
Me llamo María, y desde aquel día no he sido la misma. Han pasado casi tres meses. Mis hijos siguen sin sospechar nada, mi rutina en el pueblo es idéntica: mercado, iglesia los domingos, café con las vecinas. Pero dentro de mí arde un secreto que me quema cada noche. Cada vez que paso por esa carretera olvidada, mi coño se contrae solo, se moja recordando cómo me tomó aquel desconocido, cómo me llenó, cómo me dejó rota y a la vez tan viva.No pude resistir más.
Hoy lo hice a propósito.Salí temprano, con la excusa de ir a la ciudad vecina a comprar telas. Elegí ropa aún más provocativa que la primera vez: un vestido veraniego corto, de tirantes finos, escotado, sin sujetador. Debajo, solo una tanga diminuta que apenas cubría mi coño depilado. Me pinté los labios rojos, me solté el pelo. Quería sentirme puta. Quería que me vieran como una.Aparqué el auto en el mismo arcén, en el mismo tramo solitario entre colinas. Apagué el motor, abrí el capó como si estuviera averiado y me quedé allí esperando, inclinada, con el culo apenas tapado por la tela ligera del vestido.
El sol pegaba fuerte, el sudor me bajaba entre las tetas. Pasaron los minutos. Nada.Empecé a desesperarme. ¿Y si nunca más volvía a pasar? ¿Y si aquel camionero había sido el único?Entonces lo escuché: un rugido más grave, más potente que el de antes. No era un camión normal. Era uno mucho más grande, de esas que transportan carga pesada. Se detuvo con un chirrido de frenos justo detrás de mí.Bajó él.No era el mismo.
Este era más grande, más bruto. Tendría unos 40 años, piel curtida por el sol, brazos tatuados, gruesos como troncos, barriga dura de cerveza y trabajo pesado. Llevaba una camiseta sin mangas que dejaba ver el vello negro en el pecho, y unos jeans rotos. Su mirada no era solo lujuriosa: era depredadora. Me miró como si ya me hubiera follado mil veces en su cabeza.
—¿Problemas, mamacita? —dijo con voz ronca, masticando algo, acercándose sin pedir permiso.
Tragué saliva. El miedo era real esta vez, más fuerte que la excitación. Intenté sonreír.
—Sí… no arranca. ¿Usted sabe de mecánica?Se rio, una risa baja y sucia.
—Yo sé de muchas cosas, sobre todo de putas maduras que se hacen las inocentes en medio de la nada.No me dio tiempo a reaccionar.
Me agarró del pelo con una mano enorme y me empujó contra el capó del auto, con tanta fuerza que el metal caliente me quemó las tetas a través del vestido. Grité, pero su otra mano ya me tapaba la boca.
—Ni un puto sonido, ¿entendiste? —susurró en mi oído, su aliento a tabaco y alcohol—. Vas a abrir las piernas como la zorra que eres y me vas a dejar hacer lo que me dé la gana.
Forcejeé, pero era inútil. Me levantó el vestido de un tirón, exponiendo mi culo y la tanga. Con un dedo gordo la apartó a un lado y metió dos dedos directo en mi coño sin lubricar. Dolía, pero estaba tan mojada de anticipación que entraron fácil.
—Mira esto… ya vienes preparada, ¿eh? Sabías que alguien te iba a romper hoy.Me bajó la tanga hasta las rodillas y escupió en mi ano. Sentí pánico verdadero.
—No, por favor, ahí no… —supliqué cuando me soltó la boca un segundo.—
Cállate —gruñó, y me dio una cachetada fuerte en la nalga que me hizo ver estrellas.Desabrochó su cinturón. Escuché la cremallera. Cuando sentí su polla contra mí, supe que era más grande que la del anterior. Más gruesa, más larga, venosa y dura como hierro.
La apoyó primero en mi coño, frotándola, untándola con mis jugos, y luego, sin aviso, la empujó directo en mi culo.Grité con todas mis fuerzas. El dolor fue cegador, como si me partieran en dos. Él no esperó: empezó a bombear con violencia, agarrándome de las caderas, clavándome contra el capó. Cada embestida era un castigo.
—Esto es lo que quieren las mamás como tú… que las rompan bien roto el culo en medio de la carretera.Lloraba, me dolía tanto que veía negro, pero al mismo tiempo mi coño chorreaba, traicionándome otra vez. Él lo notó. Metió una mano debajo y empezó a masturbarme con dedos ásperos, pellizcando mi clítoris hinchado.
—Córrete, puta. Córrete mientras te reviento el culo.No pude evitarlo. El orgasmo llegó como una explosión, más fuerte que el primero, me temblaron las piernas, grité su nombre sin saberlo. Él se rio y aceleró, follándome como si quisiera destrozarme.
—Ahora te lleno, zorra.Se corrió con un rugido animal, chorros calientes y abundantes dentro de mi ano.
Tanto que cuando sacó la polla, el semen empezó a gotearme por los muslos junto con un hilo de sangre.Me dejó allí, tirada sobre el capó, el vestido hecho un nudo en la cintura, el culo ardiendo, el cuerpo temblando.
Subió a su camión sin decir una palabra más y se fue, dejando una nube de polvo.Yo tardé minutos en poder moverme. Me subí el vestido como pude, me limpié con un pañuelo las lágrimas y el semen. Al sentarme en el asiento del auto, sentí cómo todo me palpitaba.
Arrancó a la primera, por supuesto.Ahora, mientras conduzco de vuelta al pueblo, con el culo dolorido y lleno de él, sé que volveré otra vez.
Porque ya no soy María la madre respetable.
Soy la puta de la carretera olvidada.
Y me encanta serlo.
Espero les guste hagan me saber si quieren mas
1 comentarios - La Mamá Violada en la Carretera Olvidada – Parte 2