Mi infidelidad 1.

Aclaración: El relato no es mío, es de una gran amiga de mi familia paterna. Mucho mayor que yo.
La convencí de publicarlo y, como ella no quiere registrarse, lo posteo yo. Hay una segunda parte.


Lo siguiente no es de ninguna manera producto de la imaginación, sino la historia de hechos que realmente me sucedieron, hace ya muchos años.
Tenía 26 años y estaba casada (con Carlos, 4 años mayor que yo) y era madre de una nenita y dos varoncitos.
Había regresado, transitoriamente, a mi ciudad natal, en Entre Ríos, a la casa de mis padres, sumamente molesta, disgustada, decididamente, enojada con mi marido. Él había aceptado la propuesta de la empresa que lo empleaba, de viajar por algo menos de 60 días a Europa, ocasionándome daño moral: sentía que sin escrúpulo alguno había cometido la maldad de dejarme sola con nuestros tres hijos, en pos de su ambición profesional.
Para “matar el tiempo” con frecuencia, por las tardes, dejaba los nenes al cuidado de mamá, para salir con amigas o participar en la casa de una de ellas (Olga), de reuniones de mujeres, salpicadas, en ocasiones, con algunos hombres.
Uno de ellos, Cesar, tenía 35 años, una edad que para mí era equivalente a la de un hombre maduro. Era pariente de mi amiga y muy agradable, extrovertido, hablador, exuberante.
Olga me informó que estaba separado, que vivía con los padres, que era un “buen chico”, bancario (en provincia los bancarios trabajaban de mañana, tenían la tarde libre, por eso podía frecuentar nuestras reuniones)
Pronto comenzó a cortejarme de una manera muy abierta, digamos descarada.
Ya no estaba acostumbrada a estas cosas. Me consideraba definitivamente “fuera de mercado” casada con tres hijos, feíta por los embarazos y partos.
Ciertamente no era una hermosura, pero me subestimaba (esto lo entendí más tarde).
Estaba complacida con ese cortejo, no lo desanimé, pero ni siquiera contemplaba la posibilidad de ir más allá del disfrute sensual de sentirme adulada.
Al principio.
Con el correr de los días, la “corte cerrada” de Cesar, sus insinuaciones del tipo:
“No sos la madre Teresa de Calcuta, para nosotros los humanos comunes, lo que nos da placer es muy bueno”
“Ya lo sé, está mal engañar, pero si tu marido no se entera, es un crimen sin víctimas.”
“………….”
y, las más de tres, largas, semanas de abstinencia sexual, comenzaron a mellar mis convicciones.
Hasta que una tarde, estando en la casa de Olga, se desató una tormenta grande con vientos de extraordinaria fuerza. Yo había convenido regresar a casa a una hora precisa (mi madre tenía un compromiso y no podía cuidar a mis hijos toda la tarde).
Comenté mi temor de salir a la calle por causa de las inclemencias del tiempo. Rápidamente e insistentemente, Cesar, se ofreció para llevarme en su auto (que tenía estacionado, bajo techo, en el amplio garaje de la casa).
Al fin acepté, me despedí de las/los presentes, él pidió el control remoto del portón y nos encaminamos los dos solos a la cochera. En lugar de abrir la puerta del auto, me apoyó contra el mismo y me abrazó y besó en los labios. En ese momento fatídico, condescendí a su avance, para luego expresar, débilmente, mi queja o disconformidad.
Conscientes que no podíamos seguir en la cochera, so pena de despertar la intriga de las/los amigos, abrió la puerta del auto, luego el portón y salimos a la calle.
Obviamente no había transeúntes. Anduvimos 200 metros y estacionó junto a la vereda. Intentó volver a besarme. Le mezquiné la boca, me besó en el cuello.
Me repitió, como lo había hecho un sinfín de veces anteriormente, cuánto le había gustado desde el primer momento que me vio, y muchos otros elogios mientras me acariciaba, sensualmente.
De pronto puso la mano en mi pierna, debajo de la falda y, mientras me acariciaba y palpaba el muslo:
-¡Mirta! No creo que tu madre salga con este temporal –
Sacó el celular (tipo ladrillo en esos tiempos) me lo ofreció y:
-Llamala y decile que no es prudente que ella salga, ni que vos lo hagas para regresar, ya, a casa. Que te vas a demorar un poco.-
Me inquietó, turbó, violentamente el ánimo y el entrepiernas. El significado era muy claro: quería seguir conmigo y no para hablar...
Un rosario de pensamientos recorrió mi mente en segundos: “…. ¡Ma sí!... Carlos no tuvo escrúpulos para dejarme con los chicos….. ¿Por qué los tengo que tener yo para una cita?.... Cesar es muy agradable, dulce, suave en el habla y el trato….. tiene 9 años más que yo…. Lo mismo que le lleva mi papá a mi mamá… quien te dice, si me separo…. “
Muchas buenas razones me aconsejaban no acceder a la propuesta, pero otras, muy intrigantes y sugestivas, me hicieron querer la cosa.
Acepté:
*el celular y hablé con mi madre, que confirmó lo que Cesar había imaginado, había cancelado la salida.
*ir con él a su casa (sus padres estaban de viaje), por el breve tiempo convenido con mi mamá.
Sentí que era un gran paso.
Cuando me encontré frente al portón de su garaje, me extremeció un ligero pánico, una indecisión, pero entramos y, muy emocionada, subí la breve escalera.
La casa tenía todos los signos típicos de desorden de una habitada, aunque sea transitoriamente, por un hombre solo.
Me hizo sentar en el sofá y se acercó a mí.
Como en la pausa en su auto en la calle, volvió a decirme cuánto le había gustado desde el primer momento, y volvió a poner una mano en mi pierna, debajo de la falda y fue subiendo. Yo vestía panty medias, se decepcionó y cambió de táctica, pasó a palpar mis pechos sobre la blusa. No volví a mezquinarle los labios, cerré los ojos y me entregué.
Me quitó blusa y corpiño, descubrió mis tetas y comenzó a besarlas y chuparlas. Las tengo extremadamente sensibles. Eso, la situación y los estímulos, hicieron subir mi deseo a las nubes. Comencé a acariciarlo en el cabello. Soltó mis pezones y:
-….. ¿la seguimos en el dormitorio, lindura?- murmuró mientras se levantaba.
Pasamos por un corto pasillo, mientras él me acariciaba los pechos desnudos.
En la habitación me abrazó por detrás, apretando mis pechos y besándome en el cuello, en los hombros y apoyando su bulto en mi cola. Luego abrió el cierre de mi pollera, que se deslizó hasta el suelo y comenzó a bajar mis medias, me senté en la cama y me las quitó por completo. Me acostó y acariciándome y besándome las piernas, cosa que mi marido nunca hizo, subió más y más alto, hasta presionar "allí" con su boca, por encima de la tela de mi bombacha. De pronto se arrodilló me la quitó y dejó mi vagina completamente descubierta delante de su cara. Empezó a lamerme con gran pasión.
Abrí del todo las piernas y me acaricié los senos.
Me encantó, pero alucinaba que me penetrase, lo quería dentro de mí.
Le pedí que se desnudara.
Lo miré mientras lo hacía: era musculoso, fuerte, peludo y estaba en plena erección.
Al introducírmela, su erección, me provocó una tempestad de placer, tan o más intensa, que la meteorológica que ocurría afuera.
Comenzó a cogerme en posición misionero, acariciando mis nalgas y monte de venus, besando mis tetas, boca, cuello y, detalle que me sorprendió y agradó particularmente, las axilas que tenía con un vello incipiente.
Tomaba la píldora, y seguí haciéndolo después de la partida de mi esposo, así que cogimos sin condón. Tuve tres orgasmos, hasta que él, previo intenso mete y ponga, acabó desparpajando semen dentro de mí.
Fue una cogida totalmente diferente de las de mi marido. No sólo Cesar me pareció más hábil, sino que la situación era diferente: era pecaminosa y eso me perturbó intensamente. Descubrí, en esos momentos, que el sexo se disfruta mucho cuando se quebranta, viola el precepto matrimonial: pude abandonarme a todo sin experimentar vergüenza, no jugaban sentimientos, sólo apetencia carnal.
Luego nos metimos bajo la sábana. Me acarició el cabello, las tetas, concha y la cola con las manos, oídos y ánimo, con dulces halagos.
Transcurrido un corto tiempo, me deslicé entre sus piernas (no era frecuente que lo hiciese con mi marido). Le tomé el miembro en mi boca: sabía a mí y a esperma. A poco de chuparlo, sentí que reaccionaba, que crecía. Cuando recobró total rigidez, Cesar retomó el control, se montó encima de mí y me cogió por segunda vez esa tarde.
Tras, otra vez, disfrutar lo inimaginable, me higienicé en el bidé y me vestí precipitadamente, porqué se había hecho tarde. Cesar quería llevarme, pero preferí pedir un taxi por teléfono. Nos despedimos con un beso premonitorio de nuevas citas.
Afuera, el tiempo había mejorado sensiblemente. Camino a casa me sentí extraña, diferente, feliz, satisfecha, aunque con deseo residual y con un sutil sentimiento de culpa que me excitaba.
Pero al llegar, se desvaneció la sutileza:
-¡Nenaaa! ¿Cómo demoraste tanto? ¿En qué andás? Llamé a lo de Olga, ya no estabas..- me encaró mamá.
-…. Llamó Carlos, le dije que estabas en un cumpleaños…. Habló con Gabyta…. Por la diferencia horaria va a llamar mañana por la mañana – agregó. Para colmo, la nena, me dio el golpe de gracia:
-Si, mamiii, papito me dijo que nos extrañaba y nos quería un vagón….¡Ahh! que te de un beso grande por él-
Mamá me “arrinconó”. Le reconocí haber tenido una aventura. Censuró mi comportamiento, me echó en cara mi conducta:
-…no hay pero que valga, es una perrería…. Carlos es un gran muchacho y no se lo merece… lo tuyo es de mujer despreciable y de malos procederes,….-
Pasé una mala noche. Al día siguiente:
* por la mañana, como previsto, llamó mi esposo. Angustiada, meché en la conversación, una frase que, con el tiempo, la iba a lamentar:
-… te extraño mi amor,…. volvé pronto,….. el diablo anda acechando….-
*a la tarde, me sinceré con Olga y otra amiga cercana. No con tanta aspereza como mamá, ambas me recriminaron mi mala acción.

Algo más de dos semanas después, durante las cuales resistí a la cerrada insistencia de Cesar para que tenga nuevas citas con él, viajé con los nenes y acompañada por mí hermano, para el reencuentro con Carlos.
Las malas condiciones meteorológicas, en el aeropuerto de Ezeiza, demoraron una eternidad el aterrizaje del avión. Con los nervios de punta, por la culpa agudizada por la tensión de la espera, por fin pude abrazar, llorando (alegué emoción, pero…) y besar apasionadamente a Carlos.

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