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el taxista me rompió el culo

Ayer fue una de esas noches que empiezas diciendo “solo unas copas” y terminas sin saber ni cómo llegaste al baño del antro a las 4:30 de la mañana con la tanga empapada y el celular al 3%.

Salí tambaleándome, el mundo giraba como carrusel de feria, la música todavía me retumbaba en los oídos. Había un solo taxi en la calle, de esos viejos Tsuru que parecen que van a desarmarse. Me subí atrás sin pensarlo dos veces.

El taxista era un tipo como de 40 y pico, moreno, pelo corto con algunas canas, brazos fuertes de los que se ven marcados bajo la camisa polo ajustada. Voz gruesa, de esas que te hablan bajito y te dan escalofríos.

—Buenas noches, pequeño. ¿A dónde vamos tan tarde y tan… contento? —dijo mirándome por el retrovisor con una sonrisita que ya sabía lo que significaba.

Le di la dirección entre balbuceos y risitas tontas. Olía a cerveza, a sudor limpio de antro y a esa colonia barata que usan los vatos que trabajan de noche. Me recosté en el asiento y cerré los ojos un segundo. Error.

De repente siento su mano en mi muslo. No agresiva, pero tampoco tímida. Solo… ahí. Firme.

—Tranquilo, no muerdo… a menos que me lo pidas —murmuró.

Me dio risa nerviosa. Intenté hacer el digno:

—No, wey, estoy muy borracho… mejor no.

Pero no quité su mano. Y él no la quitó tampoco.

Pasaron como tres minutos en silencio. Solo se escuchaba el motor, mis respiraciones que se iban acelerando y el roce lento de sus dedos subiendo poquito a poco por el interior del muslo. Yo traía unos jeans rotos muy pegados y una tanga de encaje negro que se me metía entre las nalgas desde las 2 de la mañana. Cada vez que me movía sentía la tela rozándome el ano ya sensible de tanto baile y tanto roce en la pista.

—¿Seguro que no quieres? —volvió a preguntar, esta vez más ronco—. Se te ve cara de necesitarlo… y yo traigo ganas desde que te subiste y vi cómo se te marcaba el culo en esos jeans.

Tragué saliva. La verga ya se me estaba poniendo dura solo de escucharlo hablar así. El morbo me estaba ganando a lo cabrón. La borrachera ayudaba, claro. Todo se sentía como sueño húmedo.

—¿…y si mejor me bajas en la esquina? —dije, pero mi voz salió temblorosa, casi rogando que no me hiciera caso.

Él se rio bajito.

—Puedo bajarte… pero no en tu casa, mijo.

Giró en una calle oscura, de esas de bodegas abandonadas y faroles fundidos. Apagó las luces del taxi, dejó el motor prendido para que no se enfriara el ambiente. Se bajó, abrió la puerta trasera y se metió conmigo en el asiento de atrás.

Ahí sí ya no había escapatoria ni ganas de escapar.

Me jaló de la cintura y me puso de rodillas en el asiento, con la cara contra el respaldo y el culo en pompa. Me bajó los jeans y la tanga de un solo jalón hasta las rodillas. El aire frío de la madrugada me pegó directo en el agujero y gemí como puta.

—Qué rico te ves así… todo mojadito y abierto —susurró mientras me abría las nalgas con las dos manos.

Sentí su aliento caliente en mi culo antes que la lengua. Lamió despacio, con ganas, metiendo la punta dentro, abriéndome con saliva. Yo empujaba hacia atrás sin darme cuenta, gimiendo como loco. Olía a sexo puro: sudor, alcohol, mi propio culo excitado.

De pronto paró. Escuché el sonido inconfundible de su cremallera. Luego el roce de su verga gruesa y caliente contra mi entrada. No era monstruosa, pero estaba dura como piedra y goteaba precum que sentí resbalar por mi perineo.

—¿Quieres condón, pequeño? —preguntó con voz de puro vicio.

Silencio. Dos segundos. Tres.

—No… —susurré, casi llorando de la calentura—. Métemela así… sin nada.

No esperó ni un segundo más. Escupió en su mano, se lubricó la punta y empujó.

La sensación de abrirse sin forro es indescriptible. Primero el ardor delicioso, luego esa presión caliente llenándome centímetro a centímetro. Gemí tan fuerte que seguro se escuchó en la calle vacía. Él gruñó de placer cuando sintió mis paredes apretarlo sin barrera.

—Puta madre… qué rico te sientes… calientito y apretado…

Empezó a bombear lento al principio, dejando que me acostumbrara. Cada embestida hacía que mi verga goteara contra el asiento de vinipiel. El carro se mecía con cada empujón. El olor a sexo se volvió insoportable: sudor, precum, culo, testosterona.

Después ya no hubo delicadeza. Me agarró de las caderas y me rompió el culo como si fuera su última cogida en la tierra. Entraba hasta el fondo, salía casi por completo y volvía a clavar. Sentía sus huevos peludos golpeándome el perineo, el roce áspero de su vello púbico contra mis nalgas. Cada vez que me la metía hasta la base gemía como si me fuera a partir en dos y yo solo podía decir:

—Más duro… por favor… rómpeme…

No sé cuánto tiempo pasó. Cinco minutos, diez, media eternidad. De repente sentí que se ponía más grueso dentro de mí. Me agarró del pelo y me jaló la cabeza hacia atrás.

—Te voy a llenar, putito… ¿quieres mi leche adentro?

—SÍ… lléname… por favor… —casi lloraba.

Gruñó como animal y se vino. Sentí los chorros calientes golpeando bien adentro, muy profundo. Uno, dos, tres, cuatro pulsos fuertes. Me llenó tanto que sentí cómo el semen empezaba a escaparse alrededor de su verga y me chorreaba por las bolas.

Se quedó dentro unos segundos más, respirando agitado contra mi nuca. Luego salió despacio. Sentí el vacío y después el semen caliente resbalando por mis muslos, goteando hasta el asiento.

Me dejó ahí, con el culo abierto, rojo, palpitante y lleno. Se limpió con una servilleta de las que traen los taxis, se subió el cierre y volvió al asiento del chofer como si nada.

—Te llevo a tu casa, pequeño. Pero la próxima vez… avísame con tiempo para que traiga más gasolina y más leche.

Llegué a mi casa con las piernas temblando, el culo ardiendo deliciosamente y una sonrisa de idiota en la cara.

Nunca supe su nombre.  
Nunca le pedí el número.  
Pero cada que veo un Tsuru gris en la calle… se me para.

1 comentarios - el taxista me rompió el culo

Lolko69
Que buena historia mandame privado !!