Sumiso en castidad: La vecina V

Este relato y los siguientes juegan entre la realidad y la fantasía. Algunas de las cosas aquí escritas son ciertas, otras no. Queda a consideración del lector qué tomar por cierto y qué no.

Parte 1: http://www.poringa.net/posts/relatos/3595945/Sumiso-en-castidad-La-vecina.html
Parte 2: http://www.poringa.net/posts/relatos/3596937/Sumiso-en-castidad-La-vecina-II.html
Parte 3: http://www.poringa.net/posts/relatos/3601868/Sumiso-en-castidad-La-vecina-III.htmlParte 4: http://www.poringa.net/posts/relatos/3607998/Sumiso-en-castidad-La-vecina-IV.html




A la mañana siguiente desperté sorprendentemente descansado. Supongo que el forcejeo contra las esposas y los pedidos de súplica me dejaron agotado porque dormí profundamente. Abrí los ojos y busqué a Verónica con la mirada. Ya no estaba en la habitación pero mi pija seguía, afortunadamente, libre (y tan dura como la noche anterior). Cavilé un rato sobre mi situación: atado a la cama de una vecina dominante que me tenía sin acabar hace una semana y me había transformado en su juguete sexual. Pensé en cómo se habían dado las cosas, en esa infortunada acabada en la cara de Vero (la última en mucho tiempo) y en lo rápido que había aceptado mi nuevo rol como sumiso. Pensé en Belén, tan linda y dulce, analizando con interés mi cinturón de castidad mientras hablaba con su amiga, quizás pensando en ponerle uno a su novio. Pensé en lo que me había dicho en el bar, en el lugar que venía a ocupar yo en la vida de Verónica y me dí cuenta que estaba más lejos de cogermela que antes. Mucho más lejos. Por algún motivo la idea de deprimía y me calentaba por partes iguales. 


No pude pensar mucho más porque Verónica entró en la habitación. Mi pija dió un salto en cuanto la ví: estaba en tetas y sólo llevaba puesta una tanga diminuta. Era una verdadera bomba la hija de puta. No dije nada (tampoco hubiera podido con la cinta en la boca) y la seguí con la mirada mientras le daba la vuelta a la cama hasta que estuvo de pie a mi lado. Se inclinó para hablarme y el roce de su pelo sobre el pecho casi me hace temblar.


- Buenos días, juguete -me dijo con más dulzura de la que esperaba- ¿Cómo dormiste?
No pude responder.
- Ah, cierto... -dijo mientras ponía un dedo sobre la cinta que me cubría la boca- Anoche no te callabas y ahora no podés hablar. ¿Te quedaste mudito de tanto pedir?
No quise responder.
Verónica fue rápida y me dió una cachetada en la pija con la mano abierta. Mi pija, que seguía durísima, rebotó de un lado a otro. No me dolió pero me calentó tanto que me hizo gemir.
- Veo que no. ¿Querés que pruebe más fuerte?
No llegué a negar con la cabeza que Verónica ya había levantado de nuevo la mano. Esta vez fue más fuerte, como mi gemido, pero tampoco me dolió.
- No me digas que te gusta... 
Dejó la frase sin terminar y me dió otra cachetada. Y otra. Y otra. Mi pija rebotaba con cada golpe y el chasquido del cachetazo se mezclaba con mis gemidos ahogados y la risa de Verónica. Se estaba divirtiendo, o mejor dicho se estaba cobrando venganza de la pija que la había cubierto de leche sin su permiso una semana atrás.
Perdí la cuenta de cuántos golpes fueron hasta que paró de repente y me agarró la pija muy fuerte, por la base, para dejarla bien quieta.
- Mirá lo que sos... tan sumiso que podría sacarte la leche a golpes. Das lástima.
Levanté la vista y comprobé que Verónica tenía razón: estaba goteando de nuevo.
La miré buscando compasión pero me ignoró y se subió de pié a la cama. Me sacó (o mejor dicho me arrancó) la cinta de la boca y ahogó mi grito de dolor sentándose directamente sobre mi cara.
- Hora de desayunar -fue todo lo que dijo, y se puso a cabalgarme la boca-

Así como estaba, acostado sobre mi espalda y atado de pies y manos no tenía otra opción. Tenía todo el peso de Verónica encima que se movía a su antojo con demasiada libertad sobre mi cara. Se frotaba como quería y no paraba de gemir, pero yo ya tenía dificultades para respirar. Verónica lo sabía y controlaba el ritmo perfectamente: cada vez que estaba por ahogarme, paraba, se levantaba unos centímetros, se reía un poco y volvía a enterrarme entre sus cachetes.
Por supuesto que tampoco desaprovechó la ocasión para humillarme. Creo que la divertía tanto o más que la chupada, porque cada vez que me dejaba respirar me preguntaba:
- ¿Qué pasa, sumiso? ¿Te gusta? ¿Querés acabar?
- Sí por favmmmgghhh -pero Verónica no me dejaba terminar y me callaba de nuevo de una sentada-


La dominación de Verónica era total, y no sólo por la posición. Mi pija no daba signos de ceder y Verónica no sólo lo había notado sino que se divertía con eso. Me preguntó cómo podía ser tan poco hombre, que cualquier otro ya se la hubiera cogido pero que a mí con eso (mientras me volvía a golpear la pija) no me alcanzaba para nada. Sus humillaciones, lejos de molestarme, me hacían calentar y a ella gemir cada vez más.
No sé cuánto tiempo estuvimos así hasta que Verónica acabó en un espasmo. Lejos de bajarse, se acomodó bien sobre mí para asegurarse de que no pudiera respirar y con los brazos en jarra comenzó a interrogarme.


- ¿Sos mi esclavo sumiso?
Intenté decir que sí pero no pude. El culo de Verónica era demasiado macizo y firme y no aflojaba la presión, así que me limité a asentir con la cabeza.
- Muy bien. ¿Y tu pija sirve para algo?
Entendí de inmediato el juego. Esta vez fue un no.
- Exacto. Por eso está descartada y encerrada. ¿No te parece bien?
No, no me parecía bien pero... Verónica tenía razón. No había podido satisfacerla, y si mi hubiese dejado cogerla en ese momento no habría durado ni dos minutos. Dije que sí.
- Dios qué facil que sos. Te encanta estar sometido y humillado.
No fue una pregunta, pero Verónica volvía a tener razón. Otro sí en silencio.
- Y estoy segura que también sos cornudo y maricón, ¿o no?
Esta vez dude. No era ninguna de las dos cosas (que yo supiera), pero Verónica lo dijo con tanta seguridad que me descolocó. 
 - ¿O NO? -me repitió Verónica amenazante mientras aumentaba la presión-
Contesté que sí de inmediato. Me empezaba a faltar el aire.
- Ya me parecía -repuso más tranquila aflojando un poco- Vamos a tener que comprobar ambas igual. Ahora decime: ¿querés acabar?
Dije que sí desesperado por aire y por acabar, pero Verónica repitió.
- ¿Querés acabar?
Asentí varias veces.
- No te escucho -insistió- ¿querés acabar?
Como pude, dije que sí. Grité que sí, pero fue un grito ahogado en ese culo perfecto.


Verónica se levantó de un salto y volvió a ponerse de pie a mi lado. Yo estaba destruído, sin aire, transpirado y con la boca seca. Ella estaba como si nada, fresca y recién acabada. Me miró con expresión neutra y sin decir palabra fue bajando lentamente su mano, acariciándome el pecho, la panza, las bolas y finalmente la pija con la yema de los dedos. Suspiré de placer y ella de aburrimiento. Tomó mi pija con sólo dos dedos y empezó a frotarme la cabeza entre pulgar e índice.


- Bueno... espero que esto sea suficiente -dijo mientras dibujaba círculos distraída sobre el glande-
Lo era, y ella lo sabía. Una semana sin acabar me habían dejado extremadamente sensible y verla ahí desnuda haciéndome una paja hacía el resto.
- Un manicero como vos no necesita más... ni se merece más -añadió- Claro que... 
Verónica hizo una pausa deliberada y mi pija dió un salto. Comprobó que ya estaba mojado, puso los ojos en blanco y continuó:
- Claro que no va a ser gratis. Me vas a tener que dar algo a cambio.
Dije que sí de inmediato y de todas las formas posibles. Lo que ella quisiera, cuando quisiera, como lo quisiera. Lo que sea por acabar.
- Quiero que me pidas que te vuelva a encerrar -dijo Verónica sonriendo tranquilamente-
Me quedé helado. No sé qué esperaba, pero no esperaba eso. La perspectiva de estar encerrado otra semana entera me aterraba.
- Si no... -añadió Vero con calma- Ya sabés.
Verónica dejó de mover los dedos, levantó uno y me miró fijamente. Tenía la pija latiendo, apoyada en uno de sus dedos, y no tuve ninguna duda de que si no aceptaba de inmediato me iba a dejar así.
- Okey... -dije con dificultad- Pero...
- ¿Pero qué? -me interrumpió Verónica mientras volvía a frotarme con lentitud- ¿No te gusta tu jaula?
No respondí. No me atrevía. Tampoco hizo falta.
- Está bien... -dijo Verónica muy calmada, manteniendo un ritmo constante y mirándome a los ojos- Tenemos otras opciones. ¿Qué te parece una de metal? Mucho más rígido que el plástico y con barrotes, como para recordarle a tu pija que está encerrada.
Verónica hizo un pausa y miró pensativa, con la cabeza de lado. Mi pija temblaba entre sus dedos y yo sabía que no me faltaba mucho para acabar.
- Claro que también puede ser de plástico, pero más chica -repuso como hablando para sí misma, retomando el movimiento- Mucho más chica -añadió midiendo mi pija contra sus dedos- Lo ideal sería que no puedas tener más erecciones, después de todo no sirven para nada. 
Yo estaba al borde. Acabar en ese momento hubiera sido un sí implícito. Junté la poca fuerza que me quedaba y supliqué desesperado:
- No, por favor no. Todo menos eso.
- ¿Ah, no? -siguió Verónica indiferente- Entonces de otro color. ¿Qué te parece negro, así no te la podés ver más? O rosa, para que muestre lo nenita que sos.


Eso último fue demasiado. Me volvió la imágen de Belén tocándome el cinturón con curiosidad, ahora de color rosa afeminado. Me imaginé su risa y mi humillación. Me calenté demasiado y sentí la leche brotarme de las pelotas cuando Vero dijo con firmeza:
- Pedime.
- Por favor, encerrame. Encerrame todo lo que quieras pero dejame acabar.
No lo pensé, simplemente lo dije. Verónica sonrió satisfecha.
- Okey, como quieras.


Y me soltó. Me soltó justo cuando empezaba a acabar en un grito, más allá del punto de no retorno. Mi pija empezó a dar saltos descontrolada y largar leche como nunca antes, a chorros, que me llegaron hasta el pelo. Verónica se apartó un paso y contempló el espectáculo mientras yo me retorcía, atado de pies y manos, moviendo sólo la cadera en el aire como la noche anterior. Supliqué por favor que siguiera, que me tocara un poco, que no me dejara así, sin orgasmo. Lo único que siguió fue mi pija largando leche hasta que estuve todo cubierto y la risa de Verónica ante un espectáculo tan patético como frustrante. Mi pija todavía escupía leche cuando Verónica volvió a acercarse y dijo:

- ¿Terminaste? Yo cumplí mi parte del trato. Ahora te toca a vos.

Sacó el cinturón de castidad y me lo volvió a poner. No me opuse ni dije nada. No podía. Con las últimas fuerzas que me quedaban alcancé a ver, para mi alivio, que era el mismo: de plástico, mediano, transparente. Perdí la conciencia unos segundos por el agotamiento. El ruido de una cámara me hizo recobrarla: Verónica me sacaba fotos con su celular.


- Perdón, es que -me dijo en una falsa disculpa, tapándose la risa con el dorso de la mano- Las chicas tienen que ver esto. Un machito atado, encerrado y cubierto de su propia leche. Les va a encantar.


No dije nada y la dejé hacer. Verónica sacó un par de fotos más y me desató. Tampoco hice nada. Agarre mi ropa y, ante la negativa de Verónica de bañarme, me vestí como pude y me fui. Ni siquiera atiné a protestar. Llegué a mi casa agotado, cubierto de leche y otra vez encerrado, pero lo único en lo que podía pensar era en tener un orgasmo. Verónica tenía razón: era un sumiso completo y mi transformación ya era total e irreversible.


¿Continuará?















6 comentarios - Sumiso en castidad: La vecina V

cbacordoba +1
Por favor, segui esta historia... hace un mes que espero la continuación