Siete por siete (131): Abrazable…




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Compendio I


¡Me encanta verte enfadada, ruiseñor! Encuentro que tus labios se ponen tan bonitos cuando haces un puchero.
Tienes razón. He evadido muchos días la explicación sobre lo ocurrido con tu otra amiga, pero también he aprovechado de desquitarme parte del resentimiento.
Sabes muy bien que encuentro demasiado ambigua una palabra como “abrazable” para describir a una persona.
De hecho, exceptuando los erizos, puercoespines, cactos y animales feroces, todo lo demás es “abrazable”, desde una piedra hasta un peluche.
Lo único que pude intuir por la manera que te expresabas de ella, es que debía ser más pequeña que tú.
Pero lo ocurrido fue completamente fortuito y mereces una explicación.
Este viernes, mientras tú ibas de visita al departamento de Lara, recibí una visita alrededor de las 3 de la tarde.
Acababa de lavar los platos y me iba a cambiar para salir a trotar, cuando llamaron a la puerta.
Era una jovencita de unos 19, 20 años, bajita, de 1.60 y algo, bastante delgada; con 2 trenzas color café, que le daban un parecido a un cachorrito, ante semejante corte de cabello disparejo; unos lentes redondos, idénticos a los del “niño hechicero” de las películas, con unos ojos verdes más oscuros que los tuyos, pero muy temerosos, una nariz pequeña y puntiaguda (que me recordó en parte a tu personaje favorito de “Love Hina”) y labios pequeños y delgados, pintados con un labial rosado intenso, con bastante perfume.
Vestía una camisa blanca y una chaqueta color verde, junto con una falda morada ligera y larga, hasta las rodillas, con calcetines blancos y zapatos de charol, que raramente he vuelto a ver por estos lados.
“Disculpe… ¿Acaso vive aquí una joven llamada Marisol?” preguntó, con mucha timidez y casi sin mirarme.
Y mi primera reacción (ya que esa chica cumplía todo el perfil que tú podrías llamar “abrazable”), fue abrazarla fuertemente, lo que la llenó de sorpresa.
“¡Así es! Tú debes ser Jessica, ¿Cierto?” le pregunté, mientras la envolvía por encima de sus hombros.
Sorpresivamente, pude sentir 2 protuberancias consistentes en mi pecho, que para nada se vislumbraban por la manera de vestir.
Mi actitud le causó un sofoco y luego de reponerse, con el rostro colorado y sin mirarme, respondió afirmativamente.
La invité a entrar, explicándole que era tu esposo y que me habías hablado mucho de ella, remarcando que siempre dices que es “abrazable”, lo que le causó mucha gracia y perder el nerviosismo inicial, por lo que pregunté el motivo de su visita.
Me dijo que le habías dicho que Lara y tú vendrían a nuestro hogar, hablando de un reporte pendiente que tenía tu amante y que necesitaba tu cooperación.
Sé bien que para que ustedes tengan privacidad, usas nuestra casa como coartada, pero esta niñita realmente creyó que estaban aquí y viajó una hora para llegar a nuestro hogar.
Le dije la verdad: que tú no habías venido, que probablemente habrías ido al cine o a algún otro lado, lo que la confundió bastante, pero rápidamente insistí en el motivo de su visita.
Dijo que necesitaba ayuda con un reporte que trataba de las culturas americanas y que como tú tienes mayor conocimiento del tema, podrías orientarle.
No quise enviarla de vuelta con las manos vacías y haciendo un viaje completamente inútil, por lo que tomé mi portátil y empecé a buscar el material.
Había algo en esa niña que no me cuadraba, Marisol. Es bonita y tierna, pero bajo mi opinión como hombre, carece de atractivo.
No me daban ganas de mirarla, porque parecía temerosa de exponerse. Me recordaba a las jovencitas religiosas de la iglesia donde atiende mi madre, que prácticamente parecen guardarse vírgenes para el matrimonio.
Y cuando trataba de mirarla, ella daba una sonrisa nerviosa y se ponía inmediatamente tensa.
Le dije lo mucho que me has hablado sobre su afición a la lectura, haciendo que se soltara más y me contó que había leído todos esos libros de moda: Las novelas de brujas; de hombres lobos y vampiros; aquella de los juegos de cacería; la otra, de la sociedad distópica, donde te asignan tu profesión según tus habilidades y finalmente, la del sadomasoquista millonario que tanto me irrita.
Mi primera impresión fue que se trataba de una jovencita inteligente, pero inmadura emocionalmente y por primera vez, concordaba con tu descripción de una mujer “abrazable”: lápiz labial excesivo; mucho perfume; vestimenta elegante, pero a la vez, restrictiva; personalidad introvertida y extremadamente tímida…
En el fondo, ese tipo de jovencitas que siempre es “La amiga buena”, pero nunca nada más…
Y dado que mientras investigaba, me iba contando detalles de sus libros favoritos, pude esbozar que la imagen que ella tiene de su “hombre ideal” es una persona atractiva, musculosa, de carácter fuerte y duro, pero que a la vez, “estuviera perdidamente enamorado de ella”.
Me hizo recordar mi errónea apreciación de niño, que las mujeres buscaban una especie de “príncipe de cuento de hadas” (Uno de los principales motivos por lo que me gustas tanto, porque en eso eres tan inocente como yo), cuando en realidad, no se definen si quieren a un rufián o un tipo bueno.
Y se lo hice saber de una manera educada, que ella no encontraría la felicidad con alguien así: su carácter sumiso, dócil y gentil le haría un blanco apetecible para cualquier truhan que buscara manipularla; le ofrecería regalos o presentes, para que aceptara hacer cosas cada vez más osadas, hasta que finalmente, quedaría atrapada en una relación donde depende de la voluntad de la otra persona y tan menoscabada, que no optaría ni por apreciarse a sí misma ni a abandonar una relación tan toxica.
Por supuesto que Jessica lo interpretó como un ataque al personaje principal de su libro favorito y argumentó fieramente con inmaduros ideales, tales como “él no será capaz de hacer esas cosas” y que “Si es un hombre malo, lo consolaré y lo amaré sin límites, hasta que cambie…”, lo que me instigó a actuar.
Curiosamente, Lizzie interrumpió mis intenciones, al bajar para asistir a sus clases.
Le expliqué que era una de tus amigas y que le estaba ayudando con uno de sus trabajos, pero por la manera de mirarme, sé que no me creyó.
Luego de asegurarle que los biberones ya estaban preparados y que ella me recordara por enésima vez que las pequeñas despertarían cerca de las 7, Lizzie aprovechó de despedirse dándome un beso apasionado.
Sonrió, excusándose que estábamos debajo del muérdago (por cierto, entiendo que a las 2 les guste mucho besarme, pero encuentro excesivo que hayan comprado 4 muérdagos y que más encima, hayan tenido el descaro de colgar uno encima del fregadero de la cocina) y mirando por encima de mi hombro, agregó:
“¡Sé bueno!” dejándome recuperar parte de mis sentidos, tras robarme el aliento con sus labios y se marchó sonriente a sus clases.
Fue entonces que comprendí por qué lo había hecho, ya que Jessica me contemplaba anonadada y roja de vergüenza.
En vano fue explicarle que nos besamos de esa manera por estar bajo el muérdago, ya que el beso que me dio Lizzie fue muy comparable con los que tú me das.
No obstante, ese evento la llenó de tensión, puesto que dejó en manifiesto 2 cosas: que estábamos relativamente solos y que probablemente, yo no era “tan fiel” como tú me describes.
Por ese motivo, empecé a trabajarla con discreción: me senté a su derecha, muy apegado a ella, mostrándole algunos links de su tema.
Como hacía todos los movimientos del mouse y el teclado con mi diestra, mi mano izquierda quedaba “ociosa” y no halló mejor lugar donde posarse que encima de la rodilla de Jessica.
Aunque al principio, le incómodo mi gesto, puesto que yo seguía hablando muy enfocado del tema, lo dejó pasar sin dar un comentario, pero con un poco de rubor.
Te informo que no intenté levantar su falda, Marisol, puesto que derrumbaría la ilusión de “casualidad”. Además, hice el quite a tocar directamente sus zonas erógenas, por motivos que explicaré posteriormente
Moví delicadamente mis dedos y los deslicé de una manera suave, pero firme, por encima de su falda, lo que le hizo enrojecer y sudar.
Ahora que pienso en ello, aunque Jessica se resistía a mis caricias, notaba que abría más sus piernas, en lugar de cerrarlas, para impedir mi “casual manoseo”.
Pero eventualmente, posó una de sus manos sobre su muslo, cortando mi avance.
Algunos segundos después, la miré a la cara y le dije que estaba sudando de calor, sugiriéndole que se sacara la chaqueta y se desabrochara algunos botones de su camisa.
Aunque aprovechó de extender horizontalmente sus brazos para “apartarme”, Jessica obedeció al pie de la letra mis instrucciones, desabrigándose y liberando 2 botones de su camisa, través de los cuales, se podía apreciar una piel blanquecina como la leche y el comienzo de unos discretos, pero cautivadores pechos.
Sin embargo, cuando se volvió a sentar, su mano celadora se había apartado y no puso mayores obstáculos mientras mi mano se posaba nuevamente sobre su pierna.
Una de las cosas que me llamó la atención, Marisol, es que tu amiga no sabe coquetear.
Su timidez le impide desarrollar temas de conversación demasiado profundos, a menos que se traten de cosas que realmente le apasionan.
Pero no obstante, su lenguaje corporal decía otra cosa…
Aunque la situación en su pierna y nuestra proximidad le incomodaba, a pesar de mostrarse claramente nerviosa, proyectaba un aura de tranquilidad en la mirada.
Admito que me sentí bastante bien cuando vi que seguía el movimiento de mis labios con mucha atención y aunque la manera de apoyar su rostro sobre su mano podía también interpretarse como aburrimiento por el tema que le conversaba, su sonrisa y la manera de mirarme me daban la impresión que se sentía bastante cómoda, nuevamente, ignorando mis discretos avances bajo la mesa.
Se ponía especialmente nerviosa mientras observaba por encima del contorno de sus pechos y me fijaba en sus facciones, suspirando profusamente, cuando ella disimulaba leer la información de los links.
Pero su nerviosismo alcanzó el momento álgido, cuando mi mano se había deslizado a escasos centímetros de su intimidad y haciendo una inesperada algarabía, se decidió a redactar parte de los apuntes.
Detuve completamente la marcha, apreciando cómo su inquietud le hacía equivocarse una y otra vez.
Jessica, excusándose de su torpeza, me miró completamente ruborizada, por lo que aproveché de abrazarla por la cintura, “para darle ánimos”.
La proximidad y el contacto de mi mano sobre el otro muslo que hasta pocos minutos antes estaba indefenso, volvió a sobresaltarla.
Sus errores eran cada vez más frecuentes y su respiración era más agitada. Aproveché de aspirar más y más de su perfume, lo que le hacía entrecerrar a ratos sus ojos.
“¡Por favor, señor! ¡Déjeme!” se atrevió finalmente a decir, aunque por el tono de su voz, no se notaba completamente desagradada.
“¿Por qué? ¿Acaso tienes novio?” pregunté de forma zalamera.
“¡No!... pero usted está casado… ¡Es el esposo de Marisol!” respondió, con una ligera aflicción.
“¿Y?... ella no está aquí…” dije, besando suavemente en su mejilla, muy cerca de la comisura de sus labios.
Finalmente, no pudo aguantar más y me apartó con sus manos, poniéndose de pie.
“¡Por favor, señor! ¡Ya no siga! ¡Marisol es mi amiga!” me suplicaba ella, con la respiración agitada y extremadamente avergonzada.
También me incorporé y la tomé por la cintura. Intentó resistirse, mas encontró mis labios.
No fue un beso apasionado, Marisol. Jessica cerró los labios y yo succioné por encima de ellos.
Pero se encontraba completamente indefensa. La tumbé suavemente sobre el sofá y ella, sollozando, comprendía que toda resistencia era fútil y que cada segundo, la distancia entre nuestros labios se reducía más y más…
Jessica cerró los ojos y esperó lo peor…
Aunque nunca llegó a concretarse.
Confundida y asustada, no podía entender por qué en lugar de un beso avasallador y candente, sentía una suave caricia en su rostro, que buscaba tranquilizarla.
Ni mucho menos por qué yo la miraba con complacencia, a una distancia mayor de la que ella había estimado inicialmente.
“¿Aun sigues queriendo un amante de personalidad fuerte?” le pregunté, con una voz suave y burlona.
Le ayudé a incorporarse y le pedí disculpas, diciéndole que nada había sido real y que se trataba de un juego.
¡Estoy muy consciente que te habría encantado que hubiésemos terminado de otra manera, Ruiseñor!
Pero te ruego que consideres un poco tus propias vivencias anteriores: los amigos de tu padre, cuando iban de visita, no dudaban de toquetearlas a ti y a Amelia, sin su consentimiento.
Y ese mismo respeto homologué con tu amiga, Marisol: Aunque ella no ha tenido muchas experiencias con el sexo opuesto, no quise que fuera una experiencia traumatizante, que la marcara de por vida.
Sin embargo, la atmosfera posterior a eso fue bastante curiosa, Ruiseñor: por una parte, aunque pude sobreponerme a mis instintos, acabé con una erección bastante apreciable y real, que llamó mucho la atención de Jessica y la cual contempló por bastante tiempo.
Por otro lado, tu amiga terminó con un coctel de emociones en la cara: por una parte, sus ardientes mejillas de vergüenza; por otra, sus agradecidos ojos de alivio y finalmente, unos labios entrecerrados fieramente, en una sugerente mueca de insatisfacción.
Mientras retomábamos nuestras posiciones y el trabajo, bromeé bastante sobre mi manera de actuar y le hice ver (de una manera respetuosa) que su actitud había sido demasiado permisiva y que no debía aceptar dichos tratos, ya que no todos son tan comprensivos como el chico que ella busca.
Por supuesto, ella devolvía mis miradas con ojos resplandecientes y una sonrisa bastante tierna (que, por lo que tú me cuentas, debe ser uno de los motivos por lo que tanto ella como Lara “te han preguntado tanto por mí y cómo estoy”).
Pero entre tú, Lizzie y Hannah, acá en faena, me siento feliz y tranquilo.
Redactamos el informe sin mayores complicaciones y aproveché de presentar a las pequeñas y me ayudó un poco a mudarlas y darles leche.
Y lo único que le dije, al final, al momento de despedirnos, fue que su actitud de “Chica abrazable” no era demasiado atrayente para los hombres.
Le sugerí que empezara a vestirse más como tú o como Lara, porque su cuerpo me pareció bonito y que perdiera un poco el miedo a los muchachos, atreviéndose a hacer cosas diferentes, preferentemente acompañada por sus amigas, ya que ellas velarían por el juicio de sus decisiones y actitudes.
Sobre sus regalos de navidad (el tuyo y el de Lizzie), se encuentran en mi velador.
Notarás que hay 2 estuches de tela. El tuyo es el de color verde.
¡Sé que no te gusta que te regale joyas, Marisol!
Pero no se me ocurría qué otra cosa obsequiarte, aunque igual te va a agradar, ya que va con ese toquecillo personal mío que tanto te simpatiza.
¡Te amo, preciosa, y espero ansioso volver a tu lado, una vez más!


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1 comentario - Siete por siete (131): Abrazable…

pepeluchelopez
Un camino ha de tomar esta situación no dudo que quiera aprender más sobre relaciones interpersonales y moldear su carácter. Por ahí va la cosa. Felices fiestas en faena
metalchono
¡Gracias, amigo! Y tienes toda la razón: uno va aprendiendo con diferentes relaciones, pero el gran problema es el miedo a la otra persona. A ese "¿Qué dira...?", cuando expones tus sentimientos por primera vez. Pero entre fracasar y ser el único enamorado en una relación, es más liberador lo primero, porque si no dejas que los sentimientos te consuman, te das cuenta que el objeto de tu afecto es tan humano como uno mismo. Saludos y felices fiestas para ti también.