Esta es una continuación de un relato que subí hace tiempo. Pueden encontrarlo en mi perfil.
Al final de aquella noche con Mara, cuando salimos jadeando del baño de ese bar, me pasó su Instagram. 'Sígueme, guapo', me dijo con esa sonrisa pícara. Yo, aún con el corazón a mil, saqué el móvil y la busqué al instante. Nos seguimos mutuamente, y durante los días siguientes, nos mandamos algún mensaje. Cosas tontas, como '¿Qué tal la resaca?' o 'Aquel concierto fue la hostia, ¿eh?'. Me gustaba su rollo, directo y sin filtros. Pero la vida es una puta, y justo cuando empezaba a planear vernos de nuevo, conocí a otra chica. Nada serio al principio, pero pronto nos pusimos en plan pareja. Sentí que no era justo liarme con Mara mientras estaba con ella, así que dejé de responder. Un like por aquí, un story visto por allá, pero nada más. Mara tampoco insistió; es de esas que no ruegan.
Pasaron meses. La relación con mi ex se fue al garete, como era de esperar. Discusiones, celos, y al final, un portazo que me dejó soltero y con ganas de desquitarme. Una noche, aburrido en el sofá con una birra en la mano, abrí Instagram y vi que Mara había subido una story: ella en un bar oscuro, con un vestido negro ceñido que dejaba poco a la imaginación. Reaccioné con un fuego, y para mi sorpresa, me contestó al momento: '¿Qué pasa, desconocido? ¿Ya no te acuerdas de mí?'.
Le escribí de vuelta: 'Cómo olvidarte, Mara. Aquella noche en el concierto fue inolvidable. ¿Qué tal tú? ¿Sigues yendo a garitos oscuros?'. Ella respondió rápido: 'Jaja, claro que sí. Anoche estuve en un antro heavy en Malasaña, música a tope y gente interesante. ¿Y tú? Desapareciste del mapa, ¿eh? Pensé que te había asustado el baño'. Reí solo en el sofá, recordando el polvo en ese cubículo mugriento. 'Nah, la vida me complicó un poco. Tuve un lío con alguien y no quise mezclar. Pero ya estoy libre como el viento. ¿Qué has estado haciendo estos meses?'. Empezamos a charlar como si no hubiera pasado el tiempo, nos contamos anécdotas de los meses que habíamos pasados don vernos, hasta que finalmente le hice la propuesta. Deberíamos ponernos al día en persona, ¿no? Tomar unas birras y charlar'. No propuse nada sexual, solo algo casual. Ella tardó un poco en responder, y pensé que igual se había enfriado, pero llegó: 'Me mola la idea. ¿Cuándo estás libre? Yo este finde tengo el piso para mí sola, sin movidas'.
Seguimos hablando un rato más. Le pregunté por sus tatuajes nuevos –vi uno en una foto reciente, una calavera en el hombro– y ella me dijo que dolía como la hostia pero valía la pena. La conversación fluyó natural, como si fuéramos colegas de toda la vida que se reencontraban. Al final, concretamos: 'Vente el sábado por la tarde, traes birra y vemos qué sale. Mi piso está en el centro, te paso la dirección'. 'Hecho. Nos vemos, Mara. Estoy deseando verte'.
Llegué a su portal el sábado nervioso como un crío en su primera cita, pero excitado a tope. Cuando abrió, allí estaba: Mara en pantalones cortos de cuero negro que le ceñían el culo perfecto y una camiseta ajustada de una banda gótica que marcaba sus tetas, de tamaño mediano pero bien formadas, con el pelo revuelto y ese piercing en el labio brillando bajo la luz tenue del pasillo. Olía a incienso y a algo dulce, como vainilla oscura. 'Pasa, guapo', me dijo riendo, y me plantó un beso en la mejilla que duró un segundo de más, rozando la comisura de mi boca. Traía una bolsa con birras y unas patatas fritas, como si fuera una visita normal.
Entramos al salón, pusimos música bajita y nos sentamos en el sofá con las birras en la mano. Hablamos un rato de todo: del curro, de amigos chungos, de conciertos que habíamos perdido. Ella me escuchaba, con los ojos brillantes, y de vez en cuando me rozaba el brazo al gesticular.
No sé quién dio el primer paso, pero de repente nos estábamos besando. Sus labios suaves pero exigentes, la lengua enredándose con la mía, sabiendo a cerveza y a deseo reprimido. 'Joder, Mara, te he echado de menos', murmuré contra su boca. Ella me respondió tirando de mi camiseta: 'Yo también, cabrón. Vamos a por ello' Nos quitamos la ropa a tirones, como animales en celo. Su cuerpo era una puta obra de arte: piel pálida, curvas generosas, un tatuaje de una rosa con espinas en la cadera que me invitaba a morder. Me empujó al sofá y se arrodilló entre mis piernas. Primero, te voy a chupar como Dios manda, para que veas lo que te has perdido', dijo con esa voz ronca que me ponía a mil.
Abrió la boca y se tragó mi polla de un tirón, hasta la garganta profunda. Joder, qué bien lo hacía la muy puta. Su lengua giraba alrededor del glande hinchado, succionando con fuerza mientras me miraba desde abajo, con las pestañas negras enmarcando sus ojos. Yo le enredé los dedos en el pelo negro, empujándola más adentro, follándole la boca despacio al principio. 'Así, Mara, joder, no pares, qué boca más buena tienes'. Ella aceleró el ritmo, babeando por toda mi verga dura, con las manos masajeándome las bolas pesadas. Gemía alrededor de mi polla, vibrando contra mí, y yo tenía que contenerme para no correrme ya. La saliva le chorreaba por la barbilla, y el sonido de succión llenaba el salón junto con la música de fondo. Estaba al borde del abismo, pero la aparté jadeando, con la polla palpitando en el aire. 'Mi turno, quiero probarte'.
La tumbé en el sofá boca arriba, abriéndole las piernas con rudeza. Su coño estaba empapado, los labios hinchados y rosados contra su piel pálida. Olía a excitación pura, a sexo inminente. Me lancé a lamerla como un hambriento, metiendo la lengua plana entre sus pliegues, chupando su clítoris endurecido como si fuera el último caramelo del mundo. Mara se arqueó contra mi boca, clavándome las uñas en el cuero cabelludo. '¡Sí, comeme el coño! ¡No pares, joder!'. Introduje dos dedos gruesos en su interior apretado, follándola con ellos en un ritmo rápido mientras succionaba su botón con los labios. Ella se retorcía, las caderas elevándose para follarse mi cara, y pronto se corrió con un grito ahogado, su jugo caliente empapándome la barbilla y la boca. Temblaba entera, pero yo no paré hasta que me suplicó entre jadeos: 'Fóllame ya, cabrón, no aguanto más'.
La puse de rodillas en el sofá, en perrito. Su culo redondo alzado, invitándome. Le di una palmada fuerte, dejando una marca roja. '¿Quieres que te folle duro?', pregunté. '¡Dame caña, joder!', respondió ella. Agarré sus caderas y embestí mi polla en su coño de golpe. Estaba tan apretada y húmeda que gemí como un loco. Empecé a bombear, fuerte y profundo, chocando contra su culo con cada estocada. Mara empujaba hacia atrás, pidiendo más. '¡Más rápido, cabrón! ¡Fóllame como en el baño!'. Le tiré del pelo, arqueándole la espalda, y le metí un dedo en el culo para intensificar. Ella chillaba de placer, su coño contrayéndose alrededor de mi verga. Sudábamos como pollos, el salón lleno de nuestros jadeos y el sonido de carne contra carne. La follé así un buen rato, hasta que sentí que se corría otra vez, apretándome tanto que casi me vengo.
La volteé y la monté en cowgirl. Se sentó a horcajadas sobre mí, guiando mi polla a su entrada. Bajó despacio al principio, gimiendo al sentirme llenarla, pero pronto empezó a cabalgar como una loca. Sus tetas rebotaban con cada salto, y yo las agarré, pellizcando los pezones. '¡Joder, qué polla más gorda!', exclamaba ella, girando las caderas para frotar su clítoris contra mí. Yo le subía las manos por el culo, ayudándola a bajar más fuerte. El sofá crujía bajo nosotros, y Mara se inclinaba para besarme, mordiéndome el labio mientras follaba. Sudor nos chorreaba por la piel, y el olor a sexo lo impregnaba todo. Aceleró, sus muslos temblando, y se corrió de nuevo, clavándome las uñas en el pecho hasta dejar marcas.
No habíamos terminado. La tumbé de lado en el sofá, en posición de cucharita, pegándome a su espalda sudorosa. Mi polla, aún dura como una barra de hierro, se deslizó de nuevo en su coño empapado y resbaladizo, llenándola por completo. La abracé por la cintura con un brazo, mi mano cubriendo una de sus tetas para amasarla con rudeza, y con la otra bajé a su clítoris hinchado, frotándolo en círculos rápidos. Empecé a follarla lento pero profundo al principio, sintiendo cada centímetro de su calor envolviéndome, el roce íntimo pero cargado de fuerza. 'Dios Mara, me encanta tu coñito tan apretado', le susurré al oído, mordiéndole el lóbulo de la oreja hasta que jadeó. Ella giró la cabeza lo justo para besarme torpemente, su lengua invadiendo mi boca, y yo aceleré el ritmo, embistiendo con potencia desde atrás. Su culo carnoso chocaba contra mi pubis con cada empujón, y ella gemía bajito, pidiéndome que no parara. Le metí la mano en la boca para que chupara mis dedos, saboreando su propia saliva, y follé más rápido, el placer acumulándose en mis bolas. En un momento, mientras la penetraba profundo, le pregunté ronco al oído: 'Dime, Mara, ¿sigues siendo mi gótica puta?', en referencia a lo que ella me había dicho aquella primera vez en el baño. Ella se rio entre jadeos, apretando su coño alrededor de mí, y respondió: 'Sí, cabrón, soy tu gótica puta. Fóllame más fuerte'. Sus palabras me volvieron loco, y embestí con saña, sintiendo el orgasmo acercándose como una ola inevitable.
Pero quería acabar de otra forma. La saqué del sofá y la puse de rodillas en el suelo frío, frente a mí. 'Chúpamela hasta que me corra en tu boca, puta', le ordené, agarrándola por el pelo. Mara sonrió con picardía, lamiéndose los labios hinchados. Se metió mi polla, dura y brillante de sus jugos y saliva, y empezó a mamármela con ganas feroces. Su cabeza subía y bajaba en un ritmo frenético, succionando el glande con fuerza mientras se tocaba el coño con una mano, metiéndose dedos para masturbarse. Yo le follé la boca sin piedad, empujando hasta la garganta, las lágrimas de esfuerzo rodando por sus mejillas maquilladas. 'Me vengo, joder... ¡Traga todo!'. Exploté en su interior, chorros calientes y espesos de leche llenándole la boca hasta rebosar. Ella tragó con avidez, lamiendo hasta la última gota de mi verga sensible, y me miró con ojos satisfechos y traviesos, como una diosa oscura.
Nos quedamos tirados en el suelo un rato, jadeando y riendo entre sudores. El salón olía a sexo y a nosotros, la música aún sonando bajito. 'Ha sido mejor que en el baño, mucho mejor', dijo ella, acurrucándose contra mi pecho desnudo. 'No desaparezcas otra vez, ¿eh?'. 'Te lo juro, Mara. Vendré para repetirlo cuando quieras', respondí, besándola en la frente.
Al final de aquella noche con Mara, cuando salimos jadeando del baño de ese bar, me pasó su Instagram. 'Sígueme, guapo', me dijo con esa sonrisa pícara. Yo, aún con el corazón a mil, saqué el móvil y la busqué al instante. Nos seguimos mutuamente, y durante los días siguientes, nos mandamos algún mensaje. Cosas tontas, como '¿Qué tal la resaca?' o 'Aquel concierto fue la hostia, ¿eh?'. Me gustaba su rollo, directo y sin filtros. Pero la vida es una puta, y justo cuando empezaba a planear vernos de nuevo, conocí a otra chica. Nada serio al principio, pero pronto nos pusimos en plan pareja. Sentí que no era justo liarme con Mara mientras estaba con ella, así que dejé de responder. Un like por aquí, un story visto por allá, pero nada más. Mara tampoco insistió; es de esas que no ruegan.
Pasaron meses. La relación con mi ex se fue al garete, como era de esperar. Discusiones, celos, y al final, un portazo que me dejó soltero y con ganas de desquitarme. Una noche, aburrido en el sofá con una birra en la mano, abrí Instagram y vi que Mara había subido una story: ella en un bar oscuro, con un vestido negro ceñido que dejaba poco a la imaginación. Reaccioné con un fuego, y para mi sorpresa, me contestó al momento: '¿Qué pasa, desconocido? ¿Ya no te acuerdas de mí?'.
Le escribí de vuelta: 'Cómo olvidarte, Mara. Aquella noche en el concierto fue inolvidable. ¿Qué tal tú? ¿Sigues yendo a garitos oscuros?'. Ella respondió rápido: 'Jaja, claro que sí. Anoche estuve en un antro heavy en Malasaña, música a tope y gente interesante. ¿Y tú? Desapareciste del mapa, ¿eh? Pensé que te había asustado el baño'. Reí solo en el sofá, recordando el polvo en ese cubículo mugriento. 'Nah, la vida me complicó un poco. Tuve un lío con alguien y no quise mezclar. Pero ya estoy libre como el viento. ¿Qué has estado haciendo estos meses?'. Empezamos a charlar como si no hubiera pasado el tiempo, nos contamos anécdotas de los meses que habíamos pasados don vernos, hasta que finalmente le hice la propuesta. Deberíamos ponernos al día en persona, ¿no? Tomar unas birras y charlar'. No propuse nada sexual, solo algo casual. Ella tardó un poco en responder, y pensé que igual se había enfriado, pero llegó: 'Me mola la idea. ¿Cuándo estás libre? Yo este finde tengo el piso para mí sola, sin movidas'.
Seguimos hablando un rato más. Le pregunté por sus tatuajes nuevos –vi uno en una foto reciente, una calavera en el hombro– y ella me dijo que dolía como la hostia pero valía la pena. La conversación fluyó natural, como si fuéramos colegas de toda la vida que se reencontraban. Al final, concretamos: 'Vente el sábado por la tarde, traes birra y vemos qué sale. Mi piso está en el centro, te paso la dirección'. 'Hecho. Nos vemos, Mara. Estoy deseando verte'.
Llegué a su portal el sábado nervioso como un crío en su primera cita, pero excitado a tope. Cuando abrió, allí estaba: Mara en pantalones cortos de cuero negro que le ceñían el culo perfecto y una camiseta ajustada de una banda gótica que marcaba sus tetas, de tamaño mediano pero bien formadas, con el pelo revuelto y ese piercing en el labio brillando bajo la luz tenue del pasillo. Olía a incienso y a algo dulce, como vainilla oscura. 'Pasa, guapo', me dijo riendo, y me plantó un beso en la mejilla que duró un segundo de más, rozando la comisura de mi boca. Traía una bolsa con birras y unas patatas fritas, como si fuera una visita normal.
Entramos al salón, pusimos música bajita y nos sentamos en el sofá con las birras en la mano. Hablamos un rato de todo: del curro, de amigos chungos, de conciertos que habíamos perdido. Ella me escuchaba, con los ojos brillantes, y de vez en cuando me rozaba el brazo al gesticular.
No sé quién dio el primer paso, pero de repente nos estábamos besando. Sus labios suaves pero exigentes, la lengua enredándose con la mía, sabiendo a cerveza y a deseo reprimido. 'Joder, Mara, te he echado de menos', murmuré contra su boca. Ella me respondió tirando de mi camiseta: 'Yo también, cabrón. Vamos a por ello' Nos quitamos la ropa a tirones, como animales en celo. Su cuerpo era una puta obra de arte: piel pálida, curvas generosas, un tatuaje de una rosa con espinas en la cadera que me invitaba a morder. Me empujó al sofá y se arrodilló entre mis piernas. Primero, te voy a chupar como Dios manda, para que veas lo que te has perdido', dijo con esa voz ronca que me ponía a mil.
Abrió la boca y se tragó mi polla de un tirón, hasta la garganta profunda. Joder, qué bien lo hacía la muy puta. Su lengua giraba alrededor del glande hinchado, succionando con fuerza mientras me miraba desde abajo, con las pestañas negras enmarcando sus ojos. Yo le enredé los dedos en el pelo negro, empujándola más adentro, follándole la boca despacio al principio. 'Así, Mara, joder, no pares, qué boca más buena tienes'. Ella aceleró el ritmo, babeando por toda mi verga dura, con las manos masajeándome las bolas pesadas. Gemía alrededor de mi polla, vibrando contra mí, y yo tenía que contenerme para no correrme ya. La saliva le chorreaba por la barbilla, y el sonido de succión llenaba el salón junto con la música de fondo. Estaba al borde del abismo, pero la aparté jadeando, con la polla palpitando en el aire. 'Mi turno, quiero probarte'.
La tumbé en el sofá boca arriba, abriéndole las piernas con rudeza. Su coño estaba empapado, los labios hinchados y rosados contra su piel pálida. Olía a excitación pura, a sexo inminente. Me lancé a lamerla como un hambriento, metiendo la lengua plana entre sus pliegues, chupando su clítoris endurecido como si fuera el último caramelo del mundo. Mara se arqueó contra mi boca, clavándome las uñas en el cuero cabelludo. '¡Sí, comeme el coño! ¡No pares, joder!'. Introduje dos dedos gruesos en su interior apretado, follándola con ellos en un ritmo rápido mientras succionaba su botón con los labios. Ella se retorcía, las caderas elevándose para follarse mi cara, y pronto se corrió con un grito ahogado, su jugo caliente empapándome la barbilla y la boca. Temblaba entera, pero yo no paré hasta que me suplicó entre jadeos: 'Fóllame ya, cabrón, no aguanto más'.
La puse de rodillas en el sofá, en perrito. Su culo redondo alzado, invitándome. Le di una palmada fuerte, dejando una marca roja. '¿Quieres que te folle duro?', pregunté. '¡Dame caña, joder!', respondió ella. Agarré sus caderas y embestí mi polla en su coño de golpe. Estaba tan apretada y húmeda que gemí como un loco. Empecé a bombear, fuerte y profundo, chocando contra su culo con cada estocada. Mara empujaba hacia atrás, pidiendo más. '¡Más rápido, cabrón! ¡Fóllame como en el baño!'. Le tiré del pelo, arqueándole la espalda, y le metí un dedo en el culo para intensificar. Ella chillaba de placer, su coño contrayéndose alrededor de mi verga. Sudábamos como pollos, el salón lleno de nuestros jadeos y el sonido de carne contra carne. La follé así un buen rato, hasta que sentí que se corría otra vez, apretándome tanto que casi me vengo.
La volteé y la monté en cowgirl. Se sentó a horcajadas sobre mí, guiando mi polla a su entrada. Bajó despacio al principio, gimiendo al sentirme llenarla, pero pronto empezó a cabalgar como una loca. Sus tetas rebotaban con cada salto, y yo las agarré, pellizcando los pezones. '¡Joder, qué polla más gorda!', exclamaba ella, girando las caderas para frotar su clítoris contra mí. Yo le subía las manos por el culo, ayudándola a bajar más fuerte. El sofá crujía bajo nosotros, y Mara se inclinaba para besarme, mordiéndome el labio mientras follaba. Sudor nos chorreaba por la piel, y el olor a sexo lo impregnaba todo. Aceleró, sus muslos temblando, y se corrió de nuevo, clavándome las uñas en el pecho hasta dejar marcas.
No habíamos terminado. La tumbé de lado en el sofá, en posición de cucharita, pegándome a su espalda sudorosa. Mi polla, aún dura como una barra de hierro, se deslizó de nuevo en su coño empapado y resbaladizo, llenándola por completo. La abracé por la cintura con un brazo, mi mano cubriendo una de sus tetas para amasarla con rudeza, y con la otra bajé a su clítoris hinchado, frotándolo en círculos rápidos. Empecé a follarla lento pero profundo al principio, sintiendo cada centímetro de su calor envolviéndome, el roce íntimo pero cargado de fuerza. 'Dios Mara, me encanta tu coñito tan apretado', le susurré al oído, mordiéndole el lóbulo de la oreja hasta que jadeó. Ella giró la cabeza lo justo para besarme torpemente, su lengua invadiendo mi boca, y yo aceleré el ritmo, embistiendo con potencia desde atrás. Su culo carnoso chocaba contra mi pubis con cada empujón, y ella gemía bajito, pidiéndome que no parara. Le metí la mano en la boca para que chupara mis dedos, saboreando su propia saliva, y follé más rápido, el placer acumulándose en mis bolas. En un momento, mientras la penetraba profundo, le pregunté ronco al oído: 'Dime, Mara, ¿sigues siendo mi gótica puta?', en referencia a lo que ella me había dicho aquella primera vez en el baño. Ella se rio entre jadeos, apretando su coño alrededor de mí, y respondió: 'Sí, cabrón, soy tu gótica puta. Fóllame más fuerte'. Sus palabras me volvieron loco, y embestí con saña, sintiendo el orgasmo acercándose como una ola inevitable.
Pero quería acabar de otra forma. La saqué del sofá y la puse de rodillas en el suelo frío, frente a mí. 'Chúpamela hasta que me corra en tu boca, puta', le ordené, agarrándola por el pelo. Mara sonrió con picardía, lamiéndose los labios hinchados. Se metió mi polla, dura y brillante de sus jugos y saliva, y empezó a mamármela con ganas feroces. Su cabeza subía y bajaba en un ritmo frenético, succionando el glande con fuerza mientras se tocaba el coño con una mano, metiéndose dedos para masturbarse. Yo le follé la boca sin piedad, empujando hasta la garganta, las lágrimas de esfuerzo rodando por sus mejillas maquilladas. 'Me vengo, joder... ¡Traga todo!'. Exploté en su interior, chorros calientes y espesos de leche llenándole la boca hasta rebosar. Ella tragó con avidez, lamiendo hasta la última gota de mi verga sensible, y me miró con ojos satisfechos y traviesos, como una diosa oscura.
Nos quedamos tirados en el suelo un rato, jadeando y riendo entre sudores. El salón olía a sexo y a nosotros, la música aún sonando bajito. 'Ha sido mejor que en el baño, mucho mejor', dijo ella, acurrucándose contra mi pecho desnudo. 'No desaparezcas otra vez, ¿eh?'. 'Te lo juro, Mara. Vendré para repetirlo cuando quieras', respondí, besándola en la frente.
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