Aventuras cuckold 10

A la mañana siguiente Ceci y Paul dormían abrazados en el cuarto: adorable, relajada, con una sonrisa, ella le pasaba el brazo sobre el torso musculoso y se reclinaba en su pecho; de vez en cuando, suspiraba. Mientras yo preparaba el desayuno sentí de nuevo los gemidos sordos y, cuando me asomé a la habitación, Paul se la estaba cogiendo una vez más. Aunque su espalda me tapaba vi que la tenía tirada sobre la cama, dominándola a voluntad: ella abría bien las piernas y ponía los talones sobre sus hombros para sentirlo bien adentro. Me asombraba la precisión del ritmo del tipo, sin apurarse, sin detenerse, llevándola in crescendo hacia el clímax y haciéndola gemir más y más fuerte. Mientras aceleraba mi esposa se arqueaba de placer, cerraba los ojos y con las manos trababa de agarrarse de la pared, de la cama o se las sábanas, como si la estuvieran partiendo en dos: “Acabemos juntos”, dijo él, aceleró un poco más y explotó con un gruñido en el vientre de mi mujer mientras ella gritaba “¡síiiiiii!”.

Recién entonces me notaron. Paul me sonrió, ella me besó en la mejilla y les llevé el desayuno a la cama. Hablamos trivialidades sobre las noticias, la playa y el clima. Al terminar él dijo que quería ducharse y Ceci no tardó ni un segundo en acompañarlo. Yo fui también, pero él me puso suavemente la manota en el pecho y me dijo: “Mejor ahora no, ¿no te parece?”. Y yo me quedé mudo, en la puerta del baño, mirando como mi esposa lo enjabonaba y lo lavaba, se besaban, cuchicheaban y reían entre ellos. Yo me moría por participar. Luego Paul salió, la besó, nos dijo que tenía algo que hacer y que volvería a despedirse por la tarde.

Yo estaba alzado y traté de arrimarme, pero Ceci no me dejó. Me dio un besito, me pidió que fuera bueno y ordenase todo. Y que luego la ayudara a prepararse para Paul. Lo hice. Me daba un poco de celos pero a la vez entendía que el sexo continuo con semejante bestia debía ser agotador. La ayudé a prepararse porque me excitaba y también porque en esos momentos se ponía más cariñosa. Verla prepararse para su macho era un placer exquisito: se maquilló, le cepillé el pelo, retocamos juntos el barniz de uñas y luego le puse perfume. Mientras tanto le preguntaba qué había sentido y ella disfrutaba torturándome diciendo que Paul era un amante perfecto y me superaba en todo. Yo le respondía que la amaba y que quería que tuviera lo mejor, y que sabía bien que no podía satisfacerla como él: “No, claro, no podés”, dijo. Y se fue al living a llamarlo. Dijo que lo llevaríamos a comer y se puso un vestido de verano floreado, unos tacos con plataforma y un conjunto de lencería blanca.

Nos encontramos en el restaurant. Él llevaba bermudas caquis y una camisa blanca, desabrochada, luciendo sus pectorales de hierro. La sentó a Ceci al lado suyo y a mí frente a ambos, y comimos mientras ellos se besaban de forma cómplice y él la presentaba a todo el mundo como su mujer. Ceci reía y lo miraba embelesada. Luego de comer me dijo que regresara al departamento y que ellos volverían en un rato.

Una hora después llegaron besándose como adolescentes. No quisieron decirme dónde habían ido. Con aire pícaro Ceci cerró las persianas, se desnudó, apagó las luces y Paul me sentó en el sofá. Se acercó y, sin decir nada, me apoyó la pija en la boca. A esta altura del partido ni valía la pena disimular y comencé a mamarla con gusto. Sentí las venas llenas de ese tronco y me calentaba: con una mano le acariciaba los huevos, duros, enormes, y con la otra lo pajeaba tratando de darle el máximo placer. Paul jadeaba y supe que tenía que aprovechar cada instante. Comencé a salivarlo, a paladear y saborear agónicamente el líquido preseminal que comenzaba a brotar, y de reojo vi que Ceci se masturbaba disfrutando a su amante haciéndome su puta. Él comenzó a bufar, la pija se le erguía hasta que casi no podía abarcarla con mi lengua y los huevos se le contraían. Aceleré: quería tragarme todo. Pero justo entonces él se alejó, la puso a Ceci en cuatro patas y comenzó a darle por el culo, sin aviso, sin lubricarla, tomándola de las nalgas, culeándola de forma implacable mientras ella se retorcía de placer y gritaba“¡acabo, acabo!” y él rugía y le echaba en el culo el chorro que yo quería para mí. Se desplomaron los dos en la alfombra, tomando aire, besándose, mientras yo me masturbaba solo en el sofá al borde de las lágrimas.

Nos despedimos. Por la noche, al volver en el Buquebus, ella me mostró que cuando se habían ido solos se había tatuado una pequeña letra china en la parte de atrás del cuello, que supuestamente quería decir "Paul" o "amante" o algo así. Suspiró, susurró “te amo” y se durmió sobre mi hombro.

5 comentarios - Aventuras cuckold 10

matu28 +1
hermosa historia, hermosa puta ella y vos cornudo genial
elquebuca +1
+10....Nada que agregar!