la oportunidad.

Las caderas de Camila se empujaban contra las mías, y un jadeo entrecortado se escapaba de su garganta mientras mis embestidas golpeaban sin piedad su cérvix. Sus ojos se voltearon hacia atrás, desenfocados, con las pupilas dilatadas, en puro abandono animal.

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• ¡Sí, papi, así! - gimió contra mi clavícula desesperada, con los dientes rozando mi piel.

El húmedo golpe de nuestros cuerpos resonaba como un redoble de tambor en la estéril habitación, ahogando el lejano zumbido de la maquinaria del hospital. Debajo de nosotros, el fino colchón gemía en señal de protesta, los muelles chirriaban con cada profunda embestida. Sus músculos internos se contraían en violentas oleadas, ordeñándome mientras se retorcía, atrapada entre la agonía y el éxtasis.

Estaba a punto. Casi a punto. Sentía mi verga palpitar, profundamente dentro de ella, pero me contuve con uñas y dientes. Camila, por su parte, estaba en el nirvana absoluto. Su boca ya no estaba atada a la mía y sus suaves gemidos resonaban en la habitación mientras yo empujaba una y otra vez.

Sus piernas se tensaron alrededor de mí cuando levanté sus caderas de la cama, hundiéndome aún más en su interior. Ella gritó, con la voz ahora ronca, cuando mi punta besó su útero con una fuerza contundente.

• ¡Ay, Dios! Puedo sentirlo... profundo... ¡Tan profundo! – Susurró en una voz como si tuviese una experiencia religiosa.

Sus ojos se voltearon hacia atrás, desenfocados, y su cuerpo temblaba incontrolablemente. El sudor empapaba nuestra piel donde nos presionábamos, sus pechos aplastados contra mi pecho, los pezones duros como guijarros. El aroma era abrumador: el perfume de vainilla ahogado por el almizcle crudo del sexo, el sudor y su excitación empapando las sábanas debajo de nosotros.

enfermera

Y entonces, dejé que se abrieran las compuertas. Amordacé sus labios con mi mano, su gemido intenso al sentir cada una de mis cuatro descargas en lo más profundo de ella. Sus ojos se volvieron vidriosos al sentir su útero coronando mi punta, desbordándose de semen. Fue entonces cuando se dio cuenta de que estábamos atrapados, una vez más, conmigo dentro de ella.

Camila jadeó, su pecho se agitaba contra el mío mientras una intensa calidez se extendía por su interior.

• No... no la sacaste. - dijo con voz asustada, temblando entre el pánico y el asombro.

Mantuve mi mano sobre su boca, sintiendo su aliento caliente contra mi palma, mientras sus caderas se movían involuntariamente contra las mías, exprimiendo hasta la última gota de mí. Afuera, el suave arrastrar de unas pantuflas se detuvo frente a la puerta (una enfermera nocturna haciendo su ronda) y nos quedamos paralizados, quietos, con los cuerpos resbaladizos y fundidos en uno solo. Solo cuando los pasos se alejaron, Camila me mordió suavemente el dedo, con los ojos muy abiertos y las pupilas dilatadas.

• ¡Me... llenaste! – susurró en un tono entre acusatorio y sorprendido, con una gota de sudor recorriendo la curva de su mandíbula.

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- Digamos que no pude. - le expliqué. - No sé por qué, pero cada vez que me corro, mi verga se hincha y no puedo sacarla durante diez o quince minutos. Supongo que por eso tengo tanta suerte con las mujeres.

Camila se retorció debajo de mí, con sus paredes internas espasmódicas alrededor de mi miembro aún duro mientras procesaba esta revelación. El calor de mi eyaculación se acumuló en lo más profundo de ella, e instintivamente enganchó sus tobillos detrás de mi espalda, manteniéndome inmovilizado. Sus dedos trazaron pensativamente mi mandíbula cubierta de barba incipiente.

• ¿Es por eso que Pamela se quedó embarazada tan rápido? - preguntó con voz apagada en la quietud previa al amanecer, con sus ojos marrones buscando los míos.

La luz fluorescente del hospital, que se filtraba por debajo de la puerta, reflejaba el sudor que brillaba en sus clavículas y el rubor rosado que se extendía por su pecho.

- Yo... sinceramente, no lo sé. - respondí, retorciéndome nerviosamente. Ella soltó una suave risita al sentirme vivo dentro de ella. -Verás... soy un poco cachondo. Perdí mi virginidad con Marisol cuando tenía tu edad... y bueno... después de eso, intenté recuperar el tiempo perdido. Además, ni mi mujer ni yo nos dimos cuenta de que estaba bien dotado ahí abajo, así que toda la experiencia fue una especie de golpe para mi ego.

Camila movió las caderas con cautela, haciendo una mueca de dolor cuando mi miembro hinchado estiró sus sensibles paredes. Su respiración se cortó, y un grito ahogado resonó en la silenciosa habitación.

• ¡Dios mío!... ahora lo noto más grande. - murmuró, mientras sus dedos recorrían el hueco de mi garganta, húmedo por el sudor.

Su mirada se desvió hacia la pálida luz que se filtraba por las persianas de la ventana: las luces de las calles, indiscretas, nos anclaban fuera de este mundo secreto. Una bombilla fluorescente, rojiza y solitaria, parpadeaba sobre nuestras cabezas, proyectando sombras cambiantes sobre sus pechos sonrojados, que se apretaban contra mi pecho. Afuera, los lejanos sonidos del tráfico se mezclaban con el débil pitido de los monitores del hospital al final del pasillo.

- Sí... – le respondí, sintiéndome un poco avergonzado. - Eres una mujer muy sexy, Camila, y para mí, una ronda simplemente no es suficiente. Así que, una vez que se me pase la erección, voy a follarte una y otra vez, hasta que me calme.

Camila volvió a reírse, trazando círculos perezosos con los dedos en mi espalda.

• ¡Eres una bestia, Marco! – susurró despacio, riéndose. Su respiración se cortó de nuevo cuando me moví ligeramente, mi tamaño haciendo que sus paredes internas se estremecieran en protesta. - Pero... no me quejo.

Arqueó las caderas experimentalmente, frotándose contra mí con un movimiento lento y deliberado que nos arrancó un gemido a ambos. El sudor perlaba su frente mientras me observaba intensamente, con sus oscuros rizos pegados a su piel sonrojada. El débil aroma de vainilla, ahora mezclado con almizcle y sal, flotaba pesadamente en el aire.

Le sonreí, disfrutando de esta intimidad cómplice.

- Por eso mi familia política y yo somos tan cercanos. - bromeé, haciéndola reír suavemente.

Finalmente, pude retirarme y ella lo miró como si estuviera hecho de oro: era evidente que aún no tenía suficiente.

Los ojos de Camila se agrandaron ligeramente cuando empujé sus caderas hacia el borde de la cama.

• ¿Quieres más? - susurró, incrédula, pero ya colocándose obedientemente a cuatro patas.

Su trasero redondeado se elevó de forma tentadora, y la luz de la calle se reflejó en sus curvas temblorosas.

• Mi pololo... apenas puede una vez. - me confesó, con la voz amortiguada por la almohada. - Y la postura del misionero es... la única que le sale bien.

Miró por encima del hombro, con los rizos pegados a sus sienes húmedas.

• Nunca es suficiente. – me confesó con un suspiro desanimado. La vida está llena de contrastes…

Me arrodillé detrás de ella, deslizando las manos por sus muslos sudorosos.

- ¿Marisol? - me reí, alineándome con su hinchada entrada. - Se mete bajo las sábanas cada amanecer antes de que me despierte. Me toma profundamente.

Camila gimió cuando empujé lentamente hacia dentro, sus músculos palpitando alrededor de mi renovado grosor.

comprometida

- Lo hacemos casi en todas partes: en la cocina, en el coche, en la ducha. Y a ella también le encantan los tríos con otras mujeres. Dice que le permite explorar su “lado lésbico”. Pero los anales son sin duda sus favoritos. – murmuré silencioso, agarrándole las caderas mientras ella contenía el aliento. - De hecho, hemos acordado hacerlo solo cuatro veces a la semana.

Camila jadeó, arqueándose repentinamente cuando llegué al fondo.

• ¿Anal... cada semana? - susurró, con voz cargada de incredulidad. Sus dedos se aferraron a las sábanas, con los nudillos blancos. - Miguel... dice que es sucio.

Viaje relámpago (VI)

Se balanceó hacia atrás instintivamente, respondiendo a mis embestidas con un gemido. El sonido seco de la piel resonaba ahora más fuerte, urgente, rítmico, mientras sus pechos se balanceaban pesadamente debajo de ella. La luz de la calle reflejaba el sudor que goteaba entre sus omóplatos.

• Él... termina demasiado rápido. Me deja... - Se calló, mordiéndose el labio mientras yo la penetraba más adentro.

Me incliné hacia delante, presionando mi pecho contra su espalda resbaladiza, y le susurré:

- Entonces déjame terminar lo que empecé.

Mi mano se deslizó por su vientre y mis dedos encontraron su clítoris hinchado. Ella gritó, empujándome salvajemente mientras yo lo acariciaba con movimientos firmes e insistentes, mientras mis caderas martilleaban sin descanso su coño empapado. Sus músculos se tensaron como un calcetín apretado, exprimiéndome mientras temblaba.

polvo

- ¿Sientes eso? - le gruñí despacio. - Así es como Marisol lo consigue todas las noches.

Era como presentar a Camila a un nuevo sabor del sexo. La cama se balanceó una vez más, y Camila se dio cuenta de que no mentía. Mi verga la estaba estirando otra vez, con nuevas sensaciones recorriendo su cuerpo. Mi mano frotaba su clítoris, pero la otra acariciaba sus pechos. Se sentían más pesados que los de Marisol y su forma era diferente. Mientras que los de mi esposa son como flanes alegres, los de Camila se sentían como bolsitas cálidas, esponjosas y blanditas.

Camila estaba abrumada.

• ¡No puedo más! – Gritó.

Todo su cuerpo temblaba violentamente mientras otro orgasmo la atravesaba, con gritos agudos amortiguados por la almohada en la que había hundido la cara. El sudor le resbalaba por la espalda, acumulándose en la parte baja alrededor de las nalgas, donde mis caderas golpeaban contra ella. Sus músculos internos se contraían rítmicamente, pulsando a mi alrededor como un latido mientras ella temblaba.

enfermera

• ¡Es mucho!... ¡Es mucho!... - se quejaba con cada azote, desplomándose hacia delante.

Pero yo la sujeté firmemente por las caderas, sin cesar en mis embestidas, hasta que sentí que se relajaba debajo de mí, agotada, pero todavía temblando con las réplicas. El aroma de su liberación mezclado con el olor a sudor llenaba la habitación, denso y primitivo.

Pero yo no había terminado. Ni mucho menos. Como Camila había vaciado mis testículos antes, mi verga estaba casi imperturbable, así que seguí empujando profundamente dentro de ella. Para Camila, era una dulce agonía. Ella quería que me corriera, mientras yo seguía golpeando y golpeando su coño, mi mano explorando su cuerpo como si estuviera hecha de arcilla. Sin embargo, ella seguía corriéndose. Una y otra vez. Llegó un momento en el que, una vez más, mi punta apretó su útero. En ese momento, ella ahogaba gritos desesperados en la almohada, con lágrimas en los ojos. No tenía ninguna duda de que su patético prometido nunca la había hecho sentir así. Pero yo lo estaba consiguiendo.

Camila temblaba debajo de mí, sus paredes internas se contraían débilmente alrededor de mi miembro, como un latido que se desvanece después de una maratón. Su espalda sudorosa brillaba bajo la tenue luz del amanecer que se filtraba a través de las persianas, sus músculos temblaban de agotamiento.

• ¡Por favor!... ¡Para!... – me pidió con voz ronca.

infidelidad consentida

Pero yo le agarré las caderas con más fuerza, empujando más adentro con cada embestida implacable, decidido a alcanzar mi propio clímax. Su sollozo ahogado vibraba a través de mis palmas, que presionaban su cintura. El aire sabía salado, sus lágrimas se mezclaban con el aroma almizclado de nuestros cuerpos, y podía sentir su cérvix protestando bajo mi punta, hinchada y sensible. Aun así, seguí empujando con más fuerza. Se merecía cada centímetro.

Estaba a punto de llegar. Me faltaba poco. Sentí mi verga palpitar. Y finalmente, la dulce liberación. Empujé hasta el fondo dentro de ella. Uno. Dos. Tres. Cuatro descargas de semen caliente y ardiente. Y ella las sintió todas, en lo más profundo de su útero. Camila abrazó la almohada como si fuera un salvavidas, con el pelo revuelto y el cuerpo sudoroso. La sostuve por la cintura, mientras mi verga se hinchaba por segunda vez dentro de ella.

Su gemido agotado quedó amortiguado por la almohada.

• Marco... no... – gimió, faltándole el aire. - Mi vientre... lo siento demasiado lleno... No puedo...

Sus músculos internos se contraían débilmente a mi alrededor, hipersensibles y tiernos. El aire estaba cargado del aroma almizclado del sexo y el sudor, salado, primitivo, vivo, mientras la noche apenas amenazaba con empezar a clarear a través de las persianas. Mi miembro hinchado permanecía encerrado en lo más profundo de ella, palpitando con réplicas, haciéndola retorcerse de incomodidad. Ella movió las caderas tentativamente, haciendo una mueca de dolor.

comprometida

• Es... demasiado. - susurró.

Me mantuve erguido, con las manos apoyadas en sus caderas, sintiendo el ligero temblor bajo mis palmas.

• Tú lo has pedido. - le recordé suavemente, con la voz ronca por el esfuerzo. El resplandor de la calle reflejaba las lágrimas en sus mejillas sonrojadas. - ¿Todavía quieres ese bebé, Camila?

Se quedó paralizada, con la respiración agitada, ahora no por placer, sino por pánico. Sus ojos se dirigieron rápidamente hacia donde nuestros cuerpos se fusionaban, y se dio cuenta al sentir mi pene retorcerse obstinadamente contra su cérvix. Todavía duro. Tragó saliva de forma audible.

• ¡Dios!... ¡No puedes!... – exclamó incrédula.

Cambié mi peso, probando su resistencia; ella gimió al instante.

- Los mejores nadadores vienen después. - le susurré al oído, en tono de broma. -Una ronda no es suficiente para garantizar nada.

Viaje relámpago (VI)

Sus dedos se aferraron a las sábanas arrugadas.

• Pero... ya casi amanece. - protestó débilmente, con la mirada fija en la luz lavanda que se filtraba a través de las persianas. - Tu familia...

Me burlé. Apenas eran las dos de la madrugada. Estoy de acuerdo en que llevábamos follando casi cuatro horas. Pero para mí, Camila era una novedad. Una experiencia única en la vida y ese pensamiento me mantenía excitado a pesar del cansancio.

Los dedos de Camila temblaban contra la funda de almohada húmeda.

• Miguel me espera en casa pronto. - mintió.

A su prometido le tocaba turno de noche, me lo había dicho antes, y no volvería hasta el amanecer. Aun así, sus ojos se dirigieron hacia la puerta, con pánico bajo el agotamiento. Mi persistente erección presionó más adentro, estirando sus inflamadas paredes, y ella gimió.

• ¡Marco!... ¡Por favor!...

La besé románticamente. Suavemente. Ella me devolvió el beso y se calmó.

- Camila, después de esta noche, no volveré a verte nunca más. - le dije mientras le acariciaba el pelo. - Volveré a casa con mi familia, así que mi única oportunidad es estar contigo esta noche, ¿Lo entiendes?

Camila contuvo el aliento contra mis labios. Me miró fijamente, con los ojos muy abiertos y vulnerables bajo sus pestañas enmarañadas. El sudor se acumulaba en el hueco de su garganta.

• ¿Solo una noche? - susurró, con palabras cargadas de agotamiento y algo más: ¿Resignación? ¿Esperanza?

Sus caderas se movieron ligeramente, haciendo una mueca de dolor cuando mi miembro, aún hinchado, rozó su delicado cuello uterino. Afuera, el silencio previo al amanecer del hospital se hizo más profundo. Se oyó el sonido lejano de un ascensor y luego, silencio.

Sonreí, recordando.

- ¿Sabes? Esa noche, Pamela y yo tuvimos una cita. Ella lloró por nuestra historia juntos, por lo mucho que le dolía saber que estaba enamorada del marido de su prima. Pero Pamela quería que yo fuera el padre de su bebé. Yo le decía que podía encontrar a otra persona, pero Pamela insistía en que me quería a mí. Quería tener una parte de mí con ella, para siempre. - Miré a Camila a los ojos. - Ahora mismo, estoy aprovechando la oportunidad de tu pololo. Sé que no debería hacerlo. Pero para mí, es mi única noche para estar contigo. Así que, si dices que ya has tenido suficiente, me apartaré y te dejaré en paz. Pero si dices que lo intentemos una vez más, me aseguraré de que lo disfrutes y nunca lo olvides.

Camila se movió debajo de mí, su piel empapada en sudor pegada a la mía donde nuestros cuerpos se fusionaban. Tragó saliva con dificultad, con los labios hinchados y temblorosos.

• Pero... Miguel... - Su voz se quebró, cargada de agotamiento.

Bajó la mirada hacia mi pene, que permanecía profundamente alojado dentro de ella, pulsando débilmente contra su maltrecho cuello uterino. El aire olía intensamente a sexo, almizclado y maduro, mezclado con los matices estériles de la lejía de la habitación del hospital. Una luz lavanda de la calle se elevó, iluminando las lágrimas que se secaban en sus mejillas. Sus dedos se flexionaron contra mi antebrazo, las uñas clavándose en forma de medialuna en la piel resbaladiza por el sudor.

• Una vez más. - susurró con voz ronca. - Solo... haz que valga la pena.

La giré suavemente sobre su espalda, sus oscuros rizos se extendían sobre la almohada como tinta derramada. Su respiración se paralizó cuando cambié de posición, colocándome entre sus temblorosos muslos. El agotamiento de sus ojos se suavizó y se convirtió en algo tierno, casi suplicante. Levantó la mano y recorrió con dedos temblorosos la barba incipiente de mi mandíbula.

• ¡Despacio! – me pidió en una súplica triste y resignada. - ¡Por favor!

Sus ojos marrones buscaron los míos, ya no salvajes y abandonados, sino suaves y con un dolor silencioso.

Entré en ella con cuidado deliberado, centímetro a centímetro, consciente de su sensibilidad inflamada. Camila suspiró, un sonido como de alivio, mientras sus manos se deslizaban por mi espalda húmeda, recorriendo cada músculo. Su tacto no era exigente, era reverente. Sus pulgares rozaron las cicatrices de mis hombros, causadas por sus propias uñas, como si las memorizara. Cada embestida era profunda, pero sin prisas, nuestras caderas se unían en un ritmo que parecía menos una follada y más un secreto compartido. Ella arqueó el cuello, ofreciendo su garganta a mis besos mientras yo le susurraba contra la piel:

- ¡Te tengo!

Su suspiro de respuesta nos estremeció a ambos.

Sus piernas se envolvieron sin apretar alrededor de mi cintura, sin empujarme más adentro, sino simplemente abrazándome con fuerza. Los ojos de Camila permanecieron fijos en los míos, suaves pozos marrones que reflejaban la tenue luz de la calle que se filtraba a través de las persianas. Sus dedos recorrieron mi mandíbula, luego se enredaron suavemente en mi cabello, acercando mi boca a la suya. El beso fue lento, con sabor a agotamiento y sal, y algo más, frágil e indescriptible. Cuando lo profundicé, su gemido vibró contra mis labios. Su cuerpo comenzó a temblar, esta vez no violentamente, sino con un suave estremecimiento que comenzó en su vientre y se extendió hacia afuera.

• ¡Más despacio! - susurró contra mi boca, casi en un secreto.

Pero sus caderas se levantaron, encontrando mis embestidas como si estuvieran imantadas.

Obedecí. Cada deslizamiento hacia dentro era deliberado, profundo, casi reverente, llenando su hinchada calidez sin fuerza. Su respiración se agitó cuando mi punta rozó su útero, ya sensible por las embestidas anteriores. Sus dedos se deslizaron hacia abajo, recorriendo las protuberancias de mi columna vertebral, la hendidura de mi espalda baja, antes de posarse en los músculos tensos de mis nalgas. Me atrajo más adentro, exigiendo contacto sin palabras. Su pulgar presionó la pequeña cicatriz sobre mi cadera, un recuerdo de la infancia, rodeándola como si memorizara su forma. El aire se llenó de suaves sonidos: nuestras respiraciones entremezcladas, el deslizamiento de la piel y el crujido amortiguado del colchón bajo los lentos y ondulantes movimientos. El perfume de vainilla, el sudor y el almizcle de su excitación nos envolvieron, formando un capullo de intimidad.

Sus besos eran ahora fervientes, con la boca abierta y hambrientos, como si intentara tragarse mis suspiros. Su lengua se entrelazó con la mía, saboreando el agotamiento, la desesperación y la sal. Cuando me separé para besarle el cuello, ella se arqueó violentamente, jadeando cuando mis dientes rozaron su pulso. Su clímax comenzó como un temblor, sutiles ondas en lo más profundo, y luego se extendió hacia afuera. Sus dedos se clavaron en mis hombros, las uñas mordiendo la carne mientras ella se estremecía, gritando suavemente contra mi clavícula.

• Sí... así... - su voz suave, sedosa como la miel, se quebró.

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Otra ola siguió casi al instante, tensando su cuerpo. Se aferró a mí, los muslos temblando donde agarraban mis caderas, sus paredes internas apretándose rítmicamente a mi alrededor. Las lágrimas brotaban de sus ojos cerrados con fuerza, lágrimas de éxtasis, no de dolor, que resbalaban por la piel enrojecida de sus sienes.

Me moví aún más despacio, alargando cada embestida, dejándola disfrutar de las réplicas hasta que su respiración se convirtió en jadeos superficiales. Sus manos se deslizaron por mi espalda sudorosa, con las palmas presionando contra mis omóplatos mientras me atraía hacia ella con una fuerza imposible.

• Dentro... - suplicó, rozando mis oídos con los labios. - Déjalo... adentro. - Su súplica era enternecida, cruda. - Quiero sentirlo... para siempre.

Mis caderas se impulsaron hacia delante, hundiéndome hasta el fondo mientras la liberación me atravesaba: pulsaciones calientes y urgentes inundaban su útero. Camila gritó, un sonido agudo y entrecortado amortiguado contra mi cuello mientras su propio clímax surgía de nuevo, sus músculos apretándose rítmicamente alrededor de mi palpitante longitud. Sostuve su cuerpo tembloroso pegado al mío, la piel pegada donde el sudor se acumulaba entre nosotros. El aroma del sexo flotaba denso, almizclado y dulce, mezclándose con el olor estéril de la habitación del hospital. La luz lavanda del amanecer bañaba ahora las paredes, contrastando con el rostro bañado en lágrimas de Camila.

Se desplomó sin fuerzas sobre el colchón, con la respiración entrecortada y los párpados cerrados.

• Para siempre. - susurró con voz ronca, como si echase un encantamiento mágico, mientras sus dedos trazaban débilmente el contorno de mi clavícula.

Sus muslos se aflojaron alrededor de mis caderas mientras yo permanecía enterrado en su interior, con mi pene, ya más blando, todavía retorciéndose contra su tierno cuello uterino.

Permanecimos así, enredados, con el sudor enfriándose en nuestra piel, mientras el amanecer se acercaba. El olor estéril a lejía se reafirmó bajo el aroma almizclado del sexo. A lo lejos, un carrito traqueteaba por el pasillo. Camila se movió levemente cuando finalmente me retiré; un suave gemido escapó de sus labios cuando mi semen se derramó sobre las sábanas debajo de ella. Lo vi acumularse, espeso y nacarado, contra su muslo tembloroso.

- ¿Una ducha? -le pregunté, apartándole los rizos húmedos de la frente. Abrió los párpados, con la mirada nublada por el cansancio. - Huelo como un burdel.

A Camila se le escapó una risita cansada. Se movió débilmente, haciendo un gesto de dolor cuando más de mí se filtró desde sus pliegues hinchados hasta el colchón.

• Al final del pasillo. -susurró con voz suave, perezosa. - La tercera puerta a la izquierda.

Sus ojos se cerraron de nuevo, pero una leve sonrisa se dibujó en sus labios magullados.

• ¿Te apetece compartir? El agua escasea por la noche. - Trazó círculos ociosos en mi pecho desnudo. - A menos que estés... agotado. - Su dedo se detuvo, en un desafío burlón.

Sonreí y acerqué su cuerpo inerte al mío.

- ¡Guíame, enfermera!

Ella gritó suavemente cuando la levanté, y sus piernas se envolvieron instintivamente alrededor de mi cintura. Su piel desnuda se sentía fresca contra la mía en el aire estéril del pasillo. Nos movíamos como fantasmas: los brazos de Camila rodeaban mi cuello sin fuerza, con la cabeza apoyada en mi hombro. Las máquinas que pitaban en la distancia rompían el silencio. En la ducha, ella abrió la cerradura a tientas, con las manos temblorosas que delataban su agotamiento.

enfermera

El vapor se elevaba mientras el agua caliente nos bañaba, lavando el sudor y el olor corporal. Camila suspiró, inclinando la cara hacia el chorro. La luz de la calle que entraba por una ventana alta reflejaba las gotas de agua que se aferraban a sus oscuros rizos y al contorno de sus pechos. La presioné contra los azulejos fríos, y su jadeo resonó en las paredes de cerámica. Su cuerpo se arqueó instintivamente cuando mis manos se deslizaron por su espalda resbaladiza y le agarraron las caderas. El contraste (el agua caliente, los azulejos fríos, mi calor contra ella) la hizo estremecerse.

- ¿Todavía te duele? - le susurré al oído.

• Por todas partes. – susurró coqueta, girándose para besarme.

Sus manos exploraron mi pecho y mis músculos, sus dedos trazaron viejas cicatrices antes de descender más abajo. Su tacto encendió brasas que creía que eran cenizas.

• Pero dejaste algo sin terminar, Marco.

infidelidad consentida

Su mano se deslizó entre nosotros, sus dedos envolvieron mi miembro endurecido con posesiva certeza. El agua caía en cascada sobre sus nudillos mientras me acariciaba lenta y deliberadamente

• ¿Una promesa? – me preguntó, desafiante y sensual a la vez.

Mi gemido se mezcló con el silbido del agua. Camila se giró, presionando su espalda resbaladiza contra mi pecho y guiando mis manos hacia sus pechos.

• ¡Sujétame! - ordenó, arqueándose para que mi verga se deslizara perfectamente entre sus muslos.

Su calor húmedo me abrazó con fuerza, sin penetrar aún, pero con una fricción enloquecedora.

• ¡Fuerte!

Obedecí, golpeando sus caderas contra los azulejos. Su grito rebotó en la cerámica cuando finalmente me deslicé dentro, un grito ahogado que se fundió en un suspiro. El agua pegaba sus rizos a mi mejilla; su aroma, jabón y el almizcle persistente de nosotros, llenaba mi nariz. Apoyó las palmas de las manos contra la pared, con los dedos extendidos, los nudillos blanqueándose con cada embestida.

comprometida

• ¡Más profundo! - suplicó, girando la cabeza para capturar mi boca.

Su beso sabía a cloro y a deseo.

Apreté con más fuerza sus caderas, levantándola ligeramente sobre sus dedos de los pies para penetrarla aún más a fondo. Su respiración agitó, un jadeo apasionado y exquisito, cuando mi punta rozó el dolor hinchado que me había quedado de antes. Bajo el golpeteo del agua, oí el sonido húmedo de la piel, sus gemidos ahogados, el rugido en mi propio pecho. El vapor empañaba la pequeña habitación, difuminando los contornos de su reflejo en el espejo empañado frente a nosotros. Sus pechos se aplastaban contra las frías baldosas con cada embestida, los pezones endureciéndose contra la cerámica.

Viaje relámpago (VI)

• ¡Así!... ¡Así! - gimió Camila, elogiándome, arqueando la espalda como la cuerda de un arco.

El agua le corría por la espalda, acumulándose en los hoyuelos sobre su trasero antes de desaparecer entre sus muslos, donde nos uníamos. Sus dedos arañaban la pared, sin encontrar apoyo. El aroma del jabón barato se mezclaba con el almizcle del sexo que se desvanecía, una limpieza frágil que intentaba borrar el placer primitivo de la noche. Ella sintió cómo me hinchaba dentro de ella de nuevo, mi ritmo se volvía irregular, urgente.

• ¡Lléname! ¡Lléname otra vez! - exigió, girando la cabeza para morderme el hombro, sus afilados dientes rompiendo la piel. - Haz que se quede todo dentro esta vez.

Con Camila inmovilizada contra los azulejos de la ducha, la penetré sin control. El vapor espesaba el aire y empañaba el espejo, pero no necesitaba ver, solo sentir. Cada embestida resonaba en las paredes de cerámica mientras Camila gritaba, su voz rebotando distorsionada. Sus paredes internas se apretaban desesperadamente a mi alrededor, exigiendo más. Cuando la liberación me atravesó, con pulsos calientes en lo más profundo, ella jadeó bruscamente, clavándome las uñas en la muñeca. Su propio clímax siguió al instante, una réplica estremecedora que la derritió contra los azulejos como cera.

polvo

Nos quedamos allí jadeando bajo el chorro de agua, que se enfriaba rápidamente. Camila se desplomó contra mí, temblando.

• Miguel te olerá. – murmuró agotada contra mi pecho, no con pesar, sino con asombro.

Recorrí con los dedos los moretones que florecían en sus caderas.

enfermera

- Dile que trabajaste horas extras.

El secado fue superficial, torpe. Camila hizo una mueca de dolor al tirar de su uniforme empapado de sudor sobre sus muslos doloridos. La observé abrocharse los botones apretados sobre su escote húmedo, con los dedos torpes. La cama de invitados arrugada se burlaba de nosotros: sábanas retorcidas, manchadas de fluidos. Camila evitó mirarla y agarró su estetoscopio como si fuera una armadura.

Definitivamente había tenido una noche larga. Pero, a diferencia de las otras enfermeras, Camila brillaba de alguna manera a pesar de su cansancio.

Camila caminó hacia la sala de enfermeras, con el uniforme pegado incómodamente a la piel que aún vibraba por la ducha. Sus muslos se rozaban ligeramente con cada paso, un crudo recordatorio de la insistencia de la noche. La enfermera Rosa, una mujer mucho mayor, levantó la vista de sus gráficos, abriendo los ojos detrás de sus gruesas gafas.

infidelidad consentida

o ¿Camila? —exclamó, mirando rápidamente el reloj de pared: eran las 6:37 de la mañana—. ¡Tu turno terminó a las ocho de la noche!

Olfateó sutilmente, dilatando las fosas nasales ante el persistente olor a cloro y jabón que se aferraba al cuello húmedo de Camila.

Camila se apoyó casualmente contra la encimera, y una lenta sonrisa se extendió por sus labios hinchados.

• Una misión especial. - murmuró con voz ronca por haber gritado.

Me observó mientras caminaba por el pasillo hacia la habitación de Pamela, con paso suelto y sin esfuerzo. Rosa siguió su mirada y agudizó su escrutinio.

o No... - dudó Rosa, bajando la voz. - ¿No es el señor Marco? ¿El padre del hijo de la señora Pamela? - preguntó, leyendo la tabla de paternidad.

La sonrisa de Camila se amplió, depredadora y satisfecha. Se alisó la falda arrugada del uniforme, y sus nudillos rozaron un leve moretón que florecía en la parte interna del muslo, debajo de la tela.

• Algunos pacientes requieren... cuidados intensivos durante la noche. - Arqueó una ceja significativamente mientras Rosa inhalaba bruscamente, tal vez captando el aroma almizclado bajo la piel fresca y jabonosa de Camila.

La mirada de Rosa se dirigió de nuevo hacia la puerta de Pamela y luego volvió al rostro agotado pero radiante de Camila. El silencio se hizo más denso. Camila se apartó de la encimera y se estiró con un gemido lánguido que hizo sonrojar a Rosa.

• Dile a Miguel que necesitaba las horas extras. -dijo por encima del hombro, mientras se alejaba.

Rosa se quedó mirando, boquiabierta, mientras Camila desaparecía hacia la salida del personal sin decir nada más.

Después, dormí un poco más. Me desperté al oír los gorjeos del bebé Adrián.

Empujé la puerta de Pamela. Estaba sentada recostada contra las almohadas, con Adrián mamando con avidez de su pecho. La luz de la mañana entraba por la ventana, reflejando el brillo del sudor en la frente de Pamela y las ojeras bajo sus ojos. Levantó la vista cuando entré, con una lenta y cómplice sonrisa en los labios. Los diminutos puños de Adrián amasaban rítmicamente su carne hinchada.

> Bueno, "papá"… - murmuró Pamela burlona, con la voz ronca por el cansancio. - Menuda jerga hubo al lado. - Su mirada se desvió deliberadamente hacia la pared contigua y luego volvió a mí. - La voz de Camila se oye muy bien. Especialmente cuando suplica. (Ajustó suavemente la cabeza de Adrián) Aunque “Déjalo adentro” fue particularmente... aclarador.

Me reí suavemente.

- ¿Cómo has dormido, Pamela? - le pregunté, mirando con envidia a Adrián, que se estaba dando un festín con sus enormes pechos.

Pamela arqueó una ceja.

> No cambies de tema. Tu enfermera gritaba tan fuerte que pudo despertar a toda la sala de maternidad. - Su sonrisa se volvió maliciosa. - Sinceramente, Marco, ¿Tres rondas seguidas antes del amanecer? ¿Y luego una en la ducha?

Se recostó contra las almohadas, con el camisón abierto por donde Adrián chupaba con avidez. El suave “clic-clic-clic” de sus tragos llenaba el silencio.

> El pololo y prometido de Camila, Miguel, trabaja aquí en mantenimiento. Empieza a las siete. - Asintió con la cabeza hacia la ventana, donde el amanecer brillaba con un color naranja intenso. - Imagina su cara si hubiera entrado y hubiera visto a su prometida gimiendo tu nombre contra los azulejos.

Me acerqué y me dejé caer en la silla junto a su cama, sobreseído por la revelación. Camila mencionó antes que él tenía turno de noche. La incertidumbre si acaso él tiene otro trabajo o estuvo a punto de descubrirnos me golpeó pesado. La diminuta mano de Adrián se agitó a ciegas, rozando el pezón de Pamela antes de posarse sobre su piel sonrojada. El aire olía débilmente a leche y antiséptico, en marcado contraste con el aroma almizclado de Camila que aún se aferraba a mi piel. Afuera, el tráfico matutino zumbaba en la distancia. Pamela se movió, haciendo una mueca de dolor cuando Adrián le chupó con fuerza el pecho.

> ¡Es impaciente! - murmuró, acariciándole el pelo suave. - Como su padre. - Su mirada se posó en la mía, aguda y evaluadora. - ¿Marisol sabe de tu... trabajo de caridad?

Me quedé mirándola fijamente. Sus pechos habían crecido aún más con el embarazo.

> ¡Claro que lo sabe! - explotó con tono agrio, dándole una palmadita suave en la espalda a Adrián para que eructara.

comprometida

Pamela era claramente una experta en ser madre primeriza.

Pamela colocó a Adrián en su hombro, y su pequeña boca dejó su pezón con un suave pop. La leche perlaba su piel sonrojada.

> ¡Eres incorregible! - suspiró, secando la gota con una esquina de la manta del bebé.

Su sonrisa se desvaneció en exasperación.

> Por el amor de Dios, Marco, ¿Puedes mantenerlo tranquilo en tus pantalones por un día? Ya te has liado a mi mamá, la tía Verónica y a Violeta. - siseó, nombrando a su madre, su tía y su prima.

Adrián eructó suavemente contra su cuello.

> ¿Y ahora las enfermeras? - Entrecerró los ojos. - Esto es un hospital, no tu harén personal. Deja que Camila respire antes de que su Miguel...

La puerta se abrió de golpe, interrumpiéndola. Marisol se recortaba en la entrada, con sus vibrantes rizos escapándose de un moño desordenado y el pequeño Jacinto en equilibrio sobre su cadera. A su lado estaba Amelia, la hermana menor de Marisol, de treinta años, con ojos verdes de cierva, una camiseta ajustada y leggins que ceñían sus estrechas caderas y sus modestas curvas. La mirada de Amelia se posó instantáneamente en mí, y un rubor le subió por el cuello.

Viaje relámpago (VI)

+ ¡Pamela! —exclamó Marisol, entrando apresuradamente—. ¡Mira a quién me he encontrado al llegar! Amelia estaba deseando conocer a tu pequeño.

Dejó a Jacinto a los pies de la cama, donde inmediatamente se abalanzó sobre el diminuto pie de Adrián.

Pamela gimió suavemente. De ese tipo como si dijera "otra vez no", y ajustó a Adrián de forma protectora cuando los dedos pegajosos de Jacinto rozaron su manta.

+ Amelia. - respondió Pamela con tono seco, mientras sus ojos se movían rápidamente entre mí y la su otra prima, como si me dijera “la que te faltaba…

El silencio era denso: el matrimonio amargo y aburrido de Amelia, su falta de vida sexual y las miradas mal disimuladas que me lanzaba mientras felicitaba a la nueva madre. Marisol se inclinó y le dijo a su hermana con voz melosa:

+ ¡Oh, es perfecto, Pame! Igual que su... donante. - Me guiñó el ojo abiertamente, con tono afectuoso pero cansado.

polvo

Mi verga se estremeció. Había pasado una noche increíble y satisfactoria con Camila. Pero ver a Amelia allí me hizo preguntarme cómo iba a hacerlo Marisol para salirse con la suya.


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