El profesor de piano: Segunda parte.

Nuestra clase continuo normalmente. Se despidió de mi como siempre.
Cuando Albert se fue quede un tanto confundida y curiosa con lo que había iniciado en esta clase. Quería saber que más podría llegar a sentir ¿Qué otra cosa podría ingresar entre mis piernas? A parte de ese maravilloso dedo alargado y delicado que me provoco un gran ardor en mi interior. Yo no sabía si eso podía ser bueno o malo para mí. Solo quería continuar con este juego que me presentaba.
Los días pasaron hasta la próxima clase, escribí montones sobre mi querido profesor de piano, sus lecciones cada vez se habían puesto más interesantes.
Me avergonzaba un poco lo que estaba sintiendo, esas ganas que me entraban en la noche por explorarme, pero siempre me contuve.
Mi madre por su parte no dejaba de hablar maravillas de Albert en las sesiones de té con sus amigas. Nadie sospechaba que era más que un profesor que enseñara piano.
Hasta que el día llego de nuestra próxima clase. Lo espere como me lo había pedido, sin bragas.
Nos encontramos en el salón yo seguí tocando mis notas y el comienzo básico de una tonada común.
Estaba inspirada tocando, sentía que estaba aprendiendo muy bien. Hasta que me equivoque.
-Perdón, señor. Lo volveré a hacer.
Él se puso por atrás mío, poso una de sus manos en mi cuello, comenzó a bajar lentamente mientras decía:
-No me gustan los errores jovencita. Yo dije que iban a ver castigos.
Siguió bajando sus manos hasta uno de mis pechos, lo apretó suavemente. Luego, poso su mano libre en mi otro pecho y comenzó a masajearlos.
Yo eché mi cabeza para atrás y cerré los ojos.
- ¿Quién te dijo que dejaras de tocar? Concéntrate, Isabella.
Comencé a tocar nuevamente la tonada, sin poder dejar de cometer errores por las sensaciones que me provocaban sus manos en mis senos. Mis pezones se elevaron, y el comenzó a pellizcarlos suave, y subía la intensidad a medida que me equivocaba. Yo no podía concentrarme y comencé a gemir bajo.
-Isabella, debes concentrarte.
-No…No puedo…Adoro lo que haces con mis senos.
Me giro y quede frente a él.
-¡Abre las piernas!
Las abrí de inmediato, metió una de sus manos, me rasgo los muslos y lentamente uno de sus dedos se internó en mi vulva buscando mi clítoris. Presiono levemente, yo sentí un calor intenso en mi vientre, y di un pequeño gritito. Me puso una mano en la boca.
-Puedes gemir, pero te cubriré la boca. No queremos que tu madre sospeche.
-¿Qué me está haciendo?
-¿Te molesta?
-No, todo lo contrario. Es muy agradable.
-Es solo el comienzo, Isabella.
-¿Por qué…Por qué…me gusta tanto?
-Porque es uno de los puntos de placer que tienen todas las mujeres.
Siguió presionando mi clítoris, logrando incendiarme, mi boca cubierta por su hermosa mano, acallaba mis gemidos.
Fue bajando hasta mi hendidura y metió uno de sus dedos.
-¿Quiero que me digas las notas musicales?
-¿Qué?
-Dímelas…
-Do…Re…Mi…Fa. Suspire.
-¡Sigue!
-Sooooollll…
-Continúa, preciosa.
-Laaaaa.
A este paso ya no podía continuar, sentía que poco a poco me iba desvaneciendo.
-Continúa.
- Siiiii…Doooooo.
Mis piernas se tensaron, y el Do siguió sonando en mi boca fuertemente. Él sonreía mientras iba quitando su dedo. Lo metió en mi boca, y puse una cara de asco.
-No pongas esa cara, Isabella. Son tus fluidos, es tu orgasmo, un orgasmo en Do es perfección. Nunca se te olvidaran las notas. Lo practicaremos de otra forma.
Me giro nuevamente, me puso frente al piano. Paso sus manos por mis hombros, tomó mis manos y me indico en que equivocaba.
-Quiero que te levantes ahora, Isabella.
Extrañada me levante. El subió gran parte de mi vestido por atrás. Y metió una mano de lleno en mi sexo nuevamente, introduciendo de a poco un dedo.
-¿Otra vez? Pregunté.
-Sí ¿Por qué? ¿No te gusta, Isabella? ¿No te gusta lo que tu profesor te está enseñando?
-Me gusta la forma en que me enseña a tocar piano, y a sentirme.
Mis ojos se cerraron, me mordí el labio, queriendo que su largo dedo entrará otra vez.
-Bien, las notas, ahora en el piano.
Comencé a tocar el Do, y sucesivamente las otras, cada nota que tocaba, su dedo entraba más en mí, lo movía acorde a las teclas. Continuó hasta que termine.
-Ahora al revés.
Do, Si. Mis piernas tiritaban, no podía mantenerme en pie cuando sentí que otro dedo estaba entrando, me quejé un poco. El paso su mano por mi mejilla y la besó. Estaba en rojo vivo. Quería encontrar su boca, pero no me atrevía a pedirle eso. Simplemente sentía sus labios en mi mejilla besándome continuamente. Sus dedos entraron cada vez mejor, sentía un poco de dolor. Sin embargo, la humedad la podía percibir.
-Te estoy preparando, Isabella.
-¿Preparando para qué? Gemí.
-Ya verás, no seas impaciente. Pero hoy no será, la próxima no sé. Veremos cuando yo estime conveniente. Cabe decir, que por acá no es precisamente donde deseo entrar. Me gusta el estilo normando.
-¿Qué es el estilo normando?
-Entrar por otro lugar, te lo explicare en las siguientes clases. También debo prepararte.
Sus dos dedos se internaron más, y más violento. Yo seguí tocando las notas en el piano, cuando sentí mis piernas tensar, y quedé en FA.
El quito sus manos. Se sentó junto a mí, y me ordeno seguir tocando la tonada anterior.
-Quiero pedirte algo, Isabella.
-¿Qué? Lo miré de reojo mientras tocaba.
- Quiero que las noches en qué no este te toques.
-¿Me toque?
-¡Sí!
-Que te toques como yo lo hice. Quiero que sientas lo que te provoco mi dedo, pero ahora con las tuyas. Quiero que poco a poco te abras para mí, eso me permitirá enseñarte otras cosas. Si prometes hacer eso a diario, es probable que me atreva a enseñarte algo mejor.
-¡Claro, claro que lo haré!
-¿Quieres continuar con estas lecciones?
-Con las lecciones de piano, y las otras. Cubrí mi cara.
El quito las manos de mi cara, y paso una de ellas por mi mejilla.
-Adoro esa pureza que tienes, esa inocencia.
-Yo adoro sus lecciones, señor.
Agarro mi moño y lo tiro para atrás.
-¿Qué hace?
-Te dije que buscaría la forma de castigarte si volvías a decirme señor.
Se levantó, se sentó en el sofá, y me indico que me acercara a él, me recostara en sus piernas.
-¿Para qué?
-Sin preguntas, solo hazlo.
Me recosté en sus piernas, como si fuera una niña pequeña, levanto mi vestido dejando mi trasero al aire.
-¡Levanta más el trasero!
Lo levante, y comenzó a darme nalgadas suaves.
-¿No me volverás a decir más señor ahora?
-No, señor. Sonreí.
-¡Ah, ya veo a lo que quieres jugar! Eres una niña mala.
Comenzó a golpearme con más intensidad, y yo no dejaba de repetir señor para que siguiera con el juego. Cada vez golpeaba más fuerte, y yo sentía una satisfacción tan grande en cada contacto de su palma en mi trasero. Me ardían, pero quería que continuara golpeando más fuerte. Uno de sus dedos se metió brusco en mi sexo, chille un poco. Comenzó a meterlo más y más, luego otro. chille más fuerte, me golpeaba y metía sus dedos feroces en mi entrepierna.
-¿Crees que tu madre escuche?
-¡No! Esta fuera de casa, en el jardín no se escucha nada. Gemí.
-Entonces puedes gritar.
Comencé con la tonada más bella según Albert, mis gemidos y mis grititos. Sentía que mi boca era dulce sinfonía, sus golpes, sus dedos, mi boca, el orgasmo. Las lecciones.
Me levantó, y me dijo:
-Creo que no podré esperar. Pero debo aguantar. Quiero enseñarte algo.
Nos levantamos. El bajo su cremallera, dejando salir un enorme bulto. Yo lo mire asombrada, era largo, blanco y gordo.
-Eso es lo que quiero que entre en ti. Puedes tocar si quieres.
-¡No, qué vergüenza! Me cubrí los ojos.
El brusco quito sus manos de mi cara.
-Quiero que lo mires, quiero que lo toques ¡Arrodíllate frente a él, ahora!
Me arrodillé, y tuve muy cerca su bulto en mi cara.
-Mi pene está erecto desde el primer día que puse un pie en esta casa, tu provocas esto en mí. Lo mismo que yo te hago sentir cuando meto mis dedos, mi pene te lo hará sentir el doble. Así que míralo y respétalo, porque el placer que te concederá no te lo imaginas. ¡Ahora tócalo!
Agarro una de mis manos viendo que no tomaba la iniciativa y la puso en él. Estaba duro, la piel era suave.
-Ahora mueve tu mano de arriba abajo. Tomó mi mano con la suya, comenzó a subirla y bajarla.
-¡Oh!
Echó la cabeza para atrás y me pidió continuar.
-¡Excelentes manitas de pianista, excelentes manitas para masturbar! Te verías más linda sin ese moño anticuado. Me desarmo el moño y mis cabellos cayeron hasta mi espalda.
-Madre va a sospechar.
-¡Te ordenas después! Te quiero con el pelo así, te ves tan hermosa. Me quito las gafas.
-¡Oh! Seguí masturbándolo.
-¡Eres preciosa! Quiero ver lo que puede hacer esa boquita, no dejes de masturbar, pero ahora acerca tu boca a él.
Acerqué mi boca de forma tímida, comencé a pasar mi lengua. El tomo mi cabeza y metió todo su pene en ella. Sentí nauseas.
-¡Perdón! Pero esa es la forma, intenta que cada vez sea más adentro, Isabella.
Comencé a meterlo de a poco dentro de mi boca, sin dejar de masturbar la base. Era un miembro enorme, sentía la boca llena, y lo miraba de vez en vez. Observando que su boca estaba abierta, y gemía bajito. Era tan guapo. Continué por un largo rato.
-Debes estar atenta, pronto vendrá. No dejes de chupar, y mi pene te compensara.
Seguí las indicaciones que me dio, hasta que su pelvis se comenzó a mover compulsivamente, mi boca se llenó de un líquido caliente que me chorreo un poco el vestido.
-Debes tragarlo. Se bebe.
Lo tragué con dificultad.
-Tiene un sabor raro.
-Es el sabor de mi orgasmo, Isabella. No es nada rato, te acostumbraras. No seas maleducada.
-¡Perdón!
-Otra vez el perdón, pero te disculpare por esta vez. Porque me hiciste sentir maravilloso. Descargar en tu boquita fue exquisito. Continuemos con las lecciones.

Saco un pañuelo, me limpio la boca y luego el vestido. Nos sentamos ambos satisfechos a terminar la clase.

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