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La amiga de mi hija

Lo que voy a contarte pasó la noche del 24 de diciembre, en Nochebuena, aquí en Cuenca, Ecuador. Yo tengo 35 años y mi hija Susana, de 15, había invitado a tres amigas del colegio a pasar la Navidad con nosotros: Rosa de 14, Lorena de 17 y Silvia, también de 15.
Silvia era la que más me ponía: pelo negro largo, piel blanquísima, bajita pero con un culo impresionante, regordete, redondo y sobresaliente, de esos que te hipnotizan al moverse. Sus tetas eran pequeñas y firmes, perfectas para la boca. Esa noche llevaba un vestido negro corto y ajustado que le marcaba todo ese culazo y lo hacía irresistible.
Como las chicas querían celebrar, decidimos salir a recogerlas para llevarlas a una casa donde había una fiesta navideña con más amigos del colegio. Yo hice de chofer, ya con unas copas encima.
Primero pasamos por la casa de Silvia a buscarla. Susana se bajó con ella un momento porque se le había olvidado algo, y yo me quedé esperando en el auto. Silvia volvió sola al coche, se sentó atrás y, al acomodarse, el vestido se le subió dejando ver esas piernas cortitas pero gorditas y blancas. La miré por el retrovisor y no pude evitarlo.
Le pregunté de broma cuántos años tenía. Ella soltó una risa pícara y dijo: “Eso no se le pregunta a una mujer… pero ya estoy lo suficientemente grande como para hacer cosas de grandes”. Se rio otra vez y añadió: “Como por ejemplo salir de fiesta con las amigas… no pienses mal, jeje”. Le dije que se lo iba a decir a Susana pero me agarró la mano y me dijo. “Porfavor por favor no le diga nada”, entonces le tomé una foto y se apartó diciendo. Si ve que es malo. Ahí ya venía acercándose Susana y me tocó disimular.
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Esa frase y esa mirada traviesa me dejaron la polla dura al instante.
Después recogimos a Rosa y a Lorena, y las cuatro se fueron a la fiesta. Yo volví a casa a seguir tomando ron con unos tíos y primos mientras esperaba. La noche avanzó, y cuando ya iba bastante tomado, decidí ir a buscarlas porque era tarde.
Llegué a la casa de la fiesta, pero no las veía por ningún lado. Subí al segundo piso y abrí la puerta de una habitación. Ahí estaba Silvia, sola, tirada en una cama, totalmente borracha e inconsciente, profundamente dormida.
El vestido se le había subido hasta la cintura y se le veían unas bragas negras tipo hilo. El coño se le marcaba perfecto, con un pelito negro corto de unas dos semanas, sin depilar del todo, lo que lo hacía más real y cachondo.
Cerré la puerta con cuidado, me bajé la cremallera y saqué la polla, ya dura como hierro. Empecé a pajearme despacio, mirándole ese coño joven y ese culo gordito aplastado contra la cama.
Era tan excitante que quise más. Con mucho cuidado de no despertarla, le subí el vestido del todo y le quité las bravas dejando ese coño a la vista. Me masturbaba con más fuerza, acercándome para olerla.
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El alcohol me retrasaba el orgasmo y ya estaba nervioso porque alguien podía entrar. Ella se guiro dejándome todo ese culo a la intérprie para mi solito. Aproveche el momento y mientras me masturbaba viendo semejante espectáculo le saqué as fotos abriéndola lo más que podía.
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Pero justo cuando estaba a punto de correrme, escuché pasos y voces en el pasillo: era Susana acercándose con Rosa a la habitación.
No pude parar. Me corrí con fuerza, echando leche caliente por todas partes: en mi mano, en la sábana y algunos chorros cayeron en las bragas y los muslos de Silvia. Me guardé la polla rápido y me senté en una silla como si nada justo cuando entraron.
Susana vio el estado de Silvia y dijo que no podíamos llevarla así a su casa. Decidimos volver todos a la nuestra. Llamamos a los padres de Rosa y Lorena, que vinieron pronto a buscarlas. Para Silvia hablamos con sus padres y, como era muy tarde y estaba fatal, aceptaron que se quedara a dormir con nosotros.
Cuando ya se fueron Rosa y Lorena, y la casa se quedó más tranquila, Susana y yo nos quedamos un momento solos en su habitación con Silvia todavía inconsciente en la cama. Susana me miró fijamente y preguntó bajito pero seria: “Papá… ¿qué hacías antes con la polla fuera? ¿Te estabas pajeando mirando a Silvia?”.
Me quedé helado, rojo hasta las orejas. Negué todo: “No, hija, estás equivocada, solo vine a ver cómo estaba”. Pero ella sabía que le estaba mintiendo, se molestó mucho, me miró con rabia y decepción y dijo: “No me mientas, papá”. Sin decir más, agarró su almohada y se fue a dormir con su mamá.
Se suponía que yo dormiría en el sofá de la sala, pero en la madrugada, cuando toda la casa estaba en silencio y todos dormidos, no pude resistirme. Volví a entrar sigilosamente a la habitación de Susana, donde Silvia seguía profundamente dormida en la cama.
Me quité la ropa, me subí despacio y empecé a tocarla de verdad. Le bajé las bragas hasta los tobillos, le abrí esas piernas gorditas y le lamí el coño con ese pelito hasta que se puso bien mojado. Aunque estaba borracha, su cuerpo respondía: empezó a gemir bajito y a mover las caderas como invitándome.
Le di la vuelta, le abrí ese culo regordete y blanco y le lamí el ojete profundo, metiéndole la lengua hasta el fondo mientras me pajeaba. Silvia empujaba el culo hacia atrás, dejándose llevar por completo en su sueño borracho.
Me puse detrás, le froté la polla por el coño empapado y se la metí despacio pero hasta el fondo. La follé fuerte, agarrándole ese culazo, dándole nalgadas suaves que lo ponían rojo. La puse boca arriba, le chupé las tetitas pequeñas hasta dejarlas marcadas con la boca y seguí bombeando dentro de ella.
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Ella gemía cada vez más, abría los ojos un poco de vez en cuando pero los cerraba de nuevo, perdida entre el alcohol y el placer, moviéndose conmigo como si lo estuviera gozando a pleno. Cambié varias veces: de perrito agarrándole el culo con las dos manos, luego con las piernas en mis hombros para meterla más profundo.
Me corrí dentro dos veces, llenándole el coño de leche espesa y caliente que chorreaba por sus muslos y goteaba en la sábana. Al final la dejé ahí, con el vestido subido, las bragas bajadas y mi semen saliendo lento de su coño.
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A la mañana siguiente todos fingimos que no había pasado nada. Silvia se despertó con una resaca del demonio, pero se levantó temprano como si nada, se duchó y se puso ropa prestada de Susana: un short de rayas que le quedaban tan apretado que ese culazo regordete y blanco se le marcaba de forma brutal, cada curva perfecta, cada movimiento hacía que la tela se estirara y se le dibujara el tanga debajo. Preparó el desayuno para todos en la cocina, moviéndose de un lado a otro, y yo no podía dejar de mirarle ese culo rebotando mientras servía el café y los panqueques.
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Habló con sus padres por teléfono y, como aún se sentía mal y era navidad, le dejaron quedarse una noche más sin problema.
Me fui a trabajar todo el día con la polla medio dura recordando lo de la madrugada, y por la noche traje McDonald’s para todos. Cenamos en la sala, mi mujer, Susana y Silvia, riéndonos de tonterías mientras comíamos. Silvia estaba sentada justo enfrente de mí, al parecer se habían ido al gym con Susana y estaban aún con esa ropa que a Silvia le marcába todo, y en un momento, mientras se reía le tome una foto desprevenida.
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“¡Para el recuerdo de esta Navidad tan rica!”, le dije. Ella, en vez de molestarse: abrió la boca un poco, sacó la lengua larga y juguetona, toda brillante de saliva y salsa, guiñándome un ojo con una sonrisa pícara que me puso la verga como piedra debajo de la mesa.
En ese instante supe que sí sintió todo lo que le hice en la madrugada. Que su coño recordaba cada embestida, cada chorro de leche caliente que le dejé dentro, aunque su cabeza estuviera borracha. Esa foto no era inocente: era una puta invitación silenciosa, una señal de que la muy zorrita sabía que la había usado como mi juguete personal y que, en el fondo, le había encantado.
Sigo pajeándome y cogiendo a mi mujer pensando en cómo esa noche, o la próxima, volvería a abrirle ese culote blanco, a meterle la lengua en el ojete hasta que gima, a follarla hasta el fondo y llenarla otra vez de semen espeso… porque ahora ya no era solo un secreto mío: ella también lo quiere repetir. Y yo, claro, voy a darle todo lo que esa putita culona está pidiendo sin decirlo en voz alta.

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