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El callejón oscuro 2

El viernes siguiente, Laura llegó antes de que cayeran las sombras. Se había duchado con agua hirviendo, se había depilado hasta quedar suave como seda y se había puesto solo un abrigo largo de lana negro, nada debajo. Ni zapatos: iba descalza, como una ofrenda. En la mano llevaba una botella de ron barato que había comprado para ellos.
Los encontró ya reunidos, fumando, charlando bajo la misma farola rota. Cuando la vieron aparecer, se hizo el silencio. Ella abrió el abrigo despacio, dejando que se deslizara hasta los tobillos. Desnuda, temblando de frío y de ganas, se arrodilló en el suelo sucio y dijo con voz ronca:
—He vuelto… y esta vez quiero más.
El grande, al que ya conocía como Dre, soltó una carcajada grave.
—Mira, la blanca… la puta ya tiene nombre: Viciosa.
Se acercaron sin prisa. Esta vez no hubo fingimiento de miedo. Laura abrió la boca y la primera polla entró directa a su garganta como si fuera su casa. Otro la agarró del pelo y le metió la suya entre los labios hasta que quedaban libres, follándole la cara con dos pollas a la vez. Ella gemía, babeaba, los ojos en blanco.
La levantaron como a una muñeca. Dre se tumbó en el suelo y la empaló por el coño de un solo golpe; sintió cómo su polla le llegaba hasta el fondo, golpeándole el útero. Otro se puso detrás y, sin avisar, le metió la suya entera en el culo. Laura gritó, pero fue un grito feliz, animal. Los otros dos se turnaban en su boca, a veces metiéndole las dos cabezas a la vez, estirándole los labios hasta doler.
—Quiere más, miradla —dijo uno, riendo.
Y ella sí quería más. Cuando Dre se corrió dentro, caliente y abundante, otro tomó su lugar sin dejarla ni respirar. Le abrieron las piernas tanto que creyó que se partirían en dos. Uno le metió cuatro dedos en el coño mientras otro la follaba el culo, y ella se corrió tan fuerte que eyaculó, salpicando el suelo.
Después la pusieron a cuatro patas y empezaron el tren. Uno tras otro, sin descanso. Cada vez que uno se corría, el siguiente entraba sin limpiar, resbaladizo de semen ajeno. Laura perdió la cuenta después del octavo polvo. Solo sabía que le chorreaba por todas partes: por el coño, por el culo, por la cara, por el pelo. Tenía las tetas rojas de tanto apretón y mordisco.
Cuando ya no podían más, la rodearon de pie y se pajeaban sobre ella. Cinco chorros calientes y espesos le cayeron encima al mismo tiempo: cara, boca abierta, tetas, espalda. Laura se estremeció con un último orgasmo, de rodillas, cubierta, usada, feliz.
Dre le pasó el ron. Ella bebió a morro, tosió, rio.
—¿El viernes que viene? —preguntó con la voz rota.
Todos asintieron. Uno le guiñó un ojo.
—Trae a tu amiga Marta, blanca. Queremos ver si aguanta la mitad que tú.
Laura se levantó tambaleante, recogió el abrigo sin ponérselo, y se fue caminando desnuda y chorreando por el callejón, dejando un rastro brillante bajo la luz de la farola.
Ya contaba los días.

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