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21: Consejo amistoso




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Compendio III


LA JUNTA 21: CONSEJO AMISTOSO

Casi me atraganto con la propuesta de Nelson. Estaba comiendo filete Salisbury con puré de patatas, que de repente se volvió amargo.

> ¡Vamos, Marco! Estás casado y tienes experiencia. - me suplicó mientras almorzábamos. -Las cosas entre Gloria y yo han estado difíciles durante unos meses y sé que tú puedes ayudarnos.

De repente, mi filete se volvió agrio, así que tuve que beber un poco de agua para poder tragarlo.

- ¿Qué pasa? - logré preguntar después de beber un gran trago.

Parecía avergonzado.

> Hemos tenido una especie de sequía... - dijo con un tono un poco tímido.

- ¿Y? - pregunté, fingiendo cortar el filete con cuidado, observando cómo el jugo se acumulaba rojo alrededor de mi plato.

Mi mente se remontó a las uñas de Gloria clavándose en mis hombros el mes anterior en mi camioneta. Cómo jadeaba contra mi cuello cuando la inmovilicé contra el asiento trasero.

21: Consejo amistoso

Nelson giró el tenedor, evitando mi mirada.

> Dice... que ya no se siente satisfecha. Que no soy... lo suficientemente atento. - Tragó saliva con dificultad, y el ruido del casino se vio repentinamente amortiguado por el pulso que latía en mis oídos.
Recordé el susurro entrecortado de Gloria en mi oído:

• ¡Dios mío! El tuyo es el más grande que he tenido nunca.

- ¿Atento? – repetí, volviendo al presente, forzando mi voz para que sonara neutra.

El recuerdo de ella montándome en mi camioneta, esos jadeos agudos, la forma en que se separaban sus labios marrasquinos, volvió a inundarme. Su delgada cintura había temblado bajo mi agarre, el sudor brillando en su clavícula.

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- Es normal. - dije, removiendo mi agua helada tratando de bajar el perfil. - El estrés, el trabajo... las cosas van y vienen.

Mi tenedor chocó contra el plato, haciendo demasiado ruido. Los nudillos de Nelson se pusieron tensos alrededor del cuchillo.

> Quizás. – Respondió en voz baja. - Pero no fue solo el estrés. Empezó cuando Cristina me pidió que trabajara con ella. (Su voz se quebró.) ¡Te lo juro, Marco! Cristina es muy sexy, pero no la engañé.

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Se me hizo un nudo en la garganta. Cristina, la directora de TI con un pecho extragrande, es una sumisa inofensiva. La sospecha de Nelson era ridícula, si no fuera tan irónica. Porque él tenía razón en cuanto al momento. Fue precisamente entonces cuando Gloria empezó a quedarse junto a mi camioneta después de las reuniones tardías. Cuando su perfume floral se impregnó por primera vez en mis asientos de cuero. Cuando su risa se volvió baja y coqueta mientras cambiaba de marcha.

Supongo que lo más irónico es que Gloria ya está comprometida con Oscar, un enfermero del hospital que trabaja turnos de 18 horas, pero le está engañando con Nelson, y ahora está engañando a Nelson conmigo, su antiguo jefe.

Pero las cosas entre Gloria y yo se mantuvieron tranquilas durante más de un año. Ni siquiera la miraba de forma extraña y la trataba con respeto y profesionalidad. Solo cuando empezamos a viajar juntos las cosas se intensificaron.

Por aquel entonces, Nelson ni siquiera aparecía en escena. Ella solo se acostaba con Oscar y seguía teniendo problemas, ya que el pobre hombre tiene diabetes, un pene del tamaño del pulgar de un hombre adulto y el deseo sexual de un anciano con disfunción eréctil.

Pedí personalmente que Gloria fuera mi asistente, a pesar de que mi buena amiga Sonia había designado inicialmente a Ingrid, una rubia despampanante. Pero cuando trabajas supervisando minas, una rubia despampanante y con mucho pecho es una demanda por acoso sexual en potencia.

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Además, Gloria es inteligente y tiene carácter. Su título en química le permitía más libertad para viajar y ser independiente, mientras que yo solo quería centrarme en mi familia y trabajar en una oficina. Así que, obviamente, empecé a prepararla profesionalmente.

Trabajar con Gloria fue fácil, al principio. Aprendía rápido, su mente aguda captaba rápidamente la logística minera. Pero Perth... Perth lo echó todo por tierra. Hannah, nuestra representante en Perth, nos recibió en las reuniones de la junta con esa sonrisa familiar y hambrienta. Gloria lo vio al instante: el toque persistente en mi brazo, el susurrado “¡Bienvenido!” que encerraba demasiada historia.

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Broken Hill fue otra vida para nosotros. Hannah y yo, “marido y mujer en el trabajo”, compartíamos nuestros rápidos polvos diarios a la hora del almuerzo en los túneles vacíos de la mina, con el asiento trasero de mi camioneta como nuestro pequeño nido. Las noches se llenaban con el crujir de nuestra cama compartida en la cabaña. Gloria, sin embargo, notó las miradas posesivas de Hannah durante las reuniones estratégicas. Observaba cómo Hannah me miraba durante nuestras reuniones, con los ojos un poco más fijos en mí de lo que debían.

Sin embargo, la última noche de ese viaje fue la que lo desencadenó todo. Gloria se armó de valor emborrachándose e invitándome a su habitación. Dijo que quería probar algo diferente. Que solo había estado con Oscar y quería probar con otra persona. Conmigo.

Sus ojos estaban nublados por el trago y la desesperación.

• Solo... tócame. – balbuceó envalentonada por su Bailey, desplomándose sobre la colcha barata de la cama del hotel, con la blusa ya desabrochada.

El olor a sudor y a trago se aferraba a su piel. Dudé, sinceramente, hasta que me agarró la muñeca y me clavó las uñas.

• ¡Por favor! Muéstrame lo que me estoy perdiendo.

21: Consejo amistoso

Sin embargo, yo no quería cruzar ese límite todavía. Así que tuve que conformarme con calmarla con mi boca, algo que Gloria nunca había experimentado. Y como ella seguía queriendo más, terminé masturbándola con una botella de Bailey, un placer que casi la rompió cuando le dije que mi verga era aún más gruesa.

Pero Gloria nunca le contó nada de esto a Nelson. Lo mantuvo en secreto, igual que yo. Así que cuando Nelson me rogó que hablara con ella, prometiéndome que me escucharía “como su mentor”, se me resbaló el tenedor. Chirrió contra el plato de porcelana, lo suficientemente fuerte como para atraer las miradas de la mesa de al lado.

> ¡Por favor, Marco! Solo... ayúdame a entenderla. - Nelson se estremeció, confundiendo eso con simpatía.

Asentí con rigidez, tragándome la bilis disfrazada de compasión. Mi mente no estaba en la dolorosa confesión de Nelson, sino en los recuerdos de nuestro viaje a Sídney. Aquella terminal húmeda del aeropuerto, Gloria entrando en la terminal de Melbourne con un aspecto pecaminoso. Un vestido ajustado de color rojo cereza que se ceñía a su delgada figura, con un escote lo suficientemente pronunciado como para mostrar sus generosos pechos. Sus rizos negros rebotaban mientras caminaba, atrayendo miradas, especialmente la de Oscar, su prometido. Sus ojos se hinchaban detrás de ella, siguiéndola como si fuera una presa. La agarraba del brazo y le susurraba furiosamente.

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- Dos dormitorios, Oscar. - le mentí con suavidad. - Pero las zonas comunes son compartidas. Es la política de la empresa.

Él asintió, confiando en mis palabras, aunque Gloria y yo estábamos más nerviosos por este arreglo en particular. Más tarde, mientras deshacían las maletas en ese apartamento estéril, Gloria me acorraló, con los labios carmesí apretados.

• ¡Jefe, no puedo creer que tengas un amante! – protestó envalentonada. - Acabas de casarte y tienes dos hijos. ¿Alguna vez eres fiel?

Su perfume floral chocaba con el aroma sintético a limón del limpiador que flotaba en el aire.

Esa primera noche solo hablamos. Intenté defenderme diciendo que no era solo culpa mía. Que, para las mujeres, la infidelidad es una opción. Le expliqué mi teoría de que, aunque hay varios factores adicionales en juego (el tamaño, las habilidades, la experiencia, entre otros), para mí, las mujeres son infieles porque otro hombre les despierta la curiosidad sexual, dispuestas a cruzar los límites de sus propias relaciones.

Pero a la noche siguiente, ella misma puso a prueba mi teoría. Después del trabajo, Gloria me pidió que la acompañara a comprar ropa interior provocativa. Debido a la diabetes de Oscar, le costaba tener erecciones y, durante nuestro viaje a Perth, la había ayudado a elegir algo. Sin embargo, esta vez lo hacía por mí. Después, la llevé a un sex shop y le compré un consolador a mi esposa, mientras hacía que Gloria tocara uno similar a mi pene.

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Por la noche, cuando regresamos al apartamento, me preguntó si quería volver a hablar. Me arriesgué y le pregunté cuál era su postura favorita. Aunque se quedó atónita, le confesé que ella me excitaba mucho. También le dije que entendía su vacilación, ya que yo estaba casado y ella tenía a Oscar, pero como ellos no estaban presentes, quería besarla.

Me miró directamente a esos hermosos ojos azul claro y luego asintió lentamente. Cuando nuestros labios se tocaron (los suyos sabían a cerezas marrasquino y los míos probablemente a duraznos), no fue un beso suave. Fue hambriento, desesperado, el tipo de beso que enciende la piel. Sus puños se aferraron al cuello de mi camisa, acercándome más a ella, y sentí cómo temblaba contra mí, con todos esos ángulos agudos y curvas suaves bajo ese vestido rojo cereza.

No pude contenerme más y le pregunté si podía volver a besarla. Esta vez, mis manos exploraron su cuerpo prohibido. Besé sus pezones mientras le frotaba el sexo y la hice correrse por primera vez. Resultó que ella también estaba loca por mí. Pero, para nuestro mutuo malestar, tuve que obligarme a parar, ya que mis condones estaban en mi habitación.

Sin embargo, Gloria no estaba satisfecha. Al principio dudó, intrigada por mi mayor tamaño en comparación con Oscar. Le dije que era un hecho que íbamos a coger. Empezó a masturbarme suavemente, temerosa de que me corriera en su cara, pero le aseguré que era capaz de contenerme. Al igual que mi esposa Marisol, se divirtió haciéndolo, hasta que llegó un momento en que tuve que pedirle que parara o, de lo contrario, haría realidad sus temores.

La guie a mi dormitorio, con las piernas ligeramente temblorosas mientras me seguía, esos ojos color azul claro dilatados y oscuros por la anticipación. El aire estéril del apartamento se aferraba a nosotros, denso con el aroma de su perfume de vainilla mezclado con mi sudor. Ella observaba, sin aliento, mientras yo forcejeaba con el envoltorio de aluminio, con las manos temblorosas, no por los nervios, sino por el hambre salvaje que me recorría la espina dorsal. El condón me parecía absurdamente pequeño, apretándome contra mi grosor, y la mirada de Gloria se posó en él.

Recuerdo que, apenas conteniéndome, le aconsejé que se pusiera encima primero, ya que así podría controlar mejor el dolor y que, si yo me ponía encima, podría acabar haciéndole daño. Ella dudó, ya que era evidente que íbamos a cometer una infidelidad y no había vuelta atrás.

Se subió lentamente sobre mí, con sus delgados muslos temblando mientras se sentaba a horcajadas sobre mi regazo. Su respiración se cortó cuando la punta presionó contra su entrada, resbaladiza e inflexible. Se hundió centímetro a centímetro, cerrando los ojos con un suave gemido. Observé, hipnotizado, cómo sus pechos redondos rebotaban con cada movimiento tentativo, esas copas B tensando la tela rojo cereza. El sudor perlaba su clavícula; el aroma a flores de su piel se mezclaba con el aire estéril del apartamento.

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Gloria se detuvo a mitad de camino, jadeando, con sus labios marrasquino entreabiertos en una silenciosa.

• ¡Oh, Dios! - susurró con voz suave y contenida, clavándome los dedos en los hombros. -¡Tú... me estiras!

Se balanceó experimentalmente, frotándose contra mí. Sus paredes se apretaron, calientes e increíblemente estrechas, haciéndome gemir. Sus ojos azul claro se fijaron en los míos, oscuros, dilatados, hambrientos. Inclinó las caderas, hundiéndose más profundo hasta que sus muslos se presionaron contra los míos. Un estremecimiento recorrió todo su cuerpo.

No estaba completamente dentro. Ella aún no estaba acostumbrada a mi tamaño, pero no me importaba. Gloria estaba disfrutando, dejando a un lado sus prejuicios sobre la infidelidad mientras comenzaba a balancearse sobre mí. Recuerdo sus gemidos hambrientos y sus besos ardientes. Había anhelado esa pasión durante meses después de trabajar conmigo. Y ahora, estaba cosechando los resultados.

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Gloria comenzó a correrse una y otra vez. A diferencia de Oscar, mi resistencia en la cama era mucho mayor, al igual que mi tamaño en comparación con el suyo, y ella sentía oleadas de placer una tras otra. Y mientras se embriagaba de placer, le metí los dedos en el culo por primera vez. Gloria se sorprendió al principio, pero luego empezó a disfrutarlo. Cuando me corrí, Gloria estaba agotada. Sin embargo, llevaba meses esperando acostarme con ella y no podía dejarla marchar.

La segunda vez, me puse encima y comencé a penetrarla por completo. Cuando se dio cuenta de que la estaba estirando, llegando a zonas que ningún otro hombre había tocado antes, sintió una mezcla de intenso placer y dolor, hasta que finalmente encontré el camino a su útero.

21: Consejo amistoso

A la mañana siguiente, se despertó en mi cama confundida. Había puesto el despertador temprano para no llegar tarde al trabajo, pero no pude evitar darle un “rapidito matutino”. Me deslicé bajo las sábanas y comencé a acariciar su sexo y, cuando se excitó, también le acaricié el culo. Desesperada, Gloria encontró mi verga y me hizo una increíble paja. Acabé corriéndome en su entrepierna, pero aún quería más de ella, así que le pedí que se fuera a la ducha.

En el lavabo, me arrodillé delante de ella y devoré su sexo. Gloria gimió, poco acostumbrada a estos placeres, y una vez más, terminé metiéndole los dedos en el culo. Luego entramos en la ducha y no pudimos evitar recorrer con las manos todo el cuerpo del otro, y se puso tan caliente que tuve que ponerme otro condón. Empujé a Gloria contra la pared y empecé a balancearme sobre ella, arriba y abajo, lentamente. Chupé sus pezones con avidez y mi dedo nunca abandonó su pequeño ojete. Gloria gimió mientras me tomaba profundamente y, cuando finalmente me corrí, ella volvió a quedar exhausta mientras yo permanecía dentro de ella. Le pedí que volviera a su habitación y se vistiera mientras yo preparaba el desayuno.

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Todos estos recuerdos volvieron a mi mente cuando Nelson me rogó que hablara con ella.

> Solo necesito que... la aconsejes. - insistió Nelson, apartando su filete a medio comer. Sus ojos eran suplicantes, desesperados. - Dile que lo estoy intentando. Que voy a mejorar.

La ironía sabía más amarga que la bilis en mi garganta. ¿Mejorar? Gloria había susurrado mi nombre en mi hombro el mes pasado cuando la incliné sobre el asiento trasero de mi camioneta mientras le follaba el culo en medio de un parque.

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Durante esos años, Gloria y yo mantuvimos una relación “intermitente” en mi oficina. Sin embargo, cuando nació mi hija Alicia, decidimos terminar para siempre. Años más tarde, cuando Nelson finalmente logró unirse a mi equipo, comenzaron su aventura, ya que mi amigo estaba saliendo de una relación tóxica.

Pero todo esto terminó cuando Cristina le pidió a Nelson que se uniera temporalmente al equipo de TI. Gloria estaba celosa, pensando que Nelson la estaba engañando (a pesar de que Gloria todavía está comprometida con Oscar y viven juntos) y me pidió que fuera a su casa. Terminamos teniendo “sexo por venganza” en su cama y, después de eso, nos reuníamos regularmente para follar, ya que Nelson estaba demasiado ocupado para llevarla a casa.

Sin embargo, todo terminó abruptamente cuando Nelson finalmente regresó a mi equipo y mi amigo creyó que Gloria le estaba dando la espalda por su trabajo con el departamento de Cristina, cuando en realidad yo estaba follándome a Gloria en mi camioneta.

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Y ahora, en un giro más profundo del destino, Nelson me rogaba que hablara con Gloria una vez más...

- ¡De acuerdo! - acepté arrepentido, sabiendo ya que Gloria y yo acabaríamos follando en mi oficina. - Veré qué puedo hacer al respecto.

Las palabras sabían a aserrín en mi boca mientras le sonreía a Nelson. Los hombros de Nelson se relajaron con alivio, y su gratitud agrió el ambiente entre nosotros.

Esa tarde, Gloria se paró en la puerta de mi oficina, con la luz del sol reflejándose en los rizos oscuros que enmarcaban su rostro. Sus labios color marrasquino se fruncieron mientras cerraba la puerta en silencio.

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• Nelson habló contigo. - dijo con tono seco.

El aroma floral flotaba sobre el escritorio de caoba. Me recosté en mi sillón de cuero, tamborileando con los dedos en el reposabrazos.

- Está preocupado. – le dije, fingiendo estar concentrado en mi computadora.

Su risa fue aguda, frágil y venenosa.

• ¿Preocupado? ¿Después de semanas ignorándome por las “actualizaciones del servidor” con Cristina? - Se acercó, el taconeo de sus zapatos resonando en mi silenciosa oficina.

Sus ojos azul claro se posaron en la cerradura de la puerta, una mirada sutil y experta. Mi pulso latía con fuerza contra mis costillas.

Ahora ya no somos “jefe y asistente”. Somos iguales, a pesar de que yo ocupe un puesto en la junta directiva. Gloria se encarga de los proyectos medioambientales, mientras que yo me ocupo del mantenimiento de las instalaciones.

- Fue culpa mía. - insistí en tono suplicante. - Ya has oído a Cristina. Está dispuesta a acabar conmigo y pensó que quitar a Nelson de mi equipo era una forma de hacerlo.

Gloria resopló suavemente, con la mirada fija en mi rostro.

• ¿Y la verga de Nelson? - preguntó en un susurro venenoso. - ¿Cristina también se la quitó?

- ¡Ay, vamos! ¡Deja de hacerte la santurrona! - le espeté enfadado. - ¡Ya conoces a Nelson! ¡Es honesto! Mientras tú y yo follábamos a sus espaldas.

Gloria se quedó paralizada, con su delgado cuerpo rígido. La acusación pesaba entre nosotros. Fuera de mi oficina insonorizada, se oían los ruidos habituales: el tecleo de los teclados, el sonido lejano de un teléfono... pero dentro, el aire crepitaba de tensión. Sus dedos se pusieron blancos mientras agarraba el borde de mi escritorio. La ironía había completado el círculo: la tímida niña que una vez cuestionó mi moral sobre la infidelidad ahora estaba engañando.

Suavicé el tono y me incliné hacia delante.

- Mira, Nelson lo está intentando. Me ha rogado que te haga entrar en razón. - La mentira salió fácilmente de mi boca.

Sus fosas nasales se dilataron al percibir el ligero aroma de mi loción para después de afeitar, a pino y menta, que siempre se le quedaba impregnado después de nuestros encuentros. Ella sabía lo que eso significaba.

Otra reunión. Otra mentira.

La mirada de Gloria se desvió hacia la ventana, con vistas al centro de la ciudad, suspirando mientras sopesaba las opciones. De repente Sus dedos empezaron a recorrer el borde del escritorio, hasta que alcanzaron mis dedos, con un golpe eléctrico.

• ¿Entrar en razón? - murmuró con voz ronca. - Él piensa que soy frígida porque no puede hacerme gritar.

Rodeó el escritorio, balanceando deliberadamente las caderas. El brillo marrasquino de sus labios relucía bajo las luces fluorescentes.

• A diferencia de ti. - sentenció con una mirada gatuna.

Tragué saliva. Eso era lo que más temía. Mentiría si dijera que no la deseaba. Gloria es más joven que yo y muy sexy. Como mencioné antes, aguanté casi dos años antes de intentar algo con ella. Pero ahora, después de haberlo probado, ni ella ni yo podíamos resistirnos el uno al otro.

Su perfume floral me envolvió, denso y sofocante. El sudor perlaba mis sienes.

- Gloria. - le advertí inútilmente tratando de resistirme, como tantas otras veces, con voz baja y áspera. - Esta oficina... no es el lugar adecuado.

Sin embargo, mis ojos me traicionaron, siguiendo la curva de su cintura donde se había subido la blusa, dejando al descubierto su suave piel. Sus labios color marrasquino esbozaron una sonrisa cómplice. No me creyó.

• ¿No es el lugar adecuado? - Se inclinó hacia mí desafiante, con su aliento caliente en mi oído. - ¿Por qué no, Marco?

Sus dedos rozaron mi muslo, posesivos, ligeros como el aguijón de una avispa.

• Es privado y nadie viene por aquí. Además, Nelson quiere que hables conmigo. ¿No quieres hablar conmigo, Marco? ¿En privado? ¿Para susurrarme palabras bonitas al oído? ¿Para compartir nuestras fantasías sexuales? ¿No quieres? – me desafió excitante.

Mi pulso se aceleró, ahogando el zumbido del aire acondicionado. Mi silla de cuero crujió debajo de mí cuando me moví, atrapado, excitado, furioso.

Su rodilla separó mis piernas.

• Dile a Nelson. - susurró, rozando mi mandíbula con los labios, casi lamiéndome. - Que me has dado muchos consejos.

21: Consejo amistoso

El aroma de su excitación atravesó las flores, intenso, inconfundible. Mis manos le sujetaron las caderas, atrayéndola hacia mí. La fina tela no podía ocultar el calor entre sus piernas. Ella jadeó cuando la agarré con más fuerza, hundiendo los dedos en la suave carne por encima de la cintura. Arqueó la espalda; sus copas B se tensaron contra la blusa. Sus ojos azul claro se agrandaron, no por miedo, sino por desafío.

• Nunca lo sabrá. – susurró segura y sensual. - Igual que Oscar sigue sin saberlo.

Mis dedos buscaban a tientas los botones de su blusa. Demasiado lento. Impaciente, Gloria se la desabrochó ella misma. Los botones nacarados se esparcieron por la alfombra persa. Debajo, las copas de encaje luchaban por contener su pecho. La visión me dejó sin aliento, como en Perth, aquella primera vez que se desabrochó la camisa con manos temblorosas. ¿Ahora? Sin vacilar. Solo con ansia. Desabrochó los corchetes del sujetador. Los pechos quedaron al descubierto, con los pezones rosados endureciéndose al instante en el aire frío del aire acondicionado. Un gemido se escapó de mi garganta. Me incliné y succioné uno profundamente en mi boca. Las esencias florales explotaron en mi lengua. Sus dedos se enredaron en mi cabello, frotando mi cara contra su piel. Su otra mano se deslizó entre nosotros, acariciando mi verga palpitante a través de mis pantalones.

• ¡Todavía tan gruesa! – gimió posesiva y mimada. - Todavía mía.

Me empujó hacia atrás en la silla. El cuero chirrió en señal de protesta. Sus manos se dirigieron a la hebilla de mi cinturón, frenéticas, haciendo tintinear el metal.

• ¿Ves?, por eso no puedo olvidarte. – exclamó mientras bajaba mi cremallera. Su aliento caliente rozó mi piel desnuda. - La tuya es más grande que la de Nelson y la de Oscar. Además, te corres como una fuente, llenándome hasta los topes y haciéndome llegar al orgasmo una y otra vez. Así que follar con Nelson es volver paso atrás después de haber probado esta cosa enorme dentro de mí, ¿Me entiendes ahora?

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Sus ojos azul claro se clavaron en los míos, oscuros, dilatados, triunfantes.

• Enséñale a Nelson. - siseó, subiéndose la falda por las caderas. -Enséñale cómo me convences.

Sin bragas. Solo calor resbaladizo. Se sentó a horcajadas sobre mí, guiando mi punta hacia su entrada. Estrecha. Húmeda. Ardiente.

Empujé con fuerza. Un grito escapó de su garganta, mitad de sorpresa, mitad de éxtasis. Se hundió en mí centímetro a centímetro, de forma agonizante. Sus paredes se apretaron como un tornillo de banco, apretando mi verga mientras ella temblaba. El perfume a flores inundaba el aire. El sudor le goteaba por la sien.

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• ¡Llena! - dijo con voz tensa, moliendo con las caderas. - Siempre... tan completamente llena contigo.

Le apreté el culo. Era majestuoso. Redondo. Cálido.

• ¡Ay, jefe! - me provocó con tono lascivo. - ¡Qué codicioso! ¿Todavía te gusta mi culo?

- Cada centímetro. - gruñí contra su clavícula.

• Si te portas bien conmigo, te dejaré probarlo. - Gimió mientras le chupaba suavemente los pechos. - Después de todo, creo que Nelson quiere que tenga muchas conversaciones contigo.

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Mis dedos se deslizaron entre sus nalgas, encontrando la humedad que ya cubría su estrecho agujero. Ella gimió, frotándose con más fuerza contra mi verga enterrada profundamente dentro de ella. El sillón de cuero chirriaba debajo de nosotros, empapado de sudor. Sus caderas se balanceaban más rápido, frenéticas, desesperadas, su aliento entrecortado en mi oído. El perfume a flores se mezclaba con el olor a sexo.

• ¡Para, Dios mío, para! - jadeó Gloria, arañándome los hombros mientras mi pulgar rodeaba su ano. Su espalda se arqueó, sus pechos rebotaban salvajemente, sus pezones rosados rozaban mis labios. - No puedo, voy a gritar...

- ¡Pues grita, puta! —gruñí en su piel, saboreando la sal del sudor. Mi lengua recorrió el hueco de su garganta mientras mis dedos presionaban más profundamente. Sus paredes internas pulsaban alrededor de mi verga, calientes y frenéticas. - Esta oficina está insonorizada. ¿Te acuerdas?

Gloria se quedó paralizada en medio del movimiento, con sus ojos color azul claro abiertos de par en par. El reconocimiento inundó su mirada: las paredes acolchadas, la puerta gruesa, instalada a petición mía tras las bulliciosas charlas con jefes de plantas depravados y deslenguados. Reconocía las estructuras, sus conocimientos de campo afinando su sonrisa.

• ¡Bastardo! – siseó excitada y enfurecida a la vez, pero sus caderas volvieron a moverse, empujándome más profundamente. - Tú... ¡ah! Lo planeaste...

Su acusación se disolvió en un jadeo ahogado cuando mi pulgar atravesó su estrecho anillo. Se arqueó violentamente, aplastando sus pechos contra mi pecho, y su grito rasgó el aire: agudo, desenfrenado, fuerte. El sonido resonó en las estanterías de madera, mezclándose con el húmedo golpe de la carne contra el cuero.

- No lo hice. - le respondí a la pequeña putita pícara e infiel que seguía besándome. - Fuiste tú quien le dio la espalda a Nelson, ¿Recuerdas?

No se lo reconocería a ella, pero en efecto, lo planeé desde un principio. Sabía que Izzie y Maddie me “vendrían a visitar” una vez que me estableciera en mi nuevo cargo, por lo que una oficina de esquina con amplios ventanales me traería problemas. Y el hecho que la necesitara insonorizada demandaba que fuese un espacio más pequeño, menos transitado para aislarla del ruido.

Luego añadí:

- Además, esto es lo que Nelson quiere. Que tú y yo hablemos. – para después presionarla más profundo contra mi verga, llenándola por completo con cada potente embestida.

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Sus resbaladizas paredes se apretaron a mi alrededor, cada terminación nerviosa gritando. De la nada, mi dedo se deslizó en su ano, explorando a fondo su cavidad anal. Gloria echó la cabeza hacia atrás, un grito primitivo desgarrando sus labios color carmesí.

• ¡Maldición! ¡Marco! – proclamó a los cuatro vientos, confirmando la efectividad de la aislación sonora.

Sus dedos clavaron sangrientas medias lunas en mis hombros mientras sus muslos se aferraban a mis caderas.

Sus ojos, esos hermosos ojos azul claro, se voltearon hacia atrás. La oficina olía a sexo: sudor con aroma a flores, acre de sus uñas, almizcle de mi piel. Fuera de la gruesa ventana, el horizonte de la ciudad se veía borroso. Los teléfonos sonaban débilmente, los teclados hacían clic, las voces murmuraban, todo amortiguado por la respiración agitada de Gloria y el sonido húmedo de la piel contra la piel. Sus pechos redondos rebotaban salvajemente con cada embestida discordante, los pezones duros como guijarros.

- Dile a Nelson - le susurré al oído. – sobre los profundos temas que estamos discutiendo.

Ella se corría a chorros, mientras yo, una vez más, alcanzaba su útero y lo pinchaba una y otra vez con la punta de mi verga. Los gritos de Gloria eran fuertes y animales, algo que ni Nelson ni Oscar habían oído nunca de ella.

• ¡Más profundo! - sollozó, arañándome la espalda con las uñas mientras yo empujaba su cuerpo contra el mío.

Su delgado cuerpo se convulsionó, el sudor goteaba sobre mi camisa, mezclándose con el aire viciado de la oficina. El perfume de las flores nos ahogaba a ambos, espeso como la niebla. Le rodeé la cintura con un brazo, clavándole los dedos en la suave carne sobre el hueso de la cadera, como un ancla posesiva, mientras mi otra mano le acariciaba el ano, ahora resbaladizo y dócil. Ella se estremeció, apretando mi verga como un puño húmedo.

• ¡Ay, Marco! ¡No pares!

21: Consejo amistoso

El sillón de cuero bajo nosotros se oscureció con el sudor, chirriando obscenamente con cada embestida frenética. Sus pechos golpeaban contra mi pecho, sus pezones húmedos y ardientes contra mi piel. Agarré uno y lo retorcí suavemente. Ella gritó, su voz áspera y resonando en las paredes insonorizadas.

• ¡Sí, sí! ¡Más fuerte!

Su labial marrasquino se extendió por mi mandíbula mientras me besaba, con los dientes raspándome la carne. La sangre se acumuló en mi boca, metálica y aguda.

Estábamos atrapados en nuestro pequeño espacio y, de repente, recordé algo que Nelson me había dicho meses atrás: debido a su naturaleza protectora, siempre usaba condón, por miedo a dejar embarazada a Gloria. Sin embargo, desde que reanudamos nuestra aventura, lo hemos estado haciendo a pelo cada vez. Por supuesto, sé que ella también toma anticonceptivos y yo superviso constantemente que mis mujeres tomen la píldora del día después, pero mientras Gloria se movía salvajemente sobre mí, me di cuenta de que nuestra intimidad era mucho más profunda que la que tenía con su propio novio.

Sus dedos temblorosos se arrastraron hacia atrás, agarrándome un puñado de pelo mientras empujaba mi boca con más fuerza contra su pezón.

• ¡Chúpalo! - suplicó con voz excitada. - ¡Marca tu territorio! ¡Reclámalo con fuerza!

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Mi lengua giró sobre él, saboreando el sudor y la carne. Ella se arqueó bruscamente, empalándose más profundo todavía en mí, y un calor húmedo me envolvió por completo. Con cada embestida, su estrecho anillo se estiraba alrededor de mi pulgar, pulsando contra la intrusión. El sudor pegaba sus oscuros rizos a su frente. El aroma era ahora primitivo: su necesidad resbaladiza, el olor a pino y menta penetrante de mi loción para después de afeitar, el cuero quemándose debajo de nosotros.

El teléfono de escritorio sonó de repente, una intrusión mecánica y estridente. Gloria se congeló, sus músculos internos se tensaron en un espasmo paralizante. Gruñí, golpeando hacia arriba en su centro.

- ¡Ignóralo! - le gruñí al oído.

Pero sus ojos se dirigieron hacia la luz roja parpadeante: la extensión de Nelson. El pánico se reflejó en su rostro, rápidamente sustituido por una excitación desafiante. Sus caderas se movieron con más fuerza, frotando mi verga contra su útero. El pulgar en su culo se hundió más adentro, hasta el fondo.

• ¡Deja que lo oiga! – jadeó enloquecida por la calentura. - ¡Deja que oiga cómo me follas!

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Estuve tentado, pero eso sería nuestro fin. No importaba cuánto me follara a Maddie en Recursos Humanos para encubrirlo. Nelson me odiaría y dejaría mi equipo, y el escándalo nos habría obligado a ambos a dimitir, así que no tuve más remedio que dejar que saltara el buzón de voz. Sin embargo, eso significaba que no teníamos mucho tiempo.

Apreté con más fuerza las caderas de Gloria, empujando hacia arriba con golpes cortos y contundentes. Sus nalgas se ondulaban con cada impacto, carne suave y flexible contra mis manos callosas. Su respiración se convirtió en jadeos superficiales, sus ojos azul claro se nublaron mientras la penetraba. El sudor goteaba de mi frente sobre su pecho agitado, mezclándose con el olor metálico de los piercings en los pezones que nunca antes había notado. El horizonte de la ciudad se difuminaba detrás de ella.

La luz del buzón de voz parpadeaba otra vez, constante, acusadora. La sombra de Nelson se cernía sobre ese pequeño punto rojo. El cuerpo de Gloria se tensó a mi alrededor, sus paredes internas se agitaban en señal de protesta o súplica, no sabría decirlo. Me arañó los hombros, sus labios manchados de marrasquino rozaron mi oreja:

• ¡Más rápido!... ¡Por favor! - Su voz sensual se quebró, ronca por los gritos.

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Obedecí, penetrándola con brutal precisión. El sudor empapaba su espalda, donde mi mano la sujetaba contra mí. Sus pezones, duros como piedra, rozaban mi pecho. El olor a sexo e intimidad se mezclaba seductoramente con el olor a mi loción y su perfume de flores. Abajo, mi pulgar trabajaba su ano en lentos círculos, resbaladizo por su propia humedad. Ella se retorció, gritando mientras yo presionaba más profundo allí.

• ¡Sí! ¡Ahí! - Sus caderas se movían contra las mías, siguiendo mi ritmo. El sillón de cuero gemía debajo de nosotros, empapado.

La luz del buzón de voz de Nelson parpadeaba más rápido, insistente, con pánico. Los ojos de Gloria se posaron en ella, pero su cuerpo la traicionó, apretándome con una fuerza imposible. Sus muslos temblaban, resbaladizos por el sudor, mientras rodeaban mis caderas.

• ¡Está... preocupado! - jadeó entre embestidas, con los labios carnosos torcidos en una sonrisa burlona. - Quiere saber... si estamos hablando.

- ¡Pues habla! – gruñí desafiante, empujando más profundo.

Sus paredes internas se contrajeron, ordeñando mi verga mientras ella ahogaba un sollozo. Sus pezones sudados rozaban mi pecho, piel suave y húmeda sobre piel ardiente. El olor a cuero magullado y piel salada espesaba el aire.

La luz del buzón de voz de Nelson insistía. La sonrisa burlona de Gloria se desvaneció. Sus caderas se tambalearon, pero mi mano se aferró a su cintura, obligándola a bajar.

- ¡Concéntrate! - gruñí.

El sudor se acumulaba en el hueco de su garganta. Lo lamí: sal, flores, pánico. Sus dedos se clavaron en mi cuero cabelludo.

• ¡Llama porque se preocupa! – jadeó conmovida, pero su cuerpo se arqueó, haciéndome penetrar más profundamente. - Dile... ¡Ah! que estamos... conversando.

Cogí el teléfono, tratando de mantener la voz firme, en vista que Nelson no iba a parar.

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- ¿Hola? – pregunté descarado, con Gloria todavía encima de mí y yo todavía dentro de ella.

> ¡Hola, Marco! - respondió Nelson con vacilación. - ¿Ha venido Gloria a verte?

La miré, todavía sonrojada, con los pechos desnudos jadeando.

- Sí. - mentí, con una voz anormalmente firme.

Gloria abrió mucho más los ojos, desafiante. Apretó los músculos internos alrededor de mi pene, profundamente enterrado en ella, con un apretón lento y deliberado que me dejó sin aliento. El sudor le resbalaba por las sienes y caía sobre mi pecho.

- Estamos... terminando. – le expliqué mientras ella me atacaba a sentones.

Nelson hizo una pausa, ajeno a los sonidos húmedos que producía Gloria al mover las caderas y frotarse contra mí.

> ¿Parecía dispuesta a hablar del tema? - preguntó, con la esperanza quebrando su voz.

- Bueno... ahora está más abierta. - dije, sintiendo cómo me apretaba involuntariamente.

Nelson suspiró profundamente, con alivio inundando la línea.

> ¡Gracias a Dios! ¡Ha estado tan distante! - Su voz se tensó alrededor de una súplica tácita. - ¿Te ha explicado por qué?

- Tiene... algo muy grande dentro de ella. - dije, notando cómo cerraba los ojos al sentir mi punta presionando su útero.

Las caderas de Gloria se movían lentamente, provocativamente, mientras la voz de Nelson crepitaba a través del receptor. Sus manos se deslizaron detrás de ella, encontrando mis muslos debajo de su falda. Se inclinó hacia adelante, presionando sus pechos contra mi pecho, sus labios rozando mi mandíbula.

- Pero cada vez está más clara… al menos sabe lo que quiere. - añadí.

Los dedos de Gloria se deslizaron entre sus piernas, frotando lentamente en círculos alrededor de la base de mi pene, aún enterrado dentro de ella. Su respiración se cortó; yo apreté los dientes.

> Bien —murmuró Nelson—. Es solo que... la echo de menos.

El dolor crudo en su voz me retorció las entrañas. Gloria tiró de mi mano libre hacia su garganta húmeda, guiando mis dedos para que le agarraran el cuello.

> A veces me preocupa que se sienta... vacía. - Su pulso latía con fuerza contra mi palma mientras me apretaba con más fuerza desde dentro—. Que yo no sea suficiente para ella.

Los ojos de Gloria parpadearon, burlonamente dulces, mientras arrastraba mi pulgar por sus labios manchados de marrasquino. Sentí su calor resbaladizo antes de que lo succionara profundamente en su boca, con la lengua girando. El sonido húmedo y amortiguado resonó en el auricular. Nelson se detuvo.

> ¿Qué fue eso?

- Era un caramelo. - mentí sobre la marcha. - Gloria me acaba de dar uno y lo acabo de probar. ¿Quieres hablar con ella?

Gloria se quedó inmóvil encima de mí, apretándome con su sexo.

> ¿Sigue ahí contigo? - preguntó él, preocupado por si ella lo había oído y se sentía vulnerable (lo cual era así).

• S-sí. - susurró Gloria suavemente en mi oído, con el cuerpo temblando mientras mi pulgar se deslizaba húmedo desde su boca.

Sus caderas dieron una sacudida involuntaria, hundiéndome hasta casi el fondo; un jadeo se escapó de sus labios antes de que pudiera reprimirlo.

Nelson dudó, la línea crepitaba.

> ¿Podría... hablar con ella? ¿Por favor? - El anhelo en su voz era intenso, vulnerable.

Los ojos azul claro de Gloria se abrieron de par en par, y el pánico se reflejó en su rostro. Sacudió la cabeza frenéticamente, con los rizos empapados de sudor pegados a las sienes. Sus dedos se clavaron en mi pierna, una súplica silenciosa.

• No lo hagas. - Sus paredes internas palpitaban a mi alrededor, resbaladizas y exigentes.

Pero sabía que, si no lo hacía, Gloria prolongaría mi agonía.

- ¡Sí, amigo! - respondí, para horror de Gloria.

Cuando le pasé el auricular, Gloria apretó mi pene con más fuerza, atrapándolo más profundo. Sus pechos temblaban a pocos centímetros de mi cara: pintalabios manchado, pezones lamidos y endurecidos. La voz metálica de Nelson se filtró por el altavoz:

> ¿Gloria? ¿Cariño?

Sus nudillos se pusieron blancos alrededor del teléfono. El sudor goteaba entre sus omóplatos desnudos.

• Nelson. – susurró irritada, con una voz anormalmente aguda. Sus caderas se movían en lentos círculos bajo la falda, una provocación deliberada que solo yo podía sentir. - ¿Qué pasa?

Una gota de sudor le recorrió la espalda y desapareció en la hendidura de su culo, que seguía presionado contra mi regazo.

El aliento de Nelson crepitaba a través del auricular.

> Te echaba de menos. - Su voz temblaba.

Los ojos azul claro de Gloria se clavaron en los míos, con las pupilas dilatadas. Se mordió el labio inferior con tanta fuerza que sus dientes quedaron manchados de rojo marrasquino.

> ¿Marco te ayudó? - insistió Nelson.

A sus espaldas, los dedos de Gloria se deslizaron entre sus muslos, frotando lentamente y con suavidad la punta de mi pene enterrada en su interior. Contuve un gemido. Su sonrisa era puro veneno.

21: Consejo amistoso

• ¡Oh, muchísimo! - ronroneó Gloria al teléfono.

Sus caderas se levantaron ligeramente, con una lentitud agonizante, antes de volver a estrellarse contra mí. El cuero chirrió. El sudor goteaba entre sus pechos. Nelson suspiró aliviado.

> Bien. Suenas... diferente.

Su mano libre me agarró del pelo, forzando mis labios contra su pezón. Una carne cálida y suave recibió mi lengua.

• Estrés. - logró decir, con la respiración entrecortada. - Marco ha sido... minucioso conmigo.

Sus dedos se deslizaron detrás de ella, sumergiéndose profundamente en su propia humedad mientras se balanceaba contra mis embestidas.

• Me mostró... perspectiva. - Cada palabra estaba puntuada por un agudo jadeo que disimulaba como una tos.

Nelson hizo una pausa.

> Respiras con dificultad, ¿Estás llorando?

La risa de Gloria sonó entrecortada, rayando en la histeria.

• ¿Lágrimas? No. Sudor. - Se recostó contra mí, frotando su clítoris contra mi hueso púbico mientras sus dedos chapoteaban. – Marco trabaja muy duro... para encontrar soluciones.

Su mano libre agarró mi muñeca, guiando mi pulgar de vuelta a su ano hinchado. Presionó con fuerza, hundiéndome hasta los nudillos justo cuando Nelson susurró:

> ¡Te quiero!

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Su cuerpo se tensó. Un grito silencioso la atravesó mientras su sexo se apretaba alrededor de mí como una súcubo, con los músculos internos palpitando salvajemente. El sudor empapaba el sillón de cuero que teníamos debajo, acumulándose donde sus muslos se unían con los míos. Dejó caer el teléfono, que cayó ruidosamente sobre la alfombra mientras arqueaba violentamente la espalda. El pintalabios marrasquino se extendió por mi clavícula como pintura de guerra.

• ¡Dios, Nelson! - jadeó, con la voz quebrada y áspera, no por las lágrimas, sino por la brutal fuerza de su clímax.

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Sus uñas me arañaron el pelo, frotando mi cara contra el valle resbaladizo entre sus pechos. Abajo, mi pulgar permaneció enterrado en su culo, su anillo palpitante espasmódico contra la intrusión.

• ¡Yo... también te quiero! - La mentira se le escapó descontrolada, mirándome profundamente a los ojos, con una voz cargada de placer no expresado, mientras me cabalgaba con más fuerza. Apretó los ojos, con las pestañas húmedas. -¡Tanto...!

El auricular yacía abandonado sobre la alfombra, la voz metálica de Nelson resonaba en la habitación:

> ¿Gloria? ¿Estás bien?

Pero ella no lo oía. El sudor goteaba desde su barbilla hasta mi pecho. Sus caderas se movían como un pistón, golpeando mi verga hasta que el cuero gemía bajo nosotros. Sus pezones húmedos y ardientes rozaban mi piel con cada embestida discordante. El olor era feroz: sudor, sexo y el aroma acre del cuero magullado.

Logré coger el auricular, lanzándole miradas asesinas a Gloria mientras me cabalgaba.

- Lo siento, hermano... está muy emocional ahora mismo.

> Es comprensible. - La voz de Nelson se volvió más grave, llena de sincera simpatía. - Dile... dile que esta noche le compraré esos macarrones de coco que le gustan.

Gloria echó la cabeza hacia atrás y se mordió el labio pintado de color marrasquino para reprimir un gemido. Sus caderas se movían en círculos lentos y deliberados, cada giro empujaba mi verga más profundamente contra su útero. El sudor le goteaba por la espalda, acumulándose donde me montaba a horcajadas. Bajo su falda, mi pulgar permanecía alojado en su ano espasmódico, su calor palpitante resbalaba contra mi nudillo. Ella clavó sus uñas en mi hombro.

- Sí... creo que le gusta. - logré responder, sintiendo la ola de placer en mi verga.

Pero Gloria no había terminado. Levantó lentamente las caderas, permitiendo que la punta de mi verga resbaladiza le provocara la entrada antes de deslizarse hacia abajo, centímetro a centímetro, hasta llenarla por completo. La voz de Nelson crepitó con ansiedad:

> ¿Está llorando? Suena... suena duro.

- Sí... estamos tocando cosas muy profundas. - logré decir, presionando su útero y dejando que se envolviera alrededor de mi punta. - Cosas que casi la destrozan.

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Gloria arrastró sus uñas por mi pecho, dejando finas gotas de sangre antes de estrellar sus caderas contra las mías con renovada ferocidad. El cuero crujió bajo nosotros. El sudor goteaba sobre el auricular abandonado, donde resonaba la voz metálica de Nelson:

> ¡Sé delicado con ella! - sin darse cuenta de que ella se estaba empalando salvajemente.

Sus caderas se movían como un pistón, y su piel resbaladiza golpeaba rítmicamente contra la mía. El aroma era abrumador: sudor con aroma a flor, algo dulce de su pintalabios y el almizcle de nuestros cuerpos unidos. Afuera, el atardecer pintaba el horizonte de naranja a través de las ventanas insonorizadas, un testigo silencioso.

- Lo estoy intentando, hermano, pero ella es demasiado intensa. - respondí justo cuando ella dejaba escapar un suave gemido.

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Gloria se inclinó hacia delante bruscamente, presionando su frente sudorosa contra la mía mientras sus muslos se apretaban con fuerza alrededor de mí. Sus pechos se aplastaron contra mi pecho, el ardor de sus pezones marcando mi piel.

• Dile... - susurró contra mis labios, con su aliento caliente y dulce manchado de cereza. -Dile que necesito... terminar esto.

Sus caderas comenzaron a moverse en círculos lentos y tortuosos, arrastrando mi verga palpitante contra sus hinchadas paredes internas. El sudor goteaba desde su barbilla hasta mi clavícula. La voz ansiosa de Nelson zumbaba desde el suelo como una mosca atrapada:

21: Consejo amistoso

> ¿Terminar? ¿Ha dicho terminar? - mientras los dedos de Gloria se clavaban en mi cuero cabelludo, forzando mi boca contra la suya en un beso silenciador.

- Sí, terminar. – respondí agitado, tratando de pensar que mi verga no estaba dentro del paraíso. - Sobre lo de Cristina... (suspiré)... Le dije que no la habías engañado... pero es duro... para ella... entenderlo.

La sonrisa de Gloria era venenosa. Se balanceó con más fuerza, apretándome rítmicamente mientras me susurraba al oído:

• ¡No pares!

Su respiración se cortó cuando la voz de Nelson tembló a través del auricular:

> ¿Cristina? ¿De informática? Marco, ya le dije que...

- No puede evitar sentir celos... - le interrumpí mientras ella se movía frenéticamente sobre mí. - Sus enormes pechos... su seductor trasero...

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Y, en un giro aún más profundo del destino, Gloria se sintió realmente celosa al ver que yo me excitaba más al pensar en Cristina, lo que hizo que sus movimientos fueran aún más erráticos.

Los ojos de Gloria ardían, como un fuego azul puro, mientras la voz de Nelson salía entrecortada por el auricular.

> ¿Seductora? ¡Gloria es perfecta! - La ironía llenaba el aire más espeso que el sudor.

Sus caderas se estrellaron contra mí, frotándose hasta lo más profundo mientras siseaba:

• ¡Cállate ya! - Sus dedos me arañaron la mandíbula, obligándome a mirar sus pechos rebotando, con los pezones brillando alzados como acusaciones.

Abajo, ella me cabalgaba furiosamente, cada embestida puntuada por sonidos húmedos y vulgares que Nelson, afortunadamente, no podía oír.

• Solo piensa en mí. - susurró con voz baja y celosa. - Solo en mí.

Se acercaba su clímax, una tormenta temblorosa que tensaba cada músculo, sus paredes apretándome como un puño alrededor de una piedra. El sudor se mezclaba con sus lágrimas manchadas de marrasquino.

Nelson susurró:

> Por favor, dile que ella lo es todo para mí. - Justo cuando Gloria arqueó el cuerpo.

Un grito silencioso le desgarró la garganta. Su sexo se convulsionó violentamente, como un pulso ahogado, antes de desplomarse sobre mí. Su mejilla presionó mi pecho, sus labios mancharon de rojo mi piel.

• Él cree... que soy todo. - jadeó, con una risa amarga ahogada.

Abajo, se acumulaba un calor resbaladizo; su ano se agitaba contra mi pulgar. El aroma - flores, pino, sexo— llenaba la oficina como una confesión.

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> ¡Eres increíble, amor! ¡Eres increíble! - Nelson se subió al carro de la victoria esperanzado.

Sorprendentemente, Gloria comenzó a alcanzar el clímax mientras él hablaba.

> ¡Eres la mujer más sexy que he conocido!

• ¡Ahhh! ¿La mujer más sexy que has conocido? - preguntó Gloria sintiendo un gran orgasmo. - ¡Cuéntame más!

Su voz se quebró, mitad gemido, mitad desafío, mientras los sinceros elogios de Nelson salían del auricular abandonado. Sus caderas se sacudieron contra las mías, sus muslos resbaladizos temblaban donde sujetaban mis caderas. Los rizos empapados de sudor se pegaban a sus sienes mientras sus paredes internas se apretaban en pulsaciones rítmicas, ordeñando mi verga más profundamente con cada contracción. La voz metálica de Nelson continuó:

> ¡Tus ojos, Gloria! Como fuego azul. - justo cuando sus labios manchados de marrasquino se abrieron en un grito silencioso y sus ojos azul claro se voltearon hacia atrás mientras otro estremecimiento recorría su cuerpo.

La sangre brotó donde sus dientes mordieron su labio inferior, metálica y afilada en mi lengua cuando la besé.

• ¡Oh, sí! ¡Oh, sí! ¡Nelson, sigue diciéndolo! - gritó Gloria abiertamente mientras me cabalgaba hasta el fondo.

Sus caderas se movían con fuerza, de forma imprudente y voraz, mientras Nelson le dedicaba elogios frenéticos desde la alfombra:

> ¡Tus labios, nena! ¡Tan carnosos y perfectos!

Gloria echó la cabeza hacia atrás y frotó su clítoris contra mí con movimientos circulares desesperados, mientras sus pezones perforados reflejaban la luz moribunda.

> ¡Esa cintura! ¡La mujer más sexy del mundo!

Su sexo se tensaba con cada palabra, con pulsaciones agitadas que se intensificaban hasta convertirse en violentas contracciones que apretaban mi verga más profundamente. El sudor se acumulaba en el hueco de su garganta; lo lamí —sudor, traición— mientras Nelson susurraba:

> Solo tuyo, Gloria.

Su clímax la atravesó, un grito silencioso que le desgarró los labios, justo cuando Nelson se atragantaba:

> ¡Por favor, perdóname!

Sus paredes internas se apretaron como un puño alrededor de mi miembro, oleadas implacables ordeñándome. Abajo, su ano pulsaba contra mi pulgar, aún enterrado dentro de ella. No pude contenerme. Con un gemido entrecortado, la inundé, pulso tras pulso caliente llenando su sexo mientras la voz de Nelson suplicaba perdón a través del altavoz. El cuerpo de Gloria se arqueó de forma imposible, temblores sacudiendo su delgado cuerpo mientras recibía cada chorro.

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Derrumbándose contra mi pecho, sus rizos sudorosos se pegaron a mi piel. La voz metálica de Nelson resonó:

> ¿Puedo arreglarlo?

Gloria contuvo el aliento, suave, casi tierno, mientras se llevaba el auricular a los labios manchados de cereza.

• ¡Sí! – susurró suave, con la voz quebrada y sedosa por una dulzura artificial. - ¡Te perdono, Nelson!

Su pulgar trazó círculos en mi muslo sudoroso bajo su falda, mientras mi verga permanecía enterrada profundamente dentro de ella, aun temblando.

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• Esta noche, - prometió suavemente. - Empezaremos de nuevo.

Nelson suspiró, aliviado.

> Gracias, cariño.

La línea se cortó. Gloria dejó caer el teléfono sobre la alfombra, con un ruido sordo en el repentino silencio. Sus pestañas revolotearon mientras movía las caderas, lenta y deliberadamente, exprimiendo las últimas gotas de mi verga, que se estaba ablandando. El sudor se acumulaba entre sus pechos.

• ¡Pobre Nelson! - suspiró en mi clavícula, con los labios rozando mi piel. - Tan ansioso. Tan... reemplazable.

Su lengua rozó mi pezón, con un movimiento rápido y repentino.

- Sí, pero sabes que no podemos seguir viéndonos así. - le dije mientras la abrazaba. - Estoy casado y Nelson es mi mano derecha.

Gloria movió lentamente las caderas, presionando sus pechos desnudos contra mi pecho mientras mi pene, ya flácido, permanecía enterrado dentro de ella. El sudor se enfriaba sobre nuestra piel, llenando el aire con un aroma salado y el intenso olor del sexo.

• Pero eso es lo que lo hace tan... exquisito. - susurró contra mi clavícula, con su aliento caliente y dulce como el marrasquino de sus labios. - Oír a Nelson decir esas cosas tan bonitas mientras me abres en dos.

Sus dedos trazaban círculos ociosos en mi muslo bajo su falda arrugada, su pulgar rozando el lugar donde su propia humedad se acumulaba en mi piel. Abajo, se apretó deliberadamente a mi alrededor, un fantasma de placer recorriendo sus músculos agotados. El sofá de cuero crujía bajo nosotros, pegajoso y manchado de jugos como arte abstracto. El auricular del teléfono yacía muerto sobre la alfombra persa, su luz apagada y satisfecha con su última respuesta: Esta noche

Cuando consiguió apartarse de mí, se quedó mirando mi verga, mordiéndose el labio. Yo seguía hinchado y duro, pero también sabía lo que estaba en juego.

- Piensa en mí cuando estés a punto de follar con Nelson. - le dije, subiéndome los calzoncillos.

• ¿Qué te hace pensar que no lo hago? - respondió con ojos risueños.

Sus largas piernas se desplegaron bajo la falda mientras se deslizaba del sofá, con los pies descalzos pisando silenciosamente la alfombra. Cuando se giró, el crepúsculo pintó su delgado cuerpo a través de las ventanas insonorizadas, recortando la silueta de sus caderas, que aún temblaban ligeramente por el esfuerzo. El sudor brillaba en su clavícula. No se molestó en volver a ponerse la blusa; en cambio, deslizó los dedos manchados de marrasquino por su cintura, deteniéndose en la tela húmeda que se amontonaba alrededor de sus muslos.

• Siento tu sabor. - susurró con voz ronca. - Siempre.

Sacó la lengua, lenta y deliberadamente, y lamió el lugar donde sus propios fluidos cubrían sus dedos.

Mentiría si dijera que no me volví a excitar al verla. Pero ella me sonrió con picardía.

• Tengo una cita para cenar esta noche. - suspiró Gloria, subiéndose las bragas con una lentitud agonizante.

La seda rozaba su piel húmeda mientras alisaba la tela arrugada sobre sus muslos temblorosos. Sus dedos temblaban ligeramente, la única traición a las réplicas que aún la recorrían, mientras abrochaba el corchete del sujetador con deliberada precisión. Cada clic metálico resonaba en la silenciosa oficina.

La observé con un nudo en la garganta. El sudor me escurría por la frente mientras Gloria recogía su blusa de mi sillón de escritorio, el mismo sillón de cuero que ahora brillaba con los fluidos acumulados donde me había montado unos minutos antes. Se la colocó sobre los hombros desnudos como un sudario, dejando los botones desabrochados. El aire fresco de la noche se colaba por las ventanas insonorizadas, trayendo el leve aroma de la brisa y los gases de escape de las calles de abajo. Se mezclaba inquietantemente con el aroma a sexo que aún impregnaba la oficina.

21: Consejo amistoso

• Ha estado bien. – dijo con voz seductora. Femenina. - Quizás por fin consiga convencerlo de que me folle por el culo.

Sentí un nudo en la garganta mientras la veía caminar, contoneando las caderas hacia la puerta.


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