Camino a ser Papito I

Salí de la galería y caminé con paso constante hacia mi auto.

La bolsa de papel madera, más grande que su contenido, se balanceaba con mi caminar. Sencilla no llamaría la atención. Una bolsa más entre tantas que ese sábado por la mañana había en el centro de mi Córdoba Capital. Pero mejor. era de papel madera. Sencilla o aburrida, según los ojos que la juzgaran (si es que alguien se detuviera a pensarlo), mucho más discreta que las bolsas que guardan ropa o zapatos.

En cierto sentido me recordaba a mí mismo.

Soy un chico de 25 años, alto, pelo negro, cuerpo en transición de gordito a corredor amateur que concurre al gimnasio tres veces a la semana y corre otros seis. Con anteojos y barba corta. Común. Sencillo. De gustos por la ropa sencillos, nada extravagante. Algunos me llamaron aburrido, pero otros pocos me dijeron interesante y decidí quedarme con esa descripción. Creo que es lo más sano. Al fin y al cabo nadie puede saber cómo soy en mi círculo íntimo. Con mi familia y mis contados, pero muy buenos y cercanos amigos. Nadie se puede imaginar cómo soy con mi novia. Ni cómo soy en la cama.

Vi una ventaja en ello. Puedo ser quien quisiera o adoptar una forma tomando de base una figura genérica. Como la bolsa. Sin marcas, sin nombres, sin colores reconocidos. Lo que hubiera allí dentro podía ser cualquier cosa; desde lo más obvio a lo menos impensado.

Ya había arreglado todo para esa noche. Casa sola, cerveza y comida por cocinar. Tres elementos importantes en mi vida, entre otros. Ella se estaba arreglando. La buscaría por la noche y nos iríamos directo a mi casa.

Mi celular vibró en contra mi muslo. Lo sacó para ver que WhatsApp acusaba una foto de ella. Los pasos se hicieron más lentos y mientras lo desbloqueaba y se cargaba, cuidaba de no chocar con nadie. Cuidando de no llamar la atención, por mínima que fuera. Una media sonrisa curvó mis labios hacia un costado al ver unas piernas enfundadas en medias negras y largas que llegaban hasta la mistad de sus muslos blancos y suaves. Una pregunta llegaba. Respondí que le quedaban muy sexies.

Mientras ponía el celular de vuelta al bolsillo, mi mirada se desvía a la boca de la bolsa.

La punta de cuero negro de la fusta asomaba apenas.

Tranquilo y con calma, con una mano, la doblo para que vuelva dentro de la bolsa.

Me subí al auto, coloqué la llave y descansé la bolsa en el asiento del acompañante.

Miré por la ventana a toda la gente pasar sumidas en sus vidas, sus charlas, sus preocupaciones.

Me dispuse a salir. 


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