Mi tía y el gimnasio.

Desde bien pequeño siempre he sido el típico chico con unos kilos de más, o como me solían decir en clase “el gordo”. Hasta que bien entrada la adolescencia descubrí la combinación de salir a correr con flexiones y abdominales y empecé a perder peso.
La diferencia de físico fue tan notoria que hasta había gente que no me reconocía cuando les saludaba por la calle. Mis amigos siempre me decían que me apuntase al gimnasio con ellos, pero teniendo en cuenta que solo había uno en todo el pueblo; iban todos los tontos con los que nos llevábamos mal, y pasaba de malos rollos. Ellos decían que no pasaba nada, pero siempre solían tener piques por ver quién usaba las máquinas más tiempo que otro y de más.
Así que por mi parte, aprovechaba la cochera de casa de mi abuelo que no utilizaba y con un par de máquinas y pesas que me había comprado después de haber estado todo el verano ahorrando iba tirando.
Un día estaba en casa viendo Instagram cuando me llegó un mensaje de mi tía al móvil. En él me pedía que si podía enseñarle un par de ejercicios para hacer en casa cuando llegase del trabajo, ya que este la tenía muy ocupada y apenas tenía 15 minutos para ella.
Le respondí encantado, acordamos quedar el viernes por la tarde, ya que ella no trabajaba y así yo tenía tiempo para preparar una serie de circuitos de ejercicios.
Cuando llegó el viernes por la tarde, mi tía Cristina y yo, quedamos en ir juntos hasta casa del abuelo; durante el camino estuvimos charlando sobre las novedades que habían sucedido desde la última vez que nos habíamos visto.
Una vez allí, comencé a explicarle a mi tía todos y cada uno de los ejercicios.
-Primero tienes que coger la mancuerna de esta forma, levantando rápidamente el peso pero luego dejándolo caer de manera más pausada. A continuación tienes que hacer ocho flexiones y…un par de ejercicios después…Y para terminar vienes al banco y acostándote sobre él, agarras la barra desde cada una de los extremos, tienes que bajarla hasta casi tocar tu pecho y luego volver a levantarla. ¿De acuerdo? Añadí yo tras la explicación.
-No me extraña que te hayas puesto tan fuerte, es increíble, yo no sé si voy a hacer todos los ejercicios que me acabas de decir, contestó ella.
-No te preocupes dije yo seguido de unas carcajadas. Al principio cuesta, pero ya verás como luego te acostumbras.
-Eso espero, podrías explicarme el último ejercicio, es que no lo he entendido muy bien.
-¿Cuál Press banca? Claro, si es súper sencillo, ya verás dije en tono motivador. Te sientas así, y una vez bien colocadas las piernas…
-¿Pero no te pones peso? ¿O este ejercicio se hace sin nada? Preguntó Cristina.
-Sí, lo que sucede es que lo hago sin peso para poder explicártelo mejor.
-Es que no entiendo bien cómo funciona eso del peso. ¿Me podrías hacer una demostración?
-Vale, voy a ponerme el peso con el que suelo trabajar yo, y así ya empiezo con mi circuito añadí.
-Me parece perfecto dijo mi tía.
Tras poner los discos de pesa en la barra, me tumbé sobre el banco, y poniendo cada una de mis manos sobre los lados de la barra, comencé a bajarla y subirla.
Cuando voy por la tercera repetición notó como una mano empieza a vacilar por mi abdomen. A la par que iba bajando en ese momento la barra junto con el peso, atisbó que es mi tía la causante de tal sensación.
-Tía, ¿qué haces? Vas a hacer que se me caiga esto encima.
-Eso es justamente lo que no quiero que pase, recitaba ella acercando cada vez más su cara a la mía. Intenté colocar la barra sobre los soportes me nuevamente mi tía se interpuso en mi camino.
-Te he dicho que no quiero que pase, pero no te lo voy a poner fácil. Todavía recuerdo lo adorable que eras cuando estabas gordo con tan solo doce años, y por aquel entonces ya me tocaba pensando en ti. Pero ahora que has adelgazado y te has aficionado tanto al deporte, tengo que reconocer que has mejorado bastante. El año pasado, cuando nos fuimos la familia a la playa de vacaciones y te vi sin camiseta, tuve que irme rápidamente al baño a hacer un dedo de lo caliente que estaba, por eso hoy quiero ver si eres tan duro como aparentas ser.
Mi tía no estaba nada mal para la edad que tenía. Si no fuera de mi familia, seguro que mis amigos y yo la habríamos metido en el saco de las milf. Tenía el pelo pelirrojo y rizado, el cual combinaba con una gafas de pasta negra a juego con sus ojos castaños, y si a eso le sumabas las tetas que le hacían aquel sujetador deportivo y el culo que presumía con esas mayas ajustadas, daban como resultado más de una paja pensando en ella. Pero aun así, puta enferma de mierda dije para mis adentros, al mismo tiempo que notaba como mi tía con una mano evitaba que pusiera la barra en su sitio y con la otra comenzaba a bajar mi pantalón lentamente.
-No pares de subir y bajar la barra dijo con tono autoritario.
Intenté resistirme pero…
-He dicho que no pares, en tus manos está que me detenga. Cuanto antes te corras, antes terminará todo esto.
Mi tía, satisfecha por ver que sus amenazas habían comenzado a surtir su efecto, dibujo una sonrisa de oreja a oreja y teniendo ya mi polla entre sus manos y sin dejar de mirarme, comenzó a estimularla contemplando como mis brazos subían y levantaban aquellos 80 kilos de peso.
No podía verla, pero sí sentirla. La sangre iba llenando lentamente todos y cada uno de los vasos sanguíneos que componían mi sexo, haciendo que este fuese creciendo por momentos. Mis brazos se iban notando cada vez más y más pesados a diferencia de los de Cristina, la cual no solo estaba jugando conmigo, sino también con su clítoris por encima de los leggings que se había puesto para hacer deporte.
Una vez que notó mi miembro lo suficientemente erecto como para satisfacer su paladar, se acercó esta vez a mi oído y susurró;
-Recuerda que todo depende de ti.
Y acto seguido bajo hasta encontrarse con mi polla cara a cara.
Clavó sus dientes sobre mi escroto provocando que mi garganta exclamase un grito de dolor, lo cual la excitó aún más. Sin saber por dónde empezar, Cristina decidió seguir con la punta de su lengua el camino que marcaban mis venas inflamadas desde la parte más baja de mi miembro hasta llegar al capullo.
Una vez allí, colocó con los labios en forma de O y como si no los límites no existiesen, se introdujo mi sexo hasta el punto que su boca le permitió. Un grito sordo la avisó de que mi polla había llegado hasta lo más profundo de su garganta y por un segundo le había cortado la respiración. Sus ojos se cruzaron en respuesta al estímulo que estaba sintiendo en ese momento, sus glándulas salivales iban segregando cada vez más y más saliva hasta tal punto de que mis 18 centímetros de carne erecta se perdieron entre esa sustancia transparente y a la vez opaca debido a la cuantía que había de la misma.
Agarrándose a mis muslos para no caerse, siguió con aquella felación hasta que poco a poco fui sintiéndome cómplice de aquella situación. Mi cuerpo experimentaba un escalofrío de placer cada vez que el dolor por el sobre esfuerzo se juntaba con la sensación que experimentaba mi polla al impactar sobre la campanilla de Cristina. Poco a poco el peso me iba venciendo, luchaba por correrme lo antes posible y que no se me cayera aquello encima, pero como si de un suicidio se tratase, cada vez que notaba los dientes de mi tía desgarrar sutilmente la piel de mi entrepierna, subía lo máximo posible aquellos 80 kilos para que al desaparecer aquella adrenalina del placer momentáneo se produjese una lucha con mi parte más humana por sobrevivir y evitar que aquella nos matase no solo física sino psicológicamente.
Cristina levantó mis piernas, dejando así entre ver los pelos que emergía de entre mis glúteos. Hasta tal punto de exclamar;
-Qué asco, cuanto pelo…me encanta.
No sabía qué podía tramar ahora, hasta que sin apartar su boca de mi sexo, alargó su mano introduciéndome su dedo índice en mi boca y acto seguido por mi recto.
Lágrimas brotaron de mis ojos, me sentía violado. Nunca antes podía haber imaginado que una boca y un dedo pudiesen convertirse en los mayores profanadores de fe y alma en una misma persona. Así que víctima de la situación y cansado por el esfuerzo, mis brazos fueron dejando caer lentamente la barra hasta tal punto de que la misma comenzó a ejercer presión sobre mi cuello y mi respiración.
Sinceramente no sé cómo sucedió todo aquel día, lo que acabo de contaros son los pequeños flashbacks con los que mi mente me atormenta y hace que me despierte cada madrugada. Pero de lo que más seguro estoy es que aquel dedo recorriendo los muros más profundos de mis adentros, aquellos dientes junto con la lengua viperina de mi tía y la falta de oxígeno en mi cerebro por la presión de aquella barra sobre mi garganta me hizo experimentar el mejor orgasmo que no había tenido nunca.

0 comentarios - Mi tía y el gimnasio.