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Capítulo 28: La bronca que terminamos cogiendo

Capítulo 26: La bronca que terminamos cogiendo


La pelea con Nico me dejó echando chispas. Que me saliera con esos celos pelotudos, diciendo que mis calzas marcaban el culo y que hasta la tanga se me notaba, como si yo fuera una cualquiera buscando que me miren, me cayó como una piña en el estómago. “Boluda, pensá cómo se ve”, me había soltado, y por un segundo estuve a punto de escupirle todo en la cara: lo de Matías en la boda, el garage en mi cumple, la boca llena de leche de los dos, todo el quilombo que él no tenía ni idea. Me callé porque si abría la boca, no paraba, y eso iba a ser una guerra nuclear. Agarré mis cosas y me fui de su casa con una bronca que no me dejaba respirar, pensando que justo cuando intentaba hacer las cosas bien, él venía con estas huevadas.
Estuvimos cinco o seis días sin hablar. Ni un mensaje, ni un “qué hacés”. Silencio total. Yo seguía con mi rutina, yendo al gimnasio con, entrenando con la cabeza en otro lado. Cada vez que me miraba al espejo, me acordaba de sus palabras y me daban ganas de romper algo. ¿De qué me estaba tratando? ¿De puta? Estaba tan caliente que por un momento pensé en escribirle a Matías, solo para mandar todo al carajo, pero no lo hice. Le había dicho que lo dejáramos, y aunque su “Ok” seco todavía me rondaba, quería mantener eso atrás.
El sexto día, me llegó un mensaje suyo. “Emma, hablemos, perdón”. Corto, pero se notaba que lo había pensado. Yo ya estaba más tranquila, la bronca se me había bajado un poco, aunque seguía enojada por dentro. Le respondí, yendo al hueso: “Nico, está todo bien, pero lo que me dijiste me cayó como el culo, la verdad”. Me contestó rápido, “Tenés razón, me fui al carajo, ¿nos vemos hoy?”. Quedamos en vernos esa tarde en su casa, y aunque fui con la guardia alta, una parte de mí quería ver si podíamos arreglar esta mierda.
Llegué tipo cinco, con un jean gastado, una remerita gris que se me pegaba un poco al cuerpo y una campera fina por el frío, que por suerte empezaba a aflojar en Montevideo. Nico me abrió la puerta, con esa cara de “la cagué” que ponía cada vez que se mandaba una. Nos sentamos en el sillón del living, con una mesa llena de vasos sucios y un cenicero que nunca vaciaba. “Emma, me mandé una cagada, no quise hacerte sentir así”, arrancó, mirándome como si temiera que le tirara un zapato. Yo me crucé de brazos, todavía con la bronca a media asta. “Nico, me hiciste sentir como una cualquiera, como si yo fuera al gimnasio a mostrar el culo. ¿Te parece justo?”, le tiré, sin dar vueltas. Él suspiró, pasándose la mano por el pelo. “No, no es justo, me calenté, me puse celoso, qué sé yo. Es que te veo y pienso que todos te miran, y me jode”.
Hablamos un rato, yo sacándome lo que tenía atragantado, él pidiéndome perdón como si se le fuera la vida en eso. “No quiero que pienses que te controlo, Emma, fue una pelotudez, posta”, me dijo, y aunque seguía medio desconfiada, su tono sonaba sincero. No sé cómo, pero la cosa cambió. Estábamos más cerca, mirándonos con esa chispa que no se explica, y cuando me dijo, “No quiero pelear más, Emma”, algo se me prendió adentro. Me agarró la cara y me besó suave al principio, pero yo le devolví el beso con ganas, como si toda la bronca se hubiera transformado en una calentura que no podía frenar.
Nos levantamos del sillón, todavía enganchados, y él me sacó la campera, dejándola caer al piso del living. Yo le saqué la remera, tirándola a un lado, y él me levantó la remerita gris por la cabeza, descubriendo el corpiño negro que traía puesto. Sus manos desabrocharon el jean, bajándomelo despacio mientras me besaba el cuello, y yo me saqué las zapatillas, dejando el pantalón en el suelo. Él se sacó el pantalón y el bóxer de una, con la pija ya dura rozándome la panza mientras nos comíamos la boca. “Te quiero dar coger Emma”, me dijo, con esa voz que me ponía la piel de gallina, y yo le contesté, bueno aca me tenes, cogeme.
Me llevó a la pieza, empujándome contra la cómoda al lado de la cama deshecha, y me sacó el corpiño, dejando mis tetas libres para chupármelas con una intensidad que me hizo gemir desde el arranque. Sus dedos bajaron a la tanga celeste que traía, deslizándola por mis piernas hasta dejarla en el piso, y se puso de rodillas, metiéndome la lengua en la conchita. Lamía despacio primero, recorriéndome los labios como si quisiera saborearme entera, y después fue al clítoris, dándole con la punta de la lengua hasta que me tuve que agarrar de su pelo para no caerme. “Estás toda mojada, me encanta”, dijo el contra mi piel, y yo jadeé, “Seguí así, no pares”. Me comió un rato, llevándome al límite, pero no quería acabar tan rápido.
“Quiero sentirte adentro”, le dije, y él se levantó, sacando un forro del cajón. Se lo puso rápido, mirándome con los ojos encendidos, y me giró contra la cómoda, inclinándome hacia adelante con las manos apoyadas en la madera. Entró despacio al principio, dejándome sentir cada centímetro, y después empujó fuerte, llenándome la conchita con un movimiento que me sacó un gemido largo. “Así, Nico, garchame toda”, le pedí, y él empezó a cogerme con ganas, con un ritmo que hacía temblar la cómoda, entrando y saliendo mientras me apretaba una teta con una mano y me sostenía la cadera con la otra. Yo empujaba hacia atrás, encontrándolo en cada embestida, sintiendo cómo me llegaba profundo, haciendo que el calor me subiera por todo el cuerpo.
Me dio vuelta, sentándose en el borde de la cama, y me pidio que me subiera encima, de frente, con las piernas abiertas a los costados de sus caderas. Bajé lento, sintiendo cómo su pija me abría otra vez, y empecé a moverme, subiendo y bajando mientras él me chupaba un pezón, mordiéndolo suave para hacerme gemir más fuerte. “Seguí así, me decía, y yo aceleré, rebotando contra él, dejando que me rozara justo donde me volvía loca. Sus manos me apretaban el culo, guiándome para ir más rápido, y yo le clavé las uñas en los hombros, gimiendo cada vez que bajaba hasta el fondo. Me acabe así, temblando encima suyo, con un calor que me explotó desde la conchita y me dejó la cabeza en blanco, pero no paré, quería todo.
“Quiero chupárte esa pija”, le dije, y me bajé, arrodillándome en el piso frente a la cama. Él se puso de pie, quitándose el forro, y yo le agarré la pija con una mano, metiéndomela en la boca sin esperar. Chupé la punta primero, saboreando lo salado que ya traía, y después bajé más, llenándome la boca mientras mi lengua le daba vueltas por los lados. Con una mano le masajeé los huevos, apretándolos suave pero firme, y con la otra le trabajaba la base, moviéndola rápido. “Emma, me matás así”, jadeó, y yo lo miré desde abajo, con los ojos encendidos, chupando más profundo, dejando que me llegara casi hasta la garganta. Me la saqué un segundo, lamiéndole la punta con ganas, haciéndole círculos rápidos, y volví a metérmela, chupando con todo mientras la saliva me chorreaba por la comisura.
“Quiero tu leche en la cara”, le dije, sacándomela un momento, y él gruñó, “si te la doy toda putita me dijo”. Se pajeó rápido, con mi lengua todavía rozándole la punta, y se acabó, soltándome la leche caliente y espesa en la cara, salpicándome la boca, las mejillas, hasta el mentón. Era un montón, me corría por la piel, goteándome al pecho, y yo me lamí los labios, mirándolo con una sonrisa mientras él temblaba, con las piernas flojas.
Nos quedamos tirados en la cama, sudados y hechos mierda, con la leche todavía pegajosa en mi cara y el olor a sexo llenando la pieza. “Sos tremenda, Emma”, me dijo, riéndose, y yo le contesté, “Vos también, pero no me vengas con celos otra vez”. Nos reímos, pero por dentro sabía que esa cogida no arreglaba todo. Había sido zarpada, intensa, como si hubiéramos descargado toda la bronca en el cuerpo del otro, pero la pelea seguía ahí, como un eco que no se iba. Me limpié la cara con una sábana, y aunque Nico me abrazó, yo seguía pensando si esto era lo que quería, o si la Emma que no se frenaba iba a volver a mandar todo al carajo.

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