PDB 24 ¡Ven conmigo! (I)




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Compendio III


(Nota de Marco: Estimado lector, le solicito un poco de paciencia con esta lectura, dado que muchas situaciones tuvieron que darse antes que Izzie y yo compartiéramos el lecho y accediese a que yo fuera el primer hombre en desflorar su ano. Por otra parte, y aprovechando el fin de semana largo, tomamos la oportunidad de tomar posesión de nuestra nueva casa en compañía de mi esposa. Le agradezco de antemano su comprensión.)

Ir a dejar a Bastián a la escuela se ha vuelto una rutina maravillosa, permitiéndome preciosos momentos para cultivar nuestra relación de padre a hijo aprovechando los tranquilos entornos de su escuela.

Entremedio del verdor del entorno, había encontrado un refugio propicio para poder revelarle los misterios de sus orígenes,tema que había sido descuidado tanto de mi parte como la de Sonia.

Aprovechando la calma de la escuela, pude confesarle la historia sobre su concepción con una tierna honestidad, iluminándole sobre cómo su madre Sonia y yo pasamos a ser desde simples compañeros de trabajo a estimados confidentes. Le expliqué que fueron sus propios deseos de maternidad, compartidos junto con Elena, que la impulsaron a pedirme ayuda para asistencia paternal.

Aun así, a pesar de las circunstancias poco convencionales de la concepción de Bastián, nunca dudé sobre mi compromiso con él como padre, a pesar de que su madre nunca me lo impuso.

Agachado a su nivel y disfrutando el olor del pasto recién cortado, mientras que la avalancha de padres acompañaba a sus hijos a la escuela, le confesé a mi hijo mi determinación por estar presente durante sus años formativos. Al reflexionar sobre los sacrificios que hice por el bienestar de sus hermanas, de las que me tuve que privar de su grata compañía semana por medio, me hice la promesa que no cometería los mismos errores con él.

Y mientras me perdía en sus ojos honestos, brillantes en curiosidad e inocencia, le confesé hinchándome de orgullo sobre mi satisfacción al percibir que muchos de mis rasgos de imprimieron en él, a pesar de que no estuve presente en todos sus grandes eventos. Sin embargo, le prometí que mi apoyo incondicional a través de su vida sería igual de firme como el que he llevado hasta ahora con sus hermanas.

Pero al volver por las tardes a mi hogar, cansado por las demandas diurnas, no era recibido por la tranquilidad de la soledad, sino que por el incesante repiqueteo de mi teléfono. La voz de Isabella, que a estas alturas ya no me resultaba desconocida, me agobiaba con frustraciones y reproches.

PDB 24 ¡Ven conmigo! (I)

Desde que se enteró que me había encontrado con Emma, no había parado de acosarme cada día con sus llamadas. La mirada comprensiva de Marisol fue benevolente, reconociendo silenciosamente y con mucha gracia mi martirio. Aunque mi esposa sabe que me molesta hablar por teléfono por periodos extendidos, entendía que este caso era lo suficientemente especial para alterar nuestra harmonía familiar.

Cada vez que me llamaba, debía salir a conversar al patio, preparándome para el bombardeo constante de quejas de Isabella. Como es su costumbre, sus palabras afiladas derramaban un torrente de descontento constante, con cada silaba teñida de acusación y resentimiento.

En vano resultaban mis esfuerzos por explicarle que la principal razón por la que no podía compartir más tiempo con ella se debía a que la comitiva provista por su esposo constantemente le escoltaba, aunque la naturaleza ensimismada de Isabella no dejaba verla, haciéndola sentirse engañada por mí, por lo que justificaba mis acciones al culparme de tener una mayor simpatía con Emma.

Por último, esta semana se produjo un acontecimiento inesperado: Aisha y Emma establecieron un estrecho vínculo afectivo. Lo que empezó como una invitación para un desayuno casual se convirtió en una rutina diaria y una cercana amistad, al punto que cada mañana, Emma ya no se retira en el Uber, sino que acompaña a las chicas a desayunar en la casa de Aisha.

Por ese motivo, me empecé a sentir mucho más intimidado al ver a esas 3, ya que seguían con mucha atención mi rutina de compartir con mi hijo en la entrada de la escuela y tanto Emma como Aisha secreteaban a mis expensas, mientras que Isabella seguía atentamente mis acciones.

Sin embargo, todo cambio este lunes, con la compra de la nueva casa. Esa mañana, desperté con una mayor determinación que lo habitual: había cumplido la promesa que, durante años, mantenía pendiente con mi esposa de adquirir el hogar de nuestros sueños.

Tras informarle a Sonia durante el fin de semana sobre nuestra nueva compra y recibir sus cálidas y gentiles felicitaciones, le consulté sobre los siguientes pasos a seguir, dado que la compañía seguía pagando el arriendo del domicilio que estábamos ocupando. Al desconocer esta información, su única sugerencia fue que me presentara en nuestras oficinas y hablase del tema directamente con Edith, la CEO de nuestra sucursal, para que ella me orientase sobre qué era lo que debía hacer.

Pues bien, esa mañana de lunes estaba bastante fresca. El otoño ha llegado con lentitud este año y la mañana se mantenía relativamente húmeda. Habiendo hablado durante el trayecto en vehículo con mi hijo respecto a mi situación, mi pequeño cachorro resultó bastante comprensivo sobre mi aflicción.

Y una vez más, ante el simpático trío que contemplaba detalladamente mis movimientos, espiándome sentadas en una banca adyacente a la entrada de la escuela, me dirigí a ellas con la intención de secuestrar a su miembro más beligerante.

Tanto Emma como Aisha empezaron a sonreír con mayor complicidad al notar que me dirigía directamente a ellas, mientras que Isabella me contemplaba con sorpresa y expectación.

-         ¡Buenos días, chicas! –  Las saludé cordialmente.

Luego de saludarme las 3 en coro, con Emma y Aisha sonriéndome con alegría, les confesé el motivo por el que me había dirigido a ellas.

-         Quería preguntarles si les molesta que Isabella me acompañe esta mañana a mi trabajo.

Esa mañana, la hermosa mujer de impecable melena azabache y labios encendidos en un destacable carmesí vestía un conjunto cautivador, llevando su propio sello personalizado de glamur y sofisticación.

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Sin importarle lo más mínimo el frio otoñal y ante toda seña de sentido común, Isabella claramente buscaba llamar la atención masculina con su llamativa vestimenta. Para empezar, escogió una minifalda de lápiz color ceniza bastante ajustada y llegando levemente por encima de sus rodillas, la cual se ajustaba a sus curvas, destacando sus piernas y acentuando su silueta. Complementando la prenda, vestía una blusa transparente de gasa delicada color crema, adornada con intrincados bordados florales que bailaban a lo largo de sus mangas y amplio escote, brindándole una mayor gracia femenina al conjunto, al destacar las bondades de su generoso busto, el cual era complementado con un collar de oro, del cual pendía un costoso diseño de joyas, donde distinguía rubies y esmeraldas. Finalmente, remataba su apariencia con zapatos de tacón.

·        ¿Qué? Pero… ¿Por qué? – tartamudeó claramente avergonzada, alzando sus cejas sorprendidas de improvisto.

-         Porque debo encontrarme con la CEO que te presenté el otro día, ¿Recuerdas? –respondí, mirándola de forma comprensiva. – Puedes decirle que decidiste acompañarme para saber cómo van los tramites de tu esposo.

·        Pero…

Isabella titubeó, mirando a sus amigas en busca de apoyo. Tanto Aisha como Emma la alentaron para que me acompañase.

¡Vamos, Izzie! ¿No era esto lo que querías? ¡Marco vino personalmente a buscarte para pasar un tiempo contigo! –le arengó Aisha, bastante excitada y brindándome una sonrisa levemente maliciosa.

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o  ¡Sí, amiga! ¡Te prometo que lo pasarás bien! – insistió Emma, apoyando su mano sobre el hombro de Isabella. – Así, no sentirás tanta envidia porque él estuvo conmigo.

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Curiosamente, Isabella miró al suelo, dado que, al parecer, sus amigas estaban revelando más de lo que ella misma quería contarme.

Finalmente, soltó un suspiro y nos reveló su decisión.

·        ¡Está bien! ¡Iré! ¡Solo para que ustedes me dejen en paz! – les respondió cortante, con su garbo habitual, pero con una agradada sonrisa formándose en sus labios.

Sin embargo, ese era el primer obstáculo que debía confrontar. A medida que cruzaba el pavimento hacia el estacionamiento y en contra de la bulliciosa corriente de padres entusiasmados que iban a dejar a sus hijos a la escuela, se manifestaba imponente el chofer de Isabella, esperando a su dueña con un rostro no muy amistoso.

Era un sujeto más alto que yo, en unos 5 centímetros aproximadamente. Vestido de negro, en un traje de etiqueta parecido al de un camarero o un recepcionista en un hotel, destacaba sutilmente su complexión física intimidante, con hombros amplios y gruesos como si estuviera acostumbrado a cargar peso. Su ojo visible izquierdo, dado que su melena desprolija le cubría el otro, la cual era mantenida por su quepis, me miraba implacable al ver cómo llevaba a la señora que servía tomada del brazo. Su mentón cuadrado y su delgado bigote contenían su boca de labios delgados que, complementada con su gruesa nariz, le daban la apariencia de un hombre salvaje, primitivo y violento traído desde el pasado.

Aun así, no dudé en mostrar señales de civilidad.

-         Buenos días. – le saludé con cordialidad. – Quería informarle que sus servicios no serán necesarios hasta la tarde, dado que la señora me acompañará esta mañana a mi trabajo.

El enorme individuo rechistó, soltando una sonrisa divertida.

Ø  Buenos días. – los labios del chofer se doblaron, soltando una voz gruesa y gutural, en un tono condescendiente, pero educado. – Me disculpará usted, pero mi señor no me ha informado sobre el cambio de rutina de la dama.

Por primera vez, sentí que Isabella me afirmaba del brazo intimidada.

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Aunque Isabella quería manifestar su incomodidad, podía darse cuenta de que, al igual que había ocurrido la vez que la encontré en mi trabajo, el chofer la ignoraba completamente.

Fue entonces que empezó a dar credibilidad a mis comentarios por el teléfono: Que ella, inconscientemente, había sido una rehén en una jaula de oro. Y que aquellos que la servían y que ella miraba con desdén y desagrado, se tornaban en peligrosos captores que coartaban su libertad.

Ø  Para empezar, no sé quién es usted ni cuál es la relación con la señora. – prosiguió el chofer, imperturbable, con una mirada indolente, evidenciando su escepticismo.

Sin dejarme intimidar, continué con confianza.

-         Mi nombre es Marco y su hija es compañera de clases de mi hijo.

El tipo se rió con una leve carcajada despectiva, acercándose a nosotros con intenciones de disuadirme.

Ø  Eso aún no me dice nada. – comentó, intimidándome con su estatura y su musculatura, al inclinarse levemente hacia mí. - ¿Sabe usted que haría un pésimo trabajo, si mi jefe se entera que he dejado secuestrar a su esposa?

Aun así, no me dejé amilanar…

-         ¿Y no cree usted que yo sería un secuestrador bastante estúpido si viniese aquí, a informárselo directamente en su cara?

Hastiado por su actitud insolente, solté a Isabella brevemente con un suspiro para tomar mi billetera y cederle mi tarjeta de presentación.

-         ¡Ahí tiene! – se la entregué al mastodonte en sus manos, para que me dejase en paz.– Si algo ocurre, ese es mi contacto. Y le recomendaría que me dejara seguir, puesto que la mujer con la que me voy a encontrar es una principal patrocinadora de su empleador, por lo que su negligencia al dejarme llevar a la señora podría costarle su trabajo, ¿Comprende?

La expresión del chofer se ensombreció, pero asintió de mala gana, haciéndose a un lado para dejarme pasar. A pesar de todo, me sentí aliviado, porque no me creía capaz de vencerlo en una pelea.

A la distancia, noté al chofer mirarme enfurecido, pero a la vez, conteniendo su ira. Mientras contemplaba mi tarjeta en su mano, se rascaba la cabeza sin saber bien qué debía hacer.

Luego de subir a mi camioneta, empecé a sentir que la tensión se disipaba, remplazándola por una sensación de alivio.

·        ¿Por qué hiciste eso? – consultó con una voz temblorosa a medida que rompía el silencio. Sus palabras teñidas de inquietud tras el intercambio con el chofer, mientras me miraba suplicante en busca de respuestas.

La miré fijamente y le di una sonrisa irónica, para ayudarla a aliviar su tensión.

-         Te lo dije: es por gente como él que no he podido compartir contigo. – respondí con voz suave y decidida, mientras encendía el motor.

El rostro de Isabella empezó a enrojecer a medida que procesaba mis palabras, con un rosado discreto esparciéndose en su rostro. Su mirada se suavizó, con señales de fragilidad en el parpadeo de sus ojos.

·        Pero…¿Por qué hiciste eso… por mí? – preguntó, con voz baja, casi como si fuera un susurro, con cada palabra marcando el errático ritmo de su corazón.

La observé extrañado, mirándola un par de segundos más de lo necesario.

-         Pues, también te lo dije… quería estar contigo. - confesé con una voz sincera.

Durante el camino, su sonrisa fue creciendo mucho más afectuosa, con una risa que llenaba nuestras distancias con inesperada liviandad. Tomé la oportunidad de explicar mis acciones, resaltando mis fines estratégicos.

Sus ojos se notaban cada vez más encantados, al revelarle que necesitaba dejar un precedente ante su esposo que me permitiera ganarme su confianza estando a solas con Isabella.

Claramente, la presencia de Isabella nos venía tanto a su marido como a mí sin cuidado: el auspicio desde nuestra sucursal se haría de manera discreta. No obstante, que Isabella estuviera presente frente a Edith le volvía a destacar que yo no solamente era un contacto valioso para su esposo, sino que, además, Isabella estaba preocupada por su trabajo.

·        ¿Pero por qué quieres hacer eso? – preguntó, cautivada por mi explicación, por lo poco convencional de mi plan y claramente, mucho más cómoda de estar a solas conmigo en la camioneta.

La miré sinceramente, perdiéndome en la belleza de su sonrisa, sintiendo un genuino afecto.

-         Es que mi plan es enseñarte a manejar, Izzie. – confesé, dejándome llevar por su cautivante sonrisa.

Su melodiosa risa ante mi descaro inundó armoniosamente la cabina de mi camioneta. Incluso, se llegó a acomodar en el asiento, con sus ojos riéndose divertida.

Soltando un suspiro e incorporándose en el asiento, fingió un molesto mohín, aunque no paraba de sonreír.

·        ¿”Izzie”? – preguntó con su coquetería y altivez habitual.

-         Sí. Así te llamó Aisha, ¿No? – respondí en un tono bromista. – Por favor, no me digas que eres de esas mujeres que le gustan que la llamen por su nombre completo.

Miró por la ventana del copiloto, ocultando su sonrisa que parecía desbordarla de los labios.

·        No…aunque no es que me agrade mucho cuando lo hacen…-confesó en una voz mucho más baja y vulnerable.

-         ¡Qué bueno! – comenté con un tono más cálido, sintiendo mi pecho hincharse. –Encuentro que llamarte “Izzy” te hace ver más tierna.

Volteó repentinamente y me miró a los ojos… y aunque tenía algo que decirme, prefirió callarlo y sepultarlo en una coqueta sonrisa.

Luego de estacionar mi camioneta en el edificio y subir el ascensor, mi tensión iba en aumento. Al llegar al elegante piso 12 e ir acompañado de una hermosa mujer, mi preocupación empezaba a crecer discretamente.

PDB 24 ¡Ven conmigo! (I)

Mientras caminaba con incertidumbre a través de los pasillos de suelo de impecable mármol naranjo y el deambular indiferente de secretarias, contadores y todo el personal bullente de ese piso, pensé que mis posibilidades de encontrarme con Edith eran limitadas y peor aún, que a pesar de tantos años y de haber dependido de Sonia como intermediaria entre nosotros, no tenía ni la más remota idea dónde se encontraba su oficina en ese enorme piso. E imagino que al igual que la mayoría de los hombres, me daba vergüenza consultar su ubicación.

Sin embargo, la fortuna estaba conmigo, porque ella sí me reconoció desde mis espaldas.

ü  ¡Vaya, Marco! ¿Qué haces aquí? No me digas que estás decidiendo dónde estará tu próxima oficina. – comentó Edith, abrazándome con mucha cordialidad.

A sus espaldas, como era de esperarse, el rostro enardecido de Madeleine me contemplaba indignada.

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-         ¡No!¡De hecho te estaba buscando! – le confesé, agradecido por su amabilidad. – En realidad, ni siquiera sé dónde está tu oficina.

Con su actitud maternal, me hizo un gesto de reproche, que una vez más, me hizo acordarme de mi madre.

ü  ¡Eso es lo que pasa cuando trabajas mucho tiempo desde casa! ¡Ven conmigo! – me tomó desde el brazo. - ¡Madeleine, síguenos!

Noté que Isabella sonrió con malicia al ver cómo mi antigua rival tenía que obedecer como si fuese un perrito faldero.

Luego de avanzar por un amplio pasillo, nos llevó a su majestuosa oficina.

Ubicada en una de las esquinas del edificio, sus amplias ventanas permitían ver los concurridos edificios aledaños, además de iluminar la habitación con luz natural la mayor parte del día. El piso, adornado con baldosas de mármol café con un diseño interesante, entregaban una sensación de elegancia y grandiosidad. Las paredes, de paneles de madera rica, daban al ambiente de la habitación un aire de familiaridad, haciéndolo hogareño y receptivo para los invitados. En una de las esquinas, un sofá enorme invitaba a sentarse, acompañado con una mesa de café discreta. Al frente de esta, dos sillones imitaban el diseño del sofá, cuya área estaba cubierta con una alfombra cuadrada blanca y lanuda, agregando un toque de delicadeza a la oficina. Y en el corazón de la habitación, el escritorio de Edith, una pieza simple, pero a la vez elegante con una cubierta suave de cuero café. Posicionada estratégicamente para un trabajo optimo, le permitía suficiente espacio para revisar documentos y llevar reuniones. A su diestra, una computadora personal de última generación murmuraba discreta, ofreciéndole apoyo en la era digital. En las paredes, una variada colección de cuadros, capturando el encanto de bulevares europeos y retratos familiares. Una enorme televisión pantalla plana se destacaba frente a su escritorio, mientras que un modesto librero moderno alardeaba de su amplia selección de libros, reflejando los intereses eclécticos e intelectuales de Edith.
  
ü  ¡Veo que tú y la esposa del consejero pasan mucho tiempo juntos! – señaló Edith al notar la presencia de Isabella en la oficina.

-         No más de lo que el consejero pasa a solas con Madeleine. – contesté, indiferente que ella pudiese escucharme.

ü  ¡Buen punto! – señaló Edith, dejando el tema de lado, para luego dirigirse a Isabella. - ¿Puede informar a su esposo que el pago llegará dentro de la quincena?

Isabella asintió silenciosa, todavía impresionada por lo efectivo que resultaba mi plan. Una vez que eso quedó resuelto, Edith me prestó su total atención.

ü  ¿En qué puedo ayudar a mi empleado más preciado?

Tal vez, piensen que a Edith la atraigo sexualmente, pero en realidad, nunca he sentido esa sensación. Siempre la he visto con esa vibra de sofisticación y profesionalismo. Por las decisiones que generalmente toma, van de la mano con el bienestar de la compañía. Incluso la misma contratación de Sonia se debió a que ella gestionó empoderar la oficina de Melbourne y dejarla administrada y manejada por mujeres, a modo de equilibrar las disputas que existían antes, con la división de los territorios.

De cualquier manera, el halago de Edith irritó todavía más a Madeleine, cuya mandíbula entrecerrada y el rechinar de dientes, además de la empuñadura de su mano mostraba su “alegría” porque estuviese ahí.

Sé que le irrita tenerme ahí. Que Edith me reconozca como su “empleado más preciado”, por el manejo dedicado y profesional de los planes de mantención de todo el circuito, puesto que ella es incapaz de hacer algo así. Por otra parte, que la rechace y no caiga en sus encantos, dela misma manera que me pasa con Isabella y peor aún, verme con ella, hacía que Madeleine estuviese a punto de perder los estribos.

-         Quería consultarte sobre a quién me debo dirigir, dado que acabo de comprar una casa en Hawthorn.

ü  ¿Qué? – exclamaron las tres en coro.

Le expliqué a Edith que, durante muchos años, estuve ahorrando para comprar la casa que le había prometido a mi esposa y que ahora, ese mismo fin de semana, y con el apoyo de mi cónyuge, pudimos cumplir ese deseo, por lo que me sentía incómodo con respecto a la casa que me proporcionaba la compañía.

A medida que le contaba, el rostro de Edith sonreía con mayor cordialidad y asombro. Y con la ternura propia de una madre que se da cuenta que su hijo hizo algo que la enorgullece, me explicó la situación.

ü  Marco, por lo general, los empleados que traemos desde el extranjero no compran casa propia. – comentó, sonriendo con dulzura y enternecida. – La compañía se encarga de su hospedaje con la intención de mantener su lealtad… pero claramente, ni para ti ni para Sonia, eso aplica.

Aunque es una mujer mayor y vive constantemente acosada por los negocios, pude ver que estaba muy entretenida buscando una solución a nuestro problema.

Aun así, y repentinamente, sus ojos celestes se iluminaron con gran astucia.

ü  ¡Mira! En estos momentos, me tienes“atrapada” (comentó con una sonrisa bastante particular), porque no puedo retenerte ante nuestros competidores más cercanos.

-         ¡Pero sabes que no me voy a ir! – protesté, al notar que jugaba conmigo.

ü  ¡Eso lo sé! Pero si no puedo“asegurar” tu lealtad a la empresa con una casa, ¿Qué opinas de un aumento de sueldo?

§  ¿Qué? – exclamó Madeleine, con la mandíbula a punto de caerse.

Tanto a Madeleine como Isabella tomó la noticia de sorpresa. Si bien era cierto que de por sí, ya ganaba un buen sueldo, aparte del reajuste anual, nunca me interesé en solicitar un aumento, dado que con lo que tenía, era más que suficiente para administrar mis gastos.

ü  ¡Sí! ¿Qué opinas si te duplico el sueldo?- exclamó Edith con sagacidad.

Y en esta oportunidad, Isabella se unió a la sorpresa de Madeleine…

§  ¿Qué?

Como he mencionado, ni Marisol ni yo vivimos de manera ostentosa. De una manera parecida a la de Aisha, a pesar de que tenemos buenos ingresos con mi cónyuge, gran parte de nuestros sueldos se va en ahorros y decoramos la casa y nos damos algunos lujos, pero nada demasiado extravagante.

ü  Aunque si mal no recuerdo, no has pedido aumento de sueldo durante todos estos años. – prosiguió Edith, reflexionando consigo misma. - ¿Te parece si te pago el triple de lo que estás ganando, a modo de compensación retroactiva?

En menos de 2 minutos, me había aumentado drásticamente el sueldo y tanto Isabella como Madeleine estaban impresionadas…

Pero para mí, que la había visto actuar todo ese tiempo, ese actuar impulsivo me hacía creer que estaba jugando conmigo.

-         ¡Vamos,Edith! ¡No bromees! ¡Sabes que mi sueldo está bastante bien para mí!

Sin embargo, ella me miró con sus penetrantes ojos celestes.

ü  ¡Marco, sabes bien que estoy hablando en serio! – respondió, con una gran seguridad en su voz. – Tanto tú como Sonia no cobran ni el 1% de las utilidades que traen a la compañía. Y créeme, a la junta le viene sin cuidado que futuros candidatos reciban aumentos considerables…

-         ¿De qué estás hablando? – pregunté, sin entender lo que quería decirme.

Una vez más, me miró de forma maternal, como si fuese un niño pequeño que no entendiera a su madre.

ü  Hablo de que tú y Sonia ya han sido nominados para que pasen a formar parte de la junta. A eso me refiero.

-         ¡Pero sabes bien que no estoy interesado!

ü  ¡Lo sé! - respondió, llevándose la mano a la frente…

Me miró a los ojos, como si fuese un hijo desobediente y suspiró en resignación.

ü  ¡Mira! Tal como nos dijiste la otra vez, nuestra junta está muy indolente… y necesitamos personas como tú… personas responsables, inteligentes, con corazón, que no se preocupen tanto de ganar dinero. A Sonia, ya se lo ofrecí, pero ella me rechazó.

-         ¿Sonia lo rechazó? ¿Por qué? - le pregunté intrigado, dado que había sido uno de sus sueños desde que trabajábamos juntos.

Edith sonrió fingidamente…

ü  ¡No lo sé! Me respondió de que, finalmente,se había puesto en contacto con el padre de su hijo, quien estaba muy entusiasmado y le preocupaba mucho que, de aceptar, perdiese la cercanía que estaban desarrollando…- y sonriendo con malicia, agregó. – Lo más curioso fue que me contó que su hijo era un amigo muy cercano a la hija del consejero.

Como les digo, Edith es una mujer muy discreta.Y mirándome con complicidad, aunque sabía que Bastián es nuestro hijo junto con Sonia, no lo admitiría abiertamente.

ü  Mi única condición es que te presentes en las reuniones administrativas una vez a la semana. Nada más. -demandó Edith, zanjando el asunto definitivamente.

-         ¿Por qué?

Ella volvió a suspirar con cansancio…

ü  Acabo de decirte que nuestra junta está indolente. Tenerte a ti y Sonia presente puede ayudar a cambiar la situación.

Sin tener muchas opciones, dado que la nueva casa, el embarazo de Marisol y el simple hecho que ahora necesitaba el dinero, me vi forzado a aceptar sus condiciones.

-         ¿Y con quién debo hablar al respecto mi nuevo contrato? – pregunté.

Edith volvió a sonreír con malicia y sagacidad…

ü  Debes hablarlo con Madeleine. Ella se encargará de autorizar tu aumento de sueldo y renegociar directamente tu contrato… y no te preocupes…- agregó, mirándola de manera desafiante. – En esta oportunidad, me aseguraré personalmente de que no te terminen reubicando en Fawkner.

Al sentir su mirada, Madeleine palideció en pavor. Edith estaba al tanto de sus siniestras maquinaciones…

Y una vez satisfecha consigo misma, Edith me miró de vuelta.

ü  Y Marco, me gustaría verte de vuelta en tu oficina. Se extraña mucho tu presencia. - me remató, dándome una palmada en el hombro.

Aunque lo había dicho con sinceridad y sin atisbo de sensualidad o segundas intenciones, sus palabras me habían quedado dando vuelta, mucho más del simple hecho que me aumentaran considerablemente mi salario.

Pero una vez que volví a la camioneta y me ajustaba el cinturón, mi mano coincidió con la fresca mano de Isabella.

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Pude darme cuenta de que, en sus ojos, ya no había huella de esa arrogancia infantil con la que nos habíamos hablado anteriormente. Más bien, me pareció una mirada sincera, amorosa y enternecida, complementada con una tenue sonrisa marcada con dicha y admiración.

Nos besamos suavemente, con mi boca saboreando la ternura y delicadeza de su lengua, mientras que mi mano se deleitaba con la frescura de sus muslos. En la suya, se marcaba discretamente la forma de lo que quería salir desesperadamente del pantalón.

No dijimos palabras. Solamente nos miramos, sonriéndonos de la misma manera que ella había hecho antes de llegar a la oficina.

Miré mi reloj. 10:23 PM. Lamentablemente, habíamos perdido horas preciosas.

-         ¿Aceptarías ir conmigo a un motel? – le pregunté, con intenciones de disfrutar al máximo nuestro tiempo restante.


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1 comentario - PDB 24 ¡Ven conmigo! (I)

eltrozo896 +1
Se viene la orteada
A Madeleine también tenes que romperle el orto, se lo merece
metalchono +1
No solamente a ella. Su "ama" Cristina también se merece lo suyo. Pero por ahora, puedo disfrutar de estas 3 apoderadas. Gracias por comentar.