Siete por siete (163): Flor de la mañana




Post anterior
Post siguiente
Compendio I


“Pero tienes que dejarme mirarte.” fue su única petición al respecto, casi a modo de susurro.
“¿Cómo me pides eso?” pregunté, alzando la voz levemente, impresionado por su actitud.
“Es que conmigo… nunca lo has hecho.” Respondió, adquiriendo ese rubor delicioso e inocente en sus blanquecinas mejillas.
En mi mente, había empezado como un simple juego: en lugar de que mi esposa trajera a Lizzie como todas las mañanas, decidí ir yo a su habitación.
Le pedí permiso (que por supuesto, me lo concedió) y fue recién que me di cuenta lo mucho que me he pervertido, porque abiertamente le pedía autorización para acostarme con otra mujer.
Tal vez, mi defensa no sea la mejor. Pero si Marisol no hubiese tenido que ir a la universidad a ayudar a su amiga Jess con los exámenes finales ese miércoles por la mañana, lo más probable es que hubiésemos terminado jugando juntos en la cama.
Pero ahí estaba ella, con sus esmeraldas brillantes, incluso más entusiasmada que yo. Aun no puedo comprender su placer en todo esto, ya que no puedo concebir verla a ella gozando del sexo con otro hombre que no sea yo.
Admito que se veía hermosa: se había vestido con unos jeans apretados, que destacaban demasiado bien su retaguardia y una camisa blanca, que a pesar de todo, manifestaba la opulencia de su busto y vislumbraba tenue su sostén.
Abrí la puerta y la primera sorpresa agradable fue el intenso aroma a flores, que afortunadamente, desborda todo el segundo piso. La luz ambiental, anunciando la llegada del día con discreción, puesto que su ventana enfila hacia el océano, permitía distinguir generosamente la distribución del dormitorio.
Y bajo las cálidas colchas, reposaba la otra belleza de mi hogar. Porque mientras mi esposa mantiene un albo caucásico de los españoles, el de Lizzie es levemente más sonrosado, propio de los ingleses.
Podía sentir cómo mi miembro viril, que minutos antes había sido drenado de vitalidad gracias a los labios de mi hábil esposa, se recuperaba de manera exponencial, al apreciar sus generosas formas.
Y es que su torso lucía demasiado agradable: sus majestuosos pechos se manifestaban como 2 copias del Kilimanjaro, cubiertos por una delgada camiseta de algodón, de los cuales se contemplaba el perfil de sus sonrosados y gruesos pezones, destacándose como 2 peones de ajedrez, cubiertos por una tela.
Pero no solamente sus pechos se apreciaban llamativos. Si bien sus labios son delgados, Lizzie es una mamadora tan buena como Marisol, que literalmente “me ataca” entre 2 o 3 veces al día y confieso que en esos momentos, estuve muy tentado de presentarle mi falo y ver si sería capaz de darme una mamada durante su sueño, fantasía que he tenido desde que me involucré con Pamela, la prima de mi esposa y que por el momento, no he podido concretar.
No obstante, el morbo de tener a mi esposa observando me cohibió. Pero contemplar sus pecas y sus coquetos ojos, suavemente cerrados, me devolvieron a mis intenciones “traviesas” de un comienzo.
Me fui cubriendo con su sabana, avanzando lentamente, para no perturbarla con mis vibraciones, a lo que sorpresivamente, ella respondió volteándose a la pared.
A Marisol le causaba mucha gracia y apenas podía mantener su sonrisa con discreción. Por mi parte, empecé a despertarla suavemente, susurrando su nombre, soplando suavemente sobre su cabello y su cuello, finalizando con una suave caricia sobre su hombro.
“Es que ella tiene un sueño muy pesado…” me explicó mi ruiseñor, en vista que mis alternativas parecían acabadas y en realidad, parecía más entusiasmada que yo a que deslizara mi mano bajo la sabana.
Pude sentir la calidez de su cuerpo somnoliento, que curiosamente parecía invitar a dormir y fui palpando su cintura, deslizando un par de dedos. Pero su camiseta de dormir, como había visto en otras oportunidades, alcanza a cubrir su cuerpo hasta la altura de sus costillas, exponiendo sus caderas y a partir de entonces, su piel ardiente, me acompañaba hasta la altura de su cintura.
Deslicé sutilmente un dedo por encima de su piel, tras lo cual ni siquiera se inmutó y palpé su calzoncito delgado, junto con el contorno de sus muslos seductores.
Mi erección en esos momentos era plena, pero Marisol seguía interesada en ver cómo la despertaría, por lo que decidí tomar mayor confianza y apoyar una mano sobre su cintura.
Esto sí generó una reacción inmediata, que se manifestó en un intenso suspiro y el inconsciente movimiento de su mano sobre la mía.
Nuestra sorpresa fue mayúscula (la de Marisol y la mía), al ver que guiaba mi mano hacia su pecho y emanaba un suspiro más profundo que el anterior, al apoyarlo.
Lo que siguió fue muy excitante: con una respiración muy acelerada, fue deslizándose hacia atrás, como si fuera cobijándose con mi mano, pero nunca despegándola de su pecho. Su otra mano descendió, para acariciarse suavemente entre las piernas.
Eventualmente, tras su avance, logra dar con mi cuerpo, emanando un sublime y profundo “¡Siii!”, lleno de satisfacción e instintivamente, empieza a menearse despacio, subiendo y bajando su hendidura por encima de mi congestionado falo.
Contemplo a mi esposa y me doy cuenta que también está excitada, puesto que se da largas caricias que abarcan desde su cuello hasta sus vibrantes pechos y su mano ya ha desabrochado el pantalón y claramente, procede a darse un masaje al clítoris, que con cada suspiro de Lizzie pareciera reverberar en su propia lujuria.
Sin darse cuenta con lo que ocurre a su alrededor, Lizzie prosigue con su potente “sueño húmedo”, donde sus nalgas parecieran suplicar porque le diera por la cola. Sus espasmos son cada vez más violentos y sus caderas se van doblando levemente un poco más, como si aceptaran plenamente la sodomización.
Su vaivén es tan cautivador, que ni siquiera me percato cuándo metí mi mano bajo su camiseta y me encuentro apretando su ardiente pecho, estrujando suavemente su pezón.
Es entonces cuando ella repentinamente despierta y no puedo evitar restregar mi hombría sobre su ano, ya que se ha alzado completamente y ha escapado a través de la abertura que sirve de cremallera.
Lizzie permanece callada, con la respiración agitada y no realiza comentarios sobre la vejación que le estoy dando.
Contemplo a Marisol y aprecio que se está pellizcando el pezón, por encima del lujurioso sostén blanquecino, mientras que su mirada vidriosa y con una expresión radiante de felicidad, pareciera que ha despertado del mejor de los sueños.
No obstante, lo que nos termina quebrando es apreciar el rostro avergonzado de Lizzie, que nos hace detenernos en el acto.
“¡Hola!” saludo, tratando de desembarazarme de lo que ocurre entre mis piernas. “¡Quise venir a sorprenderte!”
“¡Sí! ¡Ya sabes!” expresa mi mujer, tratando de adecentarse rápidamente. “Él quería darte las gracias, por las veces que le vas a ver por las mañanas…”
Y tras un par de segundos que se me hicieron eternos, se termina volteando y me da un beso impresionante.
“¡Gracias! ¡Qué atento!” me dice, apretando su pubis sobre mis testículos rellenos y subiendo y bajando un par de veces, lo que casi me hace desvanecer.
Marisol le vuelve a sonreír amistosa.
“¡Te lo presto para que no se quede solo!” le informa, con un tono entre tierno y suplicante. “¡Por favor, cuídamelo tan bien como lo haría yo!”
Se sonríen con camaradería y un leve toque de picardía.
“¡Así lo haré!” le responde, para sonreírme con mayor alegría.
Marisol me mira, me sonríe y se estira la camisa, suspirando profundamente y saliendo de la casa muy animosa.
Pero la mirada de Lizzie es maravillosa, sin parar de sonreír.
“¿Has soñado alguna vez con algo que te gusta mucho y que cuando despiertas, te das cuenta que es verdad?” me pregunta, suavemente, acariciando el cuello del pijama.
“No. Nunca me ha pasado. ¿Por qué? ¿A ti si?”
Sonríe con complicidad, meneando suavemente su cabeza y sus labios y húmeda lengua se encargan de explicarme que le acaba de ocurrir.
“¿Conmigo?” Pregunté, sin poder creerlo, ya que ni a mi esposa le ha ocurrido.
Ella se vuelve a reír, suspira y me besa nuevamente, afirmándose de mi cuello mientras nos besamos.
Sus piernas me envuelven suavemente, mientras me sigue besando y empieza lentamente a restregarse entre mis piernas, deseándome ya dentro de ella.
Me afirmo de sus nalgas carnosas con incredulidad, haciendo que exhale despacio, mientras aprecio sus pechos sacudirse.
Me da una mirada profunda, con sus brillantes y coquetos ojos negros. Siento que me quiere cautivar, porque el contacto entre nuestras piernas se hace cada vez más largo y placentero.
Sabe que me tiene bajo su control, disfrutando caprichosamente de su autoridad y sacudiendo a propósito sus senos, con el fin de extender mi tortura.
Pero ella tampoco es de piedra y deslizando levemente su calzón, abre espacio para que pueda yo entrar.
El avance es lento y ella lo disfruta con profundos suspiros, mientras que su humedad y calor me van envolviendo placenteramente.
Toma verdaderas bocanadas de aire antes de devorar mis labios con mucho deseo y puedo sentir las intensas palpitaciones en mi glande. Empieza a entrar y salir, cada vez un poquito más rápido y esos pechos me vuelven loco.
Los agarro por debajo de su camiseta, que se alzan negros y profundos y la desnudo parcialmente, para llevarme esos bocadillos a los labios, inundándola en placer.
Va clamando más y más fuerte, a medida que me voy abriendo paso en ella y su sonrisa se repleta de dicha al sentir la base de mi falo y mis testículos, entrando y saliendo con bastante rapidez y fuerza.
Su mirada se torna desequilibrada y sus besos llegan a ser abrasivos con mis labios. Me afirmo de sus nalgas, con la sola intención que me sienta en lo más profundo de su ser y puedo notar que mi punta alcanza a presionar el útero.
Para esos momentos, la cabalgata es tempestiva y sus pechos vibran en un vaivén desenfrenado, donde ninguna boca es lo suficientemente hábil para asegurarlos, mientras que solamente podía sentir el fragor de la batalla entre mis piernas, donde su cintura parecía ensañarse violentamente contra la mía.
“¡Lizzie!... ¡Ya no doy más!” le aviso, conteniéndome al límite.
“¡Dámela!... ¡Dámela toda!... ¡Dámela toda!... ¡Ahh!... ¡Ahhh!... ¡Siii!... ¡Lléname!... ¡Lléname entera!... ¡Como siempre lo haces!... ¡Ahhh!... ¡Es tan caliente!... ¡Y es tanta!... ¡Gracias!... ¡Gracias!”
Sus ojitos brillaban de una manera especial, como si tuvieran más vida y no paraba de besarme.
“¡Todavía te siento vivo en mí!” se reía, meneándose levemente. “¡Eres el mejor novio que he tenido! ¡Ni siquiera Fred me llenaba tanto como tú!”
Con el sabor de sus besos, el roce de sus pechos rebosantes sobre el mío y el calor de su abrazo, mis manos se encargaban de apretar más y más sus muslos.
Sabiendo lo que eso significaba, con sus mejillas coloradas y exponiendo sus imponentes senos, se apartó levemente de mi lado.
“¡Niño travieso! Nunca tienes suficiente, ¿Cierto?” me reprendió con coquetería.
Pero casi con desesperación, tomó su celular.
“¡Aún es temprano! ¡Las pequeñas despiertan en hora y media más!” me explicó, sonriendo de felicidad. “¿Quieres darme por detrás?”
Ella también sintió mi endurecimiento en su interior y cuando la saqué, la contempló radiante.
“¡Déjame limpiarla un poco!” me dijo, antes de atenderla.
Pero sé que, al igual que mi esposa, le encanta chuparla cuando tiene nuestros jugos. Se aprecia por la manera en que succiona todo rastro y porque la muerde suavemente, mirándome con ojos de viciosa.
Cuando ya la endurece lo suficiente, se vuelve a acostar, ofreciéndome su colita.
No quiero sacarle los calzones. Quiero mancharlos con mi hombría y sé que ella también lo desea.
Ese gemido leve, relleno de anticipación por el gozo culpable que va a recibir, cuando la punta se incrusta en su agujero.
Pero a pesar que siempre hay una resistencia inicial, el ano de Lizzie empieza a aceptarlo de a poco, donde cada espolonazo del mete y saca me permite avanzar un poco más, aprovechando también de sobarle sus tremendos pechos sin parar, jugueteando con sus pezones entre mis dedos.
Para cuando la podía meter entera en su intestino, mis manos estrujaban como un desquiciado sus pechos, haciendo que ella bramara de placer.
Llegó un momento donde me parecía sentir que su mismo ano me succionaba, buscando que me corriera dentro de ella, por lo que tras un avance profundo, hice mis descargas y quedamos exhaustos, una vez más, pegados como perros en celo.
La voy retirando despacio, porque tras 3 acabadas casi consecutivas, la cabeza me va latiendo y ella, aun golosa, se relame al verla alzada.
Me doy una ducha fría, mientras ella baja a la cocina a buscar los biberones. Se medio cubre con la camiseta arrugada y les cede los biberones a mis pequeñas, vigilándolas hasta que llegue a la habitación.
Cuando marcha al baño, me da una de sus miradas coquetas y trato de desechar el significado, jugando con mis pequeñas…
Porque luego de almorzar, me tocará “regar” otra vez a mi florecita mimada.


Post siguiente

1 comentario - Siete por siete (163): Flor de la mañana

pepeluchelopez
Genial de ensueño!
metalchono +1
Gracias. Espero que tus días estén mejores y aunque lo aprecies por palabras, te animo que sigas adelante, porque tarde o temprano las cosas mejoran.