Las enseñanzas de una madre

Siempre he sido un chico guapo que ha conseguido lo que se ha propuesto. Tengo 26 años y llevo 4 años trabajando en una importante empresa del centro de Madrid, prácticamente desde que terminé la carrera de ADE.

Mido 1’85 y, sin estar demasiado fuerte, me mantengo en forma yendo a correr una o dos veces por semana y al gimnasio unos tres días semanales.

En la oficina, soy un chico popular. Cuando yo entré, éramos muchos más, pero con el tiempo (y el empeoramiento de la crisis) he visto como, cada vez quedan menos gente mayor y los jóvenes somos mayoría. La mayor parte de hombres en puestos de importancia y muchas mujeres bonitas como secretarias.

Me parece un poco machista, pero tampoco voy a protestar, al fin y al cabo, es a mí a quién conviene.

Hay una chica que me vuelve loco, Pamela. Tiene el pelo rubio y ondulado, hasta la mitad de la espalda, mide 1’70 y tiene unos pechos de infarto. Suele vestir faldas cortas con tacones y llevar chaquetas que enseñen bien el escote.

Es bastante simple, pero tiene un cuerpazo que le ha valido para ser la secretaria de mi jefe, el señor Guzmán.

Un día, llegaba al trabajo temprano y me crucé con Sandra, una de las pocas mujeres mayores de 40 que quedaban en la empresa. Morena, pelo largo, recogido en un moño y gafas. Llevaba unos pantalones oscuros a juego con su chaqueta, que, como era normal en la empresa, le hacía un buen escote. Delgada y con unos pechos de tamaño normal.

Era la única mujer en la Junta directiva.

- Buenos días, Luis.

- Buenas, Sandra.

- Oye, Miguel (el señor Guzmán) me ha dicho que os va a hacer la entrevista anual hoy. Por apellido creo que vas de los últimos, pero de todas formas, deberías poner en orden todo lo que tengas a medias.

- Gracias, Sandra, de esta no me olvido –le guiñé un ojo y ella, al pasar por mi lado, me dio un cachete y me devolvió el guiño.

El señor Guzmán nos hacía una entrevista al año en la que nos pedía todos los informes y todo lo que hubiéramos hecho durante ese año. El que peores resultados tenía solía ir a la calle.

Fui a mi mesa y encendí el ordenador. Tenía mucho trabajo.

A los diez minutos apareció Pamela.

- Hola, chico guapo – yo sabía que Pamela tenía novio, pero nos llevábamos un jugueteo que nos excitaba.

- Hola, bonita – dije girándome en mi silla.

- ¿Sabes lo que toca hoy? – me preguntó.

- Sí, me ha avisado Sandra.

- Pues aplícate, no me gustaría que se fuera mi chico favorito – y pasó su mano por mi cuello dulcemente.

Se giró y se fue, mostrándome ese culazo de infarto. Su falda era muy ceñida y no marcaba nada, o llevaba un tanga o iba sin bragas.

Pasé toda la mañana hasta que oí mi apellido a lo lejos.

- ¡Vilches! A mi despacho.

Fui al despacho del señor Guzmán. Pasé por delante de la mesa de Pamela, que me enseñó el pulgar dándome ánimos.

Pasé un cuarto de hora en el despacho, haciéndole la pelota a mi jefe. Cuando salí me estrechó la mano y me dijo textualmente que ‘‘llamara al desgraciado de Zamorano’’. Me parece que ya sabía a quién iba a despedir.

Salí a la puerta, grité el nombre de Zamorano y volví a pasar a la pequeña antesala del despacho, donde se encontraba Pamela.

Al poco, llegó Zamorano, un hombre de unos 50 años, paliducho y muy delgado. Nos saludó y entró como con miedo.

Estaba hablando con Pamela cuando empezamos a oír gritos desde dentro. Al señor Guzmán le encantaba humillar a sus empleados, así que, cuando empezaba a gritar, podía pasarse así horas, sin que nadie se atreviera a pasar a su despacho, ni por una emergencia.

- Menos mal, otra de la que me salvo – le comenté a Pamela. Estaba sentado en el borde de su mesa, con una pierna colgando y la otra apoyada en el suelo.

- Menos mal, no se qué iba a hacer si te vas – Pamela puso su mano en mi pierna -. Me lo paso muy bien contigo.

Guzmán seguía gritando.

- Pero te lo podrías pasar mejor – acerqué mi mano a su pecho, dispuesto una vez más a conseguir lo que quisiera.

Ella se dejó hacer. Mi mano recorría sus pechos, por encima de la chaqueta.

- ¿No hace calor? – le dije sonriendo.

Ella me sonrió y se quitó la chaqueta. Debajo llevaba un top blanco que le cubría sus dos tetazas. Le seguí sobando. Los pezones se le marcaban. Ella paseaba su mano sobre mi pantalón, acercándose poco a poco a mi bragueta.

Guzmán seguía gritando, cada vez más fuerte.

Agarré del escote de la camiseta y tiré hacia abajo. Me ayudé de las dos manos para sacar esos enormes pechos. Sus pezones eran grandes y estaban erectos. Me incliné y los besé. Me levanté y me puse ante ella.

- Como nos pillen nos van a echar – me dijo mirándome, pícara.

- A este le queda un rato – dije señalando con la cabeza hacia la puerta del despacho.

Los gritos seguían en aumento.

Pamela me bajó la bragueta y sacó mis 18 centímetros de polla. Se relamió. Besó mi glande y le pasó la lengua, llevándose el líquido preseminal que asomaba. Me miró, sonriente y se la metió entera en la boca, de una. Subía y bajaba sin parar, rápido. Me desabroché el botón del pantalón y lo bajé un poco para que pudiera saborear mis cojones.

Se sacó la polla de la boca y empezó a lamer mi escroto. Le daba pequeños mordisquitos. Subió desde los huevos por todo el tronco de mi pene pasando la lengua. Cuando llegó arriba me besó otra vez la punta del glande. La agarré de la nuca y empecé a follarla por la boca. Primero despacio y poco a poco más rápido. Sus tetas saltaban cada vez que la empujaba hacia delante. Ella agarró mi culo y se puso de rodillas, echando hacia atrás la silla. Bajé mi mano y la pasé por esos preciosos pechos.

Cada vez iba más rápido, no podría aguantar mucho más. Ella se subió un poco la falda y pasaba su mano por su entrepierna. Saqué la polla y apunté a su boca. Ella sacó la lengua.

El primer disparo entró de lleno, el segundo también. Con el tercero, desvié un poco y le empapé un pómulo. Terminé de descargar en su barbilla. Ella me sonreía.

Justo en ese momento se abrió la puerta y pasó Sandra. Se nos quedó mirando, asombrada, sin saber qué decir. Nosotros la mirábamos asustados.

Salió cerrando la puerta.

Yo me subí los pantalones corriendo y Pamela se metió las tetas en la camiseta y sacó clínex para limpiarse la cara.

Salí al encuentro de Sandra para inventarme algo, pero cuando fui a su despacho, ya se había ido.

Al día siguiente, a primera hora fui al despacho de Sandra.

- ¿Se puede? – dije asomando la cabeza.

- Pasa – me dijo como si nada, sin levantar la mirada de sus papeles.

- Oye, venía a hablarte de lo de ayer.

Levantó la cabeza y me miró. Sonrió.

- Siéntate – me ofreció una silla con un gesto.

- Bueno, ya sabes que nosotros somos jóvenes y… no sé, tenemos la cabeza en otra parte.

- ¿Y yo no? No me molestó pillaros ayer, pero quiero que me hagas un favor.

- Por supuesto – me levanté sobándome la entrepierna.

- No, aquí no. Siéntate.

Me senté.

- Mira, yo tengo con mi hijo una relación muy liberal. Él tiene 18 años y lleva un tiempo preguntándome por el sexo. Su padre es muy conservador y no quiere enseñarle nada. Yo sí, pero no me parece bien enseñarle porno, no quiero que vea sexo artificial. Me gustaría que viera sexo real – y se inclinó sobre la mesa, mostrándome su escote y sonriendo.

- ¿Pero él también…?

- No, él no interviene, sólo quiero que lo vea.

Era una proposición bastante excitante. Follarme a una madre delante de su hijo, así que acepté.

- Bueno, esta es mi dirección. Ven esta tarde a las 6, mi marido no estará.

Salí del despacho con una sonrisa.

Esa tarde, a las 6 aparecí por la casa de Sandra. Era un adosado a las afueras. Me abrió el que debía ser su hijo. Un chaval bajito, rechoncho y con la cara llena de granos.

- Mamá, ha venido Luis – gritó el chico entrando.

- Pasa – escuché desde el fondo de la casa.

Pasé por un pasillo. Dejé a mano izquierda el salón y seguí hacia el fondo, la cocina, detrás del hijo de Sandra. Sandra estaba allí sentada, tomándose una copa.

Llevaba una camiseta que le dejaba un buen escote y una falda ancha con los tacones. Iba maquillada y estaba cruzada de piernas.

- ¿Quieres algo?

- No, gracias – dije sonriendo.

- Tienes ganas, ¿eh?

- No te lo puedes imaginar.

Ella se levantó, vino hacia mí y me besó, agarrándome el culo. Su hijo nos miraba.

- Andrés, hijo, ya sabes. De estos, a papí, nada.

- Sí, mamá.

- Vamos a mi cuarto – la seguimos y subimos por las escaleras.

Al llegar arriba, puso una silla junto a la cama e hizo a su hijo sentarse. El chico obedeció.

Nosotros empezamos a besarnos. Ella me tocaba el culo y la polla. Después subía por mi pecho hasta mi cuello. Yo tocaba sus pechos bajando por su cintura hasta su culo.

La senté en la cama, de frente a su hijo. Sin dejar de besarnos tiré de su falda y se la quité. No llevaba bragas. Ella me quitó la camiseta y pasó sus manos por mis pectorales.

Bajé por su cuello besándola y tiré de la camiseta hacia arriba. Ella cogió mis pantalones y los llevó abajo. Mi polla, dura como una piedra saltó.

Mientras le desabrochaba el sujetador, ella me masturbaba. Cuando le quité el sujetador, terminé de quitarme los pantalones. Yo me quedé con las zapatillas y ella con sus tacones.

Besé sus pechos y mordisqueé sus pezones.

- ¿Ves hijo? Es importante excitar bien a la mujer antes de pasar a los preliminares.

Bajé mi cabeza y mordisqueé la cara interna de sus muslos. Ella posó sus manos en mi cabeza. Suspiró.

Me fui acercando poco a poco a su entrepierna, con una hilera vertical de pelos. Pasé mi lengua rápido y la miré, sonriente. Ella gimió suave. Repetí y ella volvió a gemir. Empecé a masturbarme a la vez que lamía su clítoris. Con la mano libre subí a sus pechos y pellizqué uno de sus pezones.

La bajé por su estómago hasta su muslo. De ahí la llevé a su vagina y la penetré lentamente con el dedo índice.

- Así se masturban las chicas, hijo – dijo entre gemidos Sandra.

Aparté mi cabeza sin dejar de meterle el dedo y miré a Andrés. El chico estaba absorto, con los ojos abiertos de par en par.

Yo volví a meter mi cabeza entre las piernas de Sandra y aceleré el ritmo con mi dedo.

- Ah, ah, ah… ¡¡Dios!!

Quité mi cara y un chorro de flujos me sacudió.

- ¿Ves hijo? – dijo jadeando -. Esto pasa cuando se corre una chica.

Yo me pasé la mano por la cara, limpiándome.

- Siéntate.

La obedecí y cambiamos los sitios en la cama.

Ella se puso de rodillas y me besó los huevos. Subió dando besitos por toda mi polla hasta llegar al glande. Con una sonrisa y mirando a su hijo, lo rodeó con su lengua. Dio varias vueltas y se metió poco a poco la punta en la boca. Empezó la felación despacio, sólo en la punta. Se recreó ahí hasta que se decidió a bajar, abarcando toda la polla. Chupó hasta dejarla bien cubierta de saliva. Se la sacó y la puso entre sus pechos. Empezó la masturbación con sus tetas. La agarré de la nuca y la atraje hacia la polla. Cada vez que se acercaba le pasaba la lengua por el glande. Sin dejar de masturbarme, llevé mi dedo pulgar a su boca. Lo chupó con cara de viciosa. Me levanté y puse la polla frente a ella. Ella se metió la punta en la boca y, en esta posición, yo me masturbaba.

- No te corras, quiero que me dures – dijo ella levantándose.

Yo maldije para mis adentros que me cortara en ese momento.

- Túmbate - me ordenó.

Obedecí.

- Mira, hijo, una vez que ya hemos pasado los preliminares, viene la penetración – cogió su mano y la pasó por su húmeda vagina -. ¿Ves que ya estoy húmeda? Ahora puedo meterme este pollón – dijo agarrándome la polla.

El chico estaba callado, como en éxtasis. Su madre le sonrió y se subió encima de mí. Puso sus rodillas a los lados de mis caderas y me agarró la polla. Poco a poco fue bajando e introduciéndosela. Cuando entró hasta el fondo gimió y comenzó a subir y bajar. Mi polla estaba empapada de sus fluidos.

Apoyó sus manos en mi pecho y aumentó. Yo puse mis manos en su culo. Para tener más de 40 años, sus pechos se mantenían bastante bien, igual que su culo. Me miraba con una cara de viciosa que nunca habría adivinado en ella. Se puso completamente en vertical sobre mí y saltó más y más cada vez. Alargué mis manos y las posé en sus pechos, pellizcando sus pezones.

Ella gemía sin parar.

- Oh, ah, ah, síiii… - paró y, sin sacarse la polla, miró a un lado, a su hijo -. Hijo mío, puedes sacarte la polla y pajearte.

El niño no se hizo de rogar y se sacó la polla. Empezó a masturbarse muy rápido.

- No, hijo – le dijo con voz cariñosa su madre, aún encima mío -. Hazlo más despacio o no lo disfrutarás.

El chico obedeció.

Su madre se levantó y se puso a cuatro patas justo delante de su hijo. Yo me coloqué detrás, la agarré del culo y la penetré de golpe.

Chilló, no se lo esperaba.

- Vaya ganas de cabalgarme, vaquero – miró hacia atrás sonriéndome.

Yo empecé a cabalgarla rápido. Ella gemía y su hijo, delante de mí se pajeaba despacio, intentando no acabar muy rápido. Sandra pasó su mano por entre sus piernas y acarició mis cojones. Yo emití un leve gemido, presa del placer que me estaba provocando.

Continué dándole placer. Sus pechos se movían, bamboleantes y su hijo alargó una mano para tocarlos. Sandra puso una mano sobre la de su hijo, gimiendo como una loca.

El chico aumentó la velocidad y su madre lo paró en seco, poniendo su mano sobre su polla. Yo continuaba penetrándola.

Cuando la estaba sacando, ella se echó hacia delante y se la sacó. Se dio la vuelta y me besó. Se tumbó delante de mí y se abrió de piernas. Dejó la cabeza caer por un lado de la cama, mirando a su hijo, que volvía masturbarse sin quitar ojo a la escena.

La penetré. A cada embestida sus pechos botaban. Sus pezones, un poco más pequeños que los de Pamela apuntaban al techo, completamente duros.

Hizo un gesto a su hijo para que se levantara y se acercara. Así conforme estaba, con la cabeza echada hacia atrás, lo atrajo de su culo y se metió su polla en la boca.

Esa tía era una guarra, se la estaba chupando a su hijo, no obstante, eso me excitaba sobremanera. Aceleré en mis embestidas. De vez en cuando la oía gemir, aún con la polla de su hijo en la boca, otras, se la sacaba para prácticamente gritar. Se levantó, dejando a su hijo con la polla completamente mojada de saliva y me besó. Se tumbó de espaldas a mí y levantó su pierna. Yo me coloqué detrás y dirigí mi polla a su coño. Se la metí despacio, agarré su pierna subiéndola un poco más y proseguí con mi follada. Su hijo se había vuelto a sentar en la silla y seguía pajeándose.

Solté la pierna de Sandra y puse mis manos en sus pechos. Ella bajó la pierna echando el culo hacia atrás.

El hijo de Sandra no podía más, se levantó y disparó sobre los pechos de su madre, manchándome en parte las manos. Ver a un hijo correrse sobre la madre pudo conmigo. Sentía como el semen luchaba por salir. La saqué y me acerqué a su cara. Ella se giró y recibió todo mi esperma en su cara mientras se masturbaba. Cuando me terminaba de correr, ella clavó sus uñas en mi muslo y se retorció, se estaba corriendo.

Nos quedamos parados. Yo miraba a la madre y al hijo. El hijo jadeaba, al igual que su madre.

- ¿Te ha quedado claro, Andrés? – dijo con una sonrisa de oreja a oreja.

El chico asintió, aún con la polla en la mano.

- Bueno, pues ve y lávate.

El chico, obediente, salió de la habitación.

Sandra, con la cara llena de mi esperma me sonrió.

- Muchas gracias por este favor – me sonrió.

- No hay de qué – dije vistiéndome.

Salí de su casa, aunque no sería la última vez que iría. Pasamos mucho más tiempo follando y, cuando su hijo fue algo mayor, se unió al sexo.

2 comentarios - Las enseñanzas de una madre

Akuma32
Zorrita resultó ser.....
hernanob
muy bueno,a mi me ayudo mucho hablandome de sexo