Seis por ocho (78): Todo depende del envoltorio




Post anterior
Post siguiente
Compendio I


Jamás pensé que la explicación de mi inusual vigor y lo que había ocurrido esa tarde me la daría con quien compartiría esa noche.
Deseo pedirles disculpas, si alguno de ustedes se ha sentido engañado, pero como lo mencione hace tiempo, cuando pendejo era de esos que veía Hentai varias horas y me podía masturbar unas 3 o 4 veces seguidas, algo completamente distinto a lo que mencione cuando le conté a Marisol sobre nuestra primera vez.
Pero ella es romántica y estaba ilusionada al pensar que ninguno de los dos tenía idea de la mágica situación que estábamos viviendo y cuando le contaba esa historia, lo hacía porque necesitaba saber si me seguía amando o no. Por eso, les pido mis disculpas.
Retomando la historia, esa era la justificación que atribuía a mi inusual vigor. De hecho, cuando salí de la habitación, quería tomar el trasero de Marisol y después el de Amelia, pero como ellas estaban preocupadas y Violeta había regresado, lo mejor era recibirlas.
“¡Marco, estaba todo oscuro! ¿Estabas durmiendo?” preguntó Verónica.
“¡Marco!” dijo Violeta, corriendo y saltando para abrazarme.
“Si, lo siento. No me di cuenta.” Respondí.
“¿Cenaste?” Preguntó mi amada suegra.
“No… pero no tengo hambre.” Respondí, extrañado.
Claro, a los pocos minutos me bajó el apetito. Creo que el sexo se ha vuelto un poco como mi obsesión por los juegos de video. Podía pasar horas pegadas a una consola, pero cuando me cansaba, me daban las ganas de ir al baño, de comer y de dormir al mismo tiempo.
“¿Y ustedes?” pregunté.
“Si… como ves, fuimos de compras.” Me dijo, mostrándome su vestido nuevo. No sé mucho de telas, pero era un vestido de noche, negro, bien elegante, que parecía propio para una ejecutiva. Su falda cubría la mitad de sus muslos y tenía un escote bastante amplio, que dejaba asomar sus pechos, pero los hacían ver levemente más paraditos.
Y no solo eso. Había ido al salón de belleza y se había teñido el pelo y dado un nuevo peinado, luciendo casi como una rubia dorada, con el cabello alisado, haciéndola ver más delgada de cara.
“¿Cierto que mi mami se ve muy bonita?” dijo Violeta.
“¡Sí!” respondí yo, bastante feliz por el cambio. Verónica lo notó y se río, discretamente.
“Ella me dijo que si yo era una princesa, mami tenía que verse como una reina y por eso se arregló mucho y que como yo sé mucho de reinas y princesas, que ella necesitaba de mi ayuda para lograrlo.” Dijo la hija, avergonzando con ternura a su madre.
“¡Bien, princesita! ¡Es hora de dormir!” dijo su madre.
“¿Puede Marco contarme una historia? ¡Me gustaría mucho!” preguntó la pequeña.
Verónica me miró y le respondí con los ojos.
Le conté una historia, sobre el príncipe valiente que viajaba a caballo en los dibujos de su sabana. Verónica se reía despacio, ya que no sabía de dónde sacaba tales historias, pero a Violeta le gustaban y la dejaban tranquila.
Cuando empezaba a dormirse, nos íbamos a marchar…
“¿Mami?” preguntó la pequeña princesa.
“Dime, princesita”
“¿Tú crees que Marco será un príncipe?”
“No lo sé, pequeñita. ¿Por qué lo preguntas?”
“Porque me gustaría vivir feliz para siempre con él.” Dijo ella, acomodándose para dormir.
Verónica se reía despacio, pero yo estaba muy preocupado.
“Pero princesita” le dije yo. “¡Me voy a casar con tu hermana!”
“Si, eso lo sé.” dijo ella, con los ojos cerrados. “Pero eres el único… que me trata como una niña grande.”
Se quedó dormida. Nos tuvimos que marchar.
“¡Eres terrible!” decía Verónica, muy divertida con la situación. “¡Mis 3 hijas… enamoradas de ti!”
“¡No te burles! ¡No es gracioso!” Respondí.
Veía mucho de mi vida en Violeta. También había sido el menor de 3 hermanos. Mientras que tenía que competir con los temas de noviazgo de mi hermana y mi hermano, vivía constantemente tratando de demostrar que no era tan pequeño como todos los demás creían.
Por eso, ahora trataba de prestarle atención a Violeta, jugar con ella y mayormente, escucharla, ya que esos eran mis deseos cuando pequeño.
Fuimos a la cocina y me armé 2 emparedados. Me bajó el atracón y estaba muy hambriento.
“Bueno… no es tan malo.” Decía Verónica, algo avergonzada. “No es la única… también esta su prima-hermana… y claro, su “mami” también.”
Me dio un besito bien suave, con sabor a lima.
“Si… pero tú sabes que sería incapaz… es sólo una niñita…” le dije, bien complicado.
Ella me miró con su comprensión de madre.
“¡No tienes que preocuparte! ¡Ella es muy pequeña y sé que la ves como si fuera una hija!”
“Pero… ¿Qué pasara si crece… y sigue pensando eso?” pregunté mi mayor temor.
Ella sonrió.
“¿Y piensas tú que esto va a acabar?” preguntó, como si fuera muy gracioso.
“¡Vamos, Verónica!... “dije, empezando a hiperventilarme. “¡Tú sabes que en el fondo… quiero ser un padre normal!”
“¡Oh, si eso lo sé!” dijo ella, tratando de consolarme. “¡Y sé que algún día, Marisol verá las cosas como tú y tendrás lo que deseas!... pero también debes pensar que mi hija sabe bien que todas te amamos mucho… y que tú has sido… pues… algo tan rico en nuestras vidas… que aunque encontremos a otra persona… de alguna u otra manera, volveremos a ti…”
Yo estaba espantado…
“Pero Verónica… estamos hablando de los próximos 10 a 15 años…” le dije, proyectando los sentimientos de Violeta.
“¿Y eso qué? Marisol se verá más madura… probablemente, con los pechos que tanto te gustaría que tuviera… y bueno, mi tierna Amelia tal vez no sea la misma inocente niñita que crees… y ni que decir de Pamela… tendrás unos 40 años, pero te verás muchísimo más joven, porque eres en el fondo, solo un muchachito tierno y sano…” dijo ella, sonriendo, aunque después, suspiro. “¡Cielos, yo tendré medio siglo! ¡Qué espanto!”
“Pero tu belleza va dentro de ti.” le dije, tratando de calmarla.
Ella me sonrío.
“Tal vez, por eso será difícil de dejarte de lado… sé que seré una abuela muy querendona, pero también sé que pediré a mi hija que me vayas a visitar un par de días a solas…” me dijo, acariciando mis mejillas.
“¡No bromees!... ¡Solo soy un chico normal!” le dije yo, tratando de quitarle importancia.
“¡Estás muy equivocado, Marco!” me dijo ella, mirándome bien sería, con sus sabios ojos verdes. “Para ti, hacer el amor va mucho más allá de correrte y disfrutar tu orgasmo. A las chicas les da miedo que parezcas insaciable, pero es que en el fondo, les cuesta admitir que tú lo haces hasta que ellas se sientan satisfechas.”
“¡Vamos, no digas eso!” le dije, bien avergonzado. “¡Me estás haciendo creer que soy una maquina sexual en la cama!”
“¡Y de hecho, lo eres!” me respondió, bien sería. “Sé bien que no eres un pervertido, que viva pensando en tener sexo todo el día, pero piensa que has estado con 5 mujeres y de alguna manera, nos las hemos arreglado para entendernos y saber que nos amas por separado. No sentimos envidia, porque sabemos que si te pedimos algo de afecto a solas, nos lo darás y por esos instantes, seremos la única mujer en tu mundo.”
“Pero… ¿Insaciable?” Pregunté yo, aun recordando lo ocurrido esa tarde.
“¡Es una lástima que hayan salido las 3!” me dijo ella. “Pero habría sido ideal que estuvieran aquí para conversarlo. Veras, ellas creen que si tienen sexo en grupo contigo, tú te sentirás satisfecho. Sin embargo, a ti te preocupa que nosotras quedemos satisfechas, por lo que si tenemos sexo en grupo, te ocuparas de una, luego de otra y luego otra y otra y eventualmente, colapsaras por cansancio, pero aunque te duela o te sea difícil, trataras que nos sintamos igual.”
“¡Yo… no soy así!” le dije, rojo de vergüenza.
“¿No me crees? ¡Ven a mi habitación y te lo demostrare!”
Entramos en su habitación, dejó su bolso en el ropero y se paró frente mío.
“Marco, tú me conoces bien. ¿Qué clases de caricias me gustaría que me hicieras ahora?” preguntó.
“¡Pues… supongo que te besara el cuello!” le respondí.
Ella se río.
“¡No te pregunté para que me lo dijeras! ¡Lo hice para que lo hicieras!”
La empecé a besar y mis manos empezaron a acariciar su cuerpo.
“Marco, trata de sentir la sensación en tus manos y mi cuerpo.” Me pidió. “¿Qué sientes?”
“¡No sé!” le respondí. “Siento el calor de tu cuerpo”
“¡Así es!” dijo ella, disfrutando mi contacto. “¡Fíjate que aun no tocas ni mi pecho ni mi vagina! ¡Solamente me estás besando y palpando suavemente!”
“Si, tienes razón” le respondí.
Me besó más apasionadamente.
“¡Ahora, trata de sentir mi respiración!” decía ella, muchísimo más agitada “¡Escucha mi voz!... ¿Qué parte me gustaría que tocaras?”
La besé y deslice mi mano a su entrepierna, levantando su falda levemente, acariciando su humedad. Con mi otra mano, acariciaba suavemente sus pechos, pellizcándolos y tanteando el pezón.
“¡Muy bien!” dijo ella, palpando mi pene. “¿Te gustaría meterla ahora?”
Lo hacía bien, pero algo en mi decía que no era el momento.
“¡No!... siento que falta algo” le respondí.
“¡Muy bien!... de hecho… yo quisiera que la metieras ahora… pero te conozco bien… así que me aguantare.” Dijo ella, con unas ganas impresionantes.
La seguí besando y empecé a desvestirla. Necesitaba sentir el calor de sus pechos y tenía unas ganas salvajes de acariciar sus calzones.
“¡Me tienes desnuda y chorreante!” me decía, mientras me seguía besando. “¿Ahora quieres meterla?”
“Si, pero aun no… ¡Falta algo!” le dije.
No me quede tranquilo hasta que me desabroché el pantalón y me bajé los bóxers.
“¡Se siente… muy bien!” dije aliviado, enterrándosela.
“Y no lo haces nada mal… ahora, ¡Hazme el amor!”
La besaba frenéticamente, encantado con la esencia de su piel. Acariciaba sus pechos, sus rollos, su trasero. Mis manos exploraban su cuerpo y ella se corría y se corría, mientras seguía penetrándola con mucho deseo.
“¡Marco… me voy a correr!” me dijo de repente. “¡Hagámoslo juntos!”
Se aferró a mi cintura, sintiendo sus tibios pechos sobre el mío. Nos corrimos y fue estupendo. Nos quedamos besándonos un rato, mientras esperábamos despegarme.
“¡Ahora mira mis ojos!” dijo ella, perdiéndome en sus esmeraldas. “¿Notas que me siento bien, cierto?”
“¡Sí!” le dije yo.
“¿Cómo te sientes tú?” preguntó.
“¡Satisfecho!” le dije yo.
“¡Muy bien! Ahora, fíjate en esto.” Me dijo ella.
Se paró y busco algunos de sus bolsos de compras.
“¿Vas a irte?” le pregunté, algo triste.
“¡No seas llorón!... Sólo estoy buscando algo… ¡Ah! ¡Aquí están!”
Se puso un negligé negro, con tirantes y unos calzones negros.
“¡Marco, mírame! ¿Cómo te sientes?” preguntó.
“Pues… te ves bien…” le respondí.
“¡No!” dijo ella, riéndose. “¡Ahí abajo! ¿Sientes algo?”
En efecto, aunque unos segundos atrás ya estaba relajado, empezaba a pararse el pajarito.
“¡No puede ser!” dije yo.
“¡Vamos, ven, que igual me gusta cómo me seduces!”
Empecé a besarla y sobar sus pechos y acariciar su cuerpo y tocar su vagina y en el fondo, todo de nuevo… pero con las mismas ganas de metérsela que en un principio.
Cuando acabe en ella y nos separamos, me dijo.
“¡Ahora observa!” me dijo, aun vestida con el negligé. “¡Lo único que voy a hacer es cubrirme con las sabanas!... ¡Acuéstate tú también, para que veas!”
Me tapé y nos besamos.
“¿Sientes algo?” preguntó.
Yo estaba más que sorprendido…
“¿Pero cómo?” pregunté
“¡No lo sé!... pero pienso que es porque tú disfrutas de lo previo. Para ti, no solamente es excitante penetrarme, sino que disfrutas de las caricias, de los besos y de desnudarme. El hecho de que quites mi envoltorio, es algo que te satisface y te excita.” Dijo ella, acomodándose para que la penetrara por tercera vez. “Me di cuenta, cuando lo hacíamos con Amelia, en la otra casa. Podías recién haberte despegado de mi, pero ver a Amelia, en ropa interior, te excitaba al instante. Me empezaba a vestir y nuevamente, te excitabas. ¡También me sorprendiste!”
“¿Y qué debería hacer?” dije, empezando a penetrarla con más fuerza.
“Pues… ellas piensan… que “La unión hace la fuerza”… pero en este caso… ¡Ah!... es más rico pensar… en “Dividir y conquistar”… ¡Ah!... o sea… ¡Sí!... lo mejor es… ¡Ay!... que nos veas por separado… ¡Ah!... y nos hagas acabar.”
“¡Tienes… razón!... ¡Así… lo siento mejor!” le decía yo, disfrutando con el apriete de su vagina.
“Si lo haces… con todas… alguien saldrá… ¡Ah!... lastimado” decía ella, sacudiéndose frenéticamente.
Nos corrimos de nuevo y fue genial. Pero ella tenía ganas de más, así que se descubrió y lo pude hacer, viendo por fin, esos bamboleantes y enormes pechos, morderlos, chuparlos y disfrutarlos, hasta que me corrí una vez más.
No contenta con eso, se entretuvo chupándola hasta las 2 de la mañana, mientras yo le metía un par de dedos en la rajita.
“¡Definitivamente, eres el mejor amante que he tenido!” decía ella, apoyándose en mi pecho. “¡Ni siquiera Diego era tan bueno en la cama como tú, ni que decir de Sergio!”
Sólo oír su nombre y una reacción en mi antena…
“¡Y pensar que aquí venia a descansar!” dije yo…
Finalmente, nos dormimos más que agotados, a eso de las 4 de la mañana…


Post siguiente

0 comentarios - Seis por ocho (78): Todo depende del envoltorio