Ella me tiene en sus manos

Ella es mi mayor secreto.
Quizás sea al revés, es decir, que yo sea el mayor de los secretos de ella.
Porque lo lógico es que yo no tenga nada que esconder: joven, poco más de veinte años, hermosa, delgada. Hace conmigo exactamente lo que quiere. 
Yo, en cambio, si soy alguien para esconder: viejo, no muy agraciado, comprometido, con una carrera profesional que podría verse en riesgo si se llega a saber.
Nos encontramos en los lugares y en los momentos que a ella se le ocurre. Y eso ocurre cada tanto. Dos o tres meses. A veces más. 
Me hace sentir que me manda un mensajito cuando está aburrida. Y a mi, claro, no me importa en absoluto. 

La última vez que nos encontramos, me besó con furia. Apenas cerramos la puerta de la habitación, su lengua invadió la mia, se trepó sobre mi, y sin dejarme reaccionar, bajó mis pantalones y se dejó caer sobre mi pija que, pese a la prisa, ya estaba lista, esperándola.
Se ensartó en mi, y se movía con desesperación. No estaba gozando solamente. Se estaba desquitando. Lo sentí claramente. Estaba saciando su sed. Se estaba sacando la calentura de vaya a saber quién, o quiénes. 






Ella me tiene en sus manos


Pero eso a mi no me importa. 
A mi solo me importa que cada tanto me llame, que cada tanto quiera estar conmigo, que cada tanto me regale esos orgasmos ruidosos, cargados de espasmos y jugos. Y su risa descarada.
Después, cada cual con su vida.
Pero anoche, anoche soñé con ella, y estoy preocupado. 
Mirá si a mi edad se me da por reconocer que me estoy enamorando. 
No sería nada. Mirá si esa turrita hermosa llegara a enterarse de que, por solo soñarla, tengo esta erección. 
No tengo dudas, de que me empezaría a buscar sin disimulos.

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