La margarita deshojada

Nuestra historia transcurre en Querétaro, un estado situado en el centro de México. Más concretamente en una cafetería que la protagonista de nuestra historia, Maggie, acude todas las mañanas entre semana a tomar café durante su media hora de descanso. Sin embargo, dicha cafetería había permanecido cerrada unos días, hasta que un joven empresario de origen español decidió adquirirla y ampliar la oferta culinaria.



Tras la barra, un joven con la veintena superada, pelo corto y moreno, sin entradas, ojos achinados y oscuros tras unas gafas de montura metálica, bastante alto y de complexión delgada, sacaba brillo a unos cuantos vasos la mañana que Maggie decidió volver a aquella cafetería.



“Buenos días,” saludó el joven tras la barra nada más ver entrar a Maggie.



“Hola,” la mexicana esgrimió una sonrisa mientras se preguntaba qué había sido del local.

“¿Qué quiere tomar?” prosiguió él apartando la mirada de vez en cuando de su abrillantado.

“Un cafesino no más.”

“Ahora mismo, ¿con leche?”

“Tipo moka, ¿puede ser?” Maggie se sentaba mientras sobre un taburete pegado a la barra.

“Claro que puede ser. Ahora mismo.” Aquel muchacho se giró y se puso a preparar el café en la máquina.

Sin querer los ojos de Maggie analizaban a aquel chico: no cabía duda, por su acento, que no era mexicano, aunque tampoco argentino, uruguayo, chileno o ni siquiera sudamericano. Podía ser europeo pero… ¿qué hacía un chico, posiblemente español, en un lugar como este? Sin duda físicamente estaba bien, porque el pantalón oscuro le estaba ajustado, y marcaba bien sus definidas posaderas. Maggie suspiraba, acordándose de la cantidad de tiempo que llevaba sin tener relaciones sexuales, pues su físico no era del agrado de la mayoría, era algo gruesa. De todos modos, recapacitaba, aquel muchacho era muy chiquito, y posiblemente tendría novia. ¿En qué estaba pensando?



“Aquí tiene.” El muchacho se giró nuevamente para darle el moka, elaborado con una serie de dibujos de lo más curiosos sobre la nata.



“Gracias.” Maggie se quedó un instante contemplando tan bonito diseño en la superficie del café. “Oye, tú no eres de por acá, ¿cierto?” se atrevió a preguntar.

“No, soy de España. Me vine hace poco porque un amigo me lo propuso, y como allí no tenía trabajo, pues acepté.”

“Ah sí, la cosa está muy mal allá. Pero no creas que acá andan mejor. Ahorita mismo estamos igual o peor.” Maggie se sorprendió a sí misma al hablar tanto con alguien que no conocía, y mucho menos teniendo en cuenta que apenas lo había hecho con los anteriores propietarios de este negocio. “¿Entonces no eres el dueño?”

“No… Un momento por favor.” El camarero salió a atender a una mesa, y al regresar tras la barra siguió hablando con Maggie mientras preparaba un par de desayunos. “No soy el dueño, es el amigo que le comenté, pero él viene por las tardes.”

“Entonces allá en España eras camarero.”

“Sí, circunstancialmente. Pero estudié filología inglesa. Pero, como dice mi padre, uno tiene que ir adonde está el trabajo. Y aquí estoy; espero adaptarme pronto e ir creciendo económicamente.”

Maggie estaba sorprendida por la correcta forma de hablar de aquel chico. Aunque no era su modo de expresarse lo que le atraía a ella, sino más bien lo bien encajados que tenía los pantalones y lo que pudiera ocultar aquella camisa. Por eso, decidió acudir más a menudo a la cafetería.



En sus numerosas visitas se enteró de que el muchacho se llamaba Ángel, que tenía 25 años y que, a pesar de su edad, era bastante maduro, aunque su cuerpo era joven. Apenas tenía vello facial, sus rasgos no eran muy masculinos, su mirada era esquiva (señal de timidez), y actuaba con mucha corrección y simpatía.



“¿Y qué tal la vida acá?” le preguntó Maggie un día.



“Pues mira Maggie, un poco aburrida la verdad. Aquí vivo con mi amigo y su novia, en un pisito no muy grande. Salimos los fines de semana, los tres, pero no me gusta estar en medio de una pareja. Me han presentado chicas, españolas, pero no ha habido entendimiento. Suelen ser muy pijitas y aniñadas, y a mí no me va eso.”

“¿Y cómo te gustan las chicas?” Maggie se frotaba las manos pensando en que, tal vez, podía tener aluna opción.

“Bueno, me gustan las chicas en general, pero las que he conocido aquí son demasiado… tontitas, por decirlo de algún modo. No tienen conversación, hablan sobre trivialidades y… bueno, nada más que piensan en emborracharse.” Ángel se sonrojó un poco al confesar tales cosas a su ya amiga Maggie.

“Yo soy divorciada, ¿sabes? Tengo dos hijitos. Así que no tengo mucho tiempo para salir y… eso.” Aquello fue un tiro al aire, pues su interlocutor no pareció pillarlo. No obstante, siguió un poco más. “Y los compañeros de trabajo pues la prefieres como las prefieres: muy delgaditas y con mucho pecho. Se pasan la mañana pegados al computador hablando por el Facebook.”

“Mujer, cada cual con sus gustos, pero es verdad que los hombres siempre buscamos un ideal físico. Pero no creas, lo que buscamos es lo que buscamos.”

Maggie no entendió del todo aquel último comentario. Tuvo que despedirse, pues ya debía entrar, con la incertidumbre de qué había querido decir Ángel.



Los días pasaron y la amistad fue forjándose un poco más. Le gustaba el hecho de comprobar que su nuevo amigo atendía a los clientes y enseguida volvía a la barra para seguir hablando con ella. Tampoco se quedaba demasiado tiempo con las chicas de su edad que ahora acudían en mayor cantidad a aquel negocio, y no era únicamente por lo que se servía allí. Maggie se sentía cómoda, a un mayor nivel que el resto por recibir las atenciones del muchacho. Por eso, un viernes, decidió invitarlo a casa, pues sus niños estarían con una amiga. Ángel accedió de buena gana, pensando más bien en una cita entre amigos. Nunca se le había pasado por la cabeza ligar con una mujer diecisiete años mayor que ella, independientemente del físico.



La casa de Maggie era pequeñita, pero confortable. Ella lo recibiría vestida con un traje negro, algo de escote y corto por abajo, aunque no demasiado. Ángel acudiría normal, con una camisa oscura y unos pantalones a juego, no tan ajustados como los que llevaba en el trabajo. Cuando Maggie le abrió la puerta lo recibió con dos besos y le enseñó su humilde casa.



“Está muy bien,” comentó Ángel.



“Gracias. ¿Te apetece tomar algo?”

“Un moka, jajajajaja.”

“Toma asiento, yo te lo hago.” Maggie salió presta a la cocina para preparar el café mientras su invitado se sentaba en el sofá de tres piezas del salón.

“No es necesario Maggie, sólo bromeaba. No se me apetece nada, de verdad.”

Maggie se sentó junto a Ángel, y ambos se pusieron a hablar como de costumbre mientras veían la tele. Empezaron hablando de la diferencia de ambas culturas, de política e incluso de fútbol. Intercambiaron algunas risas, y la idea de que sucediera algo se disipaba en la mente de Maggie.



“Y bien, ¿te echaste novia ya?” Maggie se atrevió a abordar el tema, aunque con poca esperanza.



“No, tampoco es algo que me corra prisa. Ahora mismo me estoy asentando, y de las que me han presentado pues no… alguna la he visto más de una vez, pero como para una relación pues no.” Su respuesta había sido sincera.

“¿Acaso no te gustan las mexicanas? ¿O cómo te gustan a ti?”

“A ver… me da igual si es mexicana, colombiana o española. Y de físico pues no sé, para mí lo importante es que haya entendimiento.”

“Ah, lo que tú quieres es una chica que sepa hacer de todo, ¿a que sí?” Había dicho la palabra ‘chica’ sin querer, pues no quería pronunciarla para denotar la diferencia de edad entre ellos. “Yo tampoco quiero un hombre que no me desee por mi físico.”

Ángel se estaba dando cuenta de las intenciones de Maggia, y se sentía muy adulado. Comenzaba a ver en ella una persona atractiva, o al menos sabía cómo explotar sus dotes. A pesar de ser gruesa, su piel era tersa y su pecho lucía deliciosamente llamativo. Cuando Maggie se dio cuenta de que el chico la miraba descaradamente al pecho, posó una de sus manos sobre una pierna de éste, subiendo lentamente en dirección a la ya dura entrepierna.



“Sigue subiendo.” Con mirada sorprendentemente firme, aquel muchacho le había dado a Maggie una instrucción que ella no esperaba.



“Sí, déjame que siga, por favor.” Ángel asintió con la cabeza, sin emitir sonido alguno ni expresar placer o desagrado.

La mano de Maggie prosiguió su camino hasta el paquete, y comenzó a masajearlo con lujuria, fuerza y nada de delicadeza. Ángel se recostó en el sofá, extendiendo los brazos y agarrándose al mismo. Por fin sus labios se separaron, y de entre ellos emanó un gemido suave que inundó de pasión los oídos de Maggie. Aquella verga, todavía oculta bajo la ropa, creció con una velocidad pasmosa. Para cuando Ángel quiso darse cuenta, Maggie estaba desabrochándole el pantalón. Se incorporó un poco para ver cómo ella se lo iba bajando con cierta ansia, para después mirarle a los ojos en un tono mezcla de súplica y necesidad. Él frunció el ceño, y con mirada grave la tomó por la cabeza, y sin ningún esfuerzo la empujó hacia su dura verga.

Maggie se la introdujo prácticamente entera. Ángel sentía cómo los labios se cerraban en torno al tronco y cómo su capullo alcanzaba la garganta. Aquello lo colmó de placer, mientras Maggie se deleitaba mamando, al mismo tiempo que masajeaba los huevos con una mano, clavando sus largas uñas blancas de vez en cuando. Ángel volvió a recostarse, sumido nuevamente en el placer. Sus ojos se cerraban y su boca hacía lo contrario, para exhalar un largo y prolongado gemido de placer a la vez que sus manos se aferraban al reposabrazos del sofá, pues justo después comenzó a sufrir los temblores que anuncian la inminente corrida.

De pronto Maggie sintió el pegajoso y ardiente líquido que manaba de la polla de Ángel llenar toda su boca, una cantidad nada desdeñable que no pudo evitar que se filtrase hacia fuera. Se tragó cuanto pudo, disfrutando gozosa con cada gota que expulsaba la aprisionada verga. Cuando por fin despegó los labios, liberando a su presa, Maggie utilizó su lengua para relamer algunos restos en su boca, mirando a su amante jadear tumbado en el sofá.

Para cuando Ángel pudo recuperarse, su polla yacía pegada a su abdomen, algo brillante y pegajosa. Miró a Maggie, profundamente agradecido, e incorporándose decidió que era el momento de recompensarla. Delicadamente la hizo tumbarse en el mismo sofá, retirándole la ancha falda y posteriormente la braga de encaje de color negro. Ante él tenía un coño muy gordo, de labios pronunciados y completamente depilado. Palpó primero con el dedo corazón, cosa que hizo a Maggie estremecerse ansiando lo que estaba por venir. Y lo que estaba por venir era la carita de Ángel, pegada a su sexo, con la cabeza metida entre las piernas, con una lengua larga y flexible sumergiéndose en el interior de su cuerpo.

Las manos de Ángel masajeaban sus piernas, sobre todo sus gruesos muslos. Aquella combinación de masaje y “comida” estaban conduciendo a Maggie al éxtasis. Aquella lengua se movía como si llevara pilas, de forma nerviosa. Pero fue la boca acaparadora de su amante lo que más le gustaba, pues se había abierto en un ángulo casi imposible. Sus ojos la observaban con cierto grado de indiferencia mientras bajo la nariz todo era lo contrario. Maggie comenzó a gemir disfrutando de cada lametón, de cada movimiento, sutil o no, dilatándose a una velocidad pasmosa.



“¡Aparta, aparta!” le gritó Maggie a Ángel para que cesase su comida, puesto que estaba a punto de correrse. Así que Ángel retiro la cara, mostrando una boca pringada de fluidos transparentes y brillantes.



Cuando Maggie estaba a punto, su amante volvió a hundir rápidamente su cabeza y a comerle el coño a un mayor ritmo todavía. Aquello hizo que Maggie tuviese un orgasmo al instante. Cerró los ojos con fuerzas mientras echaba todo lo que llevaba tanto tiempo guardando, sin que Ángel apartase su cara ni cerrase su boca. A pesar de los espasmos y de la masa corporal de Maggie, aquella cara permaneció fijada a la entrepierna sin dejar de lamer y succionar.



Maggie arqueó la espalda y se dejó caer pesadamente sobre el sofá, poniendo así fin a aquel primer asalto. Y digo primer asalto porque, tras recuperar algo de aire ambos, jadeando sudorosos sobre el sofá del salón, Maggie invitó a Ángel a que tomase una ducha. Él accedió de buena gana, pues estaba absolutamente pringado de sudor y de los espesos flujos de ella.



Con el pene flácido Ángel procedió a ducharse. El agua resbalaba por su piel llevándose consigo cuanto podía, dejando sobre él una fina película transparente muy refrescante. Unos pocos minutos después apareció Maggie, quien se metió con algo de dificultad en la ducha.



“Esto hay que limpiarlo bien.” Tomó el pene de Ángel, ahora en un estado de semi rigidez, y se puso a masturbarlo delicadamente. Aquella verga la obsesionaba sobremanera. Tenía ante ella a un chavalito más joven, alto y delgado que ella, y había conseguido seducirlo antes que alguna otra chica de menos edad o mejor físico. Por su parte, Ángel parecía disfrutar más con aquello que con lo que había hecho con las chicas a las que había conocido durante su estancia en México.



La polla de Ángel volvió a cobrar vigor, algo que no esperaba Maggie que sucediera tan pronto. Así que alzó un poco la pierna y la apoyó sobre su protuberante muslo, porque se había dado cuenta de que su joven amante los miraba y tocaba mucho. A Ángel le dio un morbo indescriptible sentir el roce sobre esa zona de la piel, y no tardó en ponerse a gemir otra vez. Mientras el agua caía sobre los dos amantes, con la traviesa mirada de una sobre el rostro desencajado del otro, unos gemidos masculinos se abrían paso entre el vapor del agua.



Presa de la pasión Ángel se inclinó para besar a Maggie, entrelazando sus húmedas lenguas. Ángel tiró de practicismo e hizo a Maggie girarse, para que se inclinara y apoyase las manos sobre el inodoro. Ella se dejó hacer. Ante él había un culo de grandes nalgas, pero no por ello menos apetitoso. La pipa o concha estaba rojiza a pesar del tono oscuro de la piel de Maggie. Ángel apuntó con su blanca verga en dirección a dicho orificio, y poco a poco la fue penetrando. La tomó por la cintura y comenzó a follarla a gran velocidad. El coño de Maggie era capaz de acaparar toda aquella polla, no tanto como su boca.



Ángel comenzó a moverse violentamente, a un ritmo de pelvis endiablado. Los pechos de Maggie bamboleaban con cada acometida, la siguiente más contundente que la anterior. Aquello le gustaba una barbaridad. Aquella polla no paraba de entrar y salir a gran velocidad de su coño, mientras sus flujos ya le chorreaban por las piernas. Maggie nunca llegó a saber el tiempo que duró aquello, ni los orgasmos que sufrió, porque se limitaba a disfrutar cada pollazo que su amante le propinaba.



Al final no le quedaron fuerzas, y sumida en el placer y el agotamiento, se inclinó hasta el punto de apoyar la cabeza sobre el inodoro. Ángel tuvo que ponerse de puntillas para poder seguir penetrando a Maggie, pero también se dio cuenta del ano de ésta, tan apretado y jugoso. Así que sacó su ya rojiza y ardiente polla, y posó la punta del capullo sobre el ano de Maggie, no sin cierta dificultad. Lentamente fue metiéndola por el culo, algo que Maggie agradeció gritando, de dolor y placer.



Aquella barra de carne prieta iba sumergiéndose en un agujero el cual iba adaptando su forma para acomodar a su nuevo huésped. Conforme iba insertando su polla, Ángel se inclinaba sobre las espaldas de Maggie, abrazándola y posicionándose como ella. Una de sus manos sobó sus pechos, mientras que la otra frotaba su coño, esparciendo los ricos jugos de Maggie. Aunque al principio resultó algo difícil, al final la polla salía y entraba del culo de Maggie con la misma celeridad que lo hubiera hecho antes en el coño.



Nuevamente se confundieron los gemidos de uno y otro. La polla no paraba de entrar y salir de aquel culo. Ángel se aferraba a Maggie, pero aquel sobreesfuerzo hizo que se cansara tras haber mantenido un rito demasiado frenético desde el principio. Maggie quería sentir su culo lleno por primera vez en su vida, y no quería que Ángel parase. Así que recobró fuerzas y lo empujó con su mayor masa corporal contra la pared de la ducha. La incesante agua volvía bañar a ambos. Maggie puso su cintura en movimiento, aplastado su culo contra la pelvis de Ángel, metiéndosela ella misma mientras él disfrutaba como loco.



Maggie se dio cuenta de que aquella sensación de sometimiento excitaba mucho más al chico. Sus fuertes acometidas contra aquella verga aún rígida no tardaron mucho en dar sus frutos. En una de ellas las manos de Ángel aferraron las nalgas con tal fuerza que impidieron otro movimiento, y un temblor que se proyectaba de la entrepierna por el resto del cuerpo pusieron de manifiesto lo que iba a venir. Y lo que iba a venir fue un torrente de semen caliente que inundó el culo de Maggie con una fuerza asombrosa. Ángel sufrió los espasmos producto de un placer nuevo y desconocido. Cuando sacó la verga, unos hilos de semen recorrieron las piernas de Maggie.



Los dos amantes pasaron la tarde entre carantoñas. Con algún que otro masaje erótico y sensual entre comentarios románticos que no vienen al caso detallar ahora. Pero la cosa quedó en un comentario, mientras Maggie yacía desnuda en toda su corpulencia sobre la cama y Ángel la observaba con rostro triunfador mientras terminaba a abrocharse los puños de la camisa.



“¿Sabes?” dijo Ángel. “Mi primera vez fue con una mexicana casada de aproximadamente tu físico y edad.”



“¿En serio?” preguntó Maggie sorprendida. “¿Y qué edad tenías?”

“Jeje, bueno, era mucho más pequeño.”

“¿Y cómo fue?” volvió a preguntar Maggie, intrigado.

“Bueno, eso es ya otra historia…”

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