La Noche en que Mi Coño y Mi Culo se Abrieron al Límite: Trío con Fisting Extremo
Después de la doble anal que me dejó el ojete hecho un cráter durante días, pensé que ya había tocado el techo del placer sucio. Pero mi marido, siempre buscando llevarme más lejos, me susurró una noche mientras me follaba el coño flojo y usado:
—Quiero verte con el coño y el culo llenos de puños. Quiero que Yoel y Raúl te fisteen los dos agujeros a la vez mientras yo miro cómo te conviertes en una puta rota de verdad.
El deseo me golpeó como un rayo. Siempre había fantaseado con el fisting: esa sensación de ser abierta al máximo, de perder el control absoluto. Asentí jadeando, el coño chorreando solo con la idea.
—Organízalo. Quiero que me destrocen con sus manos.
Yoel y Raúl aceptaron encantados. Sabían que mi cuerpo ya estaba entrenado para cosas extremas, pero esta vez trajeron lubricante a litros y paciencia… al principio.

La noche llegó. Me preparé como una ofrenda total: completamente depilada, enema profundo para que mi culo estuviera impecable, cuerpo aceitado brillando bajo la luz roja del dormitorio. Mi marido colocó la cámara en trípode y su silla favorita, polla ya dura de anticipación.
Yoel y Raúl entraron como dueños. Me desnudaron lento, besos brutales, manos grandes amasando tetas y culo mientras me llamaban puta, zorra, guarra abierta.
Empezaron suave para calentar: Yoel me comió el coño hasta hacerme correrme dos veces, Raúl me lamió el ano profundo, metiendo lengua y dedos. Luego me pusieron a cuatro patas en la cama, culo y coño expuestos para ellos y para la mirada hambrienta de mi marido.
Yoel fue el primero en el coño. Untó su mano entera en lubricante, dedos juntos en punta, y empezó a empujar despacio. Sentí cómo mi entrada se abría, los nudillos pasando uno a uno hasta que, con un gemido roto, su puño entero entró de golpe. Grité fuerte, el estiramiento quemando deliciosamente mientras mi coño lo tragaba hasta la muñeca.
—Joder… me tienes el coño lleno de tu mano… muévete, fóllame con el puño.
Yoel empezó a bombear: lento al principio, luego más rápido, puño entrando y saliendo con sonidos húmedos y obscenos. Mi coño se abría y cerraba alrededor de su antebrazo, squirteando cada vez que golpeaba mi punto G profundo.

Al mismo tiempo, Raúl preparó mi culo. Sus manos eran aún más grandes. Escupió lubricante, metió cuatro dedos de golpe y luego plegó el pulgar. Empujó sin piedad.
El dolor fue brutal. Mi ano, aunque ya estaba acostumbrado a pollas gruesas, se resistía al volumen de un puño entero. Aullé, lágrimas cayendo, pero empujé hacia atrás.
—¡Métemelo, joder! ¡Quiero los dos puños dentro!
Raúl gruñó y forzó. La cabeza del puño pasó con un pop doloroso, y de repente su mano entera estaba dentro de mi intestino, rozando el puño de Yoel a través de la fina pared que separaba mis agujeros.
Me quedé sin aliento. Dos puños enormes dentro de mí, uno en el coño hasta la muñeca, otro en el culo hasta el antebrazo. Me sentía partida, llena hasta lo imposible, mis entrañas moviéndose alrededor de sus manos.
Empezaron a moverse coordinados: cuando Yoel sacaba el puño del coño hasta los nudillos, Raúl lo clavaba profundo en mi culo, y al revés. El roce era directo, intenso, cada movimiento enviando ondas de placer y dolor que me hacían convulsionar.
Mi marido jadeaba a un metro, pajeándose como loco, filmando en primer plano cómo mis agujeros se abrían y cerraban alrededor de sus antebrazos.
—Miradla… mi mujer con los dos agujeros fisteados… es la puta más abierta que he visto.

Me corrí como nunca: un orgasmo brutal que me hizo squirtear chorros interminables alrededor del puño de Yoel, orinándome encima del placer descontrolado. Gritaba sin voz, babas cayendo, cuerpo temblando.
No pararon. Me cambiaron de posición: me pusieron boca arriba, piernas abiertas al máximo. Yoel siguió fisteándome el coño con una mano mientras con la otra me pellizcaba el clítoris hinchado. Raúl metió el puño más profundo en mi culo, girándolo dentro, abriéndome más.
En un momento, Raúl sacó el puño del culo lentamente… y mi ano quedó abierto de par en par, un túnel rojo y palpitante que no se cerraba. Metió los dedos de la otra mano y empezó a fisteame con las dos manos en el culo: una entrando mientras la otra salía. Doble fisting anal.
Grité hasta quedarme ronca. El estiramiento era inhumano. Mi culo se abría como nunca, aceptando dos puños alternados mientras Yoel me taladraba el coño con el suyo.
Otro orgasmo, más violento, me dejó casi inconsciente, temblando y squirteando sin control.
Al final, cuando ya no podía más, sacaron los puños despacio. Mi coño y mi culo quedaron destrozados: abiertos como cráteres, rojos, hinchados, palpitantes. Semen no había, pero mis jugos y lubricante chorreaban como ríos. Podía meter mi propia mano en ambos agujeros sin resistencia.
Me derrumbé exhausta, sollozando de placer residual. Mi marido se lanzó: lamió mis agujeros flojos y abiertos, lengua dentro de los túneles que habían dejado, luego me folló el coño con rabia, sintiendo lo flojo y usado que estaba.
—Mi zorra… mi puta fisteada… nunca había estado tan abierta.
Días después, apenas podía caminar. Cada movimiento me recordaba el estiramiento brutal. Pero cada noche, viendo el vídeo, me masturbaba metiéndome mi propio puño recordando cómo dos toros me habían abierto los dos agujeros al límite absoluto.
El fisting en trío se convirtió en nuestra nueva obsesión. Ahora, cuando vienen Yoel y Raúl, sé que terminaré con puños hasta los codos dentro de mí, agujeros destrozados, y mi marido más excitado que nunca viéndome convertida en la puta más extrema y satisfecha del mundo.
Después de la doble anal que me dejó el ojete hecho un cráter durante días, pensé que ya había tocado el techo del placer sucio. Pero mi marido, siempre buscando llevarme más lejos, me susurró una noche mientras me follaba el coño flojo y usado:
—Quiero verte con el coño y el culo llenos de puños. Quiero que Yoel y Raúl te fisteen los dos agujeros a la vez mientras yo miro cómo te conviertes en una puta rota de verdad.
El deseo me golpeó como un rayo. Siempre había fantaseado con el fisting: esa sensación de ser abierta al máximo, de perder el control absoluto. Asentí jadeando, el coño chorreando solo con la idea.
—Organízalo. Quiero que me destrocen con sus manos.
Yoel y Raúl aceptaron encantados. Sabían que mi cuerpo ya estaba entrenado para cosas extremas, pero esta vez trajeron lubricante a litros y paciencia… al principio.

La noche llegó. Me preparé como una ofrenda total: completamente depilada, enema profundo para que mi culo estuviera impecable, cuerpo aceitado brillando bajo la luz roja del dormitorio. Mi marido colocó la cámara en trípode y su silla favorita, polla ya dura de anticipación.
Yoel y Raúl entraron como dueños. Me desnudaron lento, besos brutales, manos grandes amasando tetas y culo mientras me llamaban puta, zorra, guarra abierta.
Empezaron suave para calentar: Yoel me comió el coño hasta hacerme correrme dos veces, Raúl me lamió el ano profundo, metiendo lengua y dedos. Luego me pusieron a cuatro patas en la cama, culo y coño expuestos para ellos y para la mirada hambrienta de mi marido.
Yoel fue el primero en el coño. Untó su mano entera en lubricante, dedos juntos en punta, y empezó a empujar despacio. Sentí cómo mi entrada se abría, los nudillos pasando uno a uno hasta que, con un gemido roto, su puño entero entró de golpe. Grité fuerte, el estiramiento quemando deliciosamente mientras mi coño lo tragaba hasta la muñeca.
—Joder… me tienes el coño lleno de tu mano… muévete, fóllame con el puño.
Yoel empezó a bombear: lento al principio, luego más rápido, puño entrando y saliendo con sonidos húmedos y obscenos. Mi coño se abría y cerraba alrededor de su antebrazo, squirteando cada vez que golpeaba mi punto G profundo.

Al mismo tiempo, Raúl preparó mi culo. Sus manos eran aún más grandes. Escupió lubricante, metió cuatro dedos de golpe y luego plegó el pulgar. Empujó sin piedad.
El dolor fue brutal. Mi ano, aunque ya estaba acostumbrado a pollas gruesas, se resistía al volumen de un puño entero. Aullé, lágrimas cayendo, pero empujé hacia atrás.
—¡Métemelo, joder! ¡Quiero los dos puños dentro!
Raúl gruñó y forzó. La cabeza del puño pasó con un pop doloroso, y de repente su mano entera estaba dentro de mi intestino, rozando el puño de Yoel a través de la fina pared que separaba mis agujeros.
Me quedé sin aliento. Dos puños enormes dentro de mí, uno en el coño hasta la muñeca, otro en el culo hasta el antebrazo. Me sentía partida, llena hasta lo imposible, mis entrañas moviéndose alrededor de sus manos.
Empezaron a moverse coordinados: cuando Yoel sacaba el puño del coño hasta los nudillos, Raúl lo clavaba profundo en mi culo, y al revés. El roce era directo, intenso, cada movimiento enviando ondas de placer y dolor que me hacían convulsionar.
Mi marido jadeaba a un metro, pajeándose como loco, filmando en primer plano cómo mis agujeros se abrían y cerraban alrededor de sus antebrazos.
—Miradla… mi mujer con los dos agujeros fisteados… es la puta más abierta que he visto.

Me corrí como nunca: un orgasmo brutal que me hizo squirtear chorros interminables alrededor del puño de Yoel, orinándome encima del placer descontrolado. Gritaba sin voz, babas cayendo, cuerpo temblando.
No pararon. Me cambiaron de posición: me pusieron boca arriba, piernas abiertas al máximo. Yoel siguió fisteándome el coño con una mano mientras con la otra me pellizcaba el clítoris hinchado. Raúl metió el puño más profundo en mi culo, girándolo dentro, abriéndome más.
En un momento, Raúl sacó el puño del culo lentamente… y mi ano quedó abierto de par en par, un túnel rojo y palpitante que no se cerraba. Metió los dedos de la otra mano y empezó a fisteame con las dos manos en el culo: una entrando mientras la otra salía. Doble fisting anal.
Grité hasta quedarme ronca. El estiramiento era inhumano. Mi culo se abría como nunca, aceptando dos puños alternados mientras Yoel me taladraba el coño con el suyo.
Otro orgasmo, más violento, me dejó casi inconsciente, temblando y squirteando sin control.
Al final, cuando ya no podía más, sacaron los puños despacio. Mi coño y mi culo quedaron destrozados: abiertos como cráteres, rojos, hinchados, palpitantes. Semen no había, pero mis jugos y lubricante chorreaban como ríos. Podía meter mi propia mano en ambos agujeros sin resistencia.
Me derrumbé exhausta, sollozando de placer residual. Mi marido se lanzó: lamió mis agujeros flojos y abiertos, lengua dentro de los túneles que habían dejado, luego me folló el coño con rabia, sintiendo lo flojo y usado que estaba.
—Mi zorra… mi puta fisteada… nunca había estado tan abierta.
Días después, apenas podía caminar. Cada movimiento me recordaba el estiramiento brutal. Pero cada noche, viendo el vídeo, me masturbaba metiéndome mi propio puño recordando cómo dos toros me habían abierto los dos agujeros al límite absoluto.
El fisting en trío se convirtió en nuestra nueva obsesión. Ahora, cuando vienen Yoel y Raúl, sé que terminaré con puños hasta los codos dentro de mí, agujeros destrozados, y mi marido más excitado que nunca viéndome convertida en la puta más extrema y satisfecha del mundo.
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