Las cuatro joyas

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No te vas a arrepentir!


LAS CUATRO JOYAS

Junto a Kevin estábamos viviendo esa luna de miel de los primeros años de convivencia, esos hermosos días de pareja que parecen ser una prolongación del noviazgo. Tenía veintiséis, el dos años más.
Todos decían que formábamos una linda parejita, es que él era muy guapo, casi un metro noventa, musculoso, con un rostro muy americano, de quijada cuadrada, ojos delgados y sagaces, usaba el cabello corto, de nuca rapada, y unas patillas marcadas que le quedaban muy bien. Tenía una voz muy grave que, aunque no se lo propusiera, a cualquier mujer le hacía erizar la piel.
Y no era solo porque yo lo dijera, las chicas, mis amigas me tenían sana envidia y muchas veces me dejaban saber lo afortunada que era, además, no soy tonta, y notaba como lo miraban las mujeres.
Pero lo cierto, es que yo también era una mujer muy apetecible, casi un metro ochenta, blonda de largos cabellos enrulados, ojos grandes y verdes y como el mismo Kevin solía decirme, se había enamorado de mi cara de puta.
Pero no solo era eso, la naturaleza había sido buena conmigo, grandes pechos, cintura escueta, cola saltona y regordeta y piernas largas y estilizadas.

Kevin era analista de sistemas y hacía poco tiempo había entrado a trabajar por contrato en una empresa de ensamble de electrodomésticos, de mediano tamaño, él se encargaba de todos los problemas de software y hardware y todas esas cosas que yo jamás entendería. Por mi parte estaba terminando mis estudios de ingeniería industrial.
La paga era normal digamos, no nos permitía grandes lujos, pero la pasábamos bien.
Vivíamos en esos días historias de parejas perfectas, esas de películas donde no había secretos, donde todo era confidencias y sonrisas, dos tórtolos enamorados.

Llegaba fin de año, y con eso la fiesta de despedida, era una costumbre en la empresa de Kevin, que cada año hacían un agasajo para todos los empleados y sus respectivas parejas, una forma de agradecer por la dedicación de cada ciclo, una cena en algún lugar de categoría, con sorteos, shows y bailes que duraban hasta el amanecer.
Esa noche mi marido estaba exultante, con una remera negra adherida que dejaba marcar todos sus ricos músculos, un pantalón de vestir en gris claro y un saco sport al tono. Por mi parte, luciría un vestido en tonos de plateados y negros entrelazados, tenía un escote discreto y era abierto por la espalda, a media pierna, casi llegando a mis rodillas, con un sexi tajo sobre mi pierna derecha que invitaba a imaginar. Era demasiado ajustado, copiaba casa defecto y cada virtud de mi cuerpo, y al verme al espejo me sentí demasiado llamativa, mis pechos levantados dejaban ese hueco al medio que jamás pasaba desapercibido a los caballeros, y mi cola por Dios! me veía puro culo.

Esa noche la pasaríamos fenomenal, comimos, bebimos, bailamos, conocí a muchos compañeros de Kevin y hasta en uno de los tantos sorteos nos ganamos una orden de compra. Pero sin dudas, algo sería el punto de partida para un futuro diferente, en algún momento, mi marido me presentó al dueño de la empresa, Marcelo Lambiris, un tipo muy elegante, pasados los cincuenta, con cabello lacio dejando ver ya algunas canas, de mirada profunda, ojos negros, vestía bien, olía bien, impecable y noté que me devoró con la mirada, de esa forma que algunos hombres tienen de mirar, esa forma que te inhibe y te hace desear no estar ahí en ese momento.
Cambiamos algunas palabras y entre tantas cosas lo felicitó a Kevin por tener una esposa tan bonita, luego se alejó de nuestro lado y como era lógico siguió haciendo relaciones sociales con los otros empleados.
Era loco, su perfume había quedado impregnado en mis ropas, y me acompañaría por el resto de la noche.
Kevin se mostró gracioso con la situación, es que me veía demasiado provocativa y sin dudas el señor Marcelo se había visto sorprendido.

Al mes siguiente, Kevin me dijo que su jefe le había preguntado por mí, por mis estudios y que, dado que había una vacante, quería saber si a mí me podía interesar, un poco casualidad, un poco no, porque siendo mujer pude adivinar un poco más de interés que un mero ofrecimiento laboral.
Después de evaluar situaciones, ver alternativas, algunas visitas para cumplir requisitos de ingreso, me sumaba a 'Lambiris SRL', el mismo sitio donde trabajaba mi esposo.

En un año sucederían muchas cosas, Marcelo Lambiris y yo nos cruzábamos a diario por temas laborales, él siempre había sido muy profesional conmigo, aunque siempre tenía esa espina clavada de tanta generosidad, aunque ciertamente mis ideas innovadoras habían hechos mejorar los márgenes de ganancia de la empresa. Con Kevin todo seguía de maravillas, pero mi jefe empezaba a inquietarme, lo veía tan maduro, tan seguro, tan hombre, siempre sabiendo que decisión tomar, implacable, siempre correcto, siempre perfecto y si bien no era de las que miraran el dinero, debía reconocer que la ostentación de Marcelo llegaba a confundirme, sus ropas, sus perfumes, sus coches.
Estaba perdida entre dos mundos, la juventud, la inocencia, el amor de Kevin, por un lado, mi esposo, y el aplaque, la certeza, lo apabullante de Marcelo por otro, mi jefe. Me sentía horrible, porque Kevin era muy bueno y no se lo merecía, pero mis ojos poco a poco se inclinaban hacia Marcelo, y me daba cuenta que si el avanzaba yo no podría decir que no.

Y en algún punto de esta historia mi marido también comenzó a cambiar, pero él no veía los que me sucedía con Marcelo, no, lo suyo eran celos profesionales, era cierto que había ingresado a la empresa gracias a él, pero con el tiempo yo me había hecho de un nombre, era respetada y había crecido en proporciones, mientras el seguía siendo un simple analista de sistemas que solo arreglaba computadoras, mi sueldo inicial era una parte del suyo, ahora lo doblegaba, y eso le pegaba fuerte en su ego machista. Surgieron roces y esos roces fueron a la cama, era una situación incómoda, demasiado incómoda.

A mediados de octubre, llegó a mi correo personal, propagandas de un curso para analistas de sistemas, siempre recibía propagandas de todo tipo, saben cómo son estas cosas, y se me ocurrió hablar con Marcelo, le dejé saber que las cosas con mi marido no estaban bien, que discutíamos demasiado y que necesitaba espacio, ese curso de una semana fuera de la provincia podía ser una buena excusa y le rogué que lo enviara como sea, como cosa de él, donde yo no tendría nada que ver.
Él lo meditó y me dijo que lo dejara en sus manos, que vería que podía hacer, sería un secreto entre ambos.
En verdad jugué sucio, quería distanciarme de Kevin, pero fui justo con el hombre que me quitaba el sueño, y sabía que mis acciones traerían consecuencias.

Noviembre, calor de un nuevo verano que llegaría muy pronto, y al fin Kevin partió a ese famoso curso, era un domingo por la tarde puesto que empezaría el mismo lunes a primera hora.
Al día siguiente, Marcelo no perdería el tiempo, me llamó a su despacho a primera hora, fue directo al grano, preguntas y más preguntas y solo cuando supo que me tenía en su puño mostró sus cartas.
Abrió uno de los cajones de su escritorio y sacó un regalo, una caja pequeña, envuelta en papel madera, me dijo que disculpara lo pobre de la presentación, pero evidentemente había apariencias que preservar, me indicó expresamente que lo abriera luego, en mi hogar, no antes.
Al llegar a casa no podía más con la intriga, dejé las cosas de lado, como una chiquilla impaciente rompí con desesperación la cobertura, una linda caja en tono borravino y letras doradas presagiaba algo imponente en su interior, la abrí y comprendí la jugada maestra de Marcelo, era un kit de cuatro piezas preciosas, todas en plateado con piedras en rojo haciendo juego, un anillo, una gargantilla, unos pendientes largos y... un pequeño plug anal, maldito...
Lo llamé al celular, le dije que viniera a cenar, quería cogerlo, era inevitable...

Me bañé temprano, estaba ansiosa, me depilé por completo, elegí mis prendas con sumo cuidado, zapatos tacos altos, medias de encaje a medio muslo, con minifalda adherida, buscando que el principio de las medias coincidiera con el final de la pollera, quería que Marcelo notara lo que tenía, pero que tuviera que imaginar lo que seguía, elegí un top también ajustado, era viejo, pero me gustaba como me marcaba las tetas y esta vez no me importaría entrarle a mi víctima por los ojos, ropa interior para el momento, un conjunto calado muy sugerente con tanga hilo dental.
Marcelo llegó puntal, abrí la puerta, vestía exquisito, como siempre, un gentleman, con una chalina blanca adornando su estampa, él no se detuvo en mis ropas, el miró mi mano, notó el anillo, también la gargantilla que rodeaba mi cuello, y los largos pendientes en mis orejas, no dijo nada, no dije nada, pero ambos sabíamos que tenía el plug anal enterrado en mis entrañas.
Se sentía exquisito, mucho sex appeal en el aire, el deseo se respiraba.

Cenamos tranquilamente, el llevaba el dominio del tiempo, bebimos, reímos y con el correr de los minutos todo se fue haciendo eróticamente insoportable, tenía el culito en llamas con ese maldito juguetito atravesando mi esfínter, sentía mi conchita inundada como nunca y el bastardo solo parecía jugar conmigo.
A media noche me tomó por la fuerza, entre sus manos, me aferró por la cintura, me levantó en el aire y me dio un terrible, profundo, caliente e interminable beso, sus labios besaban bien y hubiera hecho lo que me hubiera pedido.
Casi adivinando fuimos al dormitorio que compartía con Kevin, me dijo que era perfecta, y solo deseaba verme, que bailara para él, que lo sedujera.
Confieso no ser muy buena para estas cosas, tiendo a sentirme tonta y a reírme por vergüenza, pero improvisé un striptease con música que sentía en mi cabeza, haciéndolo desear, dejando caer lentamente mis prendas, una a una.

Solo me quedaba el sostén, solo me quedaba la tanga, Marcelo vino a mi encuentro, volvió a besarme profundamente y sus manos se llenaron con mis nalgas, sus labios bajaron por mi cuello y buscó mis pechos que aún estaban cubiertos bajo el sostén, como una intrusa, su lengua buscó desnudarlos para llegar a mis pezones, dejé caer los breteles, mi respiración estaba pausada y excitada, lo hacía con cadencia y me perdía.
Marcelo me llevó sobre la cama y me hizo poner en cuatro, con todo mi enorme culo apuntando a sus ojos, sabía lo que quería ver, su regalo metido en mi culito, atravesado por la delgada línea de mi tanga, me dio una fuerte nalgada como aprobación y lo sentí jugar con sus dedos en mis labios depilados, hervía, metió esos largos dedos en mi conchita y me hizo gemir, luego los sacó y los metió en mi boca para que yo bebiera de mi propio calor.

Mi jefe entonces dio la estocada, me dijo que era hermosa y sentí su verga meterse en mi conchita, estaba dura, hermosa, empezó a cogerme duro, acariciando mis glúteos, llegando a mis tetas, apretándolas, muy rico, mi conchita empezó a regalarme ricos orgasmos y gemía descontrolada, él tenía el control, siempre lo tenía, manejaba los tiempos a su antojo.
Cambiamos, se recostó he hizo que lo montara, tomé su pija y me senté sobre ella, me movía sintiendo su sexo llenarme, y ahora él en un rol más pasivo se dedicaba a llenarse la vista con mi rostro lleno de placer, sus manos acariciaban mis piernas y mis nalgas, incluso lo sentía jugar son el plug enterrado que tenía y sabía que eso lo excitaba.
Mis grandes pechos se bamboleaban con mis movimientos y buscaba que mis pezones rozaran su pecho, era muy rico y cada tanto Marcelo los llevaba hacia su boca para chupármelos todos, el derecho, el izquierdo, ambos.

Cambiamos un par de veces más hasta que él se aseguró que yo me sintiera plena, abrió mis piernas y fue al medio de ella, a seguir cogiéndome, cerré mis ojos y me dejé llevar, acariciaba su espalda, estaba toda abierta para él y su verga llegaba al fondo de mi inundada conchita, su pecho ahora se pegaba en mis tetas y me llenaba el cuello de besos, llevé una mano entre su pubis y el mío para masajear mi clítoris en un orgasmo final que se hacía inevitable, pero abusando de su fuerza masculina me obligó a sacarla, y me aferró ambas manos hacia atrás como si fuera su prisionera, me encantó, estaba a su merced, me cogía, me violaba, no dejaba que me masturbara, me mataba...


Las cuatro joyas


De repente, mi amante sacó su verga dura y se masturbó muy cerca de mi clítoris, mierda, su leche caliente empezó a saltar con fuerza bañando todo mi sexo, mis labios, mi pubis, mi botoncito, sentí sus jugos embardunar todo a su paso, fue excitante.
Marcelo no perdió tiempo, besó mis labios, bajó por mi cuello, luego mi vientre y al fin se perdió entre mis piernas, sentí sus labios y su lengua en mi conchita depilada, empezó a besármela y chupármela, y el saber que estaba sucia con sus jugos me dio una excitación extra.
Acarició mis pezones, los apretó con suavidad, Marcelo sabía que el cuerpo de una mujer era como una orquesta, todos deben tocar en sintonía para que la obra sea perfecta y sin dudas él era un excelente director de orquesta, exploté sin poder acallar mis gritos, en una manera que hacía tiempo no gritaba.

Dormimos juntos, me entregué a sus brazos, me había gustado, su propuesta de amor era diferente a la que Kevin me daba, no sé, menos cantidad, más calidad.
Al día siguiente llegamos por separado al trabajo, solo por guardar apariencias, pero por la noche volvió a visitarme, y la siguiente, y la siguiente hasta que terminó esa semana y mi esposo estuvo de regreso.

Con el correr de los días las cosas con Kevin se ponían más y más pesadas, Marcelo no había vuelto sobre el tema, observaba con paciencia, agazapado, desde las sombras como mi relación matrimonial poco a poco se caía a pedazos.
Después de unas semanas, una mañana como cualquiera Marcelo me llamó a su despacho, en principio era solo para revisar unos números, pero yo andaba con las hormonas alteradas, mi jefe parecía haberse estancado en su conquista y yo no quería dejarlo ahí.
El empezó a hablar de temas laborales, pero yo no lo escuchaba, solté un botón de más de mi camisa y mis tetas se veían muy llamativas, Marcelo trataba de concentrarse en su objetivo, pero cada tanto su vista se perdía donde no podía perderse, era muy sexi y divertido.

Al diablo con todo, solo lo ignoré y me escabullí bajo el escritorio, solté la hebilla de su cinto, abrí la bragueta y busqué bajo el slip, saqué su pija, estaba hermosa, dura, se la besé, la deseaba demasiado, desnudé su glande y pasé lentamente mi lengua por él, sabía salado, lo hice una, dos, cien veces, siempre lentamente, pasando mi lengua desde la base hasta la punta, deteniéndome cada tanto en la base de su cabeza, Marcelo se retorcía de placer y me animaba a acelerar el ritmo, pero yo tenía el control, yo tenía el poder y quería prolongar el momento, su verga latía en mis manos, se contraía, se tensaba.
Una gota de líquido transparente emergió de la punta, me calentó mucho, pasé la lengua y sentí su sabor a hombre, me sentía toda mojada y era como si pequeños orgasmos me invadieran por la excitación que tenía encima.
Sabía que estaba al límite y no permitiría que se mancharan sus delicadas prendas, así que la engullí por completo y solo usé mi mano, con mi lengua apoyada en la base de su cabeza.
Su líquido viscoso y espeso empezó a llenar mi boca, estaba exquisito, me encantaba tragar el semen y lo fui haciendo poco a poco, todo a su tiempo, hasta que no quedó nada.
Seguí chupando hasta que su verga perdió erección, Marcelo estaba desencajado, parecía al borde de un ataque al corazón.

Esa rutina se haría costumbre, la oficina de Marcelo se transformaría en nuestro lugar secreto para tener sexo, es que era erótico y peligroso, el empleo, el dueño, la situación, hubiera sido más fácil ir a un hotel, pero la adrenalina no sería la misma.
Y en esos días, llegarían las habladurías, los chimentos de pasillo, y Kevin estaba al borde del abismo, ya no eran solo celos profesionales en una relación que estaba marchita, ahora también sospechaba que le era infiel.
Marcelo me decía de parar un poco, que primero terminara la historia con mi esposo y después seguiríamos adelante, y en eso estaba, pero Kevin se negaba y no podía solo pensar que mi jefe no existía.
Una mañana nos sorprendió, Kevin entró de improviso a la oficina, sin avisar, nos estaba siguiendo, yo estaba otra vez mamándole la verga a Marcelo, Kevin fue por todo.

La prensa escrita y los medios televisivos del lugar se harían eco de la noticia, incluso en las radios se hablaría por algún tiempo del tema, hasta que nuevas noticias taparon lo sucedido aquella mañana.
Hablaron de una historia de amores, infidelidades y con trágico final, Kevin Gonzalez, un joven emprendedor en un ataque de celos había disparado directamente al pecho de Marcelo Lambiris, director y dueño de la prestigiosa 'Lambiris S.R.L.' ocasionándole la muerte inmediata, también en la señora Alicia Ventura, estaba en delicado estado, una bala había atravesado uno de sus pulmones y había rozado una arteria, era la única sobreviviente, con estado muy reservado ya que por último, el señor Kevin, luego de matar a su jefe y pensar que había hecho lo propio con su mujer, decidió quitarse la vida disparándose en la cabeza.

Un final trágico para una loca historia de amores cruzados, no era mi hora, no era mi momento, arañé las puertas del cielo y del infierno, pero acá estoy, deje todo atrás, en el pasado, aun no entiendo como Kevin pudo haber llegado a tanto, aun imagino lo que podría haber vivido junto a Marcelo


Si te gustó la historia puedes escribirme con título 'LAS CUATRO JOYAS' a dulces.placeres@live.com

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