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Compendio III
LA JUNTA 22: TRABAJO COLABORATIVO
Ese lunes de finales de agosto, se decidió que íbamos a estudiar el problema con el sistema del departamento financiero desde múltiples ángulos.

Era bueno ver que Horatio cumplía su palabra. Había traído a Ginny con él para que ella pudiera aprender lo básico. Sus rizos cobrizos rebotaban mientras se inclinaba hacia adelante para coger un bolígrafo de la mesa de caoba de la sala de conferencias, un movimiento que tensó su blusa lo suficiente como para llamar discretamente mi atención. Ginny sabía lo que hacía, siempre lo había sabido, pero no me importaba. Intentaba ocultar las miradas que me lanzaba, riéndose de algo que decía Horatio, con una risa alegre y sin complejos. Pero no era la única.

No muy lejos de ellos, Leticia estaba sentada a espaldas de ellos, con una pierna cruzada sobre la otra con una precisión que sugería que había ensayado la postura de antemano. Su traje azul marino a la medida le quedaba perfecto, lo suficientemente ajustado como para lucir esas caderas francamente espectaculares que una vez había intentado utilizar como arma contra mí en las negociaciones. Ahora, sin embargo, jugueteaba con el lápiz óptico de su tableta, frotando lentamente la punta con el pulgar. Cuando crucé mi mirada con la suya, no apartó la vista como Ginny. Mantuvo mi mirada durante tres segundos deliberados antes de que la comisura de sus labios se curvara hacia arriba. El rubor que le subía por el cuello era nuevo. Interesante.

Frente a todos ellos, las uñas cuidadas de Maddie marcaban un ritmo irregular sobre la caoba de la mesa. La huracanada jefa de Recursos Humanos había mostrado su frustración con los hombros tensos toda la mañana, pero ahora, al ver cómo Ginny se estiraba deliberadamente y Leticia la miraba descaradamente, su mandíbula se movía como si estuviera masticando vidrio. Conocía esa mirada. Maddie había decidido que yo le pertenecía de alguna manera implícita. La forma en que ahora recorría con la mirada a Ginny, posesiva, territorial, habría sido cómica si no fuera por la mirada asesina de Gloria.

Gloria. Mi antigua asistente, ahora novia de Nelson, golpeaba la pantalla de su teléfono con los dedos con tanta fuerza que casi esperaba que el cristal se rompiera. Hoy se había vestido para matar: labios teñidos de marrasquino, blusa de cuello alto que de alguna manera hacía que su delicada figura pareciera letal. Cada vez que Ginny se reía o Leticia se movía, Gloria apretaba con más fuerza el bolígrafo como si quisiera lanzarlo al otro lado de la mesa. Nelson, ajeno a todo como siempre, le dio una palmadita en la rodilla debajo de la mesa, en un intento erróneo de consolarla. Eso solo hizo que se le tensara más la espalda.

Sin embargo, al borde de la mesa, Inga me observaba con la quietud enroscada de un lince que acecha a su presa en la nieve. La jefa de Planificación no había pestañeado desde que Edith entró a la reunión. Todas las demás mujeres de la sala podían haber sido ruido de fondo para ella, solo estática que oscurecía cualquier cálculo que se escondiera detrás de esos ojos glaciales. Se había colocado entre Kaori y la puerta, con un dedo trazando el borde de su vaso de agua sin llegar a tocarlo. El movimiento era deliberado. Una cuenta regresiva silenciosa.

Y Kaori, su asistente, la imitaba. No en la postura, ni siquiera en la expresión, sino en esa misma concentración depredadora. No golpeaba el bolígrafo. No se movía. No respiraba a menos que fuera absolutamente necesario. Simplemente se sentaba allí, con las piernas cruzadas por los tobillos debajo de la mesa, mirándome como si yo hubiera desmantelado personalmente todo su departamento. Su mirada heterocromática se desvió una vez, solo una vez, hacia la clavícula expuesta de Ginny antes de volver a fijarse en mí. El músculo de su mandíbula se tensó.

Ingrid llegó como la primera pincelada en un lienzo: audaz, imposible de ignorar. La puerta se cerró detrás de ella con un clic tan definitivo que hizo que todos se volvieran a mirar. Llevaba puesto otra vez ese vestido cruzado de color cobalto intenso, el que se ceñía a cada curva peligrosa como si estuviera pintado sobre su cuerpo, con un escote que rozaba lo indecente. Su anillo de boda reflejó la luz fluorescente mientras ajustaba la pila de archivos que llevaba en los brazos, un gesto superficial, dado que su mirada se clavó en la mía en cuanto entró. Algo brilló en esos ojos azules: diversión, desafío, el recuerdo tácito de todas las sesiones de “trabajo de equipos” que habíamos tenido en mi oficina.

Antes de que nadie pudiera hablar, Cristina entró con paso firme detrás de ella, y la sala se tensó como una hoja afilada. Los tacones de aguja de la directora de TI golpeaban el suelo de madera con deliberada precisión, cada clic una amenaza calculada. Su blusa, negra, de seda, tirando de los botones, se movía con cada paso, la tela susurrando promesas que no podía cumplir. El aroma de bergamota y algo más oscuro la seguía. No se sentó. Simplemente se apoyó contra el aparador, con los brazos cruzados bajo el peligroso abultamiento de su pecho, clavándome los ojos con una intensidad que podría haber cortado la leche.
Entonces Cassidy tropezó con el umbral.

No fue la gran entrada que todos esperaban, y menos ella misma. Su zapatilla se enganchó en el borde de la puerta y la hizo tropezar hacia delante, con los brazos dando vueltas y esa coqueta coleta que distraía tanto moviéndose como la cola de un purasangre asustado. Se recuperó justo antes de chocar contra el aparador, pero no antes de que el espresso de Cristina salpicara peligrosamente cerca de su blusa de diseño. Cassidy ni siquiera se dio cuenta. Sus ojos, con ese absurdo iris verde uva, ya estaban fijos en los míos, tan abiertos como si yo hubiera surgido de la nada.
El suspiro de Edith podría haber congelado el magma.
> Señorita, ¿Interrumpimos su excursión a la playa?
El silencio que siguió fue tan denso que se podría haber untado en una tostada. Cassidy, aún en medio del paso, se estremeció como si le hubieran dado una bofetada. El dobladillo deshilachado de sus pantalones cortos de mezclilla apenas le llegaba a mitad del muslo, y la blusa sin hombros se deslizaba peligrosamente hacia un lado, donde se le había salido el tirante. Detrás de ella, Tim se inclinó tanto hacia delante que su silla crujió, mientras Alex se lamía los labios abiertamente. Cristina, siempre tan venenosa, descruzó los brazos con deliberada lentitud.
o Edith, ella es Cassidy, mi segunda en el departamento. La mitad de nuestras salas de servidores no han visto a un equipo de limpieza desde el cambio de milenio. - Una pausa mientras ajustaba su falda para sentarse. La comisura de su boca suspiró. - ¿Preferirías que arruinara sus ropas arrastrándose por el polvo?
Las fosas nasales de Edith se dilataron, solo una vez, antes de clavar a Cassidy con una mirada que podría haber descascarillado la pintura.
o Su valoración, señorita Cassidy. – ordenó con un enfado contenido que me recordó a mamá.
Durante tres agonizantes segundos, Cassidy no se movió. No parpadeó. Se quedó allí sentada, con los dedos temblando a los lados como si intentara recordar cómo funcionaban sus extremidades. El pulso en su garganta palpitaba visiblemente bajo la fina piel quemada por el sol. Cuando finalmente habló, lo hizo de forma nerviosa, aguda y audible, como si también hubiera olvidado cómo funcionaban los pulmones.
• ¿Qué hace aquí mi "llanero solitario"? —soltó Cassidy de repente con su característico acento tejano, con la voz tensa por una mezcla de pánico y sorpresa.
(What's my 'lone ranger' doin' here?)
> ¿”Llanero solitario”? —repitió Edith confundida.
• ¡Sí, él! —respondió Cassidy, señalándome—. ¡Fue mi héroe hace tres años!
(Yup, him. He was my hero three years ago.)
Sus palabras resonaron como un disparo en toda la sala. Leticia, Cristina, Gloria... Todas se quedaron paralizadas en el mismo sitio. Fue uno de esos momentos típicos de los animés en los que todas miran al protagonista, es decir, a mí, y no fue tan emocionante como cabría esperar. Como acostumbra, Sonia se limitó a reírse suavemente.

Cassidy comenzó a contar su historia: el ciberataque de ahora tres años, la falta de liderazgo, el caos, el pánico de los practicantes y cómo yo los había organizado y mantenido el sistema a flote hasta que Cristina regresó. Sus palabras eran confusas, pero sinceras, crudas, pero imposibles de ignorar. Sonia, siempre amante de los buenos dramas corporativos a costa mía, respaldó las palabras de Cassidy.
Pero percibí cómo el testimonio de Cassidy las cambió.
Para Leticia, esto fue la confirmación de que yo había sido “tan estúpido” incluso antes de formar parte de la junta y que desde esa época, ya jugaba a “ser el héroe”.
Para Cristina, esto fue otro golpe inesperado: no solo era el amor secreto de Cassidy, sino que también se dio cuenta de que fui yo quien dio un paso al frente cuando surgió la crisis y ayudó a solucionar un problema que habría devastado el departamento de TI si no se hubiera atendido. Por lo tanto, la idea de que ahora yo fuera una amenaza le resultaba confusa.
Y a Gloria le provocó cierta envidia: ella sabía quién era yo desde que fue mi asistente. Y que ahora todas las “mujeres lindas de la junta” también lo supieran le dolía como una puñalada por la espalda.
> ¡Estoy impresionada! Estoy empezando a creer que Marco podría mantener a flote esta empresa él solo. - Edith me elogió, prácticamente radiante después de escuchar la disertación de Cassidy. - Marco, ¿Por qué no me informaste de esto? ¿Por qué no te atribuiste el mérito?
Resoplé.
- ¿En serio, Edith? Ese verano me perdí un viaje con mi mujer y mis hijas porque estaba verificando tus datos, ¿Y además querías que presentara un informe? - respondí, con un tono entre amargo y molesto.
Se produjo una oleada de exclamaciones, como si hubiera sido una oportunidad de oro perdida para mí.
- No hice gran cosa. Solo verifiqué que la información fuera correcta. La clasificación fue cosa suya. - continué con indiferencia.
Las mejillas de Cassidy se sonrojaron, pero no con el delicado rosa de la vergüenza, sino con el rojo intenso de alguien atrapado entre la protesta indignada y la mortificación.
• ¡Tonterías! - protestó, con su acento tejano espesándose por la emoción, mientras retorcía el dobladillo de sus pantalones cortos con los dedos. - Tú desviaste todo...
(Bullshit! You rerouted the entire…)

- ¡Cassidy, déjalo! - le interrumpí. - Yo hice mi parte. Tú y tus amigos hicieron la suya. Ni más ni menos.
Cassidy se sonrojó y, sorprendentemente, Letty también. El rubor de Cassidy se intensificó, pasando del carmesí a un rojo más parecido al de una puesta de sol en Texas, y apretó los dedos alrededor de los pantalones cortos como si estuviera debatiéndose entre lanzármelos a la cabeza o no. Mientras tanto, Leticia, siempre la negociadora serena, tenía su lápiz óptico suspendido en el aire, congelada en el acto de recogerlo. El rubor que se extendía por su cuello no era furioso como el de Gloria ni nervioso como el de Ginny; era lento, deliberado, el tipo de calor que sugería que acababa de darse cuenta de que me había estado subestimando durante meses. Sus labios se separaron, solo un poco, antes de cerrarse con un clic audible. La comprensión se instaló entre nosotros: ella no lo sabía. Ninguna de ellas lo sabía.
> ¡Vaya, vaya, Marco! Parece que te has ganado la reputación de rebelde. Ahora... me pregunto por qué no me enteré de esto antes... ¿Inga? - dijo Edith con ese tono orgulloso y maternal.
Inga se tensó, su frialdad nórdica se rompió como la de una niña pillada robando galletas.
-> ¿Sí, Edith?

Los dedos de Edith tamborileaban sobre su tableta, con golpes lentos y mesurados que resonaban como una cuenta atrás.
> Si lo que Cassidy dice es correcto, esto demuestra una falta de previsión por parte del departamento de Planificación. ¿Me equivoco? - reflexionó, con voz rebosante de falsa curiosidad.
La pregunta cayó como un martillo envuelto en terciopelo.
Inga se tensó y se desvió inmediatamente.
> ¡En absoluto! Todo esto fue culpa del departamento de TI. ¿Cómo se atrevieron a dejar desatendida su gestión? - Intentó eludir la culpa. - Además, ya sabes que, durante esa crisis, todos estábamos sobrepasados.
Sus dedos impecables, siempre tan precisos, se movieron hacia fuera en un gesto destinado a dispersar la responsabilidad como si fuera confeti. Pero su pulso latía visiblemente en la sien, delatando la fría indiferencia de su tono. Kaori, inmóvil como una estatua a su lado, inhaló bruscamente por la nariz. Una advertencia. Demasiado tarde.
Edith volvió a sentarse, con los dedos índices tocándose de forma reflexiva.
> ¡Sí, tienes razón! Es una falta de previsión por parte del departamento de TI dejarlo desatendido. -dijo Edith, permitiendo a Inga respirar brevemente, lo justo para que sus hombros se relajaran medio centímetro antes de que cayera el martillo.
> Sin embargo, - continuó Edith, con voz melosa y letal. - no se puede decir que estuviéramos “sobrepasados” si Marco, que no tiene ninguna relación con el departamento de TI, no solo logró hacer su trabajo, sino también organizar otro equipo.
Las luces de la sala de conferencias parpadearon, proyectando sombras nítidas sobre el rostro de Inga mientras Edith inclinaba la cabeza.
> De hecho, lo que “me llama la atención” (el pronombre posesivo cayó como una navaja) es que, si Marco no hubiera actuado, no se habría puesto en marcha ningún plan de contingencia. Algo que el departamento de Planificación debería haber tenido en cuenta “incluso de antemano”. ¿No es así, Inga?
Inga abrió la boca, tal vez para rebatir, tal vez para desviar la atención, pero no dijo nada. Sus dedos, normalmente tan inmóviles como el hielo tallado, se tensaron contra el vaso de agua. Una gota de condensación rodó por el borde, lenta como una retirada. Por primera vez, pude ver su compostura nórdica resquebrajada, solo una fractura, apenas visible a menos que supieras dónde mirar. Pero yo sí lo vi. El ligero apretón de sus labios, la forma en que su mirada se dirigió a Kaori durante medio segundo antes de volver rápidamente a Edith. Una presa acorralada.
¿Y Cassidy? Cassidy estaba disfrutando con ello.

Sus dedos tamborileaban sobre la mesa, con pequeños golpes rápidos que seguían el ritmo de la compostura cada vez más quebrada de Inga. Esos ojos verdes como uvas, grandes y brillantes iban de Edith a Inga como si estuviera viendo un partido de tenis especialmente emocionante. Es evidente que no le gusta Inga, y no por envidia de su aspecto físico o de su puesto en las reuniones de la junta directiva, sino por la actitud fría de Inga hacia todos los demás, excepto hacia Kaori.
-> ¡No puedes estar hablando en serio al echarme la culpa de este fracaso, Edith! —La voz de Inga se quebró como hielo fino bajo los pies. El frío nórdico de su tono se había derretido en algo peligrosamente cercano al pánico. - Todo el incidente del ciberataque era imprevisible.

Edith se rió despacio, con un sonido tan seco como un iceberg resquebrajándose.
> ¡Estoy de acuerdo! - admitió, golpeando con las uñas la mesa de conferencias con una radiante sonrisa cazadora. - Pero, como te dirían personas como Marco, los mineros siempre están preparados para imprevistos y siempre tienen un “plan B” para resolverlos. Es una pena que nosotros, a nivel directivo, no tengamos en cuenta este factor. (Su mirada recorrió la sala de forma amenazante y se posó significativamente en Inga.) ¿A menos que Planificación considere el fracaso una contingencia aceptable?
Las palabras golpearon como un bisturí deslizándose entre las costillas: precisas, profesionales y absolutamente devastadoras. Fue entonces cuando Inga me miró fijamente. Sin darse cuenta, Edith nos había hecho declarar la guerra y, aunque Inga parecía tan tranquila como siempre, manteniendo la compostura, noté una sutil aura de odio absoluto hacia mí. Sus pupilas se dilataron ligeramente, tragándose por completo el azul helado de sus iris, oscuros agujeros en un rostro que, por lo demás, parecía tallado en mármol. Una gota de condensación resbaló por su vaso de agua intacto, trazando el mismo camino que estaba a punto de tomar su carrera a menos que actuara con rapidez.

Los dedos de Kaori se tensaron contra su tableta. La única señal. Sus ojos desiguales se posaron en Inga, luego volvieron a mí, evaluando los vectores de amenaza con el frío cálculo de un gran maestro de ajedrez que ve mate en tres jugadas. El silencio se hizo tan tenso que parecía a punto de romperse.
Entonces Cassidy se enderezó, todavía un poco colorada por su arrebato, pero su voz se mantuvo firme, con ese acento tejano que atravesaba la habitación como alambre de púas.

• ¿Quieren saber la verdad? - No esperó a que le respondieran, solo se inclinó hacia delante, apoyando las palmas ásperas sobre la pulida madera de caoba. - Por lo que yo sé, esto no tiene que ver con que Finanzas sea descuidada o con que TI haya metido la pata. El problema es el maldito sistema en sí. Es viejo, se ha parcheado demasiadas veces y ejecuta bucles que no deberían estar ahí. (Señaló con el dedo los esquemas manchados de café expreso de Cristina, con el esmalte de uñas descascarillado reflejando la luz.) Necesitamos operadores virtuales, algo que tiene la nueva versión elegante y que la nuestra no tiene. Solo se puede poner cinta adhesiva en algo durante un tiempo antes de que se desmorone.
(Y’all wanna hear it straight? Far as I can tell, this ain’t about Finance bein’ sloppy or IT droppin’ the ball. The problem’s the dang system itself. It’s old, patched too many times, runnin’ loops that don’t belong there. Need some virtual operators, something the new, fangled version have and ours don’t. You can only slap duct tape on somethin’ so long before it just falls apart.)
> ¿Estás sugiriendo...? - Edith arqueó las cejas.
Apoyó ambas manos sobre la mesa y levantó la barbilla.
• Estamos aquí sentados discutiendo sobre quién dejó abierta la puerta del granero cuando todo el techo está a punto de derrumbarse. Finanzas no puede arreglar eso. TI no puede arreglar eso. La estructura en sí está rota. Y a menos que alguien de arriba apruebe una actualización real, este perro no va a cazar.
(We’re sittin’ here arguin’ over who left the barn door open when the whole roof’s fixin’ to cave in. Finance cain’t fix that. IT cain’t fix that. The framework itself is broke. And unless somebody up top signs off on a real upgrade, this dog just ain’t gonna hunt.)
Las palabras cayeron en la sala de juntas como una piedra en el agua, formando ondas hacia afuera.
Edith frunció el ceño y juntó los dedos bajo la barbilla. Por una vez, no se sobresaltó.
> Un techo que se derrumba. - repitió en voz baja, casi saboreando la metáfora. Su mirada se desvió hacia el techo, como si estuviera evaluando fisuras invisibles. - ¿Estás diciendo que la culpa no es de cómo gestionan las finanzas o la informática, sino de la propia arquitectura del sistema?
Sus ojos se deslizaron hacia Inga, lentos como el descenso de una guillotina.
> ¿Te refieres a Planificación?
Cassidy sonrió, ajena a la sangre en el agua.
• ¡Por supuesto! - respondió arrastrando las palabras, balanceándose sobre los talones como si acabara de resolver un acertijo.
La sonrisa que le dirigió a Edith era tan sincera que rayaba en lo empalagoso, recordándome a Marisol dándole galletas a nuestras hijas. Por un instante, casi se podría creer que esperaba un elogio.

La mano de Inga golpeó la mesa con un estruendo que hizo que Kaori se estremeciera. La mujer nórdica respiraba demasiado rápido, su postura, normalmente impecable, era rígida como la de una marioneta. Los dedos de Kaori se movieron hacia su tableta, no para tomar notas, sino para agarrarla como un escudo. El blanco de sus ojos se veía por completo, y sus iris oscuros se movían rápidamente entre Edith e Inga como un conejo entre dos lobas.
Horatio se frotó la sien, visiblemente molesto por el acento de Cassidy.
* Mira, no estoy seguro sobre los graneros o los perros que no cazan. – murmuró confundido, masajeándose el puente de la nariz como si su acento le estuviera provocando migraña. - Pero sí que entiendo lo de la cinta adhesiva. Y eso es exactamente lo que he estado diciendo. El departamento financiero no puede llevar las cuentas al día si el sistema está lleno de parches. Sin las actualizaciones adecuadas, que Planificación debería haber priorizado hace años, por mucho que nos esforcemos, las grietas seguirán apareciendo.
Se recostó en su silla, me dedicó una sonrisa sutil pero agradecida y extendió las manos como diciendo “caso cerrado”.
* Culpa al departamento financiero todo lo que quieras, pero solo somos tan fuertes como las herramientas que nos dan. Y estas herramientas están obsoletas.
Las palabras cayeron con el peso del martillo de un juez: definitivas, indiscutibles. El lápiz óptico de Ginny cayó con estrépito sobre su tableta, olvidado, mientras que Maddie apretó la mandíbula con tanta fuerza que pude oír el rechinar de sus molares. El aroma del espresso derramado de Cristina (caramelo quemado y amargor) flotaba denso en el aire.
Cristina parecía igualmente desconcertada. La cadencia rural de Cassidy distaba mucho de los informes pulidos a los que estaba acostumbrada. Entendía lo suficiente como para saber que no era halagador para ella, pero la franqueza le hizo apretar la mandíbula. Sus dedos se movieron hacia su tableta como si quisieran borrar las palabras de Cassidy, pero no había tecla de retroceso para la realidad.

Me recosté, con los brazos cruzados, luchando contra el impulso de frotarme la sien. Capté la esencia de lo que se decía (el sistema es viejo, la cinta adhesiva solo dura un tiempo), pero su ritmo y su forma de expresarse se retorcían en mi cabeza como un nudo de cuerda. Mi esposa probablemente se habría reído hasta enfermarse al ver mi expresión.
Miré a Cristina, que estaba enfadada en silencio frente a mí. Su taza de café temblaba ligeramente en el platillo, el líquido oscuro ondulaba con cada respiración agitada. El aroma, amargo, demasiado tostado, se aferraba obstinadamente al aire entre nosotros, mezclándose con el leve olor metálico de la tensión. Sus dedos se flexionaban contra el mantel, presionando la tela con tanta fuerza que dejaban marcas temporales.
> ¡Fascinante! - dijo Edith finalmente, con los labios curvados, aunque no por diversión. - Una puerta de granero, un techo que se derrumba y cinta adhesiva. Lo admito, no entiendo del todo el lenguaje. Pero sí capto la esencia. Y confirma lo que sospechaba desde el principio. Las finanzas y la informática no son las culpables. El fallo comienza donde siempre: en la planificación.
Su mirada se posó en Inga como una aguja suspendida sobre un globo.
La sonrisa de Inga era tensa, frágil.

-> Dejando a un lado las expresiones coloridas, no veo cómo una metáfora puede considerarse un análisis. - dijo con suavidad, aunque el tono cortante de su voz la delató.
El vaho de su vaso de agua se había acumulado en un círculo perfecto sobre la mesa, una diana accidental. Sus dedos se cernían sobre él, sin llegar a tocarlo, como si temieran que el contacto los congelara. Kaori se movió imperceptiblemente a su lado, como una advertencia fantasmal. Demasiado tarde.
-> Seguramente, Edith, no basas la reestructuración corporativa en... “analogías populares”.
Las dos últimas palabras rezumaban desdén, dirigidas directamente al acento tejano de Cassidy.
Edith se rió en voz baja, con una risa baja y peligrosa.
> No, Inga. - respondió, dando un golpecito en su tableta. - La baso en los resultados. Las metáforas no arreglan los techos, pero tampoco lo hace fingir que no tienen goteras.
Cassidy sonrió, amplia, despreocupada, casi temeraria.
• Señora, en mi tierra, las metáforas mantienen a la gente con vida. Hay que llamar a un techo roto un techo roto, o se te caerá encima mientras discutes sobre los colores de la pintura. - Sus dedos tamborileaban sobre la mesa, y el esmalte rojo desconchado reflejaba la luz como bengalas de advertencia. - El caso es que ese sistema tiene más agujeros que el colador de mi abuela. Y alguien... (Su mirada se posó en Inga, afilada como una astilla.) ... siguió sirviéndolo como si fuera porcelana fina.
(Ma’am, where I come from, metaphors keep folks alive. Y’gotta call a busted roof a busted roof, else it caves in on your head while you’re arguin’ about paint colors. Fact is, that system’s got more holes than my granny’s colander. And somebody kept servin’ it up like fine china.)
Edith soltó una leve risita. Un sonido poco habitual.
> Y por eso, - exclamó satisfecha. - me gustan las voces frescas en esta sala.
Las palabras se deslizaron entre ellas, mitad cumplido, mitad bisturí. Sus dedos golpeaban el borde de su tableta, como un metrónomo que marcaba la cuenta regresiva de la compostura de Inga.
> Dicen lo que hay que decir. Sin... "filtros".

Capté la mirada de reojo de Leticia, mitad molesta, mitad intrigada, como si no pudiera decidir si Cassidy era una tonta o la persona más valiente de la sala. Sin duda, lo opuesto a ella. Los dedos de Letty trazaron el logotipo en relieve de la funda de su tableta, un gesto nervioso que nunca admitiría. La comisura de su boca se dobló incierta, dividida entre la admiración por la audacia de la tejana y el horror por su falta de delicadeza. Sus ojos color café expreso se posaron en mí y luego se apartaron, rápidos como una mirada furtiva en un ascensor abarrotado. Me di cuenta de que Cassidy acababa de hacer en cinco minutos lo que los cuidados PowerPoints de Leticia no habían conseguido en meses, tal vez años: hacerle tragar la verdad a Edith.

El bolígrafo de Kaori se rompió. El sonido, tan agudo como el de un hueso al romperse, atravesó el silencio. Los fragmentos de plástico salieron disparados por la mesa. Inga no se inmutó, pero sus dedos se tensaron alrededor del vaso de agua intacto, y sus nudillos palidecieron hasta adquirir el color de los glaciares de sus antepasados escandinavos. Su mirada nunca se apartó de la mía, con las pupilas dilatadas bajo la luz estéril de la sala de conferencias, tragándose el azul gélido de sus iris. Sin sonrisas burlonas, sin muecas de desprecio, solo la promesa silenciosa de una mujer que ya había decidido la forma más eficaz de desmantelarme.
Cassidy se movió incómoda, y el vinilo de su silla chirrió como una rana aplastada. A pesar de su bravuconería, captó el trasfondo: cómo la aprobación de Edith la había convertido sin querer en una granada humana. Cristina se inclinó hacia delante, olvidando sus esquemas manchados de café expreso, con los labios entreabiertos en cálculos tácitos. El olor a caramelo quemado y café rancio se aferraba a su chaqueta, un contrapunto amargo al aroma cítrico del champú que emanaba Sonia a mi lado. La rodilla de mi vieja amiga chocó con la mía bajo la mesa “¡Tranquilo!”, pero sus dedos tamborileaban en código Morse contra mi muslo: problemas.
Edith finalmente se recostó en su asiento, exhalando por la nariz como alguien que acababa de resolver un rompecabezas que todos los demás seguían dando vueltas. Su mirada recorrió la sala de juntas, un escaneo lento y deliberado que hizo que incluso el aire acondicionado contuviera la respiración.
> ¡Muy bien! – proclamó conforme y enérgica. - Esta es nuestra situación.
La sala se enderezó instintivamente.
Edith tiene ese efecto: sus palabras no son pronunciadas, sino “proyectadas”, tallando el espacio en el aire como un cincel en madera blanda. Incluso el zumbido del sistema de ventilación pareció acallarse. Su dedo golpeó la mesa una vez, como un punto al final de una frase silenciosa.
> Finanzas no tiene la culpa. TI no tiene la culpa. - Las sílabas aterrizaron con el peso del mazo de un juez, imitando la aseveración de Cassidy.
Sus ojos, fríos como el libro de contabilidad de un banquero, se posaron en Inga, que se tensó como si la hubiera electrocutado. Los dedos de Kaori se crisparon hacia su bolígrafo destrozado, pero luego se quedaron quietos. El aroma del perfume de Inga se agrió, ahora socavado por algo acre. Sudor de miedo.
> El fallo es sistémico. - Edith pronunció cada palabra como un clavo clavado en un ataúd. - Y los fallos sistémicos son responsabilidad de Planificación.
Una oleada de conmoción contenida recorrió la mesa. Nelson tosió (demasiado fuerte, demasiado brusco) en su puño, y el sonido resonó como un disparo en el repentino silencio. Horatio fingió limpiarse las gafas, y el movimiento rítmico del paño contra las lentes fue el único movimiento en su cuerpo, por lo demás inmóvil como una estatua. Incluso el lápiz roto de Kaori se detuvo en el aire, flotando como un colibrí atrapado en una imagen congelada. El aire mismo parecía cristalizarse, cargado de la comprensión tácita: Inga acababa de ser destripada públicamente.
Las palabras de Edith se instalaron en el silencio, cada sílaba cargada con la precisión de la contabilidad forense.
> Cinco años. - repitió en voz baja, tocando la pantalla de su tableta (una vez) para iluminar una hoja de cálculo repleta de flechas rojas. - Cinco años aplazando actualizaciones. Cinco años tapando agujeros con curitas. Cinco años…
Su voz bajó hasta convertirse en poco más que un susurro, agotada, cansada y dolida.
> Fingiendo que ahorrar unos centavos eran suficientes para sostener rascacielos.
Kaori aspiró aire entre los dientes, de forma involuntaria. El sonido de una subordinada que se da cuenta de que el paracaídas de su jefe acaba de fallar. ¿Pero Inga? Inga no se movió. No parpadeó. Simplemente se quedó allí sentada, con la columna rígida como una viga de acero, mientras el rubor de su cuello se intensificaba, pasando de rosa a rojo arterial. El aroma de su perfume se volvió empalagoso, ahora atenuado por algo más fuerte: adrenalina, tal vez, o el primer olor acre de la necrosis profesional. Sus uñas se clavaron en la tableta, dejando pequeñas lunas crecientes en el acabado mate.

La mano levantada de Edith no era solo una pausa, era una guillotina suspendida en pleno descenso. La sala entera contuvo el aliento. Incluso la bravuconería tejana de Cassidy se marchitó ligeramente bajo el peso de ese silencio. Entonces Edith sonrió (lenta y quirúrgicamente) y bajó la mano sobre la mesa como una reina que coloca su sello en una orden de ejecución.
> Pero esto ya no se trata de culpar a nadie. – sonrió con melancolía, en lo que más se parece a una señal de misericordia.
Se volvió hacia mí.
> Se trata de liderazgo. - Parpadeé, tomado por sorpresa.
Los ojos de Leticia brillaban con un interés inesperado. Gloria se tensó, con sus celos titilando como una vela al viento. Edith sonrió, con ese tipo de sonrisa que solo reservaba para unas pocas personas.
> Marco, has demostrado iniciativa, capacidad sobre el terreno, coordinación entre equipos y un sentido de la responsabilidad que, francamente, supera al de la mayoría de los jefes de departamento. - Se inclinó hacia delante y su perfume, algo caro y venenoso, llenó el aire entre nosotros.
Podía sentir las miradas asesinas que me lanzaban desde múltiples direcciones. Incluso de aquellas que, hasta ese momento, ni siquiera habían tomado una postura. La sonrisa de Edith se amplió, dejando al descubierto sus dientes.
> Identificaste el fallo principal, protegiste a nuestra gente durante el ciberataque y has trabajado en todos los departamentos sin quejarte ni pedir reconocimiento…
Cassidy estaba radiante. Sonia se enderezó, sin saber muy bien si sentirse orgullosa o aterrorizada. Yo, en cambio, me sentía tan expuesto como Chewbacca al final del episodio IV de “Star Wars”, cuando gruñe porque no le dan la medalla.
> Por lo tanto. - dijo Edith, cruzando los dedos y haciéndolos tronar. - Voy a nombrar un grupo de trabajo regulador para supervisar las finanzas, la informática y la planificación durante la revisión del sistema… y Marco se encargará de la coordinación.
Maddie abrió la boca, sorprendida. Leticia inhaló bruscamente, mirándome como quien estudia a una estrella en ascenso. Horatio asintió, aliviado. Cristina se retorció, dividida entre el orgullo y el temor. Cassidy sonrió como si le hubiera tocado la lotería. Gloria parecía un hervidor eléctrico burbujeando.
E Inga...
Inga me miró con incredulidad, con una mirada fría y asesina.

Pero Edith no había terminado.
> Cristina. - dijo con suavidad. - Te felicito por tener a alguien como Cassidy en tus filas. Puede que no vista como el resto de nosotros (Cassidy resopló halagada…), pero tiene una mente aguda, instintos honestos y habla de una manera que esta junta claramente necesita escuchar más a menudo.

Cassidy sonrió, radiante y sin remordimientos, con las zapatillas apoyadas en los peldaños de la silla, como si Edith no acabara de darle un respaldo decisivo para su carrera. Los dedos de la tejana tamborileaban contra su muslo, y su esmalte rojo desconchado reflejaba la luz como pequeñas señales de stop. Cristina apretó los labios hasta que desaparecieron, y la manga de su chaqueta manchada de café temblaba sobre la mesa. El aroma a caramelo quemado se aferraba obstinadamente a ella, ahora atenuado por algo más agudo: el pánico.
El tono de Edith se suavizó, no con dulzura, sino con ánimo.
> Necesitamos más pensadores. Más personas de acción. - Las palabras tenían peso, cada sílaba era un bisturí que desprendía capas de inercia corporativa. - Más personas que puedan resolver problemas en lugar de darles vueltas.
Su mirada se posó en Leticia, su sedienta admiradora que buscaba reconocimiento, la cual se tensó como si la hubieran electrocutado.
> A partir de mañana, -continuó Edith, juntando los dedos. - el Grupo de Trabajo Regulador supervisará todas las actualizaciones. (Su mirada se posó en Cristina.) El departamento de TI proporcionará apoyo… (Luego, en Horatio.) El departamento de Finanzas auditará el progreso... (Por último, en Inga.) Y Planificación... (Sus labios se curvaron, no en una sonrisa, sino mostrando los dientes.) ...ejecutará las directivas de Marco.
La última palabra cayó como la cuchilla de una guillotina. Una bomba silenciosa detonó en la sala.
El rostro de Inga no se movió, pero sus ojos ardían con la promesa de la guerra. El aire entre nosotros se espesó con amenazas tácitas, su quietud más violenta que cualquier estallido. Los dedos de Kaori se apretaron alrededor de su lápiz óptico hasta que este también se partió en dos, y los fragmentos de plástico salieron disparados otra vez por la mesa como metralla. Nadie se inmutó. Nadie se atrevió.
Mientras tanto, Sonia sonreía levemente, orgullosa, divertida y disfrutando del drama. Su rodilla chocó con la mía bajo la mesa, un silencioso “te lo dije” vibrando a través del contacto. Nelson se inclinó sutilmente en mi dirección, lanzándome un rápido pulgar hacia arriba bajo la caoba, con su gemelo brillando como una señal clandestina. Y Gloria... La llama de los celos de Gloria se duplicó, su mirada abrasaba la clavícula expuesta de Cassidy como si esperara marcar la piel de la tejana con su disgusto. Si las miradas mataran, Cassidy se habría evaporado en el acto, dejando nada más que un montón de cinta adhesiva y esmalte de uñas desconchado.
Edith se puso de pie. El movimiento fue fluido, deliberado, como la hoja de una guillotina encontrando su ranura.
> El grupo de trabajo comienza mañana por la mañana. - anunció, con la nitidez de un billete recién acuñado. Sus dedos bien cuidados golpearon el borde de la mesa, una vez, como el mazo de un juez. - Se levanta la sesión.
La junta se levantó en una ola aturdida y enredada. Las sillas chirriaron, las tabletas traquetearon, los murmullos estallaron como corchos de champán. Pero lo único que podía sentir era el peso de la mirada de Inga en mi espalda, y el juramento silencioso que conllevaba:

Esto no ha terminado.
Solo había comenzado.
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