Acosada y humillada en el trabajo

Adolfo fue nombrado Director gerente del departamento de ventas de la empresa tras la última reestructuración. Uno de sus primeros cometidos sería el de acudir al departamento a entrevistarse con su coordinadora, Carmela.
Ya le habían dicho que había habido ciertos problemas de disciplina con el personal, que no distinguía claramente que eran los directivos los que establecían las directrices de funcionamiento, y que ellas no eran sino unos meros técnicos que se debían limitar a obedecer órdenes. Daba la coincidencia de que eran todo mujeres, y Adolfo veía ahí uno de los problemas, agravado por el hecho de que su antecesora también era una mujer. Pensó que un poco de mano dura y unas cuantas lecciones de sumisión les vendrían muy bien a aquellas chicas. El que mandase ahora alguien con pantalones sin duda aumentaría la eficacia.
Adolfo llamó a Carmela por teléfono avisándola de su llegada. Al llegar, Carmela lo estaba esperando en su despacho, se levantó y le dijo:
– Encantada, Adolfo, soy Carmela, siéntate por favor y te explico cómo funciona esto. – Adolfo permaneció de pie y miró fijamente a Carmela, que no entendía qué ocurría. Adolfo intervino:
– Carmela, he sido informado por el Director General de que eres la coordinadora de este servicio, y por lo tanto mi subordinada, y como tal entenderé nuestra relación. Así que te ruego que evites el tuteo, que yo te permitiré cuando lo estime conveniente. También te pido que abandones tu sitio para que yo me siente. De entrada, creo que es la mejor manera de empezar. – Carmela se quedó completamente cortada, pidió disculpas y recogió sus papeles poniéndose al otro lado de la mesa y esperó a que el director gerente se sentara para hacer ella lo propio.
– Perdona si he sido algo brusco, pero es bueno que las cosas estén claras desde el principio. Dentro de un rato hablaré con el resto de las empleadas. – – Todas vosotras os dirigiréis a mí llamándome D. Adolfo, Sr. Director gerente, Sr. Sag o simplemente, señor. Os doy a elegir. La buena educación con los superiores es algo que aprecio en las personas, sobre todo si son mujeres las subordinadas. Os ruego que no ahorréis esfuerzos en pedir permiso para entrar en mi despacho o para levantaros, por ejemplo. – Carmela estaba bastante violenta, y comprendía que aunque ese hombre estaba abusando de su posición, ella había sido una imprudente al principio, así que añadió:
– D. Adolfo, le ruego disculpe mi impertinencia. La anterior directora gerente nos dio una serie de libertades que comprendo que usted no desee. Le prometo que no volverá a repetirse, señor. – – Acepto tus disculpas, y ahora antes de empezar quisiera que viniera a verme la Srta. Lola, creo que se llama, hay un asunto que tengo que ver con ella, antes de que nosotros empecemos a hablar. – – Inmediatamente, Señor. Con su permiso, voy a bajar a avisarla. – Tras un breve momento, tocaron a la puerta y, tras indicarle que pasara, aparecieron Carmela y Lola, diciendo esta última:
– ¿Da usted su permiso, D. Adolfo? – – Pasa, Lola. Carmela, quédate fuera y espérame ahí hasta que yo te avise. – – Sí, señor, como usted mande, señor. – respondió Carmela, que cerró la puerta y se quedó esperando en el pasillo. – Lola se quedó de pie ante Adolfo que le dijo:
– Puedes sentarte. – – Muchas gracias, señor. – Durante media hora estuvieron despachando unos asuntos. Carmela entretanto, se desesperaba en el pasillo, y bajó para atender un asunto con Sonia, la administrativa. Cuando Adolfo terminó de despachar con Lola, le pidió que avisara a Carmela para que entrara, pero ésta no estaba allí.
Avisada por Lola, Carmela subió corriendo al despacho, pidió permiso para entrar y le pidió disculpas a Adolfo que estaba muy serio:
– Me parece que hoy hemos empezado bastante mal, primero te tomas unas confianzas inadecuadas y después desobedeces una orden mía. Como sanción, mañana ficharás media hora antes, a las siete y media de la mañana. – – Yo me encargaré de comunicárselo al jefe de personal. Siéntate y a ver si empezamos ya a trabajar. Si aquí os dedicabais al chismorreo en horas de trabajar, eso se terminó. – Carmela reaccionó para responderle, ya que se sentía herida por esas afirmaciones, pero Adolfo cortó en seco:
– Ni una palabra más, vamos a trabajar y no empeores las cosas. Por cierto, cuando acabemos quiero que os reunáis todas en la sala de reuniones para dirigiros unas palabras. – Al final de la reunión, Carmela cumplió la indicación de Adolfo. Todas ellas (Carmela, Cristina, María José, Lola, Sonia y Puri) subieron arriba y esperaron de pie. Carmela acudió al despacho e indicó:
– D. Adolfo, con su permiso. Cuando usted desee, puede pasar a hablar con las empleadas. – Adolfo acudió al lugar y les dijo:
– Buenos días, señoritas, soy D. Adolfo Sag, nuevo director gerente de ventas de esta empresa. Vuestra coordinadora ya os habrá puesto en antecedentes. – – Quiero que haya aquí un buen clima de trabajo, y sólo de eso. – – Deberéis atender a los clientes con corrección, y con respecto a mí espero que seáis unas empleadas modélicas: disciplinadas y obedientes, y sobre todo profesionales. Quiero un cierto decoro en vuestro atuendo, por lo tanto siempre vendréis bien arregladas y maquilladas aunque sin excesos, siempre con falda ni demasiado larga ni demasiado corta. Los pantalones los guardáis para vuestros ratos libres. Como mujeres, debéis ser siempre cariñosas, así que cuando yo llegue por la mañana siempre me saludaréis con un beso en la mejilla, y haréis lo mismo al terminar la jornada. Ya sabéis que siempre me trataréis de usted, yo a vosotras os tutearé. ¿Queda todo claro? – – Sí, señor- respondieron todas al unísono. – – Así me gusta. A lo mejor queríais decir algo, pero de momento aquí sólo interesa lo que yo diga, así que ya podéis iros. Carmela, tú quédate. – Adolfo fue con Carmela hasta el despacho y allí la conminó a ponerse cara a la pared como castigo por todas las torpezas que llevaba cometiendo todo el día. Carmela protestó alegando que no tenía derecho a hacerle eso. Adolfo respondió :
– Si tengo o no derecho, más adelante lo veremos, pero tú ahora te pones de cara a la pared, hasta que yo te diga, si no quieres encontrarte con un expediente disciplinario. Creo que soy bastante claro. ¡Obedece! – Carmela no tuvo otra alternativa que someterse y se puso de cara a una esquina en posición firme con el rostro pegado a la pared y los brazos cruzados por detrás siguiendo las instrucciones de su jefe. Durante unos tres cuartos de hora Adolfo estuvo estudiando unos documentos. Al terminar, dio permiso a Carmela para abandonar su postura y poder marcharse a su casa.
– Muchas gracias.- dijo Carmela. No obstante, se podía ver en sus ojos que no había podido reprimir las lágrimas por la humillación a la que había sido sometida, excesiva a todas luces según su entender. – – Espero que el correctivo te haya sido de utilidad y que no tenga que volver a sancionarte en el futuro. Pero si no es así, no dudes que usaré métodos más expeditivos. Tengo en mi casa una vara de olivo que todavía no he estrenado. – – ¿Queda claro ? – – Sí, señor, como usted mande, señor.- respondió Carmela. – – Hala, pues a casa y mañana aquí a las siete y media. ¡Largo de aquí!
Adolfo fue introduciendo una serie de hábitos en el departamento de ventas.
Una de ellas consistía en que las empleadas fueran cariñosas, como mujeres que eran. De ese modo, como ya se ha dicho, todas debían darle un beso en la mejilla al verlo por la mañana. También, cuando se retiraban después de despachar con él debían doblar levemente la rodilla o ponerse de pie inmediatamente nada más ver entrar a su jefe en sus despachos o simplemente que pasase delante de ellas. Siempre debían decir frases del estilo: “Buenos días, D. Adolfo; Sí, señor; no, señor; como usted mande señor”, etc. Adolfo amplió las obligaciones de la administrativa, que se encargó todos los días de subirle un café, el cual debía ir siempre acompañado con un beso en la mejilla a su jefe.
Poco a poco todas se fueron acostumbrando a ser más “femeninas”, y vieron los besos y lo de llevar siempre falda como una consecuencia normal de su sexo, así como el hecho de que D. Adolfo reconociera su trabajo cogiéndoles un cachete de la cara y acariciándolas, o que las saludara o despidiera con una suave palmadita en el culo a la que siempre debían responder con una sonrisa.
Pasado el tiempo, Adolfo fue tomándose más y más libertades y decidió suprimir la intimidad de sus empleadas. Muchas pensaron en denunciarlo o dejar el trabajo, pero no se atrevían.
Por ejemplo, un día Adolfo entró en el despacho de Carmela. Ésta, al verlo se puso de pie como si hubiera un resorte en el sillón. Inmediatamente le dio un beso, lo invitó a sentarse allí y le preguntó si deseaba que le subiera un café. Carmela le subió el café al que acompañó con otro beso. Después, se pusieron a trabajar. Adolfo, de pronto se calló y empezó a mirarla a los ojos con descaro. Carmela se turbó y le preguntó si le ocurría algo.
– Pues sí, Carmela, llevamos trabajando ya algún tiempo y todavía no te he visto “a fondo”. Ya te habrán dicho muchos que estás muy buena. Vamos a comprobarlo: súbete la falda por encima del ombligo y acércate para que te baje las bragas. – – D. Adolfo, con todo el respeto que le debo, no sé si tiene usted derecho a exigirme eso – dijo Carmela, armándose de valor y con la respiración entrecortada. – – Pues claro que tengo derecho, estúpida, obedece y no me enfades. – Carmela no tuvo más remedio que someterse, así que se subió la falda y se acercó a su jefe que lentamente le bajó las bragas mostrándole así un espléndido coño, el cual tenía una espesa pelambrera que casi le llegaba al ombligo. Le dio media vuelta y pudo contemplar un magnífico culito, duro, redondo y prieto. La volvió de nuevo de cara y le dijo:
– ¿No tienes dificultades prácticas con ese pedazo de coño? Me refiero por ejemplo a cuando te pongas un bikini o cosas así. – – No suelo usar bikini, señor, -contestó Carmela- sino traje de baño. De todos modos en algunos momentos me suelo depilar. – – Muy bien, pues ya puedes subirte las bragas y vestirte, y vamos a trabajar. – – Mañana ya me enseñarás las tetas. – El coño peludo de Carmela hizo pensar a Adolfo que decidió tomar unas medidas “higiénicas” al llegar el mes de mayo y por tanto el calor. Decidió que hasta las vacaciones ellas llevarían el coño depilado. Decidió hacer él personalmente la primera depilación de cada una y estableció como norma que cada una se encargaría de mantener su rajita despejada de vello. Una vez por semana ellas se lo enseñarían a él para comprobar que sus órdenes se cumplían.
Adolfo dispuso todo lo necesario para afeitarlas. Llevó a su despacho un termo con agua caliente, espuma de afeitar, una cuchilla y unas tijeritas.
La primera en acudir fue Sonia, la cual no tenía aspecto de estar muy conforme con aquello, pero no dijo nada por miedo a represalias. Se colocó delante de Adolfo levantándose la falda por encima del ombligo. Adolfo le bajó las bragas a la altura de las rodillas dejando al descubierto un coño grande y frondoso parecido al de Carmela. Sonia enrojeció como un tomate.
Adolfo tomó las tijeras y cuidadosamente empezó a cortar el pelo y a depositar los mechones en una cajita hasta que sólo quedó la sombra. Acto seguido, le empapó el coño a Sonia con agua tibia y le aplicó la espuma de afeitar procediendo a afeitarla. Una vez terminada la operación, le secó los restos de espuma con una toallita húmeda y le aplicó con la mano una loción para dejarle todo el coño suave como a una recién nacida. Durante todo el tiempo, Sonia cerraba los ojos y aguantaba las lágrimas. Adolfo contempló su “obra” y dijo a Sonia: – Bien, Sonia, ya ves qué guapa te he dejado; ya estás fresquita para todo el verano. Ahora tú eres la encargada de que lo tengas siempre así de liso y suave. La operación la repitió con todas las empleadas como se ha dicho.
Otra cuestión importante era la de la disciplina y los castigos que había que imponer. A Adolfo le importaban muy poco las leyes y los apercibimientos y zarandajas de ese tipo. Prefería la vía clásica. Así, un día se malogró una importante venta de la que eran responsables María José y Cristina; aparte de la incompetencia que mostraron, desobedecieron una orden de Adolfo explícita. Las chicas estaban angustiadas y se veían ya de patitas en la calle.
Adolfo estaba furioso y al final de la jornada las llamó a su despacho.
María José llevaba un vestido a cuadros por los tobillos y Cristina una minifalda negra abotonada por delante con medias negras. Las dos le dieron un beso al llegar y Adolfo se sentó en el sofá del despacho y conminó a María José y Cristina a ponerse de rodillas delante de él para dialogar sobre el castigo que iban a recibir. No obstante, antes les dio una nueva oportunidad de explicarse. María José fue la primera en intervenir:
– No quiero buscar excusas para nuestro mal comportamiento y nuestra desobediencia. Todo ha sido responsabilidad nuestra. Estamos avergonzadas y le pedimos que nos perdone. Le prometemos que no volverá a ocurrir y que obedeceremos siempre a todo lo que nos mande. – Mientras decía esto, Cristina asentía con la cabeza dando a entender que suscribía todo lo que decía su compañera. Adolfo respondió:
– Me parece una magnífica actitud y creo que eso va a ayudar mucho a olvidar este incidente, pero comprenderéis que no puedo dejar pasar por alto vuestra desobediencia con una simple disculpa por vuestra parte, así que voy a castigaros a las dos en proporción a la falta que habéis cometido, y lo primero que haré será azotaros a las dos en el culo para que cuando sintáis el escozor no se os vuelva a olvidar que hay que obedecer. – Al oír esto, las dos empezaron a gimotear y a pedirle a Adolfo que tuviera clemencia. Cristina dijo:
– D. Adolfo, nos hemos comportado mal y merecemos el castigo, pero le suplico que tenga en cuenta que es la primera vez, que siempre hemos trabajado bien para la empresa y que esté seguro que no volveremos a ser desobedientes. – – Sé que eso es cierto, pero precisamente porque es la primera vez quiero que no se os olvide. Así que la discusión ya está terminada. Ahora, empezando por ti, Cristina, te vas a bajar las bragas y a quitarte la falda y te vas a echar en mis rodillas. Os voy a dar a cada una 20 azotes en el culo con esta paleta de ping pong.- y diciendo esto Adolfo extrajo del cajón de su mesa una paleta acolchada de caucho. – – María José y Cristina empezaron a llorar y a suplicarle que las perdonara por esta vez, pero Adolfo les ordenó callar y mandó a María José a ponerse de cara a la pared mientras duraba la azotaina a Cristina. – Cristina se quitó la falda y se bajó las bragas; tapándose el coño con las manos se inclinó en el regazo de Adolfo con la respiración muy acelerada.
Adolfo le acarició unos instantes el culito con la paleta y antes de que Cristina se diera cuenta la levantó en el aire y le estampó el primer palmetazo:
– ¡PLAAAF! Uno – contó Adolfo. – – ¡PLAAAF! ¡Dos!… ¡PLAAAF! ¡tres! – Al principio Cristina apretó los dientes pero a partir del 7º u 8º golpe no pudo evitar gritar como una loca pidiéndole a Adolfo que parase, que no lo podía soportar… pero Adolfo siguió.
– ¡PLAAAF! ¡diecinueve!… ¡PLAAAF! ¡veinte! – – Llegado al vigésimo azote por fin se detuvo la pala dejando al descubierto un culo hinchado y enrojecido por el duro castigo. Cristina no dejaba de llorar y María José, con la cara pegada a la pared lloraba como si los golpes los hubiera recibido ya, y se lamentaba de que su condición de mujer acarreara estas consecuencias a las que tenía que resignarse. Adolfo indicó a Cristina que se incorporase y le dijo: – – Ahora, mientras golpeo a María José, te pones de rodillas frente a la pared y sigue con las braguitas bajadas. María José, te toca, bájate las bragas, súbete la falda por encima del ombligo y échate aquí – dijo Adolfo señalando su regazo. – María José obedeció y con las bragas a la altura de los tobillos se arremangó la falda como le indicó Adolfo y se echó sobre sus piernas. Adolfo volvió a acariciar los cachetes del culo de María José con la pala y reanudó con ella el castigo:
– …¡PLAAAF! ¡once!… ¡PLAAAF! ¡doce!… – María José intentó patalear en algún momento para librarse del tormento pero Adolfo le sujetó las muñecas con su mano izquierda y las piernas con su pierna derecha dejándola perfectamente inmovilizada mientras la golpeaba. Las súplicas de la muchacha pidiendo que acabara el castigo no impidieron que Adolfo llegara al golpe número 20, y molesto por la rebeldía de María José, le asignó un último de propina con todas sus fuerzas. Adolfo descansó unos segundos mientras observaba el culo tremendamente hinchado y enrojecido de María José, que no paraba de llorar. Después, permitió a María José incorporarse e igual que a Cristina le ordenó que se pusiese de cara a la pared con la falda levantada y las bragas bajadas mostrando el culo castigado.
Así pasaron unos 15 minutos en los que leyó el periódico y se tomó una copa, dejando tiempo para que las muchachas se serenasen e interiorizasen el sentido del castigo que habían recibido. Pasado ese tiempo les dijo:
– Bien, ya podéis subiros las bragas y vestiros. Poneos de rodillas delante de mí. – Ambas obedecieron y Adolfo les dijo: – – A pesar de lo que podáis pensar, para mí esto no ha sido nada agradable, pero también tengo claro que una de mis obligaciones es velar por los intereses de esta empresa, y al mismo tiempo educaros para que aprendáis a comportaros como mujeres. Si hubiera dejado pasar esta indisciplina, sin duda hubierais vuelto a equivocaros y el castigo tendría que haber sido mucho más duro; fijaros que podía haberos despedido directamente y no lo he hecho. Ha sido por vuestro bien, ¿Lo tenéis claro? – María José y Cristina, que estaban con la mirada hacia el suelo avergonzadas y con los ojos enrojecidos asintieron levemente con la cabeza. Adolfo les pidió que hablasen y se expresasen con claridad.
– Sí – dijo María José – y le doy las gracias por la lección que acabo de recibir. – – Muchas gracias, D. Adolfo – añadió también Cristina. – – Eso está muy bien. Pues nada, podéis incorporaros y ya podéis marcharos a casa. Mañana, en el trabajo, puntuales ¿eh? – – Como usted mande – respondieron las dos. – Al salir del despacho de Adolfo, tanto María José como Cristina le dieron sendos besos en la mejilla como despedida, como estaba establecido.
Las dos compartían piso, y al llegar a casa, apenas se dijeron nada y se les habían ido las ganas de comer. Al pasar un rato, y enfriárseles el culo, es cuando empezó de veras a dolerles. Se pasaron toda la noche durmiendo boca abajo con compresas de agua fría sobre el culo y sin apenas poder conciliar el sueño por el dolor y la hinchazón.
Al día siguiente, fueron al trabajo provistas de un cojín ya que apenas si podían sentarse. Carmela se quedó espantada al conocer el castigo que habían recibido y tanto ella como las demás se convencieron de que había que ser muy obedientes y eficaces. Sobre todo el escozor que ese día tuvieron en el culo María José y Cristina, y que les duró al menos dos días más, fue el argumento más convincente para admitir que ellas no mandaban allí y que había que obedecer al que mandaba, que no eran ellas sino Adolfo. Este estuvo durante un tiempo buscando alguna excusa para también darle la azotaina a Carmela. Al final, la pilló en un renuncio y en su despacho repitió la misma escena. Carmela ya tenía claro desde lo de las otras dos que había que obedecer, pero con el dolor en el culo se le quedó mucho más claro todavía
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3 comentarios - Acosada y humillada en el trabajo

lds8
esta buenisimo