
Eran las 2:34 de la madrugada.
La alarma de seguridad no sonó. Las cámaras no la registraron. Pero ella no contaba con que el dueño de la casa, Julián, aún estaba despierto.
La vio entrar por la ventana trasera: ropa ajustada, encapuchada, pero con unas curvas tan pronunciadas que ni la oscuridad podÃa disimular.
Cuando ella llegó al salón y fue a revisar la caja fuerte detrás del cuadro, él la sorprendió, apuntándole con su celular encendido, grabando.
—Un movimiento más, y llamo a la policÃa —dijo, con la voz firme.
Ella se giró, congelada. Se quitó la capucha. No esperaba eso.
TenÃa el rostro precioso, labios gruesos, ojos oscuros brillando como animal atrapado, y el cuerpo… el cuerpo de una actriz porno: tetas redondas, culo brutal, cintura delgada.
—Pará, pará… por favor —dijo con voz temblorosa—. Fue un error… me equivoqué de casa. No querÃa hacer nada malo.
—¿Equivocarte de casa abriendo una caja fuerte? No me jodas.
Ella sonrió nerviosa. Bajó un poco la cremallera de su buzo, dejando ver el nacimiento de sus pechos.
—Tal vez… podrÃamos negociar.
—¿Negociar? —preguntó él, cruzando los brazos.
Ella se acercó despacio, se arrodilló frente a él y, sin esperar más, le bajó el pantalón del pijama. Su pija, ya dura, le rozó la mejilla. Lo miró con picardÃa y le susurró:
—¿Y si te pago con esto?
Y se la metió en la boca. La chupó con hambre, profunda, húmeda, salivando sin pudor. Lo miraba desde abajo mientras le apretaba los testÃculos, haciendo que Julián perdiera el control en segundos.
—Mierda… sos una puta peligrosa —jadeó él, sujetándole el pelo.
—¿Y todavÃa no viste todo —dijo ella, lamiéndosela lenta—. ¿Querés más?
Se quitó el buzo por completo. No llevaba nada debajo. TenÃa un cuerpo que parecÃa hecho para el pecado. Se subió a la mesa del comedor, abrió las piernas, y le dijo:
—Comeme. Como castigo.
Julián se lanzó entre sus piernas. Su lengua le recorrió la concha de punta a punta, besando, lamiendo, chupando con furia. Ella se retorcÃa, gimiendo, empapada.
—¡SÃ, asÃ, papi! ¡Usame como quieras!
La bajó de la mesa, la sento sobre su pija y la hizo rebotar sobre él en el sillón, mientras le chupaba sus tetas, su pija desapareciendo entre esas nalgas enormes que chocaban con su pelvis en un ritmo salvaje.
Pero no era suficiente.
La escupió entre las nalgas, le acarició el culo y se lo metió de una sola embestida, haciéndola gritar.
—¡Ay, sÃ! ¡Por ahà también, usame toda!
La cogio por el culo, la nalgueó fuerte, mientras le apretaba las tetas y manoseaba su concha, la hizo gritar de placer. Cuando sintió que se venÃa, la hizo arrodillar y se la metió de nuevo en la boca.
Le acabó en la lengua, en los labios, y luego sobre sus tetas temblorosas, cubriéndola con su leche caliente.
Ella lo miró, jadeando, con una sonrisa pÃcara.
—¿Eso significa que ya no vas a llamar a la policÃa?
—Eso significa… —dijo él, aún agitado— que estás libre por esta vez.
Ella se puso de pie, se vistió sin apuro, y antes de irse le guiñó un ojo.
—Si volvés a dejar la ventana abierta… tal vez vuelva mañana.

Pasaron tres noches desde aquella madrugada escandalosa.
Julián no dejaba de pensar en ella: en su cuerpo pecaminoso, en su lengua húmeda, en cómo se le entregó sin reservas.
Y entonces, cerca de las dos de la mañana, escuchó un golpe suave en la ventana trasera.
Era ella.
VestÃa una campera oscura, jeans ajustados y una mochila al hombro. Al entrar, se sacó la campera… y debajo, nada más que un top mÃnimo que no cubrÃa ni la mitad de sus pechos. VenÃa mojada por la lluvia. Chorreando. Turgente. Innegablemente sexy.
—¿Otra vez vos? —le dijo Julián, cruzado de brazos, con la respiración ya acelerada.
—Te dije que si dejabas la ventana abierta, iba a volver.
—¿Qué querés?
Ella se le acercó despacio, pegando su cuerpo húmedo al de él.
—Refugio. Unos dÃas. Tengo a unos tipos buscándome… me mandé un par de cagadas.
—¿Y por qué te darÃa asilo?
—Porque me necesitás —le dijo, bajándole el pantalón con una sonrisa torcida—. Y porque vos también me gustás.
Su mano ya acariciaba su pija, que crecÃa rápido entre sus dedos.
—Especialmente esto. Me encanta tu pija. La extraño.
Se arrodilló frente a él, como la primera vez, y se lo metió a la boca con hambre, con deseo puro, chupando mientras lo miraba con ojos llenos de picardÃa. Su lengua jugaba, su garganta se lo tragaba entero, sus labios lo envolvÃan con fuerza.
—¡Dios! —jadeó él—. Sos una maldita adicción…
Ella se detuvo, con la boca brillando de saliva.
—Dejame quedarme. Te juro que voy a portarme… bien. Pero solo con vos.
Julián no dijo nada. Solo la tomó por la cintura, la alzó, y la llevó contra la pared de la cocina. Le arrancó el jean y la bombacha de un tirón. Estaba empapada… de deseo.
Le clavó la pija de una embestida profunda, haciéndola gritar. Ella se abrazó a él con las piernas, moviendo sus caderas al ritmo del placer.
—¡SÃ! ¡AsÃ, usame como tu puta personal!
La cogio contra la pared, con fuerza, con furia, nalgueándola hasta dejarle las marcas rojas, chupandole las tetas, haciéndola gritar como una perra en celo.
Luego la llevó al sillón, la puso en cuatro, y se la metió por el culo mientras sus dedos jugaban en su clÃtoris y sus pezones. Ella gemÃa como loca, húmeda, rendida, entregada.

Y cuando ya estaban por venirse, la hizo girar y se lo metió de nuevo en la boca.
Ella le chupó la pija con fuerza, hasta que él explotó, acabándole en la lengua y en los labios. Ella lo tragó lento, lo lamió todo, y se relamió los dedos como si fuera un postre.
—¿Eso cuenta como depósito de garantÃa? —preguntó ella, riendo—. Prometo limpiar, cocinar… y mamarte todos los dÃas si hace falta.
Julián no pudo evitar sonreÃr.
—Te vas a quedar… pero con reglas.
—Mmm… ¿Reglas calientes?
—Regla número uno: esa boca, ese culo y esa concha… ahora son mÃos.
Ella se mordió el labio.
—Entonces... soy toda tuya, patrón.

Después de la culeada brutal, ella quedó acurrucada sobre su pecho, desnuda, aún con el sabor de él en la boca.
Julián la acariciaba, mirándola con curiosidad.
—Ya que te vas a quedar… al menos decime cómo te llamás.
Ella sonrió, juguetona.
—¿Y si te digo que prefiero seguir siendo tu ladrona anónima?
—No seas pendeja —dijo él, riéndose—. Decime.
Ella se sentó sobre él, con las tetas rebotando y la piel brillando de sudor.
—Me llamo Kiara.
—Bueno, Kiara —respondió él, levantándose de la cama y sacando una remera suya del armario—. Si vas a andar por la casa, al menos tapate un poco… no quiero que el cartero muera de un infarto.
—¿Celoso?
—Caliente. Es diferente.
Ella se puso la remera. Le quedaba enorme, apenas cubriéndole las nalgas. Sin bombacha, sin nada debajo. Cada movimiento dejaba ver un poco más de piel y curvas criminales.
Durante la tarde, mientras él tomaba un café en la cocina, sonaron tres golpes secos en la puerta.
Julián se tensó. Abrió… y se encontró con un par de policÃas en la entrada.
—Buenas tardes, señor. Estamos buscando a una mujer implicada en una serie de robos menores por la zona. Morocha, joven, curvas pronunciadas. ¿Ha visto a alguien asà merodeando por aqu�
Julián tragó saliva. Su mente se aceleró.
—No. Lo siento, oficial. Acá no ha pasado nada extraño. Y créame… no ocultarÃa a una ladrona en mi casa.
—¿Seguro?
—Completamente.
Los agentes le agradecieron y se fueron.
Él cerró la puerta con calma… y al girarse, ahà estaba ella. En la escalera. Con la remera subida hasta la cintura. Nada más.
—¿De verdad dijiste que no me viste? —preguntó con una sonrisa pÃcara.
—Claro. ¿Cómo podrÃa reconocer a alguien con esas curvas?
Ella bajó los escalones lenta, sensual, y frente a él, levantó los brazos y se quitó la remera en un solo movimiento.
Desnuda. Perfecta. Ardiente.
—Gracias, papi… por cubrirme el culo. Ahora te lo voy a entregar de nuevo.
Y se arrodilló frente a él, ya desabrochándole el pantalón, con esa mirada de lujuria que lo volvÃa loco.
—Esta vez te lo voy a mamar tan profundo que vas a jurar que soy tuya para siempre.
—Ya sos mÃa —gruñó él—. Y esta boca lo va a confirmar.
Y mientras ella se lo tragaba entero, él entendÃa que el peligro valÃa la pena.
Porque nadie chupaba como una ladrona agradecida.

Esa noche, la tensión entre ellos ya era insostenible.
Kiara se paseaba por la casa con la remera de Julián… y nada más. Se agachaba sin cuidado, se estiraba exageradamente, sabiendo que él no podÃa dejar de mirarla.
Y cuando llegó la noche, simplemente se le metió en la cama como si fuera su lugar desde siempre.
—¿No vas a dormir solo, no? —dijo, lamiéndose los labios.
Sin decir palabra, se deslizó bajo las sábanas, bajó por su abdomen y comenzó a lamerle la pija desde la base, lento, con la lengua plana. Cada movimiento suyo era sucio, provocador, calculado para volverlo loco.
—Esta noche es toda tuya, papi… o mejor dicho, vos sos todo mÃo.
Julián la sujetó por los muslos, la acostó de espaldas y le abrió las piernas con ansiedad. Le besó el pubis, la parte interna de los muslos… hasta que su lengua encontró su concha caliente y palpitante.
Kiara gemÃa, se agarraba del cabecero, moviendo las caderas contra su boca mientras él la devoraba como un animal hambriento.
—¡Dios, Julián! ¡No pares, no pares!
Y cuando ya no pudo más, se montó sobre él y lo cabalgó con fuerza. Su cuerpo rebotaba sobre su pija dura, mientras él le agarraba y chupaba las tetas, el sudor corrÃa por su espalda, y sus gemidos llenaban el cuarto.
—¡AsÃ! ¡Rompeme toda, papi! ¡Soy tuya!
Pero Julián no se conformaba.
Le escupió entre las nalgas, se acomodó y le metió la pija en el culo. Kiara gritó, apretando los dientes, pero sin detenerse. Le encantaba.
—¡SÃ! ¡Por ahà también! ¡Dame todo!
Sus cuerpos chocaban en un ritmo desenfrenado. Ella se masturbaba al mismo tiempo, sintiéndose llena, usada, completamente sometida.
—Sos un vicio… —jadeó él—. Una puta hecha a medida.
—Y vos… mi maldita debilidad —respondió ella, mirándolo con lujuria.
Cuando Julián no aguantó más, la hizo arrodillar y le acabó sobre las tetas, cubriéndolos con su semen caliente.
Ella se lamió un dedo, riendo.
—Ahora sÃ… lista para dormir.

Se acurrucaron, desnudos, satisfechos, con la piel aún vibrando. Julián se durmió abrazándola, convencido de que ella seguirÃa allà al despertar.
Pero al amanecer, la cama estaba vacÃa.
Sobre la almohada, una nota escrita con su letra sucia, rápida, decÃa:
"Me tuve que ir. Gracias por todo, papi. Tal vez vuelva… o tal vez no. Vos sabés encontrarme si querés. —K."
Julián se sentó en la cama, desnudo, con el papel en la mano.
Miró al techo. Cerró los ojos. Y sonrió.
"Puta ladrona…" murmuró.

Pasaron dos semanas desde aquella última noche.
Julián habÃa seguido con su vida, aunque con la mente y el cuerpo marcados por Kiara. Hasta que una mañana, mientras leÃa el diario, vio el titular:
"Capturada banda de ladrones: una joven mujer morocha fue clave en varios robos menores"
Su corazón dio un vuelco. Ella.
Kiara.
Fue a la audiencia preliminar como observador. O eso dijo.
En realidad, fue como testigo. Pero no del delito… sino de la otra cara de esa mujer: su inteligencia, su humanidad… y, claro, su cuerpo que no podÃa olvidar.
Habló con el fiscal. Movió algunos hilos. Y cuando el juez preguntó por medidas alternativas, él alzó la mano.
—Puedo ofrecerme como responsable de su vigilancia civil. Tiene potencial para reinsertarse. No es peligrosa. Solo necesita una oportunidad.
Kiara lo miró desde la sala, con una mezcla de sorpresa, deseo y ternura.
El juez aprobó el pedido. Solo tres meses de trabajo comunitario, bajo vigilancia domiciliaria civil. Nada de prisión.
Cuando la trasladaron a una oficina contigua y le quitaron las esposas, Julián fue a buscarla.
—¿En serio hiciste todo eso por m� —le preguntó ella, aún sin creérselo.
—Digamos que… no te conté todo desde el principio.
—¿Qué cosa?
Él se acercó a su oÃdo, y susurró con una sonrisa:
—Soy abogado.
Kiara se quedó mirándolo, con una mezcla de calentura y asombro.
—¿Un abogado con corazón?
—Un abogado con debilidad por ladronas calientes. Pero hay una condición…
—¿Cuál?
—Tenés que dejar los malos pasos.
—¿Y dónde se supone que voy a hacer ese trabajo comunitario?
Julián la miró de arriba abajo, con una sonrisa que ya conocÃa.
—En mi cama.
Ella se mordió el labio.
—¿Y cuántas horas por dÃa?
—Tiempo completo.
—Entonces será el mejor castigo de mi vida…
Lo besó ahà mismo, con furia, apretada contra su cuerpo, y supo que esta vez no se iba a escapar.
Porque ya no necesitaba robar. Ahora, lo tenÃa todo.
Esa tarde, Kiara llegó a la casa de Julián con una mochila al hombro, gafas oscuras y la tobillera electrónica bien visible en su tobillo izquierdo.
El sol marcaba el inicio de su "medida alternativa", y apenas cruzó la puerta, él la esperaba con un vaso en la mano y con una sonrisa torcida.
—Hora de cumplir tu condena —dijo él, dejando el vaso sobre la mesa.
Ella soltó la mochila, se acercó, y él la abrazó fuerte… pero no con ternura, sino con deseo reprimido.
—Quedate quieta —ordenó él con voz grave—. Esta vez, el castigo va a ser completo.
Se desnudó frente a ella sin apuro, dejando que su pija, ya semi dura, reaccionara solo al verla. Ella sonrió, se arrodilló sin que se lo pidiera, y se lo metió en la boca sin dudar.
—Asà se empieza un castigo ejemplar —murmuró él entre jadeos.
Kiara lo mamó con maestrÃa: lenta al principio, luego profunda, hasta que la saliva le chorreaba por la barbilla. Le acariciaba los testÃculos mientras lo miraba desde abajo, con esa mirada suya de puta entregada y traviesa.
Cuando él ya no aguantó más, la levantó y la llevó a la habitación.
La recostó en la cama, le abrió las piernas y le lamió la vagina con hambre. Su lengua jugueteaba entre sus pliegues mientras ella gemÃa, retorciéndose. Sus uñas le marcaban la espalda, su cuerpo temblaba de placer.

—¡SÃ, comeme toda! ¡Dios, no pares!
Luego la puso en cuatro, escupió entre sus nalgas, y la penetró por el culo, Kiara gritó, se agarró de las sábanas, y empujó su cuerpo hacia atrás con cada embestida.
—¡AsÃ, papi! ¡Dámelo todo! ¡Rompeme entera!
Él gruñÃa, con las manos en su cintura, golpeando con fuerza, con ritmo brutal, dandole nalgadas, mientras el sonido húmedo de los cuerpos llenaba la habitación.
La hizo girar, la puso encima suyo y la dejó cabalgándolo con furia. Sus tetas rebotaban, el las besaba, su trasero chocaba contra su pelvis y los dos gemÃan como si el mundo se fuera a terminar.
—¡Sos mÃa! —jadeó él, al borde del éxtasis—. Toda tuya, tu puta —susurró ella—. Siempre.
Y él acabó dentro, con un gemido grave y profundo, abrazado a sus caderas, sintiéndola temblar encima.
Quedaron jadeando, sudados, entrelazados.
Él acarició la tobillera y bromeó:
—Lástima con esto… no puedo sacarte a pasear ni comprarte ropa.
Ella se rió bajito, le besó el cuello, y murmuró en su oÃdo:
—Papi, después de lo que hiciste por mÃ… contigo no necesito nada.
Menos ropa.

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