Cuadra de putas 11

Tres meses después, ya tenía a todas las zorras trabajando a pleno rendimiento en “La Parroquia”, como habíamos bautizado al Puti Club. Bueno, como lo había bautizado mi madre, la zorra mayor del reino, ja, ja.
El grupo de putillas se había ampliado, luego os contaré las nuevas incorporaciones, pero la que se estaba comportando como una campeona del puterío y que nos tenía a todos sorprendidos era la tía Fina. Era tan entusiasta que hasta se llevaba clientes a casa en sus ratos libres. Total, lo que opinase el cornudo del tío Blas se la traía al pairo. Simplemente volvía a casa con el traje de puta que se hubiese puesto el día en cuestión, siempre algo sexi, hortera y bastante puerco, tipo leggins marcacoños o minis de infarto. En plan choni madura. Saludaba sucintamente al tío Blas, que solía estar apalancado viendo la tele, y arrastraba al cliente de la manita a la habitación de su hija. Invariablemente le decía: “Hola, Blas, voy con el chico este a que me explique unas cosas de “informática”, no nos molestes en un rato, ¿de acuerdo?”. El cornudo, asustadizo, solía asentir cabizbajo y la dejaba hacer. Ella empujaba a su sorprendida pareja, que, muchas veces no sabía cómo reaccionar ante la escena “familiar” que acababa de ver. Siempre se trataba de chicos muy jóvenes, de entre 20 y 25 años, y bastante cachas.
Después, ya en la habitación de la niña, ni tan siquiera se preocupaba de cerrar la puerta y, berreando como una cerda, pasando de lo que pudiera pensar el maricón de su marido o los vecinos, se follaba al yogurín durante una hora o dos hasta sacarle toda la leche y dejarle los huevos como pasas. Normalmente, entre polvo y polvo, salía con una liviana bata o envuelta en una toalla a coger un par de cervezas a la nevera, sin molestarse lo más mínimo en disimular ante lo que pudiera pensar el cornudo. A veces, incluso cruzaba por delante de la pantalla del televisor, sudorosa y con el pelo revuelto, con marcas por el cuerpo y, en ocasiones, con churretones de semen seco en el pelo o por la cara. En fin, un espectáculo no apto para almas sensibles.
La cosa se complicó un día que había llevado a casa a un chico que solía venir mucho por “La Parroquia” y al que yo conocía del gimnasio. Era un chaval joven, de unos veinte años o así, que se llamaba Carlos, creo, pero al que todo el mundo llamaba Charly. El tío era bastante alto, para lo que era mi tía, claro. Medía 1,85 o algo. Debía pesar unos noventa kilos y era todo músculo, yo creo que tomaba anabolizantes o alguna porquería de esas, porque lo suyo no era muy normal. Por lo demás, el tío era bastante cazurro. Un garrulo de cuidado que, además tenía modales de chulo y vacilón. Vamos, el tipo de machote cañero que le gustaba a la guarrona de la tía. El chaval le había tomado bastante cariño y una tarde que vino al puti club, tenía tantas ganas de follársela que esperó hasta última hora para ver si podía echarle un polvete, pero ella tenía la “agenda” completa y, al final, cuando ya se iba y al verlo allí esperando, se apiado de él y decidió llevárselo a casa.
El chulito estaba encantado y ella, más feliz que todas las cosas. Fina se lo llevó de la mano hasta su piso. Subiendo en el ascensor perdieron la discreción y empezaron a morrearse. Él metió las zarpas bajo la minifalda y, saltándose el tenue obstáculo del tanga, metió el dedo en su culo. Ella, gimiendo como una gatita, le lamía la oreja, mientras le sobaba el paquete. Como la tía vivía en un 12 y el ascensor era más lento que el caballo del malo, pudieron recrearse un poquito en el calentamiento.
Al llegar al piso, la tía se encontró lo de siempre: el tío Blas viendo la tele. Éste, al oír la puerta, miró hacía la entrada, con cara de susto ante el aspecto poco recomendable del tipo que entraba sobando el culo a su parienta sin disimular demasiado. Ella le saludo escuetamente en plan: “¡Hola, Blas! Este es el Charly, que ha venido a explicarme unas cosas del Excell que no entiendo... Estaremos con el ordenador de la niña, en su cuarto. No nos incordies demasiado...” Y, hala, para dentro.
Y, mientras se desnudaban mutuamente, un incrédulo Charly le preguntó a la tía:
-Joder, Fina... y ¿tú marido se cree el rollo este de la informática?
-¿Éste? ¡Menudo maricón esta hecho! El muy pichafloja es más tonto que pichote... La verdad es que me importa una mierda lo que se crea o se deje de creer... A mí, con que no me dé por el culo con gilipolleces y su nómina de prejubilado llegue puntualmente cada mes, ya me va bien... –y agarrando la polla de Charly, añadió.- Esto es lo que a mí me interesa...
-¡Así me gustan a mí las putas! –dijo un Charly entusiasmado.
Y empezaron a echar uno de esos polvos de antología que le gustaban tanto a mi tía. La cosa transcurría por los derroteros habituales, con gritos y gemidos, guantazos de Charly en el culazo de Fina y arañazos de la tía al maromo. Todo regado generosamente con escupitajos a tutiplén. Y para más inri, sin la más mínima discreción, oyendo de fondo la televisión del salón.
Andaban ya por el segundo asalto, con Charly cómodamente sentado en la silla de ruedas del escritorio de la niña y la tía Fina, a cuatro patas frente a él. Su cabeza entre las piernas del Charly, lamiéndole los cojonazos mientras sobaba la húmeda polla. La tía le estaba poniendo a punto el rabo para que le petase el culo, cuando, sin que ellos lo oyesen, alguien entró en la casa.
Eran mi prima y su marido. Un gilipollas llamado Gustavo, al que todo el mundo llamaba Gus, que habían venido a hacer una visita sorpresa. En el comedor, saludaron a un sorprendido tío Blas, que, rápidamente, advirtió a su hija de que su madre estaba en su antigua habitación con un chico que le estaba explicando cosas del ordenador y que no quería que la molestasen.
-Tranquilo, papá, le daremos una sorpresa. –dijo mi prima. ¡Y tanto, menuda sorpresa!
La puerta de la habitación, como siempre, estaba entreabierta. Se podía escuchar el ruido sordo de la mamada que la puerca le hacía al macarrilla. Éste, susurraba entre dientes, sujetando con rabia el pelo de mi tía: “Bien, cerdita, bien... hasta los huevos... sigue, sigue...”. Estaban tan concentrados que apenas si se dieron cuenta cuando se abrió la puerta.
Y lo que vieron mi prima y su marido los dejo petrificados en el umbral. En la silla, el Charly sujetando la cabeza de mi tía que bajaba y subía a buen ritmo engullendo su rabo hasta las bolas. La tía, en pelotas y de espaldas a la puerta, a cuatro patas, sobre un cojín, meneaba su culazo al ritmo de la mamada. Mi prima se quedó boquiabierta, mirando el pandero de su madre, con los tatuajes de sus nalgas: “Fucking”, “Whore” que tan bien la definían y el texto que marcaba el camino de su culo: “Sólo para mi macho”... El Charly abrió los ojos un momento y se quedó parado. Momento en el que la tía le miró a su vez, y detuvo su mamada: “¿Que...?”, empezó a decir. Pero Charly la cortó en seco y la puso a mamar, sin dejar que girase la cabeza. En la puerta, mi prima ya se había vuelto y, a punto de ponerse a llorar, había enfilado el camino de la calle. Su marido, todavía se demoró un par de segundos asombrado, mirando el show y, tal y como me contó después el Charly, parecía hipnotizado con el culazo de su suegra. Tenía un cierto atisbo de deseo. No me extraña.
La zorra de la tía, sin darle importancia a la interrupción y, sin saber realmente lo que había ocurrido, continuó tragando rabo hasta que, un par de minutos después, obtuvo su ración de leche. El Charly se corrió, como acostumbraba a hacer con la puta de Fina, en plan bestia y grosero, pegando un buen berrido y apretando la cabeza de la puerca para que en su garganta entrase el máximo de polla. Como suele decirse, “con los huevos rebotando en la barbilla...”
Después de gritar un rotundo “¡Tragaaaaa, putaaaa!”, el Charly aflojó un poco la presión y, sin dejar de soltar los pelos de la tía, la dejó que gorgotease con el rabo en la boca mientras la erección iba cediendo. La tía seguía moviendo la lengua alrededor de la polla, mientras esta se iba encogiendo. Se tragó toda la cuajada, que seguramente le entró directa al estómago y, con los ojos cerrados, fue saboreando el rabo, mientras tosía levemente y, sudando como una cerda, acercaba una de sus manitas al coño, para masajeárselo y de ese modo acompañar el placentero orgasmo de su macho.
Cuando se aflojó la polla, el Charly levantó la cabeza estirando los cabellos de Fina y miró su jeta babeante, con hilillos de saliva que iban de la polla a una cara, toda llena de churretones, que intentaba una mueca sonriente. El Charly le escupió bien fuerte y le restregó el lapo y las babas por toda la jeta, hasta convertirlo en una capa homogénea que hacía brillar su carita de puerca.
-Fina –le dijo-, eres mi puta favorita...
Ella sonrió orgullosa y le dijo:
-¡Muchas gracias, Charly, me encanta oírlo! ¡Pero que sepas que me esfuerzo mucho, eh!
-¡Claro, claro! –el Charly ya se había levantado y se estaba limpiando la polla con el pequeño tanga de la tía Fina que estaba en el suelo. Ésta, contenta de su actuación y sumisa, ante el machote de turno, le dejaba hacer, al tiempo que cogía otro tanga de un cajón.
-Por cierto, -preguntó la tía- ¿por qué te has parado?
-Ah –respondió él despreocupadamente- es que ha entrado una pareja joven. Un chico y una chica y se han quedado parados un momento en la puerta... La chica se ha ido sorprendida y medio llorando y después el chico... Aunque, éste creo que le ha echado un buen repaso a tu culazo y...
La tía Fina se paró en seco y le miró asombrada. La única pareja que podría haber entrado era, obviamente, su recién casada hija y su yerno. Si de verdad eran ellos, aparte de matar al cornudo por haberles dejado pasar, tendría que arreglar el asunto sin más demora. Porque explicar a su hija que ella era una guarra comepollas de campeonato, que le ponía los cuernos a su padre en su misma casa, no iba a ser nada fácil. Aunque decidió disimular para no amargarle el rato que le quedaba al Charly en casa. A fin de cuentas el muchacho le había regalado un polvo excelente y no tenía la culpa de que el descuidado de Blas le hubiese arruinado a su adorable hija la celestial imagen de madre perfecta que tan a pulso se había ganado en su veintitantos años de matrimonio y castidad...
Todavía tonteó un poco más con el Charly y lo despidió, como a todos sus rolletes, paseándose por el comedor delante del cornudo, luciendo tanga y taconazos y agarrada de la cintura del chaval, mientras éste le sobaba el culazo. A duras penas podía el tío Blas apartar la mirada de la pantalla ante un espectáculo tan lascivo, pero optó, como siempre, por hacerse el tonto cobardemente. Lo racionalizó pensando en que quizá se trataba de algún juego de internet de esos de rol en el que había que disfrazarse... en fin, que cada uno se engaña como quiere...
Después de despedirse del Charly, al que, por cierto, no le cobró por el polvazo, se dirigió hecha una furia al comedor y se encaró con el tío Blas para echarle una bronca de las que hacen época. No recuerdo las palabras exactas, tal y cómo me las contó Fina tiempo después, pero la discusión vio a ser algo así:
-A ver, pichafloja de los cojones, ¿se puede saber quién coño ha entrado a interrumpir la clase de informática?
El tío Blas, ya sólo oyendo el tono en el que le empezó a hablar su mujer, se acojonó y contestó en tono sumiso y conciliador:
-Mira, Fina, no te enfades, eran la niña y Gustavo, que querían decirte una cosa y yo he pensado...
-¡Pero, vamos a ver, maricón de los huevos...! ¿Tú eres tonto o qué? –la tía ya había elevado el tono y le estaba gritando abiertamente. Sus tetas botaban a través de la bata traslucida y la imagen debía ser curiosa: el tío encogido en el sofá mientras su mujer le gritaba como una posesa, con el pelo revuelto y húmedo, así como la piel, con una reseca capa de sudor, semen y saliva mezclados, que cubría gran parte de su cuerpo, con el tanga por única vestimenta inferior y el orificio de su ano todavía ligeramente abierto por el reciente paso del rabo del Charly, con un ligero reguero de semen y flujo que bajaba desde su agujerito marrón hacía los muslos. Con sus tetas colgonas a través de la bata, su cuerpo se inclinaba hacia el sofá, donde se encogía el cornudo asustado ante sus gritos.
-¡Eres un pedazo de gilipollas que no sirve para nada! ¿No te he dicho que si estoy dando clase no quiero que nadie me moleste! ¡Y nadie, quiere decir nadie? Salvo que venga tu sobrino que es el experto... ¡Es que no sé cómo coño tengo que decirte las cosas!
-Pero... pero, Fina... por favor...
-¡Ni pero, ni hostias, joder! ¡Ahora no sé yo que coño habrán pensado la niña y su marido...! Estaba yo toda concentrada y no les he podido hacer ni caso... –aquí la tía omitió, lógicamente, el pequeño detalle de que no les hizo caso porque estaba de espaldas a la puerta, con una polla rascándole la campanilla... pero bueno, ese detallito ya trataría de arreglarlo con la niña... ¡si podía! Ahora, sólo quería desahogarse y buscar un culpable, y ¿quién mejor que el cornudo del tío Blas, para pagar por su frustración?
-Mira, imbécil, -prosiguió – te voy a decir una cosa: hasta que no se arregle el malentendido con la niña, vas a dormir en el sofá. ¡Total, en la cama eres un completo inútil! Así que ya puedes acomodarte bien, capullo, porque no te voy a dejar acercarte a la habitación hasta que no aclare lo que han creído ver aquellos dos... ¿entendido, maricón?
-Sssí... sí –murmuró bajito
-¡Más alto, gilipollas, que no te he oído!
-Sí, Fina...
-Sí ¿qué?
-Que sí, que no volveré al dormitorio hasta que se arregle lo de la niña...
-Pues ya lo sabes, atontado... Me voy a duchar, estoy rota... esto del Excell agota... –y la tía se giró para dirigirse a la ducha. El tío Blas la siguió con su mirada asustadiza. Y vio la imponente figura de su esposa, a través de la bata traslucida, con el culazo tatuado alzado sobre sus tacones y las nalgas sonrosadas por las nalgadas del Charly, el ano enrojecido, húmedo y semiabierto que se vislumbraba a través de la tira del tanga, con arañazos por la espalda y un par de chupetones en el cuello. El perfecto aspecto de una puta profesional recién taladrada... y menos mal que no le olió el aliento, con la inconfundible mezcla de olor a semen, polla recién salida del culo y nutritiva saliva de macho ibérico... ¡je, je, je!
Aquella misma noche, la tía Fina llamó a su hija, para tratar de contactar con ella y aclarar el turbio asunto. Pero se encontró con la respuesta de su yerno, Gustavo, indicándole que la chica se negaba coger el teléfono. La tía Fina masculló a Gustavo un poco convincente “no es lo que parece...”, y a éste, que parecía neutral, le dijo que un día de estos ya le contaría que es lo que había pasado realmente. Gustavo se mostró amable, pero insistió en que la niña no quería saber nada de su madre.
Después de la frustrante conversación y llena de rabia volvió a embestir contra el tío Blas, que, acojonado, aguantó el chaparrón como pudo, sin entender qué era lo que podía haber provocado la abrupta ruptura entre madre e hija.
El cabreo de la tía Fina le llevó a gritarle al tío Blas que no estaba dispuesta a pasar la noche sola y rota de dolor, pero que en ningún caso quería su compañía. Que había pensado en llamar a Marcos, su sobrino, para que la acompañase un rato y así poder tranquilizarse y dormir tranquila. El tío Blas, sin entender nada y tratando de ser conciliador, le dijo que sí, que no había ningún problema y que lo hiciese, que él dormiría en el sofá y no les molestaría, si tenían que hablar de cualquier cosa.
Obviamente, el plan de la tía tenía bien poco de conversación y mucho de folleteo, y me llamó a las diez de la noche para que fuese a consolarla. Ya por teléfono, cuando me contó el asunto, me dijo que viniese preparado para darle caña en plan duro, que necesitaba rabo del bueno, para relajarse un poco. Yo, lógicamente, acudí presto y veloz como buen caballero a auxiliar a una dama en apuros.
Al llegar, ella no me recibió con una pinta muy de puta, en lo que a la indumentaria se refiere. Vestía un pijama de satén color burdeos no demasiado ajustado y, cómo descubrí en breve, sin nada debajo. Pero lo que sí que me dejó claras sus intenciones, nada más abrir la puerta, fue el potente morreo que me pegó, con sobeteo de la polla incluido.
-Menos mal que has venido, Marcos. -Me dijo – El maricón de tu tío me tiene hasta los cojones, no parará hasta joderme la vida... Luego te cuento, ahora necesito echar un par de polvos para relajarme. – y rauda me arrastró hacia el dormitorio matrimonial.
Estaba histérica y cabreadísima y, claro, que mejor solución para el estrés que follar un par de horas en plan salvaje. Y yo, que también le tenía ganas porque hacía semanas que no me la follaba, le di caña por todos sus orificios.
Estuve con ella hasta la una de la mañana y la dejé bien follada y dormidita en la cama, más tranquila y moderadamente feliz. Aunque sus problemas acababan de empezar, la ración intensa de sexo supuso un alivio para ella.
Antes de dejar la habitación miré su cuerpo desmadejado en la penumbra, dormida de lado y con el culazo en pompa. Por un momento me entraron ganas de pegarle un último pollazo, pero estaba bastante groggy y tenía los huevos estrujados como pasas, así que emprendí las de Villadiego.
Al salir al comedor, encontré al cornudo frente a la azulada pantalla del televisor, medio intimidado todavía por la furibunda reacción de su mujer. Se giró hacía mí medio asustado y me dijo:
-¿Qué, Marcos, cómo está tu tía? ¿Qué te ha dicho? ¿Se le va pasando el cabreo...?
-Buenoo... –le respondí – la verdad es que está bastante mal. Hemos estado hablando hasta ahora, ha estado llorando un rato –sí, sí, ja... sobre todo cuando le entraba mi tranca por el culo... – y está muy preocupada por la reacción de la niña.
-¿Pero por qué? No lo entiendo...
-No sé, tío, se ve que estaba medio agachada mirando un cable del ordenador o yo que sé y no le hizo caso cuando entró o no se dio cuenta de que estaba en la puerta... No sé. El caso es que sobre todo está enfadada contigo...
-Pero... pero, yo... –el cornudo empezó a balbucear, pero antes de que gimotease, le interrumpí:
-Mira tío... no lo sé yo tampoco. Lo único cierto es que ha estado estas dos horas hablando de lo mal de lo has hecho, de que no le haces ni caso y de que parece mentira que para una chorrada que te encarga, la cagues de esa manera. – el tío ya estaba con los ojos cristalinos y a punto de ponerse a llorar, sin entender nada. Aproveché para rematarlo y dejarlo sumido en sus miserias. En el fondo tuve una punzada de pena por el pobre cornudo, pero en cuanto pensé en la desatendida jaca calentorra que tenía por esposa y cómo me estaba beneficiando yo de la situación, se me pasó enseguida. – Y, además, me ha dicho que no quiere verte ni en pintura asomándote a la habitación, que ya puedes instalar tu campamento gitano aquí en el sofá y que ni se te ocurra incordiarla sin avisar... Sobre todo cuando tenga visitas...
El tío me miró con cara de pena y, como un perrillo asustado, musitó un “Sí...” casi inaudible. Yo le miré muy serio, pero sonriendo por dentro, pensando en cómo la guarra dormía como una bendita con sus agujeros bien repletos de lefa, mientras el pobre mariconcete iba a pasar la noche en vela acurrucado en el sofá y reconcomido por los remordimientos por algo de lo que, en el fondo, no tenía ninguna culpa...
-Bueno tío, me voy que ya es tarde. –le dije acercándome a la salida. – Espero que la cosa se arreglé.
Y allí dejé al pobrecito. Ya en el ascensor le mandé un whatsapp a la puta de la tía para cuando se despertase: “Lo he pasado superbién, cerdita, un beso grande y que descanses...” Después añadí una foto de mi polla, con el texto “Recuerdos de ésta!!!!”, y unos cuantos emoticonos de corazones y besitos y otras horteradas por el estilo.
Después de múltiples llamadas por teléfono a las que su hija no quiso contestar, Fina, desesperada, aceptó la sugerencia de su yerno. Éste le decía que tenían que quedar, que se le había ocurrido un plan para convencer a la hija de que lo que vio no era lo que era, sino una inocente clase de masaje o alguna chorrada por el estilo. Fina, que conocía bien a su niña, sabía perfectamente que ésta era tan ingenua como el tío Blas. Bastante inocentona, vamos.
Fina supuso, acertadamente, que su hija, por absurdo que parezca, estaría dispuesta a tragarse el cuento chino de que su madre no le estaba comiendo el rabo a un maromo musculado, sino masajeando un grano de la ingle, “tal y como había aprendido en las clases de Reiki a las que iba últimamente”. Gustavo, el yerno, fue el que tuvo la idea y le contó el plan atropelladamente por teléfono, pero insistió en verla para concretar los detalles. Fina, al final, picó el anzuelo y, a pesar de que su yerno no le inspiraba demasiada confianza, aceptó quedar con él en casa.
Se presentó una tarde. Como siempre, Blas estaba viendo la tele. Se saludaron efusivamente y el tío Blas preguntó por la niña y por qué no venían tanto en los últimos días. El pobre cornudín no sospechaba nada de lo que había pasado, aunque, mejor para él, eso que ganaba. Gustavo dio una excusa peregrina y siguió a la tía hacía la habitación de mí prima, donde ella pensaba hablar con él. Al contrario de cuando recibía a alguno de sus amantes, en esta ocasión, la tía Fina vestía con bastante discreción, una camiseta técnica de deporte, algo ajustada para sus tetazas y un pantalón de chándal que no era tipo leggins, sino algo más suelto, pero que tampoco podía impedir la percepción de su sinuoso culazo. Completaban el atuendo unas deportivas. Nada muy sexi, pero lo suficiente para ponerle la polla dura a Gustavo, que sólo imaginaba el cuerpo de su suegra tal y como lo había podido ver el día de autos.
La conversación fue breve, porque Gustavo traía bien aprendido el plan. Sólo se trataba de hacer de mediador entre madre e hija, e ir comiéndole el tarro a la niña hasta hacerle ver que la explicación, absurda por otra parte, de su madre, tenía toda la lógica del mundo y que no estaba haciendo nada reprobable.
Fina fue aceptando todas y cada una de las palabra de su yerno, y variando la opinión que tenía sobre el muchacho, al verlo tan conciliador y amistoso. No sospechó nada de Gustavo y pensó que todo lo hacía por el bien de su hija y la concordia familiar.
Pero todo se torció de repente.
-Bueno, suegra, ese es mi plan. ¿Qué le parece?
-Muy bien, Gustavo, perfecto. Muchas gracias por todo, de verdad que creo que lo podemos arreglar...
En ese momento Gustavo empezó a desabrocharse el cinturón ante la atónita mirada de su suegra.
-¿Qué...? ¿Qué haces...? – dijo ella sorprendida, mientras veía caer los pantalones y los calzoncillos y una verga semierecta y de buen tamaño aparecía entre ambos.
-Pues nada, suegra, voy a ver si me cobro el favor... Pero sólo el primer plazo...
La tía Fina observó la polla que estaba creciendo, y luego miró a Gustavo. Valoró la situación y, tras hacer un rápido cálculo de costes y beneficios, se dijo a si misma que, si sólo se trataba de una mamada, tampoco sería para tanto. Gustavo no le gustaba nada, pero tampoco era repelente y una polla no deja de ser una polla.
-Eres un cabrón, Gustavo, -le dijo – un auténtico hijo de puta. Te la voy chupar, pero sólo será esta vez. Luego espero que arregles el asunto con mi hija, cerdo.
Gustavo hizo caso omiso de las palabras y sonrió mientras veía arrodillarse a su suegra y amorrarse al pilón como una buena corderita.
Fina se aceleró con intención de que el yerno se corriese rápido. Técnicamente era muy buena mamando y, por su reciente experiencia como puta, sabía hacer correrse a un tío en un par de minutos. Pero enseguida se dio cuenta de que con Gustavo no iba a ser tan fácil. Éste tenía intención de recrearse con el espectáculo y no pensaba soltar su leche tan rápido.
-¡Cuidado, guarrilla, no tan deprisa! Tengo un cuarto de hora y pienso aprovecharlo...
Fina se sacó la polla de la boca y lo miró con cara de odio.
-Espera –dijo él – me voy a poner cómodo. –Y se sentó en la silla del escritorio. Fina movió el cojín y le miró, como pidiendo permiso antes de continuar. –Es una pena que sólo tenga un cuartillo de hora. Si no te iba a poner a gusto... ¿Sabes dónde tengo que ir?
Fina le miró sin contestar.
-Voy al ginecólogo con tu hija... al parecer vas a ser abuela... ja, ja, ja... Una abuela bastante puta, pero, bueno... es lo que hay... –la mirada de odio de Fina se intensificó. Ahora sabía porque su hija se había presentado por sorpresa aquel día, ella, que siempre avisaba antes...
Gustavo la miró con una sonrisa cruel y, tirándole de los pelos, le metió la polla en la boca.
-¡Venga, venga, abuelita zorra, no te distraigas! –gruñó, mientras Fina mamaba a buen ritmo. –Que me tienes que motivar para que arregle lo que has estropeado con tu hija... –volvió a reírse. –Si no, al final sólo podrá ver al bebé el abuelo cornudo... y no la abuelita chupona...
En ese momento, Fina tuvo una arcada babosa que hizo sonreír a su yerno. Éste estiró la cabeza de Fina para que la puerca recuperase el aliento y le dio un par de cachetitos en las mejillas, sin intención de hacer daño... Sólo para humillar.
-¡Ayyyy, mi putilla! ¡Qué bien nos lo vamos a pasar juntos, cerdita! Vas a tener lo que más te gusta... Polla y más polla... y yo voy a poder hacerle a la madre todo lo que no le puedo hacer a la hija... ¡Excelente!
Dos gruesos lagrimones de rabia recorrían las mejillas de la tía Fina. Lo que hizo disfrutar aún más a su yerno, que aceleró el ritmo hasta correrse, dando un alarido gutural y apretando la cabeza de la tía contra sus cojones. Las babas caían hasta el suelo mezcladas con algo de leche.
Gustavo sonriente miró a la puta y le dijo, para concluir la sesión:
-Ahora, voy a soltarte, guarra... Espero que no se te escape ni una gota. –la soltó despacio y la tía le miró con la boca cerrada y los ojos muy abiertos, como asustada.- Muy bien, cerdita. Ahora trágatelo todo. –ella obedeció dócilmente.- ¡Perfecto! Muy bien... Pero, mira al suelo...
La tía Fina bajó la cabeza y contempló un manchurrón de babas y restos de esperma que formaba un pequeño charco en las baldosas.
-Pues, nada, -dijo Gustavo, mientras se limpiaba la polla con la cortina de la ventana, ante la horrorizada mirada de su suegra.- ya sabes lo que tienes que hacer. Lo lames todo hasta que quede reluciente y todo lo seco que puedas... Anda, espabila, que no tengo todo el día y no quiero irme dejándote la casa llena de babas, guarrilla...
Ella, rendida, se puso a cuatro patas y bajó la cabeza para lamer la repugnante mancha. Lo racionalizó pensando que, a fin de cuentas, el suelo estaba limpio de antes y lo que había no era más que su saliva y parte de la leche del cabronazo de Gustavo. Pero la humillación le estaba haciendo daño. Levantar la vista y ver como el hijo de puta de su yerno la miraba sonriente, acariciándose el paquete, era más de lo que estaba dispuesta a aguantar. Pero, en aquel momento no podía pensar con claridad y la perspectiva de no poder ver a su futuro nieto la paralizaba y la obligaba a someterse.
Tardó poco en terminar la tarea y su yerno la observó desde la puerta y, antes de salir le dijo:
-Bueno, guarra, voy a ver si puedo arreglar el marrón tuyo con tu hija. No será fácil, pero como veo que te estás portando como una buena madre... perdón, como una buena abuela, je, je, je... creó que podré conseguir que tu hija vuelva a hablarte... Aunque lo que de verdad debería hacer es escupirte a la cara, pero bueno... tampoco es muy espabilada, creo. Debe haber salido al pánfilo de su padre. Por cierto, ahora me despediré del tonto del culo de tu marido. Te dejo a ti que le des la noticia del embarazo. ¡Adiós, puta! Mañana si tengo un momento igual me paso a darte novedades... y de paso, si me sobra tiempo, igual te relleno el coño... O mejor, el culo, creo...
Y salió cerrando la puerta a la llorosa tía Fina.
A partir de entonces puede decirse que empezó el calvario de mi tía. Bueno, lo de calvario quizá convendría entrecomillarlo, porque para una guarra como ella, que se comía las pollas dobladas, tener que follar coaccionada, día sí y día también, aunque fuese en plan cañero, tampoco es que le supusiese un esfuerzo supremo.
Yo creo que lo que más le jodía era el rollo del chantaje y lo de no ser ella la que cortase el bacalao en la relación. Pienso que si la que le hubiese tirado los tejos al yerno hubiese sido ella, otro gallo habría cantado en su malsana relación, aunque en la forma hubiese sido idéntica.
Pero el caso es que el que mandaba en el asunto era Gus y la tónica habitual se repetía todas las tardes. Gustavo llegaba como Pedro por su casa. La tonta mi tía les había dado una llave a su hija y a él... Menuda lumbrera que estaba hecha la pobre. Normalmente se encontraba con el tío Blas en el comedor. Comentaba un par de chorradas y chascarrillos, hablaba del futuro nieto y raudo y veloz lo solía dejar casi con la palabra en la boca, con la peregrina excusa habitual de las clases de informática.
Gustavo, entre las normas que había impuesto a la tía, estaba la de estar todas las tardes en pelota picada y preparada para recibir a su nuevo amo. Podía circular por casa con una bata, pero en cuanto oyese la puerta de la calle, debía dirigirse al cuarto del ordenador, la antigua habitación de su hija, colocar la bata en el perchero y esperar la llegada del machote de Gustavo.
El yerno, con el rollo del embarazo, y de que mi prima tampoco es que fuese muy fogosa, no debía follar demasiado en casa. Así que no se hacía esperar mucho y, normalmente, aparecía sobre las cuatro, nada más terminar en el trabajo. Quería llegar a su casa sin ansiedad y con los cojones lo más secos posible, así que hacía, diariamente, una paradita técnica. Y, vaya si lograba relajarse...
La instrucción básica que tenía la tía Fina era que en cuanto oyese la voz de su yerno en el comedor, tenía que ponerse en posición de recibirlo. Es decir: arrodillada en el centro de la habitación, con las manos a la espalda y la boca preparada para tragarse el rabo. Salvo que Gustavo le hubiese mandado un whatsapp con alguna contraorden, como ponerse a cuatro patas con las manos abriendo los cachetes del culo, o alguna cerdada similar.
Gustavo entraba en la habitación tras dejar al cornudo y se desabrochaba los pantalones, embistiendo con la polla morcillona en la boca de la tía. Normalmente le daba alguna novedad de sus progresos en la reconstrucción de la maltrecha relación entre madre e hija. Pero otras veces, cuando venía con los cojones bien cargados, o cabreado del trabajo, su comportamiento era bastante más descortés y pasaba ampliamente del tema para dedicarse a tirar de los pelos de la cabeza de la tía, moviéndola como una pelota, haciendo entrar la tranca hasta la garganta. Le tapaba la nariz y, cuando la veía bien desesperada, la soltaba y le sacaba la polla de la boca para que respirase jadeante, mientras le escupía e insultaba. Vamos, un plan bastante puerco que, en condiciones normales, le encantaría a mi tía, pero está claro que con el tal Gustavo la química era inexistente... de momento.
A veces se corría en la garganta y la dejaba chupando un rato hasta volver a ponérsela dura, y follarle después el culo a gusto. Otras veces lo primero que hacía al llegar era follarla por el coño y, tras correrse, la obligaba a mamarle la polla, con el mismo objetivo, follarle el culo. Esa era siempre la culminación de la jornada, un polvazo en el culo. Después, obligaba a acuclillarse a la zorra para que la leche y los flujos anales cayesen al suelo de la habitación, al tiempo que con la boca le limpiaba bien la polla. A continuación, la obligaba con rudeza, cogiéndola de los pelos, a lamer bien el suelo hasta dejarlo brillante y se despedía de ella escupiéndole en la cara. Siempre salía, dejando la puerta abierta, con la tía en pelotas, tirada por los suelos, chorreando babas, sudor y esperma.
Durante un par de semanas, casi diariamente, se fue repitiendo la misma rutina, sin que la tía notase ninguna mejora en la relación con su hija, que seguía sin cogerle el teléfono. Y la cosa empezaba a ir a peor. Los últimos días, la obligaba a salir de la habitación, y pasearse por el resto del piso, sólo cubierta por la bata, que tapaba su cuerpo, pero no podía ocultar su cara congestionada de mamar la polla del yerno, ni los pelos revueltos y el aspecto de estar haciendo cualquier cosa menos estudiar informática.
Gustavo tenía intención de divertirse humillando también al cornudo, quería que viese con sus propios ojos lo puta que era su mujer. La hacía caminar por el comedor y traer cualquier chorrada, un cenicero o un posavasos, que la obligase a agacharse delante de su esposo y mostrarle el culo enrojecido de los guantazos y con regueros de esperma chorreando desde el ano hasta los muslos. El tío Blas, miraba asustado y se hacía el loco. Ya estaba acostumbrado al comportamiento de su mujer desde que se casó la niña y, durante la boda, sufrió aquella metamorfosis a la que tanto contribuimos yo y mi madre, por lo que, para sentirse humillado, prácticamente tendría que ver abiertamente a su mujer chupándole el rabo a alguien delante de sus narices. Si no, estaba dispuesto a tragar con todo.
Y ese era uno de los proyectos de Gustavo, follarse a su suegra enfrente de su marido, para que viese, de verdad lo puta que era. Tenía más planes, obligarla a tatuarse en una teta algo así como: “La Puta de Gus”, y obligarla a prostituirse para él. El pobre no sabía que ella ya tenía dueño y proxeneta. Y, cuando el muy gilipollas le empezó a contar sus planes, la tía acudió llorosa a su hermana, una mañana en la que ambas trabajaban en La Parroquia y le contó todo lo que estaba pasando.
Era un miércoles y no había mucho trabajo en La Parroquia, así que las dos acudieron a mi despacho. En ese momento estaba libre. Acababa de salir una nueva candidata que había traído un cliente, y le había hecho la prueba habitual, para ver si servía para el negocio. La verdad es que quedé bastante satisfecho, era una antigua monja de 52 años a la que había traído su sobrino que llevaba unos meses follándosela y, aparte de estar buenísima y muy bien conservada para su edad (está claro que lo de la vida monástica es mano de santo para el cuerpo, je, je, je...), superó las prueba con creces, pero esto es otra historia que contaré en el próximo capítulo.
El caso es que allí estaba yo, en el despacho, cuando entraron las dos jamonas en tromba. Ambas vestidas con su traje de burdel: lencería de encaje que a duras penas podía contener sus carnes y zapatitos de tacón de aguja que hacían bambolearse sus gordas nalgas.
En cuanto las vi, me di cuenta de que pasaba algo raro. La tía Fina llorando, cuando siempre estaba sonriente, aunque sólo fuese por inconsciencia, y mi madre que la abrazaba para consolarla.
Las dos guarrillas me contaron el follón en el que se había metido la tía. Después de sermonearla un rato con todo el rollo ese de que no se llevase tíos a follar a casa (mira quién fue a hablar, yo que me la había tirado de todas las maneras en su guarida...), decidí tomar cartas en el asunto, espoleado por mi madre, y le garanticé a mi tía que la iba a librar del plasta de su yerno para siempre. Ella trató de mostrarme su agradecimiento como mejor sabía hacerlo, ofreciéndome sus agujeros para mi uso y disfrute, y, yo, aunque acababa de vaciar el cargador con la aspirante a la que había entrevistado, no pude hacer oídos sordos a la oferta y me follé a la parejita de hermanas, corriéndome en sus jetas para que compartiesen la leche en fraternal armonía.
Una semana después, con la inestimable colaboración del Moja y Óscar, mis socios y subalternos del burdel, decidí acudir a casa de mis tíos para dar un escarmiento al gilipollas de Gustavo. La tía Fina me había mandado un mensaje con el aviso de la visita del cabroncete y yo esperé el tiempo justo para tratar de pillarlo con las manos en la masa.
Cuando entramos en la vivienda, el tío Blas estaba como de costumbre viendo la tele. Ajeno a la escandalera que se oía desde la puerta entreabierta de la habitación de la niña. Desde luego, como cornudo no tenía precio, porque ser capaz de hacerse el sordo ante tamaño espectáculo tenía su mérito.
En la habitación, el cerdo de Gustavo estaba tumbado en la cama y la tía Fina subía y bajaba haciendo sentadillas con la polla del yerno incrustaba en su culo. Sudando como una cerda se movía trabajosamente mientras tenía que oír los nada discretos gritos de su yerno.
-¡Muévete, puta cerda! ¡Más rápido! ¡A ver si te oye berrear el maricón de tu marido, guarra asquerosa! ¡Y tócate el coño, puta, que hoy te dejo correrte...!
Ella jadeaba y se llevaba la manita al coño, sin poder evitar un pequeño atisbo de placer. En un momento dado, Gustavo se incorporó y la hizo ponerse a cuatro patas, empujó su cabeza hacia el suelo y, acuclillado sobre su culo, con el rabo todavía dentro, empezó a moverse con más agresividad al tiempo que con el pie le pisaba la cabeza y, con ambas manos le sujetaba el culazo o se lo palmeaba alternativamente. La tía seguía gimoteando.
Nosotros, que oíamos el show desde el comedor, hicimos caso omiso al tío Blas y a sus ruegos de que a su mujer no le gustaban las interrupciones en las clases de informática, que se enfadaba y tal, y tal. Yo tranquilicé al tío, comentándole que precisamente íbamos a eso, a ayudarla con la informática. Y, dejando al cornudo en el comedor, entramos en tromba en la habitación.
La escena era memorable, como antes he dicho: Gustavo sobre la tía Fina, petándole el culo y pisándole la cabeza, sujetando las nalgas con rabia, al tiempo que gritaba insultos y le escupía sobre la jeta, esparciendo la saliva con el pie. Ella, con el culo enrojecido y su cara babeante aplastada contra el suelo, gemía débilmente, con su manita intentando alcanzar el clítoris (la pobre no quería renunciar a un orgasmo, es que la que nace puta...).
Al entrar, la imagen se congeló. Los tres nos quedamos parados en el umbral, contemplando el cuadro, severos por fuera y risueños por dentro. Óscar, que tenía una especial predilección por mi tía, al margen de ponerse cachondo con la escena, se puso tenso y preparado por si tenía que partirle la jeta al usurpador del ojete de una de sus guarras, del que se creía propietario.
Gus y la tía Fina se paralizaron. Gustavo nos miró boquiabierto y aflojó la presión se su pie, por lo que la tía levantó su cara, llena de churretones, y contempló la escena de su rescate alborozada... pero sin dejar de sobarse el coño... ¡menuda puerca estaba hecha!
Gustavo musitó un “¿Qué...?” de sorpresa y enderezó su postura, momento en el que la polla salió del culo de la tía Fina haciendo un “pop” parecido al de una botella de champán al abrirse. A punto estuve de hacer un comentario tipo. “¡Hombre, cuando haces Pop, ya ho hay stop...!”, pero me contuve para no romper el “encanto” de la romántica escena. Después hubo un par de segundos de silencio, sólo se oían los jadeos de mi tía, que se iba recobrando del machaque de Gustavo y, de fondo, la omnipresente televisión, no recuerdo si con algún “Sálvame” de Telecinco o un documental de esos de insectos que dan en “La 2” por las tardes.
-¡Hooombre! ¡Qué sorpresa! – dije yo rompiendo el silencio. –Vaya con lo que tenemos por aquí... Un yerno hijo de puta y cabrón, follándose a la inocente de su suegra... Vaya, vaya, vaya... No sé yo cómo interpretará esto mi primita, recién casada y embarazada, querido Gustavín...
-Bueno... bueno, -empezó a responder él- esto no es lo que parece. Tú tía no es ninguna santa...
-Mira, imbécil, -le corté – esto es exactamente lo que parece. Un cabrón chantajista, follándose a una pobre y honrada ama de casa... Y todo, con su pobre y sacrificado esposo, sentado en el salón de la habitación de al lado...
Mientras hablaba, Fina se había ido a refugiar en los brazos de Óscar, que la apretó junto a él, amasando su culo con sus manazas, mientras miraba amenazador al listillo de Gustavo. Este seguía paralizado y sin abrir la boca, así que decidí concluir con el asunto. Tenía prisa por volver a casa. Aquel día no había echado un mísero polvo, mi padre estaba de viaje, y mamá ya me había mandado un par de mensajes con un nuevo modelito de lencería que acababa de comprar y quería que se lo quitase en plan salvaje. Así que zanjé el asunto:
-Bueno gilipollas, te voy a decir lo que vas a hacer. Vas a coger tu ropa de mierda –le di una patada a sus calzoncillos que estaban por el suelo -. Primero le pides perdón a tú suegra por tú comportamiento. Después te vistes, y, tras despedirte de tu suegro amablemente, irás a casa y convencerás, sí o sí, a tu mujer para que llame a su madre y se disculpe por su comportamiento de las últimas semanas. Te encargarás de que se porte como una buena chica, que es lo que siempre ha sido, y tú te comportarás como un buen yerno y serás correcto y amable en todo momento. ¿Lo vas entendiendo?
Él asintió tragando saliva, mientras se vestía atropelladamente.
-Y, nunca, jamás y bajo ningún concepto, le vas a volver a poner un dedo encima a tu suegra. No se te ocurra acercarte a ella en el sentido que ambos sabemos. ¿Lo has entendido? –Gustavo volvió a asentir en silencio.- Si me enteró de que se te ocurre hacerlo. Además de aplastarte la cabeza. Le enseñaremos un par de videos a tú mujer.- En ese momento le señalé una cámara que tenía grabándolo todo desde la parte superior del armario. –Y, además de divorciarse, me aseguraré de que no te dejé ver nunca a tu querido vástago. ¿De acuerdo, colega? ¡Contesta!
Esta vez musitó un atropellado “Sí, sí...” y procedió a ponerse los zapatos para enfilar el camino de la puerta. Pero antes, la manaza de Óscar, soltando brevemente la nalga de Fina, lo sujetó del pelo y le dijo:
-¡Para! ¿Qué es lo primero que tienes que hacer?
Gustavo, sujeto por los pelos, se giró hacía Fina y con la mirada baja, le dijo: “Lo, lo si... siento mucho, Fina... No volverá a ocurrir” Sólo le faltó añadir un “me he equivocado...”, como el rey emérito con el asunto de los elefantes...
Ella le miró esbozando una sonrisa y le escupió a la cara, antes de volver a abrazarse a Óscar. Éste soltó la revuelta pelambrera de Gustavo y le dio una colleja, empujándolo hacia la puerta.
Gustavo abandonó la casa atropelladamente, tras decir adiós al tío Blas y, hasta hoy, no hemos vuelto a verle el pelo.
La tía y Óscar se quedaron un rato más en el cuarto de la niña, echando un polvazo salvaje. Ella feliz como una lombriz y él contento de tomar posesión oficial de Fina como su protector justiciero.
Yo y Moja los dejamos solos en un momento tan íntimo y nos despedimos del tío Blas, que parecía contento de librarse de la matraca escandalosa de su yerno. Al menos, ahora podría vivir su cornudez con algo más de intimidad. A ver si su mujer volvía a ser algo más comedida, y sus amantes conseguían detener la tendencia de Fina al exhibicionismo y la escandalera constante. Desde luego, con Óscar no tenía el riesgo de verse humillado innecesariamente. Sólo lo justito. Y con hacerse el tonto, lo que no se le daba nada mal, podía sobrevivir con su cornamenta intacta y su dignidad sólo a la altura del betún para su mujer y los conocedores de su circunstancia.
No sabemos realmente cuál es la historia que Gustavo le contó a su mujer, pero el caso es que la convenció plenamente de la inocencia y virtud de su madre. Hasta tal punto que, esa misma noche, la hija llamó a la madre y entre llantos se disculpó por su comportamiento y le prometió que contaría con ella para todo, sobre todo para la criatura que venía en camino. Fina, emocionada, también soltó alguna lagrimita y se deshizo en parabienes y alegrías por su futuro nieto.
Aunque lo que su hija no vio es que la lagrimita de su madre, se mezcló con alguno de los gruesos goterones de leche que todavía chorreaban frescos por su mejilla, después de haber terminado de ordeñar al bueno de Óscar, que, en aquel momento, se estaba terminando de vestir, tras haber echado un segundo polvo a la muy guarra.

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