Mi infidelidad 2.

Aclaración: El relato no es mío, es de una gran amiga de mi familia paterna. Mucho mayor que yo.
La convencí de publicarlo y, como ella no quiere registrarse, lo posteo yo.

En el trayecto en automóvil, desde el aeropuerto a casa, viajó conmigo una leve angustia y pesadumbre moral.
Mi sonrisa forzada (casi de autómata, se me ocurre) contrastaba con la algarabía de los nenes y con las palabras y gestos con que, Carlos, expresaba el júbilo del rencuentro. José, mi hermano, no desentonaba.
Yo experimentaba una especie de pánico, injustificado desde la lógica. No existía la mínima posibilidad de que Carlos, estuviese al tanto de mi infidelidad.
Ya en casa, hubo repartija, adornada con besos y gritos de alegría, de juguetes exóticos para los chicos y, para mí, una lindísima pulsera artesanal de plata, comprada en una escala en Senegal, complementada con un beso ardiente y vivas muestras - y palabras - de cariño y pesar por el mes y medio de separación.
Después de la cena, dormidos los chicos y mi hermano en la habitación para huéspedes, en el dormitorio, Carlos me arrulló con besos, caricias y palabras dulces y halagüeñas.
Me, y se, desnudó. Lucía plena erección. Al penetrarme, el placer y la calentura, evaporaron todo vestigio de tristeza, prevención y angustia. Cogimos acariciándonos, besándonos y chamuyándonos, nuestro amor y el goce sexual mutuo.
Me premió con múltiples orgasmos y, por supuesto, también gocé con el suyo.
Al día siguiente José volvió a Entre Ríos, quedamos los cinco integrantes de la familia.
Viernes, sábado y domingo fueron días de juegos con los nenes y de largas charlas, alegres y sosegadas. También de cogidas totalmente diferentes de las que había tenido con Cesar, días antes. Además de la gracia y destreza de Carlos, nada que envidiarle a las de aquel, jugaron los sentimientos y no sólo las ganas.
El lunes Carlos volvió a trabajar. Yo apaciguados mis disturbios o tumultos, morales, me sentía feliz.
Hete aquí que a la noche, en el dormitorio, “saltó la liebre”. En tono, presuntamente casual, Carlos me arrojó:
-Decime Mirta, mi amor ¿con el diablo ese que te asechaba, llegaste a coger?-
Me agarró totalmente desprevenida, turbada de modo tal que no sabía qué decir. No dije lo peor pero casi:
-Nnnn…. ooo…. Eso se deja para el final-
-Contame todo…. lo que hiciste hasta “justo antes del final”-
Le hablé de modo dificultoso y vacilante, de que, con su partida, había quedado herida, muy disgustada con él, que un muchacho conocido de una amiga, comenzó a cortejarme.
-¿Y?-
-¡Y nada!-
-¿Saliste con él?-
-¡Nooo!- mentí.
Me miró, con expresión serena y, tras mostrarme una tarjetita, de las de visita:
-No saliste….. entraste………… a un dormitorio con él-
Sin darme pie a réplica agregó que:
*“ese día temprano, cuando salía para la oficina, se dio cuenta que no tenía moneda argentina para pagar el tren” (me dejaba el auto a mí para que pudiese movilizarme sin problemas con los chicos)
*”Para no despertarme, abrió mi cartera, para buscar cambio chico, suficiente para llegar al trabajo, allí conseguiría hacerse de moneda nacional”
*”Sin querer dio con la tarjetita y leyó la primera parte del el texto manuscrito”
Sentí que el cielorraso de la habitación se derrumbaba sobre mí. Al enterarse que viajaba a Buenos Aires para reencontrarme con mi marido, Cesar, por intermedio de mi amiga Olga, me la hizo llegar. Comenzaba con: “Mirta querida, ahora que regresa tu marido, ya no vas a compartir la almohada conmigo……”
Ufana de sentirme deseada por un lindo hombre la conservé, descuidadamente en la cartera (mi marido nunca había hurgado en ella) y le echaba un vistazo de vez en cuando.
Carlos, sin aparente turbación, me acariciaba en la mejilla y con los ojos fijos en los míos, me dijo que me perdonaba, que me seguía queriendo, que salvo que yo decidiera otra cosa, quería envejecer conmigo,……
Yo, en un mar de lágrimas, le supliqué que me perdonara, que lo amaba, que también quería seguir, a muerte, junto a él,……
Terminamos la noche haciendo el amor, apasionadamente.
Nunca más volvimos sobre el tema pero, quedó implícito, que él toleraría alguna infidelidad mía.
Y así fue. Con el pasar de los años, disfruté de la gran explosión de algunos encuentro furtivos... e intensos. De la emoción de estrenar.
Carlos, también, tuvo algunas transgresiones y mi comprensión.
Un revolcón, non santo, muy de vez en cuando, no deja secuelas, trastornos ni lesiones. Él/ella no se llevan nada de tu conyugue.
Un amante es como una clase de yoga, pero con orgasmos.
¿La culpa?
La culpa forma parte del placer, ¿O no?

3 comentarios - Mi infidelidad 2.

celta05
Me pasó a mí y le pasó a mi esposa. Genial lo de la clase de yoga. Van 10 puntos
Pervberto
Siempre se descubren nuevos caminos al placer.
mdqpablo
hermoso relato . querenos conocer a tu amigaaa . y a ti tambien