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Mi hotwife 2

Ah, Candy... mi morenita de veintiséis, con esa carne que tiembla cuando camina y ese culo que me vuelve loco cada vez que lo aprieto. La conocí hace cinco años en un bar del centro, y desde entonces supe que era adictivo verla moverse. Hoy, mientras ella se arregla frente al espejo—ese vestido rojo que apenas le tapa los muslos—yo me quedo sentado en la cama, con el pulso acelerado. Sé lo que va a pasar. Lo hemos planeado. Tony, ¿seguro que no te molesta? —me pregunta con esa voz ronca, sin girarse, sabiendo que estoy babeando. Molestarme no, amor. Me calienta. Ella se ríe bajito, se gira y se planta entre mis rodillas. Me besa despacio, con lengua, mientras sus tetas me rozan el pecho. Luego se aparta, coge el bolso y me guiña un ojo. Ya va para el hotel. El colgado de Marcos la espera arriba. Ese cabrón mide uno noventa y tiene una polla que Candy no para de elogiar. Y yo... yo me quedo aquí, en silencio, sintiendo cómo me late entre las piernas solo de imaginármela. Miro el reloj. Diez y media. En media hora la llamaré. No para que vuelva—todavía no—, solo para escucharla. Ella sabe cómo contármelo: cómo él la besa en el cuello, cómo le levanta la falda sin prisa, cómo la pone de rodillas sobre la cama y le chupa las nalgas hasta que ella gime mi nombre sin querer. Siempre gime mi nombre cuando está a punto de venirse. Es mi trofeo. Suena el móvil. Descolgo. ¿Tony?... —jadea—. Ya me la metió. Es enorme... ay, Dios. Mi respiración se acelera. Cierro los ojos y me imagino todo: su boca abierta, sus pechos rebotando, ese culo que adoro partiéndose contra el vientre de Marcos. ¿Te gusta, mi vida? —le pregunto, con la voz temblorosa. Sí... sí... pero tú sabes que solo quiero que vengas a lamérmela después. Sonrío. Eso es lo que más me pone. Volver, encontrarla así, con el coño hinchado y brillando, y arrodillarme entre sus piernas mientras ella me mira desde arriba, satisfecha, poderosa. Ella gime cuando mi lengua entra, cuando pruebo lo que él le dejó dentro. Y yo... yo me corro sin tocarme, solo con eso. Marcos termina. Candy me cuenta cada detalle: cómo él gruñó, cómo le apretó el culo, cómo la llenó tanto que le chorrea por los muslos. Y cuando cuelga, me quedo ahí, esperando. Media hora después, entra por la puerta. Pelo revuelto, labios hinchados, olor a sexo. Se quita los tacones, se tumba en la cama y abre las piernas sin decir nada. Venga, Tony... limpia a tu putita. Y yo, como un tonto enamorado, me lanzo. Sabe a sal, a él, a ella. Sabemos los dos que mañana repetiremos. Porque Candy es mía... pero también es de quien quiera follarla. Y a mí, joder, me encanta.

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