Recibí su mensaje temprano, mientras todavía estaba desayunando. Era un seguidor que ya me había mostrado interés antes, pero esta vez fue directo: quería ver fotos y videos míos con rostro incluido. Yo le respondí rápido, pero dejándole claro una regla mía:
—Podemos hacerlo, pero en persona. No envío nada así por Internet.
Él entendió al instante. Sabía que para mí, mostrar mi rostro digitalmente era un riesgo: podía terminar en manos de cualquiera. Así que la idea era encontrarnos en un café tranquilo, donde pudiera enseñarle todo desde mi celular, controlando quién veía cada imagen y video.
Llegué al café y lo vi sentado en una esquina, con esa mezcla de curiosidad y admiración que siempre me hace sonreír. Me saludó y, sin rodeos, me pidió que empezáramos.
—¿Querés mostrarme algunas fotos primero? —preguntó con entusiasmo.
Saqué el celular y le mostré la primera tanda. Fotos de mi cuerpo entero, en poses que jugaban con la luz y las sombras, con gestos provocativos, suaves sonrisas y mirada directa a la cámara. Su reacción fue inmediata: se inclinó un poco para no perder detalle, respiración un poco más rápida, ojos brillando de interés.
Después le mostré otra tanda, más sensual: movimientos más sugerentes, detalles que antes no había mostrado, siempre sin exagerar, pero subiendo la temperatura de forma gradual. Cada foto tenía intención, cada gesto estaba pensado para provocar sin que se viera explícito. Él parecía fascinado, comentando de manera sutil cada cambio:
—Wow… esa te queda increíble.
Luego llegó el momento de los videos. Empecé con clips cortos, de movimientos suaves, risas juguetonas, un poco provocativos. Su mirada no se apartaba de la pantalla, y yo disfrutaba viendo cómo reaccionaba: su respiración se aceleraba, su cuerpo se inclinaba hacia mí, atento a cada detalle.
Cada video que le mostraba era más caliente que el anterior. La evolución era intencional: primero insinuación, luego provocación clara, pero siempre controlada. Yo decidía el ritmo, el nivel de exposición, y él solo podía mirar, pagando por ese privilegio.
En un momento, levantó la vista y dijo, con una mezcla de broma y deseo:
—Esto es… mucho más intenso de lo que esperaba.
Yo sonreí, disfrutando el poder del momento:
—Es que todo esto lo vemos en persona, así nadie más puede usarlo ni verlo. Todo queda entre vos y yo.
Cuando terminé la tanda de videos más calientes, él sacó el efectivo y me lo pasó sobre la mesa. La sensación de control y poder fue increíble: pagaba por mirarme, por sentir esta excitación visual que yo decidía mostrar, todo de manera segura.
Antes de irme, dejé un mensaje juguetón y un poco irónico:
—Si querés más, ya sabés dónde encontrarme 😉
Salí del café caminando despacio, disfrutando la adrenalina de haber jugado así, segura, deseada y valorada, sin comprometer nada con Alexis. Cada paso me recordaba que podía ser admirada, provocativa y sensual a mi manera, y que todo estaba bajo mi control.








—Podemos hacerlo, pero en persona. No envío nada así por Internet.
Él entendió al instante. Sabía que para mí, mostrar mi rostro digitalmente era un riesgo: podía terminar en manos de cualquiera. Así que la idea era encontrarnos en un café tranquilo, donde pudiera enseñarle todo desde mi celular, controlando quién veía cada imagen y video.
Llegué al café y lo vi sentado en una esquina, con esa mezcla de curiosidad y admiración que siempre me hace sonreír. Me saludó y, sin rodeos, me pidió que empezáramos.
—¿Querés mostrarme algunas fotos primero? —preguntó con entusiasmo.
Saqué el celular y le mostré la primera tanda. Fotos de mi cuerpo entero, en poses que jugaban con la luz y las sombras, con gestos provocativos, suaves sonrisas y mirada directa a la cámara. Su reacción fue inmediata: se inclinó un poco para no perder detalle, respiración un poco más rápida, ojos brillando de interés.
Después le mostré otra tanda, más sensual: movimientos más sugerentes, detalles que antes no había mostrado, siempre sin exagerar, pero subiendo la temperatura de forma gradual. Cada foto tenía intención, cada gesto estaba pensado para provocar sin que se viera explícito. Él parecía fascinado, comentando de manera sutil cada cambio:
—Wow… esa te queda increíble.
Luego llegó el momento de los videos. Empecé con clips cortos, de movimientos suaves, risas juguetonas, un poco provocativos. Su mirada no se apartaba de la pantalla, y yo disfrutaba viendo cómo reaccionaba: su respiración se aceleraba, su cuerpo se inclinaba hacia mí, atento a cada detalle.
Cada video que le mostraba era más caliente que el anterior. La evolución era intencional: primero insinuación, luego provocación clara, pero siempre controlada. Yo decidía el ritmo, el nivel de exposición, y él solo podía mirar, pagando por ese privilegio.
En un momento, levantó la vista y dijo, con una mezcla de broma y deseo:
—Esto es… mucho más intenso de lo que esperaba.
Yo sonreí, disfrutando el poder del momento:
—Es que todo esto lo vemos en persona, así nadie más puede usarlo ni verlo. Todo queda entre vos y yo.
Cuando terminé la tanda de videos más calientes, él sacó el efectivo y me lo pasó sobre la mesa. La sensación de control y poder fue increíble: pagaba por mirarme, por sentir esta excitación visual que yo decidía mostrar, todo de manera segura.
Antes de irme, dejé un mensaje juguetón y un poco irónico:
—Si querés más, ya sabés dónde encontrarme 😉
Salí del café caminando despacio, disfrutando la adrenalina de haber jugado así, segura, deseada y valorada, sin comprometer nada con Alexis. Cada paso me recordaba que podía ser admirada, provocativa y sensual a mi manera, y que todo estaba bajo mi control.








5 comentarios - Videos en vivo