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Capítulo 3 — La quinta y 7 con ella

El mensaje llegó temprano, cuando todavía estaba en la cama.Una dirección. Una hora. Y una frase corta que me hizo sonreír antes de apoyar el celular sobre el pecho.“Traé lo que prometiste.”El día estaba pesado, de esos que ya vienen cargados desde la mañana. Me tomé mi tiempo para prepararme. No por nervios, sino por elección. Elegí la bikini más pequeña que tenía, la que casi no usaba porque no dejaba lugar para distracciones. Esa bikini me la regaló mi tio, Kike, que también siento que tiene ganas de hace mucho, pero le gusta este juego de desearme, me regala ropa chiquita, corpiños, e incluso se ofrece siempre a ponerme bronceador cuando vamos a la casa de mi abuela a la pileta, pero eso se los cuento otro día... Arriba, una musculosa blanca finita, de esas que con un poquito de agua se trasluce todo. Abajo, lo justo, un pareo transparente que compré en Brasil. Nada exagerado. Nada inocente.El camino hasta la quinta fue una sucesión de pensamientos que no terminé de ordenar. Miradas del boliche. Lo que pasó en el bolcihe también. De solo recordarlo el calor volvía a mi cuerpo. Silencios cargados. Promesas que nadie había dicho en voz alta, pero que estaban ahí.Cuando llegué, la música ya sonaba. Risas. Vasos. El sol cayendo lento sobre la pileta. Ellos estaban ahí, dispersos, cómodos, como si el lugar les perteneciera. Cuando me vieron entrar, algo cambió. No fue inmediato ni escandaloso. Fue ese segundo exacto en el que todos entienden que algo acaba de empezar.Saludé uno por uno. Estaban en sentados al rededor de una mesa redonda, por lo que al saludar podían tener mi cola al lado de sus caras. Besos en la mejilla. Comentarios casuales. Ninguno dijo nada sobre mi cuerpo, sobre la bikini, sobre la forma en que caminaba. No hacía falta. Las miradas hacían el trabajo solas.Me acerqué a la pileta y dejé las cosas. Sentí el sol en la piel. El agua brillando. El ambiente relajado… demasiado relajado para lo que flotaba en el aire.Me agaché a tocar el agua con las manos, en 4 de espalda a los chicos, porque había ido a disfrutar pero a que ellos también me disfrutaran. Sabía que me estaban mirando. Sabía que se preguntaban quién iba a animarse primero. Yo no apuré nada.La tarde recién empezaba.
Y todos lo sabíamos.

Me quedé así un momento más, con las manos en el agua, dejando que el sol me calentara la espalda. El pareo se movía apenas con la brisa y la musculosa ya no disimulaba nada después de ese primer contacto con la pileta. No hice nada para corregirlo.Escuché una risa detrás. Después otra. El ruido de una silla arrastrándose.—Está helada —comentó uno, como si eso fuera lo único que importara.Me incorporé despacio y me acosté en el borde, . El gesto fue simple, pero sentí cómo el aire cambiaba. Uno de ellos se acercó con un vaso y me lo alcanzó sin que yo lo pidiera. Nuestros dedos se tocaron apenas. No se disculpó. Yo tampoco.—¿Recién llegás? —preguntó otro, desde demasiado cerca.—Hace un ratito, me trajo un uber —respondí.— Y viniste así en el uber?— Preguntó entre asombrado y excitado.—Si, de hecho me quedé con el número del señor del Uber, si mi novio no alcanza a venir va a buscarme el mismo que me trajo— De pronto alguien se tira de bomba a la pileta, mojandome toda la cola y la espalda y haciendo que se me ponga la piel de gallina.—Gracias —dije, mirándolo. Era Pedro. Se acercó y me nalgueó la cola.—Ey! —dije algo enojada.—Muy rico amiga, es con cariño, dejame, no te enojes. Después te paso cremita, querés?—Ya se ofreció Lolo, pueden pasarmela entre los dos — Lolo asintó con la cabeza haciendo un gesto con su mano de hacerse la paja, alcancé a verlo en el reflejo de una puerta corrediza cercana.—Si, toda la "cremita" te vamos a tirar en la cola amiga.La música subió un poco. El sol pegaba fuerte. Alguien propuso volver a meterse a la pileta más tarde. Alguien más dijo que primero había que brindar. Me pasaron otro vaso. Me levanté del borde de la pileta y me puse contra la mesa alta, quedando justo entre dos de ellos. Ninguno se movió para darme más espacio.Sentí miradas bajar y subir, lentas, descaradas. Comentarios sueltos. Risas que duraban de más. Una mano de los chicos rozó primero mi cola y luego mi espalda al abrazarme. El otro agarró mi cara apretando mis cachetes dejando mi boca como pecesito.—Que linda boca tenés boluda... —No frené nada. Estaban entre todos tratando de tener algún contacto físico disimulado.Cuando me levanté para ir a buscar protector solar, Lolo se ofreció a alcanzármelo. Me siguió hasta donde había dejado mis cosas. El resto quedó mirando desde lejos, atentos, como si supieran que ese primer movimiento iba a marcar el ritmo de la tarde.— Te la pongo? —preguntó, con el frasco en la mano.Lo miré un segundo. Sonreí.—Si Lolo, pero ponemela toda —le dije riendo — Y no te olvides de avisarle a Pedro que también quiero que me la ponga.Volví caminando lento hacia la pileta, consciente de cada paso, de cada silencio cargado detrás. Sabía que ya no estaban pensando en quién se iba a animar primero.Querían ver cómo Lolo y Pedro me tocaban la cola y me la dejaban blanca de crema. Aunque seguro deseaban que fuera otra cosa. Y yo también

Volví caminando lento hacia la pileta sintiendo todavía el agua fría en la piel y el peso de las miradas detrás. Nadie hablaba, pero el silencio estaba lleno de intención. Cada paso parecía observado, medido. Lolo y Pedro se quedaron a unos metros, con el frasco de protector pasando de una mano a la otra, como si fuera una excusa más que suficiente para seguir cerca. No se apuraron. Yo tampoco. Me detuve junto al borde y me giré apenas, lo justo para que entendieran que sabía exactamente lo que estaban mirando. El sol hacía brillar la piel húmeda, la tela pegada marcaba más de lo que ocultaba. —¿Acá está bien? —pregunté, sin señalar nada en particular. Me puse primero de rodillas y estiré mis manos para terminar de recostarme boca abajo, pero estaba muy caliente. Necesitaba una manta para no quemarme. — Chicos alguno tiene una manta para poner acá que me estoy quemando porfa?— Mi hermano apareció de la nada, recién llegaba. —Dónde tenés la cabeza nena? acá te la traje. Mové el culo que te la acomodo— Primero me moví quedandome de costado con la cola hacia la pileta para que mi hermano pudiera poner la mitad de la manta debajo mio, se puso nervioso al notar que la microbikini apenas tapaba mis pezones y dejaba a descubierto el resto. —Y esa bikini? te la regaló tu novio? porque con ese tamaño...— —No, me la regaló el tío Kike y hasta tuve que modelarla para que se asegure que me quedaba bien o ir a cambiarla, pero la aprobó totalmente y yo también— Mi hermano se quedó mudo y siguió acomodando la manta muy lentamente como si disfrutara verme así. —Movete para este lado ahora— Dijo. Mi cola quedó justo a unos centimetros de él. Se dió cuenta y yo también. Sin dejar de acomodar la manta empecé a sentir algo que hizo que instantaneamente me apoyara un poco más... y ahí la senti. Mi hermano tenia la pija erecta por mi. El no se movió y yo tampoco. Lo miré y el de reojo se mordió los labios y empuaja mi cola levemente con su pelvis. Sentimos un flash y los amigos riéndose. —Boludo, parece que te estás cojiendo a tu hermana! — Dijeron entre risas-—Ya quisiera ver eso pajeros, no? — No les hagas caso, son unos alzados. Pagarían por vernos cojiendo y hasta pagarían por cojerte.. va! con solo chuparte las tetas pagarían estos idiotas. Ya está. Ahora no te vas a quemar. Voy al baño. Ustedes dos (mirando a Lolo y Pedro) no se hagan los pelotudos y no la toquen de más porque los cago a trompadas.—Mi hermano se fue, sentí, noté todo. Me volví a acostar boca abajo totalmente ausente, quedé perdida en mi cabeza y en eso que sentí en mi cola... ya estaba excitada. — Empezamos? — pregunta Lolo. — Si si — respondo ausente. — Dónde pasamos? espalda?. — Y la cola, espaldas, piernas y cola. — Me vuelvo a acomodar. Empiezo a sentir las manos de los chicos... uno de ellos en mi espalda y otro en mis piernas... —Después entre los dos te llenamos de crema la cola— Dijo Pedro acerandose a mi oido y diciendome muy despacio — Que sé que te gusta de a 2. Luego de unos 15 minutos siento el frio de la crema tocar mi cuerpo, lo que hace que me precipite y arquee la espalda levantando la cola, dejando que el hilo de mi bikini aparezca por unos segundos antes de que los cachetes de mi cola vuelvan a taparlo.. Lolo y Pedro hacian movimientos poco sincronizados y por momentos pasaban sus manos entre mis piernas muy cerca de mi vagina.. subian sus manos por mi cola y la abrian. Pude ver como Pedro agarró su celular luego de limpiase las manos, algo le dice por lo bajo a Lolo y ambos abren mi cola y cada uno me la masajean en circulos abriendomela y cerrándola. Me sacaron varias fotos.. hasta creo que hubo video. Lejos de enojarme, eso me excitaba. Imaginaba que se lo pasaban en el grupo de ellos de whatsapp y me dedicaban sus pajas... hasta hacía gemiditos de placer.. y mi hermano sentado en la sombra viendolo todo. Sin objeciones.

El ruido del lugar volvió de a poco. Vasos chocando, risas más lejanas, la música filtrándose entre conversaciones que fingían normalidad. Yo seguí boca abajo unos segundos más, respirando lento, dejando que el cuerpo se acomodara a lo que ya estaba pasando. Por momentos movía mi cola como intentando que sus dedos me tocaran de más.Las manos no se apuraban. No necesitaban hacerlo. Se movían con una calma calculada, como si el verdadero juego fuera ver cuánto aguantaba el silencio.—Así está bien —murmuró Lolo, más para Pedro que para mí.—Sí… —respondió él—. Está tranquila ahora.Pero ninguno de los dos sonaba convencido.Sentí cómo se acercaban un poco más. No encima. Cerca. Lo justo para que el calor se notara. Lo justo para que cada movimiento mínimo se sintiera amplificado.—No te muevas —dijo Pedro, casi en broma, casi en serio—. Si no, no terminamos nunca.No contesté. Solo acomodé la cabeza sobre los brazos, dejando que el gesto dijera lo que la voz no necesitaba decir.Las miradas alrededor seguían ahí. Yo las sentía sin verlas. Sabía cuándo alguien se callaba de golpe. Cuándo una risa duraba más de la cuenta. Cuándo alguien fingía mirar el celular sin hacerlo de verdad. Las manos de los chicos llenas de crema pasaban muy cerca de mi ano por momentos, yo deseando que me metieran algún dedo... de hecho Pedro por momentos dejaba la mano quieta y yo movía mi cola para que lo metiera, apenas dejaba el dedo, metía la puntita y seguia masajeandole la cola...—Che… —dijo Lolo en voz baja—. ¿Te dan cuenta de que nos está usando de excusa?Pedro sonrió.—Sí.—¿Y?—Y ninguno de los dos se está quejando.Las manos se detuvieron un segundo. No por torpeza. Por decisión. Ese segundo fue peor que cualquier movimiento.—Si te incomoda algo… —empezó Pedro.Giré apenas la cabeza, lo justo para que me escucharan sin mirarlos.—Si me incomodara —dije—, ya me habría ido. Me gusta cómo me tocan.. sigan.El silencio que siguió fue denso. Pesado. Compartido.Lolo exhaló despacio.—Entonces seguimos —dijo.No hizo falta aclarar nada más.El sol seguía bajando. La tarde se estiraba. Y alrededor, todos entendían que ya no se trataba solo de una pileta, ni de una excusa, ni de pasar el tiempo.Era otra cosa.Y todavía faltaba mucho día.

—No me mires así —dijo Pedro en voz baja, sin apartar los ojos—. No soy el único que está pensando lo mismo.Lolo soltó una risa corta, casi nerviosa.—Yo no dije nada.—No hace falta —respondió Pedro—. Se te nota en la cara.Las manos seguían moviéndose, lentas, mecánicas, como si fueran una excusa para quedarse. Yo no me moví. Tampoco cerré los ojos. Dejé que hablaran.—Es la forma en que se queda quieta —agregó Lolo—. Como si supiera exactamente lo que está generando.—O como si le gustara —dijo Pedro—. Que es peor.—¿Peor para quién?—Para nosotros.Hubo un silencio corto. De esos que pesan.—¿Te diste cuenta —continuó Lolo— de que no se acomoda nunca para taparse?—Sí.—Ni cuando nos acercamos más.—Ni cuando bajamos la voz.Pedro apoyó los codos en las rodillas, inclinándose apenas hacia adelante.—No es solo el cuerpo —dijo—. Es cómo lo ofrece sin ofrecerlo. Como si dijera “mirá”, pero sin decirlo.Yo respiré hondo. No para interrumpirlos. Para seguir ahí.—Si se levantara ahora —dijo Lolo—, más de uno se quedaría mirando igual.—Si se levantara ahora —respondió Pedro—, no llegaría muy lejos sin que alguien invente una excusa para seguirla.—¿Vos?—Yo no.—Mentiroso.Se rieron bajo. No por humor. Por descarga.En ese momento, una sombra se sumó al círculo. Lucho se acercó con un vaso en la mano, mirando la escena con una media sonrisa.—¿Interrumpo algo? —preguntó.—No —dijo Pedro rápido—. Estábamos… charlando.Lucho bajó la mirada hacia mí. No disimuló.—Ah —dijo—. Eso explica todo.Se apoyó contra la mesa, cerca. Demasiado cerca.—¿Hace cuánto están así?—Un rato.—¿Y nadie se cansa?—No —respondió Lolo—. Al contrario.Lucho tomó un sorbo.—Es curioso —dijo—. Desde acá parece que no necesita moverse para tenernos a todos pendientes.Pedro asintió.—Eso es lo que más quema.—¿Qué cosa?—Que podría levantarse ahora mismo… y aún así quedarse.Lucho sonrió apenas.—¿Sabés qué me pregunto?—¿Qué?—Si sabe exactamente qué nos estamos imaginando.El silencio volvió. Más espeso.—Si lo sabe —dijo Lolo—, no nos está frenando.—No —agregó Pedro—. Nos está dejando hablar.Nadie me miró directamente. Y aun así, todo era para mí.—Hay algo en cómo respira —dijo Lucho—. Como si cada tanto nos recordara que está escuchando.—O como si estuviera esperando —dijo Pedro—. A ver quién dice algo de más.Lolo se inclinó un poco.—Yo no voy a ser.—Yo tampoco —dijo Pedro.—Mentira —dijo Lucho—. Los dos ya lo hicieron.Se quedaron callados otra vez. La música siguió sonando. El sol bajando. El aire caliente.Y yo seguí ahí.Sin moverme.Dejándolos hablar.Porque sabían —todos— que mientras más decían, más cerca estaban de cruzar algo que ninguno se animaba a nombrar.

—Yo no me aguantaría —dijo Pedro, casi sin pensar—. Si estuviera tan cerca…Lolo lo frenó enseguida, apoyándole una mano en el brazo.—Pará.—¿Por qué? —respondió Pedro, tenso—. Si todos estamos pensando lo mismo.No me moví. Dejé que ese silencio se estirara un segundo más de lo cómodo.—No se contengan —dije entonces, tranquila—.Los tres me miraron.—Digan lo que piensan —seguí—. O lo que harían… si no hubiera que disimular tanto.Nadie se rió. Nadie bajó la mirada.—¿En serio? —preguntó Lucho, midiendo cada palabra.—En serio —respondí—. Me interesa escuchar.Pedro se apoyó en la mesa, como resignándose.—Bueno… —dijo—. A mí me gusta cuando una mujer no se esconde. Cuando no tiene que exagerar nada porque ya llama la atención así como está.—¿Cómo así? —pregunté, apoyando los codos en el borde de la pileta.—Natural —agregó Lolo—. Pero segura. Que sabe cuándo la están mirando… y no hace nada para evitarlo.—Y el cuerpo? —pregunté—. ¿Importa?Lucho sonrió.—Importa que acompañe —dijo—. Que no sea rígido. Que se mueva bien. Que la piel se note viva.—¿Y si usa algo chico? —insistí—. ¿Eso suma o resta?Pedro soltó el aire por la nariz.—Suma si no parece un pedido —dijo—. Si es más una invitación silenciosa.—Claro —agregó Lolo—. Como si dijera “esto es lo que hay”.En ese momento se acercaron Cristian y Pablo, vasos en mano.—¿De qué hablan? —preguntó Cristian.—De gustos —respondió Lucho—. De una mujer hipotética.—Ah —dijo Pablo, mirándome—. La hipotética siempre es la más peligrosa.—¿Cómo sería para vos? —le pregunté.Pablo me miró un segundo de más.—La que entra al agua sin apuro —dijo—. La que sale mojada y no se seca enseguida.Fran y Andrés se sumaron desde atrás.—¿Están describiendo a alguien o soñando? —preguntó Fran.—Soñar también es una forma de describir —respondí.Felipe y Ale se acercaron casi al mismo tiempo. Ya éramos todos alrededor de la pileta.—A mí —dijo Andrés— me gusta cuando no habla mucho… pero cuando lo hace, desarma todo.—Y cuando entra al agua —agregó Ale— y el cuerpo cambia. Todo se marca distinto.Sin decir nada más, me deslicé dentro de la pileta.El agua me cubrió despacio. Primero las piernas. Después la cintura. Cuando me apoyé contra el borde, sentí cómo todas las miradas bajaban conmigo.—Algo así —dije—, ¿no?Nadie respondió enseguida.—Sí —dijo Pedro al final, bajo—. Exactamente así.La conversación siguió, pero ya no necesitaba palabras nuevas.Todos sabían de quién estaban hablando.Y yo sabía qué se estaban imaginando.La tarde avanzaba.Y nadie parecía tener apuro por irse.

El agua me rodeaba la cintura. Me apoyé contra el borde, con los brazos abiertos, dejando que el cuerpo mojado hiciera lo que ya estaba haciendo: ocupar espacio.Nadie hablaba.Pero algo había cambiado.Ya no era solo deseo. Era comparación.Pedro fue el primero en tensarse. Miraba a Lolo de reojo, como midiendo cuánto se acercaba. Lucho se apoyó del otro lado, demasiado atento. Cristian y Pablo intercambiaron una mirada rápida, silenciosa, como si hubieran entendido que el juego ya no era solo observar.—Es raro —dijo Fran, rompiendo el silencio—. Cuando muchos quieren lo mismo… se nota.—¿Lo mismo? —pregunté, inclinando apenas la cabeza.—La atención —respondió Ale—. No todos la reciben igual.Pedro sonrió, pero no era una sonrisa relajada.—Algunos no necesitan hacer tanto ruido —dijo—. Con estar… alcanza.Lolo lo miró fijo.—¿Eso decís por alguien en particular?La tensión se volvió visible.No hubo risas.—Yo digo —intervine— que están hablando como si yo no estuviera acá.Todos se quedaron quietos.—Y estoy —agregué—. Escuchando todo.Me impulsé un poco más dentro del agua, dejando que el cuerpo flotara apenas. Las gotas corrían lento por la piel. Nadie apartó la mirada.—¿Saben qué es lo que más me gusta? —pregunté.—¿Qué? —dijo Lucho, casi sin voz.—Que no me elijan por turno —respondí—. Que no se pongan de acuerdo. Que cada uno imagine algo distinto… y se quede con eso.Hubo un murmullo bajo. Incomodidad. Deseo. Competencia.Entonces Cristian dijo algo que ninguno esperaba:—Yo no me preguntaría qué haría con vos —dijo—. Me preguntaría qué me dejarías ser.El aire se cortó.Pedro lo miró mal.Lolo apretó la mandíbula.Alguien soltó una risa nerviosa que murió rápido.Yo sonreí.—Eso —dije— es una buena pregunta.Me apoyé mejor en el borde y hablé, sin apuro, sin subir la voz.—Me gusta la libertad —dije—. No solo en la cabeza. En el cuerpo. En las decisiones.Me gusta elegir sin pedir permiso. Cambiar. Probar. Repetir o no repetir.Los miré uno por uno.—Me gusta la gente que conozco —seguí—. Y la que no. Me gustan las conexiones que duran una noche… y las que se sostienen en el tiempo. Me gusta no tener que explicar por qué.Nadie interrumpió.—No me define un solo deseo —agregué—. Ni una sola forma. Ni una sola persona.Pedro tragó saliva.—¿Y eso… no te complica? —preguntó.—Al contrario —respondí—. Me ordena.Lolo se pasó una mano por la nuca.—Eso pone nervioso a cualquiera —dijo.—No —corregí—. Pone nervioso al que quiere controlar.El silencio volvió a caer.Pero ahora era espeso, eléctrico.Me separé del borde y empecé a nadar lento hacia el centro de la pileta.—Si alguno se siente incómodo —dije sin mirar atrás—, puede irse.Nadie se movió.—Y si alguno se queda —agregué—, que sea porque entiende que esto…Me di vuelta, apoyando los pies en el fondo, mirándolos desde el agua.—…no es una promesa. Es una invitación a imaginar.La música siguió.El sol ya estaba más bajo.Y entre ellos, ya no había solo deseo.Había competencia, celos…y miedo de quedar afuera.

La tarde ya no era tarde. El sol bajaba y la luz se volvía más oblicua, más honesta. La pileta reflejaba sombras largas. Nadie se había movido del lugar donde estaba. Nadie quería ser el primero en hacerlo.Fue Felipe el que perdió la compostura.—Lo que pasa —dijo de golpe— es que no estamos hablando de una fantasía cualquiera. Estamos hablando de alguien que está acá, que escucha, que mira… y que podría elegir.El silencio fue inmediato.—Eso cambia las reglas —agregó—. Porque ya no se trata de lo que uno imagina, sino de si alcanza.Pedro lo miró mal.—No tenías que decir eso.—¿Por qué no? —respondió Felipe—. Todos lo estamos pensando.Lolo dio un paso atrás, incómodo.—Che… bajemos un cambio.Pero ya era tarde. Algo se había corrido.En ese momento, una voz cortó desde atrás.—¿Qué está pasando acá?Mi hermano estaba de pie, en la sombra, con el ceño fruncido. No gritó. No hizo escándalo. Miró la escena completa en dos segundos. Las posiciones. Las miradas. El silencio espeso.—Nada —dije, tranquila—. Estamos charlando.Me sostuvo la mirada un segundo largo. Demasiado largo.—Bueno —dijo al final—. Yo me voy a dar una vuelta.Miró al grupo.—No hagan pelotudeces.Se fue sin esperar respuesta.El efecto fue inmediato.Como si alguien hubiera abierto una ventana invisible.—Bueno… —dijo Lucho—. Eso sí que cambió el clima.—Sí —respondí—. A veces alguien se va… y recién ahí empieza lo interesante.La música subió un poco más. Cristian apareció con una botella. Sirvió sin preguntar. Nadie dijo que no.—Te hago una pregunta —dijo Pablo, después de un trago—.—Decime.—¿Tu novio… sabe todo esto?No dudé.—Claro que sabe.Las miradas se tensaron otra vez.—¿Y qué opina? —preguntó Ale.Sonreí.—Le encanta.Nadie habló.—Nos gusta compartir —seguí—. A veces solos. A veces no. Nos disfrutamos así. Sin secretos.Pedro apoyó el vaso con más fuerza de la necesaria.—Eso… no es común.—No —dije—. Pero es honesto.La noche terminó de caer. Las luces de la quinta se encendieron de a poco. El alcohol empezó a aflojar hombros, mandíbulas, silencios.—Entonces —dijo Lolo, más bajo— no estamos imaginando algo prohibido.—No —respondí—. Están imaginando algo posible.Hice una pausa.—La diferencia es quién se anima a sostenerlo… sin arruinarlo.Nadie respondió enseguida.Pero ya no estaban quietos.Y ya no era solo deseo lo que circulaba.Era expectativa.

La música bajó apenas cuando alguien cambió la playlist. Luces más tibias. Vasos que se volvían a llenar sin pedir permiso. El alcohol empezó a hacer lo suyo: aflojar hombros, lenguas y verdades.—Hay algo que intimida —dijo Lucho, después de un trago—.—¿Qué? —pregunté.—Una mujer que no necesita aprobación. Que no pregunta si está bien.—Sí —agregó Cristian—. Una que entra a un lugar y no se disculpa por ocuparlo.Pedro apoyó el vaso, mirándome sin rodeos.—A mí me excita —dijo— cuando la seguridad no es pose. Cuando no cambia según quién la mire.—Cuando no compite —sumó Pablo—. Cuando no juega a ser otra.Asentí despacio.—¿Y qué los pone nerviosos? —pregunté.Silencio breve. El tipo de silencio que dice más que una respuesta rápida.—No saber si alcanzamos —dijo Fran—.—O pensar que hay que ganarse algo —agregó Ale—. Como si fuera un premio.Me acerqué al borde de la pileta y apoyé los codos. El agua reflejaba las luces en mi piel mojada. No levanté la voz.—No hace falta competir —dije—. Ni medir fuerzas. Ni compararse.Los miré uno por uno.—La seguridad no funciona así —seguí—. No se reparte por turnos. Se comparte.Lolo frunció el ceño, curioso.—¿Compartir… cómo?Sonreí.—Escuchando —respondí—. Leyendo. Entendiendo qué le gusta a cada uno… y respetándolo.Pedro respiró hondo.—¿Y si somos muchos?—Mejor —dije—. Cada persona quiere algo distinto. Y eso no me abruma. Me ordena.Las miradas cambiaron. Ya no eran de cálculo. Eran de atención.—No vengo a prometer nada —agregué—. Pero sí a decir algo claro: no necesito que se disputen mi atención.Hice una pausa.—Puedo estar presente de la manera que a cada uno le haga sentido. Sin que nadie quede afuera… ni tenga que imponerse.El alcohol siguió pasando. La noche terminó de caer.—Eso —dijo Cristian, casi para sí— es más intenso que cualquier competencia.Nadie lo contradijo.Y por primera vez desde que empezó la noche, el deseo se calmó lo justo como para volverse más profundo. Más consciente. Más real.

La noche ya estaba cerrada del todo. El alcohol había aflojado risas, pero sobre todo lenguas. Las palabras empezaron a salir con menos filtro y más verdad.—Hagamos algo —dije, apoyando el vaso en el borde de la pileta—.—Cada uno diga un deseo. Sexual. Pero sin explicar cómo. Solo lo que le despierta una mujer como yo.Nadie se rió. Nadie se hizo el distraído.Lucho fue el primero en hablar, sin mirarme directo.—A mí me excita cuando una mujer sabe que la están deseando… y no hace nada para frenarlo.Pedro siguió, apoyando los codos en la mesa.—Me prende cuando una mujer se da permiso. Cuando no se disculpa por provocar.Cristian tragó saliva antes de decir lo suyo.—Me calienta la seguridad. Esa que no pide aprobación… que simplemente existe.Fran sonrió de costado.—Yo deseo sentir que podría perder el control solo con una mirada.Pablo agregó, más serio:—A mí me excita que una mujer sepa exactamente qué efecto tiene… y lo use.Felipe habló más bajo, pero claro.—Me prende cuando una mujer no se define por límites ajenos.Ale fue breve.—Deseo ser elegido… aunque no sea el único.Hubo un silencio espeso. No incómodo. Denso.—¿Y vos? —preguntó alguien—. ¿Qué te excita a vos?Sonreí. Me metí despacio en la pileta. El agua me cubrió primero las piernas, después la cintura. Sentí cómo las miradas me seguían.—Me excita que no compitan —dije—.—Me excita saber que todos desean… pero esperan.—Y que entienden que puedo quererlos de maneras distintas, al mismo tiempo.Algunos se removieron en sus lugares.—¿Y si alguien no espera? —preguntó Pedro, casi desafiando.Lo miré fijo.—Entonces no entiende cómo juego.No respondí a nadie más. Elegí el silencio. Elegí dejarlos ahí.Fue entonces cuando se escuchó una voz tranquila detrás.—Buenas noches.Me giré sonriendo antes de que nadie preguntara.—Llegaste justo amor—le dije a mi novio.Él miró el grupo, la pileta, el clima.—Veo caras interesantes.—Estamos hablando de deseos —dijo Lolo—. De los que no se dicen siempre.—Ella es experta en eso —respondió mi novio—. En provocar sin tocar.—¿No te molesta? —preguntó Cristian.Mi novio me miró primero a mí.—Al contrario. Me encanta cómo es en la intimidad —dijo—.—Libre. Curiosa. Segura.—No necesita esconder lo que despierta.Me acerqué a él. Me besó pasional, agarró mi cola con su mano, la paretó y me dió un chirlo.—Nos gusta compartir el deseo —agregué—. A veces solos. A veces acompañados.—Pero siempre con respeto y complicidad.—Y con control —sumó él—. De ella, siempre.Nadie dijo nada más. Las miradas iban y venían. Celos suaves. Fantasías abiertas. Ninguna resuelta.La música siguió sonando.La noche todavía tenía tiempo.Y todos sabían que lo más excitante de esa escena…era que todavía no había pasado nada.

Elegí al más callado sin anunciarlo.No al que hablaba más, ni al que se hacía el seguro.Al que miraba y bajaba la vista cuando lo descubrían.Felipe.Mi novio se acercó por detrás y me habló al oído, tan bajo que nadie más pudo escucharlo.—Elegí bien —dijo—.—El deseo más fuerte siempre está en el que menos se anima.Asentí apenas con la cabeza.—Tengo una pregunta —dije en voz alta, girándome hacia todos—.—Si me sacara la parte de arriba… ¿se controlarían?—Nadie respondió enseguida.Algunos rieron nerviosos.Otros directamente dejaron de respirar.—No es una pregunta inocente —agregué—.—Quiero saber quién mira… y quién se pierde.Pedro fue el primero en hablar:—No sé si podría. Ya ando muy excitado.—Yo tampoco —dijo Lucho—. Pero tampoco me movería. Al menos no para tocarte, sino para tocarme.—Eso es control —respondí—. No quedarse quieto…sino decidir qué hacer con lo que se siente—Miré a Felipe.—¿Y vos?Se puso rojo. Tragó saliva.—Yo… —empezó—Creo que no sabría qué hacer.Mi novio sonrió.—Exactamente por eso —dijo—.El silencio se volvió denso. El agua nos rodeaba. La noche nos cubría.—A veces —dije— no hace falta hacer nada. A veces alcanza con permitir que alguien mire…— Me puse delante de él, me quité la parte de arriba de la bikini y la dejé que se alejara lentamente en el agua.. me acerqué un poco más, lo abracé... mis tetas tocaban su pecho, el no quería mirar.. —Podés mirar, sentir.... te gusta?—Felipe no podía dejar de mirar mis tetas en su pecho..Deslicé mi mano por debajo del agua hacia su verga... parada, dura como lo imaginaba.. empecé a pajearlo... el gemía casi intentando disimular... yo le hablaba al oido..—Quiero chupartela toda... me vas a dar la leche? Me gusta sentir mis tetas en tu pecho... El timidamente agregó — Te las quiero chupar — casi murmurando.—como?— le dije al oido... —te quiero chupar las tetas!!— dijo casi gritando.Tomó el control. Me puso contra el borde de la pileta y con sus enormes manos empezó a chupar, lamer, mordía... empecé a gemir... miré levemente al costado.. mi hermano estaba con su mano dentro de su malla... volví a mirar cómo me comían las tetas como si fuera la primera vez ... tomó mi mano y la llevó hacia su pija...—Pajeame que te doy toda la leche.El siguió apretandome las tetas cada vez más fuerte, me mordía los pezones... Murmuró para que solo yo lo escuchara... — Que ganas de violarte el orto. Como me excita que sea tan trola... seguramente querés una pija en la boca también puta... te vas a comer la verga de todos? mirá que tu hermano también quiere ver su pija en esa boquita de petera profesional que tenés...Eso me excitó aún más por alguna razón.Pedro se bajó la malla y empezó a tocarse.. miró a Juan esperando su aprobación. Juan sonrió y le guiñó el ojo.—Quédense —agregó mi novio—Miren. Disfruten. Aprendan a desear sin tomar.Nadie se movió.Nadie habló.Y el deseo quedó suspendido en el aire, intacto, más fuerte que cualquier acto.Felipe con una de sus manos me agarró la cola y me metió un dedo entero en la cola... me dolió pero me gustó. lo dejó ahí mientras yo tiraba la cola para que me lo metiera aún más.Estuvimos así un buen rato, gimiendo los dos como si nadie más estuviera alrededor.Eso me excitó aún más por alguna razón.— Acabo afuera de la pileta... — salió y tiró todo en el pasto. Y se fue rápidamente al baño.Mi novio se acercó y empezó a besarme.Rompió el hielo con un "vamos a comer?"

El murmullo volvió de a poco, como si alguien hubiera subido el volumen del mundo sin avisar.La música regresó. Las risas también. Vasos chocando, pasos sobre el pasto húmedo.Mi novio me rodeó con un brazo y me acercó a él, con la naturalidad de quien sabe exactamente lo que acaba de pasar… y no necesita explicarlo.—Vamos a comer —dijo, como si fuera la cosa más normal del mundo.Asentí.Salimos de la pileta sin apuro. Nadie comentó nada. Nadie hizo preguntas.Pero las miradas se quedaron conmigo un segundo más de lo habitual.No había incomodidad. Había algo distinto: una conciencia compartida.Felipe ya no estaba.Pedro evitó mirarme.Otros sonreían sin darse cuenta.En la mesa, el ruido de los platos ocupó el lugar del silencio.Conversaciones cruzadas. Bromas forzadas.Cada uno procesando lo suyo.Mi novio apoyó su mano sobre mi pierna por debajo de la mesa.No apretó. No avanzó.Solo estuvo ahí.—Me encanta cómo sos —susurró—.—Cómo los descolocás sin hacer nada.Lo miré. Sonreí.La noche siguió como si nada…pero ya nada era igual.Y todos lo sabíamos.


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