Siete por siete (164): La llamada




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Compendio I


“Y aparte de saludarte, quería decirte que en septiembre, me tomaré unos meses para descansar.”
Su mirada era nerviosa, huidiza. Nada comparable con la mujer segura que conocí.
“¡Ya veo!” respondí, siguiéndole el juego una vez más. “¿Y por qué?”
Intentó mostrarse calmada, pero sus gestos y voz revelaban un gran alivio, al pensar que creía en su mentira.
“¡Por estrés!” respondió con demasiado entusiasmo. “¡Ya sabes! ¡Estos 3 años he estado viajando constantemente!... y no podré recibirte.”
Suspiré profundamente y decidí quitarme la máscara que por tantos meses he usado…
“Sonia, ¿Cómo se va a llamar?” pregunté, ya mirándole con seriedad.
Una vez más, trató de hacerse la que no entendía. Pero en vista que no paraba de mirarla y estudiar cada uno de sus movimientos, se dio cuenta que ya no estaba jugando.
“Bastían.” Respondió, casi en un susurro.
Quedé petrificado y empecé a sudar frio.
“¿Es… niñito?” Consulté con temor y nerviosismo.
“¡Así es!” respondió, muchísimo más alegre y relajada. “Es un varoncito. Pesa unos 800 gramos y viene saludable… igual al padre y la madre.”
La manera “discreta” de Sonia para confirmar que yo era el padre.
No me fue fácil “admitir” la noticia. Me había percatado del aumento tanto de su busto como de su peso un par de meses atrás, pero nunca quise confrontar esa verdad.
Mientras Sonia seguía explicándome que por bordear los 7 meses de embarazo, debía retirarse dejando a Elena como su reemplazo, yo apenas le podía prestar atención por la cantidad de pensamientos que asediaban mi cabeza.
“¡Tengo la ecografía aquí! ¿Quieres que te la mande?” preguntó de repente, con mucho jubilo.
“¡No, gracias!” Repliqué, sobrepasado por completo por la noticia.
“¿Te sientes bien?”
“¡Sí!... es que han sido muchas emociones.”
Ella me miró con benevolencia y ternura.
“¡Sí, Marco! ¡Te entiendo!... pero no has hecho nada malo.” Me explicó con mucha dulzura. “Te dije que quería tener un hijo… y ya sabes… no te pido un compromiso.”
“¿Te incomoda si te dejo?” le imploré.
Tenía mucho que asimilar…
“¡Para nada!” dijo ella, cediéndome espacio de manera comprensiva. “Si quieres, me hablas en unos días más… cuando lo hayas pensado un poco… y como te digo, no tienes que preocuparte. ¡Que pases un buen cumpleaños!”.
Así empezaba la víspera de mi cumpleaños. Oficialmente, cumpliría los 34 años pasado medianoche del 3, por los husos horarios.
Sin embargo, enterarme que sería padre otra vez alteró completamente mi perspectiva.
Esa mañana, Hannah se veía hermosísima: como si se hubiese vestido de regalo para mí, se tomó sus cabellos rubios con una cola de caballo, lo que llamó la atención de todos; sus bermudas más ajustados, que destacaban sus muslos menudos y perfectos, alzando los espíritus del personal y una blusa blanca, que demarcaba muy bien el contorno de sus pechos.
Aun así, no pude acompañarla de inspección. Incluso, tuve que pedirle a mi personal que cubriera mis labores.
Me sentía confundido. Aunque no me arrepentía de haberle concedido el favor a mi amiga Sonia, me embargaba una gran angustia al pensar que una vez más, perdería momentos importantes en la vida de uno de mis hijos: sus primeros pasos, sus primeras palabras, como pasó con mis hijas por mis turnos laborales.
La situación que se vio más complicada cuando recibí el saludo de Marisol por la tarde, acompañada por las pequeñas y por Lizzie, deseándome un feliz cumpleaños y diciéndome lo mucho que me extrañaban a su lado.
Además, aunque creo en la igualdad de los sexos, sentía un poco de lástima por el pequeño, ya que sin importar que Elena complemente el cariño que le brinde Sonia como madre, no tendrá una figura paterna.
Y a pesar que Marisol insiste con que Scott, el hijo de mi vecina Fio, tiene un par de ojos parecidos a los míos, Kevin ya lo ha aceptado como hijo suyo.
Por la tarde, Hannah pasó ansiosa a buscarme, pero yo seguía sin reponerme. Se veía inclusive más sensual en la cabaña, poniendo sus brazos en jarras y ofreciéndose con dulzura, resaltando de manera coqueta sus pechos y curvas.
“¿Qué quieres hacer?”
Se había ya excusado con su esposo, argumentando que se sentía indispuesta, por lo que una vez terminado el turno, se daría una ducha y se acostaría, omitiendo por supuesto, el hecho que lo haría conmigo.
“¿Te importaría si vemos una película?” Pregunté.
“¡Claro!” Respondió desconcertada, pero cooperativa. No es que nuestra relación se base exclusivamente en el sexo, pero comprendía su extrañeza.
Nos acostamos vestidos sobre el catre, con ella apoyando sus sensuales muslos sobre mis piernas, mientras yo la ceñía por su cintura para que no se cayera y echó a andar una película por el portátil.
Los pensamientos seguían opacando mi mente y ella lo notaba.
“¿Pasa algo? ¿Es Marisol? ¿Tus hijas?”
Aparte que no podía contarle, no deseaba preocuparle.
“¡No, no es nada!” le dije, besándola con ternura por el cuello, que la calmó un rato.
Pero ella sabía que algo me pasaba, puesto que sentía bastante bien mi erección sobre su retaguardia y era poco usual que no estuviéramos haciendo el amor para destemplarla.
Y mientras la sujetaba de su vientre, mis pensamientos decantaron al momento en que Marisol se enteró que sería madre.
Pensé en la manera que debió haberlo enfrentado, dado que nos fue completamente inesperado: durante nuestro noviazgo, manteníamos relaciones sexuales seguras, conmigo usando preservativos y con ella, tomando anticonceptivos.
Un leve desliz de ambas partes nos llenaría de dicha, mas al principio, cernió de preocupaciones a mi futura esposa, puesto que siempre me ha sido fiel y parecía imposible que las pequeñas fueran mías.
Empecé a besar el cuello de Hannah con mayor entusiasmo y sobar su vientre con suavidad, causando un sorpresivo y discreto ronroneo, mientras mis manos se abrían paso hacia sus pechos.
No tardó en percatarse que le haría el amor como lo hago con Marisol y si bien, le hace sentir un poco “usada”, ha sido algo que ha ido aceptando más y más, puesto que estimulo más sus sentidos, cuando lo hacemos de esta manera.
Mis labios y mi lengua buscaban fervorosamente el sabor a limón que Marisol tiene en su boca, con besos profundos que le hacían deshacer. Mis dedos recorrían su busto con alevosía, acelerando su respiración, puesto que si bien no son voluptuosos, solo yo sé tocarlos de una manera agradable para ella y con el tiempo y mis cuidados, he notado que están levemente más grandes e hinchados, pero por suerte, Hannah aún no se embaraza.
Otro leve quejido ansioso, mientras mi lengua se alojaba desbordando por su boca, a medida que mis manos van tensando botón por botón de su camisa, buscando palpar su cuerpo. Su sostén hizo una breve aparición en mi mirada, ya que mientras ella seguía disfrutando de mis besos, mi boca avanzaba hasta su vientre.
Una vez más, buscaba a la Marisol de mis recuerdos e intentaba darle consuelo, mostrándole que no la dejaría sola, lo que Hannah disfrutaba.
Mi lengua lamía y daba chupones en su vientre con calidez, haciendo que se retorciera y suspirara muy agradada con mis cuidados.
A lo mejor, esa sea mi ventaja en comparación con su esposo, porque si bien no soy tan apuesto y fornido como es él, tengo suficiente creatividad para explorar su cuerpo e inducir su sensualidad.
Curiosamente, sus manos guían con suavidad mi cabeza hacia su pubis, puesto que le encanta que pruebe su feminidad y en ese estado no era la excepción.
Alzó un gemido candoroso al sentir mis labios sobre su humedad y se replegó en goce, percibiendo mi lengua recorrer el interior de su cuerpo, mientras que mi boca sorbía su calor.
Pero en mi mente, buscaba dar placer a Marisol. Recordaba esas incontables tardes que ella se oponía con timidez a que probase un lugar tan sacrosanto y delicado, temiendo que su sabor me fuera a desagradar y la hiciera apartarme de su compañía.
Al igual que lo hacía ella, Hannah se estremece al sentir mi lengua acariciando su hinchado, húmedo y sonrosado clítoris, subiendo y bajando lentamente y succionando con suavidad, buscando degustar todo su ser.
Tomo mi tiempo para meter un solitario dedo y otro quejido, repleto de regocijo y sensualidad, recibe la inesperada y breve invasión, para ser reemplazada casi al instante por mi boca una vez más, y repetir el proceso, salvo que con 2 dedos, haciéndole disfrutar tanto que se muerde la muñeca para no gemir.
Sus bramidos van creciendo, a medida que estimulo su succionante vagina y su clítoris, con leves mordidas, chupetones suaves y sorbiendo constantemente el exceso de fluidos que emanan de su interior. Pero su placer la sobrepasa y poco le importa la discreción, apretando con mayor fuerza mi cabeza en su sexo.
Cada vez, noto que se suelta más conmigo, dado que ya no suelta mi cabeza al momento del orgasmo, sabiendo que no pararé de lamer hasta beber la mayor cantidad de jugos que me sea posible.
La miro brevemente a la cara. Su sonrisa calma y repleta de alegría me recuerdan de alguna manera la mansedumbre de mi esposa tras dar a luz y siento cómo mi infatuación me obliga a desabrocharme el pantalón y el bóxer con impaciencia.
La contempla un par de segundos y después, trata de no mirarme. Comparada con su menudo cuerpo, se ve enorme y por lo que me he enterado de su esposo, la mía es de mayor tamaño.
Mas no reprocha mis discretas arremetidas sobre su clítoris y su hendidura, acelerando levemente su respiración y extendiendo un poco más su excitación y placer, haciéndole que cubra sus sonrosadas mejillas con sus manos, como una chiquilla avergonzada.
Cuando presento la punta, su cuerpo se yergue una vez más. No desea admitir lo mucho que le gusta, en especial, sabiendo que lo hacemos todos los días que viene a trabajar y el “tabú adicional” de la infidelidad.
Pero todo eso se disipa cuando voy ingresando en ella. Al igual que mi esposa, Hannah es estrecha y mi avance debe ser siempre delicado.
No obstante, ella disfruta cada centímetro que mi pene reconquista y pliega en su ser. Sus brazos se sujetan de mis hombros con laxitud, dejando libertad completa para llevar mi ritmo en la penetración.
Mas voy besando constantemente sus labios. Puedo sentir sus piernas plegarse alrededor de mis nalgas, con suspiros cada vez más largos y voy sobando sus caderas, hasta llegar a sus pechos, rellenándola de dicha.
Por mucho que la conozca su esposo, no la disfruta como debiera y sus tiernos senos son más míos que de nadie más y ella bien lo sabe. Trato de besarlos y chupar sus suplicantes pezones, pero no puedo dar con el ángulo para doblarme, dado a nuestra diferencia de tamaños, pero no resta romanticismo, puesto que nuestras bocas se buscan mutuamente.
Las embestidas prosiguen con mayor fuerza y nuestro catre se menea con el ritmo de un persistente pero leve temblor y empiezo a avanzar y retroceder cada vez más rápido.
Su rostro se deshace en placer, al sentirme en los lugares más recónditos de su cuerpo. Pero en mi mente, no busco a Hannah, sino que deseo encontrar a Marisol.
A partir de ese punto, lo físico trasciende y lo que experimento es netamente emocional.
Fue como si viajase al momento en que Marisol se enteró que sería madre y sintiendo su cuerpo cálido adosado al mío y abrazándome con la misma fuerza de cuando éramos novios, trato de confortar a mi pequeña y gran amiga.
“¡No te dejaré! ¡No te dejaré!” le susurro suavemente al oído, ligeramente conmovido, buscando redención de parte de mi esposa.
La beso con suavidad, deseando poder expresarle lo mucho que la amo y que ya no puedo vislumbrar la vida sin su compañía.
Le abrazo con fuerza, implorándole que no me deje. Que no se lleve el fruto de nuestra felicidad que porta en su vientre y que si bien, los días se le ven negros, mucho más amargos y tristes serán para mí si ella se va.
Beso su boca con la desesperación de alguien que ama demasiado y que se ve en la desagradable despedida de la persona que ama, ocasionando que ella gima más y más apasionada.
Deseo que ella sepa lo que los días futuros nos revelarían: que las pequeñitas que porta en su vientre son mías y que sin importar lo que ocurra, estaré allí por ella, porque la amo.
Para esos momentos, mi catarsis es plena y alcanzo la gloria en un poderoso orgasmo, que parece desbordar a Hannah.
Nuestra respiración es entrecortada y contemplo a Hannah simplemente divina: sus ojos celestinos se aprecian más brillantes, sin parar de mirarme complacida; un rostro rubicundo y sudoroso; una sonrisa en sus labios resplandeciente, desbordando satisfacción y felicidad y sus cabellos rubios, completamente libres, la hacen ver como el más sensual de los ángeles.
Y de la misma manera que me pasa cuando disfruto demasiado de mi ruiseñor, le miro suplicante y avergonzado a los ojos.
“Hannah… ¿Puedo hacerte el amor otra vez?”
Su sonrisa se tensa un poco más, con nerviosismo y con toques de lascivia.
“¿Q-quieres ir… otra vez?” pregunta, con el más cautivador de los tartamudeos.
“Si no te molesta…” le suplico, sabiendo que a veces puedo ser demasiado molesto en la cama.
“¡Para nada! ¡Para nada!” responde, demasiado extasiada por la idea. “Después de todo, es tu cumpleaños…”
Y mientras la vuelvo a besar, me doy cuenta que es pasado medianoche y la amo con mayor intensidad, al ver que está en lo cierto.


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2 comentarios - Siete por siete (164): La llamada

FaradayD
te juro que salgo y me garcho a la primera que encuentro, gran post!
metalchono
Vaya, gracias. Y mis felicitaciones a la afortunada que encontraste.
pepeluchelopez
Me gusta el nombre. Bastian, lo oí por primera vez en la película "Intouchables" con robert de niro. Un abrazo pasa la bien
metalchono +1
Si te soy honesto, no estaba tan interesado de aceptar la promoción. Mi labor en faena me entretiene mucho y de no ser por la distancia y por la longitud de los turnos, me quedaría en el cargo un poco más. No obstante, el hecho que Marisol está a vísperas de graduarse y que el nuevo cargo me dejaría más cerca de este nuevo y pequeño retoño, me motiva cada vez más. Gracias por el saludo y un abrazo para ti.