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Viaje relámpago (VII)




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Compendio III


Viaje relámpago (VII)

Todavía recuerdo lo sexy que estaba Amelia ese día. No sé si Ramiro es un tacaño o un cornudo, pero permitir que su mujer lleve camisetas tan escotadas y leggins tan ajustados es un pecado en sí mismo. Como de costumbre, cuando nuestras miradas se cruzaron, ella bajó la vista avergonzada, con la energía sexual latente entre nosotros.

Hace años, mucho antes de que Amelia y Ramiro se conocieran en la universidad, yo fui el primer hombre de Amelia. Le quité la virginidad. Ella aprendió a hacer mamadas conmigo. Le enseñé lo delicioso que era comerle el sexo. Aprendió a hacer cubanas (con un par tan enorme como el suyo, era imprescindible) y también le cogí el culo, un placer que en la familia de mi mujer es uno de los favoritos.

tetona

Su timidez se desvanecía mientras se mordía el labio inferior, sus ojos verdes brillando con reconocimiento. El débil aroma de su perfume barato se mezclaba con el aire estéril del hospital, algo dulce y desesperado debajo. Sus dedos se contraían a los lados, luego se curvaban en puños como si se estuviera conteniendo físicamente para no alcanzarme.

• ¡Marco! - murmuró, con una voz apenas audible, como si admitiera mi existencia.

Un rubor le subió por el cuello cuando la abracé, y mis manos se detuvieron un segundo más de lo debido en la curva de su cintura. Sus pechos se presionaron contra mi pecho, cálidos incluso a través de la fina tela de su camiseta sin mangas. Al otro lado de la habitación, Pamela ponía los ojos en blanco y se movía incómoda en su cama de hospital, aunque no sé si fue por sus puntos o por la tensión. Violeta, que junto con Lucía también había llegado en compañía de mi esposa, sonreía burlonamente mientras se preparaba una taza de café, con la mirada oscilando entre las orejas enrojecidas de Amelia y la indiferencia fingida de Marisol.

Amelia se alejó primero, alisándose los leggins pecaminosos con dedos nerviosos.

• El... el bebé. - balbuceó, volviéndose hacia Pamela con una sonrisa forzada, como si recordase repentinamente el motivo de su visita. - ¿Cómo está el pequeño Adrián? Y tu leche, ¿Te...?

Se interrumpió con una risa temblorosa, al darse cuenta de lo delicada que sonó esa pregunta en esta habitación. El silencio era denso: a Pamela le subió mucho la leche, igual que después de Jacinto, ambos obra mía. Marisol se quitaba una pelusa de su ropa, con los labios temblorosos. Le encantaba esto. La silenciosa humillación de ver a su propia hermana desmoronarse mientras fingía no darse cuenta de cómo mis dedos habían rozado el trasero de Amelia durante el abrazo.

Al igual que pasó con mi esposa, nunca me di cuenta de que Amelia sentía algo por mí. En aquel entonces, yo era realmente el mejor amigo de Marisol hasta el día en que ella me besó. Entonces, empezamos a salir, pero Amelia nunca dijo nada.

Nuestra relación tuvo un comienzo accidentado. Amelia y su familia tuvieron que mudarse al norte, a otra ciudad, porque su padre, un imbécil, consiguió trabajo allí (o tal vez ya estaba pensando en abandonar a mi suegra, quién sabe). El caso es que Amelia estaba siendo acosada sexualmente por su profesor de educación física porque era la más desarrollada físicamente de la clase, sobre todo por sus pechos. Intentó contárselo a su madre, pero esa mierda también intentó tirársela. Yo me estaba quedando en su casa porque me habían “ascendido” (en realidad, estaba resolviendo un problema de mi jefe) y tenía que desplazarme desde mi casa con Marisol en la capital hasta las minas cercanas a esa ciudad, así que cuando me enteré de lo de su profesor, defendí a Amelia. Me dieron una paliza, pero también conseguí una grabación de sus delitos, así que, como recompensa, Amelia empezó a entregarme su cuerpo poco a poco, hasta que llegamos al punto de acostarnos juntos e incluso compartir algunos tríos con Verónica, su madre. Como mencioné antes, la familia de mi esposa está llena de zorras ávidas de sexo.

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Marisol, que todavía era mi novia, se enteró de esto meses después, pero en realidad quería que yo fuera el primero de su hermana, así como el amante de su madre, por lo que sorprendentemente para mí, no le importó demasiado cuando se enteró. Ella nunca lo confesó (de hecho, más tarde descubrí que mi esposa comenzó a explorar su lado lésbico con Amelia), así que cuando se supo la verdad, me quedé impactado. En ese momento, me estaba acostando con la madre, la hermana y la prima Pamela de Marisol, con “sus esperanzas” de que acabara tirándome también a su tía Lucía (algo que también acabé haciendo).

Amelia seguía mirando fijamente al bebé de Pamela, con las manos ligeramente temblorosas mientras ajustaba la manta alrededor de Adrián. El aroma del talco para recién nacidos se mezclaba con el persistente olor a sexo: A pesar de ducharme, todavía se sentía el olor a sexo tras acostarme con la enfermera de Pamela, Camila, hacía menos de seis horas. Amelia contuvo el aliento cuando el bebé le agarró el dedo con su diminuto puño, y su enorme pecho se elevó con una inhalación temblorosa.

• ¡Es perfecto! - susurró, pero sus ojos se posaron en mí, solo por un segundo, como si estuviera imaginando cómo sería el nuestro.

Marisol eligió ese momento para coger una uva de la cesta de la fruta y llevársela a la boca con deliberada lentitud.

+ Adrián tiene la nariz de Marco. - dijo con sutileza, confirmando la aseveración que había dicho cuando Amelia llegó y observando su reacción como si fuera su telenovela favorita.

La habitación se quedó en silencio. Incluso la taza de café de Violeta se detuvo a medio camino de sus labios.

+ Pamela prácticamente le suplicó que le diera de su crema. - continuó Marisol, sonriendo al ver cómo los dedos de Amelia se cerraban de repente alrededor de la manta del bebé. - ¿Verdad, prima?

Las mejillas de Pamela se sonrojaron del mismo tono que sus estrías posparto. Se ajustó la bata del hospital sobre sus pechos hinchados, incapaz de mirar a los ojos cada vez más abiertos de Amelia.

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> Es... gentil. - murmuró Pamela, trazando la diminuta ceja de Adrián, ese distintivo arco mío que transmití a mi descendencia. - Cuando quiere. Fue el primer tío que, por frustrante que fuera, no cayó en mis trucos... a pesar de ser un pervertido baboso por mis tetas... pero también fue el más amable. Se dio cuenta de que yo era inteligente y realmente cambió mi vida.

Los labios carnosos de Amelia se separaron ligeramente, no por sorpresa, sino por algo más oscuro. Más hambriento. Su mirada se deslizó hacia mi entrepierna y sacó la lengua para humedecerse los labios. El aroma barato a su perfume se volvió empalagoso a medida que su respiración se volvía más superficial. Marisol me dio una patada suave y juguetona en el tobillo, y su cabello castaño miel se balanceó cuando se inclinó hacia adelante.

+ Marco siguió rechazando a Pamela hasta que ella lloró y confesó que quería algo más que su verga. - susurró Marisol teatralmente, lanzando un tallo de uva al escote de Amelia. - Dijo que se estaba haciendo mayor y que quería tener un hijo. Así que me lo pidió... y yo se lo presté por una noche. Bonito, ¿verdad?

Una vez más, Marisol me hizo sentir como si fuera un par de zapatos que compartía con su familia. No es que me queje, pero me hace sentir más como un objeto que como una persona.

La reacción de Amelia no tuvo precio. Sus labios, esos labios carnosos y jugosos que una vez adoraron mi verga con tanta desesperación, ahora temblaban con una envidia apenas contenida.

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La forma en que se le agitaba el enorme pecho, esos pechos de 106 cm llenos de leche que se tensaban contra su frágil top, me lo decían todo. Pamela había conseguido lo que Amelia (y probablemente las demás) ansiaban en secreto: mi hijo plantado en lo más profundo de ella, mientras Marisol observaba con aprobación desde un rincón.

• Yo... yo también lo deseé una vez. - admitió Amelia finalmente, con una voz tan baja que todos nos inclinamos para oírla. Sus dedos se aferraron a la manta de Adrián como si imaginara que era mi cabello. - Cuando todavía estábamos... ya sabes...

Ni siquiera pudo decirlo: aquella primavera la arruiné para cualquier otro hombre, cuando me montaba con condón todas las tardes mientras salíamos a correr hacia su vergel secreto.

o Ramiro se volvería loco si... -Violeta resopló en su café, a punto de derramarlo.

• ¡Cállate! - la interrumpió Amelia nerviosa, con sus delicados dedos aún enredados en la manta del bebé.

Una risa amarga se escapó de sus labios.

• No tiene ni idea. Una vez sospechó cuando el pequeño Miguel nació con los ojos verde azulados. Los míos son esmeralda, claro, pero los de Ramiro son oscuros. Y cuando David nació con esa misma barbilla... - Hizo un gesto vago, como un escalofrío y luego dudó. - Nunca se lo conté. Nunca. Dejaba que sus amigos íntimos se turnaran conmigo cuando él estaba demasiado ocupado estudiando... lo cual era a menudo. Yo... no tuve la regla. Se lo conté. Ramiro se quedó atónito... y me pidió matrimonio... así que nos casamos... seguíamos estudiando... pero cuando volvió a pasar...

Viaje relámpago (VII)

El silencio era casi absoluto. Se podía oír caer un alfiler. Pero yo, en particular, me quedé sin palabras. Antes de casarme con Marisol, Amelia era una niña dulce y tímida con un cuerpo sexy. Nunca pensé que fuera capaz de involucrarse con otros hombres a espaldas de su novio, incluso cuando la propia Marisol me lo contó al enterarse después. Mucho menos pensé que fuera capaz de quedarse embarazada de otro hombre y engañar a Ramiro de esa manera. Pero, por otro lado, Ramiro es un buen tipo, pero sexualmente aburrido, y a pesar de todo, conozco los gustos particulares de Amelia en la cama, así que, en cierto modo, entendí lo que había pasado.

Amelia tomó la pequeña mano de Adrián y la apretó suavemente, con los dedos ligeramente temblorosos.

• Sé que suena horrible. - prosiguió, con una voz apenas audible. - pero después de que tú y Marisol se fueran a Australia, yo... me sentí tan vacía. Ramiro era dulce, pero... no sabía cómo tocarme como tú lo hacías. No me hacía gritar. (Tragó saliva con dificultad, con los labios carnosos temblorosos.) Sus compañeros de clase, Ariel y Martín, se dieron cuenta. Empezaron a pasar más tiempo con nosotros cuando Ramiro se quedaba estudiando hasta tarde. Una noche, ellos... bueno… (Sus ojos verdes se posaron en los míos, culpables, pero sin arrepentimiento.) …Ramiro y yo salimos de fiesta. Allí nos encontramos con Ariel. En aquella época, él era una mezcla entre un idiota y un matón para Ramiro. Pero Ariel sabía que Ramiro tenía poca tolerancia al alcohol... lo emborrachó con cerveza para que pudiéramos bailar juntos... Me puse cachonda... y acabé haciéndole una mamada a Ariel en el baño... y dejé que me follara por el culo...

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• Después de eso, empezamos a vernos regularmente... Martín nos encontró por casualidad en el baño de chicos... Ariel le obligó a mirarnos mientras me follaba por el culo... Martín me chantajeó, a pesar de que yo había sido amigo de su novia durante muchos años... Me hicieron un trío en la cama de Ramiro mientras él estaba en la biblioteca. Después de eso, simplemente... siguió pasando. A veces por separado, a veces juntos. Ramiro nunca sospechó nada. Estaba demasiado ocupado con su tesis.

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Pamela contuvo el aliento y apretó los dedos alrededor de la sábana. Incluso la sonrisa burlona de Marisol vaciló por un segundo: esto era más obsceno de lo que ella había imaginado. La voz de Amelia se volvió más baja, y la confesión brotó como pus de una herida.

• Cuando quedé embarazada de Miguel... no estaba segura de quién era. Ariel era el más... prolífico. Le gustaba correrse dentro de mí. Pero Martín... prefería mi culo. ¿Ramiro? Apenas me tocaba a menos que estuviera medio dormido. Pero cuando la prueba dio positivo, me entró el pánico. Le dije a Ramiro que era suyo. Él me creyó. (Se le escapó una risa amarga.) Incluso lloró. Me pidió matrimonio allí mismo, en su pobre apartamento de estudiante. Le dije que sí porque... bueno, ¿Qué otra cosa podía hacer?

Adrián se retorció en los brazos de Amelia, frunciendo su diminuto rostro. Ella lo meció distraídamente, con sus enormes pechos balanceándose bajo esa camiseta sin mangas tan fina.

• Cuando Miguel nació con esos ojos... casi me desmayo. Eran casi idénticos a los de Martín. Del mismo tono. Con la misma... frialdad. (Se le hizo un nudo en la garganta al pronunciar esas palabras.) Ramiro dijo que era un gen recesivo de su abuela. Pero entonces llegó David... (Se le quebró la voz.) Ariel solía sonreír cada vez que veía la barbilla de David en las fotos familiares. Como si lo supiera. Como si le divirtiera que mi marido estuviera criando a su hijo.

El silencio se volvió insoportable. La taza de café de Violeta cayó ruidosamente sobre el platillo, con los dedos temblorosos. Amelia exhaló bruscamente por la nariz.

• ¡Tranquila, hermanita! No he visto a ninguno de los dos desde la graduación. - Sus labios carnosos se torcieron en una mueca amarga, calmando un poco a su hermana. - Pero eso no significa que haya dejado de...

o ¡Dios mío! - Violeta se llevó una mano a la boca y le miró rápidamente. - ¿Tú... sigues...?

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Amelia se encogió de hombros y cambió a Adrián de posición en sus brazos. Los diminutos dedos del niño se enredaron en el escote de su camiseta sin mangas, bajándola peligrosamente. Ella no se la ajustó.

• No con ellos. - confesó simplemente. - Pero sí. Un entrenador de gimnasio. El terapeuta de mis hijos. A veces, el asistente de Ramiro cuando tiene que hacer algún recado. (Su risa fue aguda, frágil.) Pero ahora los hago usar condones, siempre. Excepto...

Se interrumpió, pero su mirada se posó en mí, ardiente e intensa.

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Violeta emitió un sonido ahogado. Su taza de café golpeó la mesa con estrépito, y el líquido tibio se derramó por el borde.

o No puedes... ¿Y si...? - preguntó desesperada.

Amelia puso los ojos en blanco y cambió el peso de Adrián en sus brazos. El bebé gorjeó, con su pequeño puño todavía enredado en el escandaloso escote de su camiseta.

• ¡Tranquila, hermanita! Marco me enseñó sobre el sexo seguro. Píldoras. Condones. Dispositivos intrauterinos. Lo que sea. Lo uso todo. - Sonrió con aire burlón, balanceando ligeramente a Adrián, con sus enormes pechos balanceándose hipnóticamente. - Y les obligué a todos a usar condones… (Su mirada se deslizó hacia mí, lenta y deliberadamente.) A todos menos uno.

Viaje relámpago (VII)

o ¡Pero Marco no...! - Las manos de Violeta revoloteaban como pájaro asustado.

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<- ¡Shhh!- silenció Verónica a su hija menor con un dedo, mientras acariciaba el pelo de Amelia con orgullo maternal. - Eso es diferente, mi amor. Marco se hace revisiones constantes con el médico. Todas las mujeres de esta familia nos hemos acostado con él sin condón... la verdad, hasta tuvimos que suplicarles nosotras para que nos dejara hacerlo. -Sonrió al ver que su hija menor levantaba una ceja. - Incluso Lucía lo sabía, ya que compartí algunos de sus resultados con ella antes de que se lo montara en su mansión.

Pamela se incorporó bruscamente, haciendo una mueca de dolor al tirarle los puntos, y acurrucó a Adrián contra su pecho. El bebé se agarró con avidez, amasando con sus manitas la carne hinchada de ella. Miró con ira a Amelia por encima de la cabeza del niño.

> ¡Es fácil decirlo, tía! – se quejó, ajustándose la bata del hospital con más fuerza de la necesaria. - Tú no fuiste la que estuvo vomitando durante nueve meses mientras...

+ ¡Ay, vamos, prima! - Marisol la interrumpió en su berrinche. - No puedes decir que no lo querías. Te dije que iba a ser difícil... pero mírame a los ojos y dime que no valió la pena.

Pamela dudó, apretando con fuerza el diminuto cuerpo de Adrián mientras él mamaba ruidosamente de su pezón. Los gorjeos de satisfacción del bebé llenaron el tenso silencio. Exhaló bruscamente por la nariz y levantó sus ojos oscuros para encontrarse con la mirada divertida de Marisol.

> ¡Que te jodan! – exclamó con ese acento de “Amazona española” que me encanta, pero no había verdadera ira detrás de esas palabras, solo agotamiento y algo peligrosamente parecido a la gratitud.

El aire se sentía eléctrico. Todas me miraban, algunas, como Amelia y Violeta, con un toque de vergüenza. Verónica y Lucía, por otro lado, me miraban como si nuestras escapadas fueran simples travesuras infantiles. Marisol, por supuesto, me miraba con sus brillantes ojos esmeralda llenos de admiración. Y a pesar de su furia española latente, Pamela también me miraba con rastros de amor. Todas habían compartido mi cama y sabían que no sería la última vez. Que, de alguna manera, se las arreglarían para escapar conmigo a solas, tal vez incluso con la ayuda de Marisol, o con ella uniéndose a nosotros. Pero en el fondo, todas entendían por qué Pamela me había elegido para quedarse embarazada.

Marisol rompió el silencio primero, aclarando la garganta de forma teatral.

+ ¡Oh, Amelia, querida! - dijo, estirando las piernas, con el pie descalzo rozando mi pantorrilla con una presión deliberada. - Te he traído algo de Australia… (Hizo una pausa, torciendo sus finos labios.) …Pero creo que lo dejé en el dormitorio de Pamela… (Su mirada se posó en mí, lenta y cómplice.) … Marco, mi amor, ¿Te importaría llevarla a buscarlo?

Tragué saliva. Amelia me miró, sonrojándose también. Amelia contuvo el aliento de forma audible, un sonido tan agudo que el pequeño Adrián se sobresaltó en brazos de Pamela. Se levantó bruscamente, con sus enormes pechos balanceándose bajo la camiseta sin mangas estirada, y capté un leve temblor en sus muslos mientras alisaba las arrugas inexistentes de sus leggins. El aroma barato a su perfume se intensificó a su alrededor, mezclándose con el almizcle de la anticipación.

- ¿Dónde lo dejaste, Ruiseñor? - le pregunté, resignándome a mi destino, viendo ya su sonrisa pícara en los labios.

Marisol se enrolló un mechón de cabello castaño miel alrededor del dedo, con los ojos verdes brillando con picardía.

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+ Ya sabes, en la cama de Pamela. - señaló con fingida indiferencia, señalando con la mano a Amelia. - Es el “paquete grande... debajo de unas ropas.

La forma en que sus finos labios se curvaron al pronunciar la palabra “ropa” hizo que Pamela gimiera entre las sábanas del hospital: sabía muy bien que allí no había ropa. No habíamos estado en su habitación en todo el viaje.

Los labios carnosos de Amelia se separaron ligeramente y su pulso se aceleró visiblemente en la base de la garganta. La camiseta sin mangas se pegaba a su escote húmedo mientras se giraba hacia la puerta, balanceando las caderas lo justo para que la tela barata de sus leggins se tensara sobre su trasero. Violeta me dio una suave patada en el tobillo para llamar mi atención y me susurró:

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o ¡No te atrevas a arruinar su anillo de boda! - como si a alguno de nosotros nos importara un comino el barato anillo de plata de Ramiro en ese momento.

Marisol se estiró perezosamente, y el dobladillo de su falda se subió dejando al descubierto las bragas de encaje blanco que me encantan.

+ ¿Y Marco? - preguntó mientras se lamía una gota de jugo de uva del labio inferior. - Comprueba también por la parte de atrás. Puede que haya algo que merezca la pena ver.

Pamela se atragantó tomando agua, sabiendo que íbamos a profanar su cama. Lucía se abanicaba con una revista.

<- ¿Otra vez? - Verónica me preguntaba con los labios mudos, recordando cómo le había follado el culo el lunes.

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> Solo... no ensucies demasiado mi cama. – nos pidió Pamela con desdén, aceptando a regañadientes mientras amamantaba a Adrián. - Y ventila mi habitación cuando hayas terminado.

Marisol puso los ojos en blanco en tono juguetón.

+ ¡Ay, relájate, prima! ¿No dijiste que Marco te folló hasta dejarte sin sentido en tu cama cuando te dejó embarazada, y que, aun así, dormiste como un bebé después? - Las mejillas de Pamela se sonrojaron y frunció los labios en un puchero mientras Marisol le lanzaba a Amelia una sonrisa cómplice. - ¡Vamos, hermanita! Ha pasado mucho tiempo.

Amelia dudó solo un instante antes de seguirme, balanceando las caderas con deliberada moderación, con ese movimiento lento y controlado que hacía que la tela barata de sus leggins se pegara a cada curva. En cuanto la puerta se cerró detrás de nosotros, se le cortó la respiración. El aroma de su excitación, denso y floral, inundó el pasillo estéril antes incluso de que dobláramos la primera esquina.

Camila casi chocó con nosotros en la sala de enfermeras, y su portapapeles cayó al suelo al darse cuenta de nuestra proximidad: Amelia se pegaba tanto a mí que su enorme pecho rozaba mi brazo con cada paso apresurado. Los ojos oscuros de la enfermera se movieron rápidamente entre nosotros, deteniéndose en la garganta sonrojada de Amelia antes de posarse en mí con sospecha.

-> ¿Ya se van a casa? - preguntó con voz engañosamente ligera mientras se agachaba para recoger sus archivos, con el escote de su bata abierta, dejando al descubierto las marcas de mordiscos que le había dejado en la clavícula la noche anterior.

-Marisol dejó el regalo de Amelia en casa de Pamela. - respondí, observando cómo los dedos de Camila apretaban la carpeta hasta que el plástico crujió.

Sus fosas nasales se dilataron; probablemente podía oler la excitación de Amelia mezclada con el antiséptico del hospital, podía leer la tensión en cómo los labios carnosos de mi cuñada se separaban y se apretaban como si estuviera conteniendo físicamente las palabras. O los gemidos.

La mirada de Camila se posó en el escote de Amelia, esos enormes pechos que prácticamente se salían de su camiseta sin mangas después de que las pequeñas manos de Adrián la hubieran torcido. Inhaló bruscamente por la nariz, captando nuestro olor como un sabueso. La maratón de la noche anterior entre sus muslos abiertos la había dejado todavía temblando cuando salió del trabajo esta mañana, y ahora aquí estaba yo, llevando a otra mujer hacia una cama con la misma facilidad depredadora.

Viaje relámpago (VII)

-> Un regalito, ¿eh? - La carpeta de Camila crujió bajo su agarre con los nudillos blancos, y sus ojos se posaron en el pulso visible en la garganta de Amelia.

La enfermera sabía exactamente qué tipo de “regalo” nos esperaba en la habitación de Pamela: ella misma lo había recibido y reconocía la dilatación hambrienta de las pupilas de Amelia, la forma en que sus labios carnosos se separaban como si ya estuviera imaginando cómo se envolvían alrededor de mi verga.

-> Hum. - dijo, sin poder ocultar sus celos. - Entonces, supongo que nos vemos mañana.

Y apretó la carpeta entre sus manos mientras se dirigía a la habitación de Pamela.


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