Seis por ocho (79): La nueva Reina.




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Compendio I


A pesar de la explicación de Verónica, no podía justificarla del todo. Es decir, desde un tiempo me he notado algo más goloso para comer y el hecho de trotar con Amelia me ha ayudado a desarrollar resistencia, pero otra cosa completamente distinta es el ámbito sexual.
Es cierto, me han tenido bajo un régimen exigente y en muchas ocasiones, hice el amor cuando ya no me quedaban ganas, pero eso no justifica que con solo un día de descanso sea capaz de satisfacerlas a todas.
Dormí unas 2 horas, debido a que, si bien, Violeta no está yendo a clases, tampoco es bueno que me vea durmiendo en la habitación de su madre. Alcance a despertar justo a mi ruiseñor, para ir a la universidad.
Ella se río.
“¡No sé qué te pasó ayer, amor, pero fuiste tan rico, que aun me cuesta caminar!”
La tomé en brazos y la llevé a la ducha.
“¡Lo siento, Marisol!” le dije, muy arrepentido
“¿De qué te disculpas? Si ese siempre ha sido mi sueño…” decía ella, aferrándose a mí como si estuviera ilusionada. “¡Me tomaste, tomaste a Pamela, a Amelia e imagino que también a mamá y aun así, te quedan fuerzas! ¡Eres muy viril, amor!”
“¡Puede ser, pero ahora te cuesta caminar!...” le dije yo, algo molesto. No me podía sentir orgulloso, si sabía que la había perjudicado.
“No te niego que me molesta un poco… pero me acuerdo y sonrío… encuentro que valió la pena… porque ahora todas saben que puedes mucho… y eso me llena de orgullo, ¿Sabes?, porque la primera que lo descubrió fui yo.”
Podía pararse, pero caminaba un poco como un patito. Debí haberme controlado, pero ella me besaba y decía que estaba bien. Me pidió que le ayudara a Pamela y que en la tarde, repasáramos, pero que no me olvidara, ya que aunque sería su último semestre en la universidad, quería repetir nuevamente su victoria con los legendarios.
Regresé a mi habitación y Amelia y Pamela aun seguían agotadas, durmiendo. No quería ni tocarlas, para que no despertaran y sólo las cubrí. Fui un verdadero salvaje, ya que Amelia solamente tenía su polera blanca, que ahora estaba seca, mientras que Pamela estaba con falda y su camisa desabrochada, con sus pechos al aire.
A eso de las 10, nos despertamos para desayunar. Pamela estaba de un pésimo humor, ya que no podía sentarse bien y Amelia estaba muy tímida, porque no se atrevía mirarme o a ella. Solamente, estaba Verónica de mejor ánimo.
“¿Y donde fueron ayer, niñas?” preguntó la madre, haciéndose un pan con mantequilla.
“¡Lo pasamos acá, en la habitación de Marisol!” respondió Pamela, de pésimo humor.
A Verónica se le cayó el pan y me miró con tremendos ojos. Yo asentí, con arrepentimiento…
“¿Y qué… piensan hacer hoy?” preguntó, recogiendo el bocado.
“Pues… quería pedirle a Marco… si me dejaba hablar con mis amigas.” Dijo Amelia, con un poco de vergüenza.
“¡Él tiene que estudiar conmigo!” dijo Pamela, con una expresión que no daba lugar a dudas.
“¿Y qué quiere hacer usted, suegra?” pregunté, para que Violeta no sospechara.
“¡Estaba pensando en lavar la ropa!” dijo ella, con mucha calma.
Nos bañamos y a eso del mediodía, empecé con mis labores.
Instalé el ordenador portátil para Amelia y fui al living a estudiar con Pamela. Aun estaba muy enojada…
“¡Lo siento, Pamela!... No debí abusar.” Me disculpé.
Sorpresivamente, ella me sonrío.
“¡No te disculpes, Marco!” Me dijo ella, por primera vez. “No es que este enojada contigo… ayer, pues… fuiste alucinante: me mirabas con tanto deseo… aunque hemos hecho tantas cosas juntos… y me hiciste sentir bien… tantas veces.”
Sus ojos brillaban de ilusión…
“¡Sé que te he mentido muchas veces… pero la verdad es… que me encanta que me tomes y hagas lo que tú desees conmigo!” Tenía una sonrisa tan bonita y se veía tan contenta. “Y bueno… ayer fuiste imparable… ¡Pero lo único que me amargó el día fue Amelia!”
Era extraño ver a la “amazona española”, enojada con alguien más…
“Aceptaré que me metan sus dedos en el culo… incluso no pongo problemas que chupen mis tetas… ¡Pero que me metan ese consolador, con tanta violencia y con tanta torpeza!” Sus ojos estaban encendidos en furia.
Escuchamos unos pasos y vimos a Amelia aparecer. Estaba muy triste.
“¡Lo siento, Pamela!” dijo ella, empezando a llorar. “¡No creí que te doliera tanto!... yo sólo quise hacerlo, como lo hace Marco.”
Amelia es de esas chicas tan tiernas, que no puedes seguir enojado, una vez que se ponen a llorar.
“¡Ya, ya! ¡No estoy tan enojada!” le dijo Pamela, algo avergonzada. “No lo haces tan mal… cuando me comes los pechos, lo disfruto mucho… y cuando me metes los dedos en el culo, se parece mucho a como lo hace Marco.”
No podía creer que estuviera escuchando semejante dialogo…
“¿Debería preocuparme?” pregunté, algo incomodo por la situación.
“¡Claro que no!” me respondió Pamela, roja de vergüenza. Pero después, agregó la “amazona española” “¡Sólo un tío pervertido como tú puede calentarse con cosas como esas!”
Amelia se limpio las lágrimas y me besó en las mejillas.
“¡No, Marco no es un pervertido!” dijo, defendiéndome. “¡Es un chico dulce y amable y lo amo con todo mi corazón!”
Pamela suspiró.
“En el fondo, es un baboso pervertido… pero igual lo amo.” Respondió.
Como me miraban con “demasiada ternura”, les dije que nos pusiéramos a estudiar. Amelia nos ayudó mucho, ya que había visto las materias que Pamela tenía que repasar un par de meses antes e incluso, fue muy tierno al verla ruborizada, dando su primera clase particular a sus 2 alumnos.
Almorzamos y todo estaba bien. Violeta estuvo jugando en el patio, mientras que Verónica ocupó la lavadora. Quise lavar la loza, para que no tuviera que trabajar tanto, pero me dijo que no me preocupara. Las chicas me estaban esperando y en el fondo, era más importante que atendiera a Pamela.
Al poco rato, llegó Marisol y se unió a nosotros. Como a eso de las 5, sonó el teléfono.
“¿Marco?” preguntaba la voz de Sonia.
“¡Hola, hace días que no sabía de ti!” le dije, afectuosamente.
“¡Si…lo sé!” respondió, con un poco de tristeza. “Quería preguntarte… si puedes venir mañana a verme… me tomaré el día libre… y hay algo importante que necesito consultarte.”
“¡No te preocupes, Sonia!” dijo Marisol, tomando otro auricular. “¡Ira a verte sin problemas, mañana bien temprano!”
“¡Marisol!” exclamó Sonia, sorprendida.
“No es por alardear… pero Marco ha trabajado demasiado duro estos días… y queremos tomarnos un descanso, así que si lo deseas, puede quedarse contigo el fin de semana.” Le explicó.
“¿De… verdad?” Preguntó Sonia, bien contenta.
“¡Marisol!” Exclamé, al sentirme prestado como si fuera una aspiradora.
“¡Sí!... y deberías venir a visitarnos más a menudo. Te hemos extrañado mucho, tanto nosotros como mi familia. Eres una chica bien linda y agradable y no estaría mal que consideraras mi casa como la tuya.” Le respondió, siendo tal vez, demasiado cordial.
“¡Agradezco tu invitación!… y bueno… si Marco lo desea… no tengo problemas en que pase aquí… una noche o dos.” Lo dijo, con muchísima emoción. “Pero lo que necesito consultarle es algo del trabajo… un tanto más serio… y sé que me estimas mucho… pero es algo que no me gustaría discutir contigo, ¿Entiendes?”
“¡Si, Sonia, no te preocupes! ¡Marco estará por allá a eso de mediodía y podrán discutir lo que sea, todo el tiempo que necesiten!” le respondió.
“¡Bien! ¡Entonces, lo estaré esperando! ¡Adiós Marisol!”
“¡Adiós Sonia!” Se despidió Marisol.
Y cortaron… sin siquiera considerar mi opinión al respecto.
Durante la cena, Marisol informó que iría a ver a Sonia el día siguiente y que probablemente, me quedaría con ella por el resto del fin de semana. Fue deplorable ver que la única en protestar y preocuparse por lo que yo quería hacer era una niñita de 5 años, enganchada con mis cuentos de hadas, pero supongo que son cosas de la vida.
Durante la noche, tuvimos que repasar lecciones con Pamela y Marisol. Me sorprende que la más aterrizada de todas, ahora no solo aceptara dormir con sus primas y conmigo, sino que también que le acariciaran sus pechos y le metieran dedos en su trasero.
Marisol insistió que empezara con Pamela. Es curioso ver que la mujer que más amas disfruta bastante cuando le haces el amor a su prima, mientras le acaricia sus pechos. Sé que en el fondo, ninguna es lesbiana (me consta, porque cuando vamos a otras partes o vemos televisión, no miran a otras mujeres con ojos de desearlas), pero por alguna razón, no quiero creer que sea yo, parecen disfrutar de sus caricias y besos.
A Marisol le encantan los pechos de sus parientes, ya que son más voluminosos que los de ella, son tibios y juguetones.
A Pamela, sus caricias le dificultaban para responder y sus respuestas eran más gemidos que palabras, dado el sinfín de orgasmos que siempre tiene cuando lo hacemos, pero en el fondo, si recordaba lo que habíamos estudiado y se sentía muy satisfecha cuando me corrí.
Con Marisol, en cambio, las cosas son distintas. Por alguna razón, ella insiste que le golpee las nalgas, una vez que responda correcto. A ella le encanta que lo hagamos sin condón, porque dice que siente al “verdadero mi” y han ocurrido veces en que se ha puesto a llorar al sentir mi leche llenando su vientre.
Pamela nos mira, generalmente sonriendo, probablemente pensando en lo raro que somos, pero ellas quedan tan agradecidas que me dan una mamada entre las dos, a modo de agradecimiento. En realidad, creo que les gusta el sabor de mis jugos, pero no las voy a juzgar por ello.
Una de las cosas buenas que ha salido de estos tríos es que afortunadamente, Marisol no me patea tanto con sus sueños.
Sin embargo, a la mañana siguiente, igual me entristeció que me dijera que fuera a ver a Sonia, si en el fondo, disfruto pasar los días abrazados a ella.
Había hecho mis maletas, antes de acostarnos, pero realmente me hacían pensar cómo se vendrían los próximos años, si esto seguía. Me imaginaba a mis hijos preguntando a donde iba papá y a Marisol, inventándoles alguna excusa para justificarme.
Llegué a casa de Sonia y ella se veía bonita. No me lo confesaría, pero se había arreglado para recibirme, aunque parecía vestir sus ropas de diario. Se veía bien bonita, con jeans y tacos altos, que resaltaban su cola; una polera verde, lavada, bien planchada y que casi parecía nueva, complementada con una chaqueta de mezclilla. Mis dudas si eran de diario se debían a que parecía lista para ir al centro comercial, pero notaba la emoción en sus ojos al recibirme.
No sabía cómo saludarme y la besé, llenando mis pulmones con el aroma de su perfume. A ella le sorprendió el beso, pero lo disfrutó, como si fuera una copa de vino bien añejo… por varios minutos.
“Sé que… probablemente, no quisieras verme ahora… pero ayer me llegó este correo… y bueno, quería saber si entiendes lo mismo que yo.” Dijo ella, algo apenada.
“¡Eres más que una amiga, Sonia y claro que te he extrañado!” le dije, acariciando sus mejillas.
Ella sólo me sonrió y me mostró el correo, el cual se leía así:
Mi muy estimada Sonia
Le escribo la siguiente misiva, para confirmar que, a partir del próximo mes, usted se encargara personalmente de las labores que he estado llevando a cabo estas últimas semanas. Las razones por las cuales no puedo continuar desempeñando dichas labores son muy personales y sé bien que, probablemente, este ubicando una tremenda responsabilidad en sus hombros. La junta se opuso a mi salida, pero siendo un miembro de antigüedad, honor y confianza, les aseguré, tanto por lo que he visto con mis ojos, como por el testimonio del joven Marco, que usted era una de las personas más idóneas para reemplazarme en esa oficina.
No quiero que piense que mi salida se debe a que usted o Marco me desagraden. En realidad, mis razones son personales y me da cierta vergüenza admitirlas, especialmente, con una señorita como usted.
Estoy muy consciente que, en cierta forma, está alcanzando un sueño lejano y aunque no pueda estar a su lado para felicitarla como corresponde, quiero que sepa que tendrá mi apoyo incondicional. Por ahora, he pedido que me reubiquen en una de las sucursales en Europa, pero se bien que nos volveremos a ver, tal vez más pronto de lo que esperamos. Me despido atentamente.
Cuando terminé de leer la carta, estaba impresionado.
“Marco… dime la verdad… ¿Es lo que creo, cierto?... es decir… tú sabes…” preguntó ella, titubeando.
“Así parece… pero no lo entiendo.” Le respondí.
Ella me besó y me abrazó, saltando de emoción. Su mirada era extraña, pero muy bonita. Supongo que esos son sus “ojos de ingeniero”, pero yo tenía mis dudas.
Como les he dicho, el jefe regional es un tipo profesional en sus labores. No habían razones por las que quisiera renunciar a su cargo y comprendía bien por qué la junta se había opuesto a su renuncia, ya que tal como él lo indicaba, era un tipo honrado y confiable. Gracias a él, la junta había decidido extender el plazo de nuestro yacimiento… y esa inquietud fue la que me hizo revisar mi propia cuenta de correo.
En efecto, tenía 2 mensajes. El primero, era del jefe regional y el segundo, era de mi amigo Mario.
“¡Sonia, ven!” le dije, al abrir mi correo. El mío decía así:
Mi estimado amigo Marco
Le escribo este correo para informarle sobre mi solicitud de traslado de mi cargo. Le estoy muy agradecido, tanto a usted como a la señorita Sonia, por su invaluable cooperación en la búsqueda del desperfecto de faena.
Es un alivio informarle que los muchachos lograron cumplir la meta propuesta por la junta, con un 42% de la producción esperada, razón por la cual, el proyecto se mantiene en pie. Gracias a eso, han sido más comprensivos al aceptar mis peticiones y también es mi agrado informarle que, a partir de 4 meses más, usted será el supervisor de faena de extracción en nuestro nuevo yacimiento en Australia. En realidad, encuentro que su lugar es en la junta, ya que necesitamos personas con ideas, más que herederos con dinero en nuestra administración, pero tengo confianza que la señorita Sonia podrá incluir algunas de sus ideas, gracias a sus impresionantes dotes.
Me entristece decirle, mi querido amigo, que las razones de mi partida son a causa de mis propias acciones. Supongo que me deje llevar por el entusiasmo de nuestra última reunión, pero siéndole abiertamente sincero, no pude resistir mis impulsos de abusar de la hermosísima secretaria del abogado de su oficina.
Me arrepiento terriblemente de mis acciones, porque me deje llevar por mis instintos y desgraciadamente, no fui el único, ya que tanto el abogado, el jefe de recursos humanos y el jefe de finanzas se dejaron llevar por sus impulsos. No sé exactamente que nos ocurrió, pero de un momento a otro, empezamos a escuchar unos gemidos sensuales que nos hicieron desatar nuestros instintos más primitivos y la pobre muchacha tuvo que lidiar con nuestros desenfrenos.
Debo reconocer que la secretaria es una mujer con unos lindos atributos físicos y aunque no se opuso a nuestros deseos, me arrepiento de haber sido tan irresponsable, como para tener relaciones sexuales sin protección.
Sé que usted es mi amigo y no me juzgara por mis acciones, ya que usted es un muchacho recto y honesto, al que estoy muy contento de haber conocido. Sé también de sus deseos de conocer el terreno, porque años atrás, también estuve en sus zapatos y quería probar mi valor como ingeniero, pero lamentablemente, mi honor y respeto me obligan a dejarle sólo en esa empresa.
Mi única preocupación ahora es la señorita Sonia, que deberá imponerse a esos administrativos y que, lamentablemente, sus apellidos están tan ligados a nuestra sucursal, que su reemplazo es prácticamente imposible. Sin embargo, la única protección que le dejo es la que mi puesto en la junta tiene, por lo que ruego a Dios que la pueda amparar de personas tan irracionales.
Una vez más, mi estimado amigo, le pido disculpas por no poder acompañarle y solamente le puedo decir que las experiencias que le esperan serán las más gratas de su vida, ya que veo mucho en usted, lo que yo hoy atesoro en mi y aunque suene emotivo, tengo la fe y la esperanza que nos volveremos a ver.
Se despide atentamente, su amigo y compañero ingeniero.
“¡Esa puta de Elena!” dijo Sonia, muy enojada, al terminar de leer el correo, con lagrimas en los ojos.
“¡No, Sonia!...” le corregí, con el dolor de mi alma. “Fuimos nosotros. No debimos hacerlo.”
“¡Pero Marco!” dijo ella, mirándome entre lagrimas. “Tu amigo Mario… él quería una oportunidad.”
Entonces, recordé el correo de Mario. Era urgente y demandaba nuestra atención. Cuando lo terminamos de leer, nos miramos seriamente con Sonia.
Era cierto, habíamos sido responsables de la partida de nuestro mecenas, pero no dejaríamos que nuestras acciones corrompieran a más personas. Había una nueva Reina en la colmena y como su segundo al mando, no dudaría en instaurar las nuevas reglas.
Ese fin de semana fue relativamente tranquilo, vimos televisión, conversamos e hicimos el amor por la noche, como si fuéramos novios o viviéramos juntos, pero en ningún momento perdimos el enfoque principal, ya que debíamos dejar bien claras las reglas y mantener la cabeza bien fría, si íbamos a organizar bien las políticas de los “Nuevos Lunes Casuales”…


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