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37📑Habitación 169

El neón rojo del cartel parpadeaba afuera, marcando el nombre del motel: Paraíso Nocturno. Dentro, en la habitación 169, la cama crujía como si supiera lo que iba a pasar.

Ella se llamaba Julia. Camisa blanca abierta, sin sujetador, falda corta, sin ropa interior. Labios rojos, mirada que quemaba. Él, Bruno, un desconocido que la había seguido desde el bar, después de una noche de copas, miradas y tensión sexual sin resolver.

Apenas entraron, Julia se apoyó contra la puerta, levantó la pierna y se abrió la falda. Su concha brillaba húmeda, lista, palpitante.

—¿Qué esperas? —le dijo—. Métemela ya.

37📑Habitación 169



Bruno la alzó contra la pared de un empujón. Le arrancó la camisa, le apretó las tetas y mordió los pezones mientras ella se frotaba contra su pantalón duro. Bajó su cabeza y le chupó el clítoris con la lengua rápida y sucia, mientras ella se agarraba del marco de la puerta, jadeando, gimiendo sin pudor.

—¡Sí! ¡Así! —gritaba Julia—. ¡Mámamelo todo!

Se corrió en su boca como una tormenta, y él no paró hasta que tembló completa. Entonces se bajó los jeans, sacó la pija gruesa, venosa, y frotó su cabeza contra su concha mientras la seguía sujetando contra la puerta.

Y la empujó de una embestida brutal.

—¡Aah! ¡Me partes! —chilló ella, con los ojos en blanco.

La cogió de pie, contra la puerta, fuerte, rápido, salvaje. Cada embestida hacía que sus tetas rebotaran y su espalda golpeara la madera. Julia le arañaba los hombros, le mordía el cuello, le pedía más, más, sin fin.
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—¡Vuélveme mierda esa concha, animal!

Bruno la llevó hasta la cama sin salir de ella. La tiró boca abajo, la montó de nuevo, ahora con una mano en su cuello y otra en su cintura. El polvo era brutal. El sonido de sus cuerpos chocando, de la cama golpeando la pared, de los gemidos bestiales, lo llenaba todo.

Y entonces… se detuvo.

—Dámelo por el culo —dijo Julia, volteando la cara—. Rómpemelo, que quiero gritar.

Bruno escupió sobre su culo apretado, lo masajeó un poco, y sin más ceremonia, la empaló con el pene duro. Julia gritó como una perra salvaje, con lágrimas de placer y dolor. Se aferró a las sábanas mugrientas mientras él la cogía por el culo sin piedad.

—¡Sí! ¡Así! ¡Más! ¡Más! ¡Más fuerte!

Bruno estaba al borde. Le sacó la pija, la hizo girar, la tiró sobre la cama y le acabó en las tetas, a chorros calientes, espesos, llenándola por completo mientras ella se reía, sucia, jadeante, con las piernas abiertas y el culo enrojecido.

—Nunca me habían cogido así en la primera cita —dijo ella, con una sonrisa perversa.

—¿Y quién dijo que iba a ser la última?

La habitación 169 seguiría oliendo a sexo por días.
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El vapor subía del jacuzzi al fondo de la habitación. Las luces eran tenues, rojas, como si todo estuviera diseñado para el pecado. Julia se metió sin decir palabra, el agua caliente le cubría hasta los pechos. Se frotó lentamente entre las piernas mientras miraba a Bruno con una sonrisa de puro vicio.

—¿Te vas a quedar mirándome o vas a venir a darme más?

Bruno no necesitó más. Se metió al jacuzzi con la pija ya dura, la sujetó del cuello y la besó como si quisiera comérsela entera. La hizo girarse y la sentó encima, con las piernas abiertas bajo el agua, su pija encajada entre los pliegues de su concha mojada.

—Ahora cabálgame, puta —le susurró.

Julia no dudó. Se sentó sobre él con un movimiento firme, profundo, hasta enterrársela entera. Gimió con la cabeza hacia atrás mientras las burbujas explotaban alrededor. Se movía como una diosa salvaje, rebotando encima de su pija, sus tetas salpicadas, sus uñas marcando su pecho.

Bruno le agarraba las nalgas con ambas manos, le metía dedos en el culo mientras la hacía rebotar más fuerte.

—¡Más! ¡Más profundo! ¡Me explota la concha!

La sacó del agua, empapados los dos. La cargó y la tiró sobre el famoso sillón del amor: una estructura curva, acolchada, diseñada para el pecado.

La puso de rodillas en la parte más baja del sillón, le abrió las nalgas y la penetró de nuevo por el culo, sin piedad. El sonido era obsceno, sus huevos chocando con su concha mientras ella se deshacía en gemidos sucios.

—¡Eres una bestia! —gritaba Julia—. ¡Así! ¡No pares!

Cambió de posición, la tumbó boca arriba con las piernas abiertas sobre sus hombros. La cogió en esa postura, hondo, su pija entrando en su vagina como un taladro húmedo y perfecto. Luego, la sentó en el borde del sillón, la penetró de pie mientras ella le mordía el cuello y se clavaba las uñas en la espalda.

La puso en cuchara, luego de lado, la empujó con el muslo sobre su pecho. Luego la sentó en su cara para que se corriera mientras él le chupaba el clítoris como si fuera un dulce prohibido.
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Julia no podía más. Jadeaba como si le faltara el aire. Su cuerpo brillaba de sudor, saliva y agua. Se corrió una, dos, tres veces… convulsionando sobre su boca, sobre su pija, sobre sus dedos.

Y cuando ya parecía que el cuerpo no podía más, Bruno la hizo arrodillarse, le agarró la cabeza y se la metió hasta la garganta.

—Abre bien la boca, puta… que voy a acabar como te gusta.

Julia obedeció. Se la tragó entera, mamamdolo, hasta que él se vino con fuerza, llenándole la garganta de semen caliente. Ella lo sostuvo adentro hasta que se la sacó chorreando, y lo miró con la boca abierta, goteando por los labios y las tetas.

—Creo que voy a alquilar esta habitación toda la semana —dijo Bruno, sonriendo, sin aire.

—Espero que te sobre resistencia —respondió ella—, porque aún no hemos probado el suelo.

Y se arrastró hacia él, empapada, riéndose como una diosa del placer.

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