Esa frase de Camila, "déjamelo a mí", quedó resonando en mi cabeza toda la noche. Por un lado, sentía ese nudo de celos en el estómago que me acompañó siempre, pero por otro, la excitación era algo que nunca había experimentado con tanta intensidad.
Pasaron un par de días hasta que volvimos al gimnasio. Esta vez, ella eligió una de las calzas push-up más ajustadas que le regalé, una de color azul eléctrico que, con cada paso que daba, hacía que todas las miradas se desviaran hacia ella. Yo trataba de concentrarme en mi rutina, pero mis ojos no podían despegarse del espejo, buscándolo a él: a Lucas, el profesor.

No tardó mucho en aparecer. Lucas se acercó a Camila mientras ella hacía sentadillas. Yo estaba a unos metros, haciendo bíceps, simulando desinterés, pero con el corazón a mil.

Vi cómo Lucas se posicionaba detrás de ella, supuestamente para "corregirle la postura". Le puso las manos en la cintura y se inclinó para susurrarle algo al oído. Camila, lejos de ponerse tensa, se rió y le respondió algo que no pude escuchar, pero lo miró de una forma que nunca antes había visto.
En un momento, ella se dio vuelta y me buscó con la mirada. Me sostuvo la vista unos segundos mientras él seguía hablándole, como asegurándose de que yo estuviera viendo todo. Fue ahí cuando supe que ella ya no estaba jugando; estaba ejecutando el plan que yo mismo había iniciado.
Al terminar la serie, Lucas le dio una palmada amistosa en el hombro, pero su mano bajó un poco más de lo necesario por su espalda. Ella no se quejó. Al contrario, antes de alejarse hacia las máquinas de cardio, se acercó a mí y me dijo por lo bajo:
—"¿Viste eso? Me pidió el número para pasarme una 'dieta personalizada'. ¿Qué decís, se lo paso?"
Sentí un fuego interno. La mezcla de propiedad, morbo y el miedo a lo desconocido me estaba volviendo loco.
—"Pasaselo", le dije con la voz un poco quebrada. "A ver hasta dónde llega el profe".
Esa misma noche, estábamos en el sofá viendo una película cuando el celular de Camila vibró. Ella lo miró, sonrió y me lo mostró de reojo. Era un mensaje de WhatsApp de un número desconocido, pero la foto de perfil era Lucas, sin remera, mostrando el físico que tanto la había hecho dudar.
Mensaje de Lucas: "Hola Cami, soy Lucas del gym. Me quedé pensando en la técnica de hoy... tenés mucho potencial, pero hay que trabajar ese cuerpo más de cerca. ¿Te parece si mañana nos quedamos un rato después del cierre y te ayudo?"
Camila me miró esperando mi reacción. El "juego" ya había pasado a la vida real. Ella empezó a escribir, pero antes de darle a enviar, me preguntó:
—"Si voy, sabés que esto ya no es solo una charla, ¿no, Iván? ¿Estás seguro de que querés ver esto?"
Camila me miró fijamente, sus ojos verdes brillando con una mezcla de desafío y excitación. La seriedad en su voz me hizo tragar saliva.
—"Si voy, sabés que esto ya no es solo una charla, ¿no, Iván? ¿Estás seguro de que querés ver esto?"
La pregunta retumbó en mi cabeza. Una parte de mí quería gritarle que no fuera, que cancelara todo. Pero la otra, la más fuerte, la que había encendido este juego, me impulsaba a seguir.
—"Andá", le respondí, con un hilo de voz que no reconocía. "Pero volvé y contame todo, hasta el más mínimo detalle."
Ella sonrió, una sonrisa que era mitad traviesa y mitad triunfante. Al día siguiente, para ir al gimnasio, se puso la calza roja que le quedaba increíble. Era ajustadísima y, con cada movimiento, hacía que su culo se viera aún más voluminoso. Me dio un beso en la boca, algo que se sintió extrañamente diferente, y salió por la puerta.

Las horas que siguieron fueron una tortura. Revisaba el celular cada cinco minutos, esperando un mensaje de ella, una señal, cualquier cosa. No llegó nada. Mi imaginación volaba, pintando escenarios que me ponían al borde de la locura.
Finalmente, recibí un mensaje. No era una foto, ni un audio. Era un simple texto de Camila:
Mensaje de Camila: "Lucas es muy simpático, estuvimos haciendo una rutina especial. Me invitó a tomar algo a su casa después del gimnasio. Dijo que tiene unas bebidas que me van a gustar. ¿Qué hago?"
El corazón me dio un vuelco. La casa de Lucas. Esa era la escala que yo había deseado, pero ahora que estaba sucediendo, sentía una mezcla de pánico y una excitación incontrolable.
—"Andá", le respondí casi al instante. "Pero ojo con lo que tomás y contame todo después."
Esa noche, la espera fue aún peor. No hubo mensajes durante horas. Me imaginaba a Camila riendo con Lucas, él mostrándole su departamento, las bebidas... y luego, mi mente iba más allá, a escenarios que me provocaban una punzada de dolor y un escalofrío de placer al mismo tiempo.

Cuando finalmente regresó, ya era de madrugada. Entró sigilosamente a la habitación, pensando que estaba dormido. Fingí seguir durmiendo mientras ella se cambiaba y se acostaba a mi lado. El olor a perfume masculino, no el mío, era apenas perceptible.
Al día siguiente, cuando le pregunté, ella me contó todo con una calma que me sorprendió. Detalles de la conversación, la música que escucharon, las bebidas que tomaron. Pero lo que no me contó, lo que no dijo, lo sentía en el aire. La tensión sexual entre ellos había sido palpable, y yo, sin estar presente, lo sentía con una claridad aterradora.
Esa semana fue extraña. Los dos seguíamos yendo al gimnasio, Lucas siempre atento con Camila. Yo, como un espectador silencioso, observaba cómo la química entre ellos crecía. Las miradas, las risas cómplices, las "correcciones" de Lucas que cada vez se extendían más.
Una noche de viernes, Camila me propuso:
—"¿Y si salimos a bailar, nosotros tres? Lucas me dijo que le gustaría ir a conocer el boliche al que vamos. Podríamos ir los tres juntos."
La idea de verla bailar con Lucas, en un boliche, con luces tenues y música fuerte, me revolvió el estómago. Pero a la vez, el morbo era demasiado grande.
—"Sí, vamos", le dije. "Será divertido."
Y así fue como los tres terminamos en el boliche esa noche. Camila estaba radiante con su vestido negro corto, que resaltaba cada curva de su figura. Lucas, con una camisa blanca ajustada, no paraba de mirarla.
Al principio, estábamos los tres conversando y tomando algo en la barra.

Me dio ganas de ir al baño, dije: "Che, Lucas, ¿me acompañás al baño un segundo?"
Él ni siquiera se molestó en fingir cortesía. Se acomodó en la banqueta, clavó sus ojos en el escote de Camila y soltó una risita seca mientras negaba con la cabeza.—"No, andá tranquilo, Iván. Yo me quedo acá cuidándola... no sea cosa que algún desubicado la moleste."
Lo dijo con una seguridad que me dejó helado. Me estaba marcando el territorio en mi cara, tratándome casi como a un estorbo que interrumpía su momento con ella. Camila no dijo nada, solo le dedicó una sonrisa de costado y tomó un sorbo de su trago sin dejar de mirarlo. Esa negativa de Lucas fue el permiso que yo necesitaba para soltar el control.

Cuando volví, después de esos minutos donde mi cabeza no paraba de imaginar lo que estarían hablando, la escena en la pista era exactamente lo que sospechaba, pero más intensa.
Ya no estaban en la barra. Estaban en medio de la gente, donde la luz apenas llegaba. Lucas la tenía agarrada de la cintura con una fuerza posesiva, y ella, mi Camila, estaba completamente entregada al ritmo de su cuerpo. El perreo era lento, sucio, cada vez que la música bajaba el tempo, ellos se pegaban más.
Sentí una mezcla de humillación y un deseo incontrolable. Al haberme "rechazado" para ir al baño, Lucas había tomado el mando de la situación. Yo ya no era el novio que presentaba a un amigo; ahora era el espectador de cómo ese tipo se estaba adueñando de ella frente a todo el mundo.

CONTINUARÁ
Pasaron un par de días hasta que volvimos al gimnasio. Esta vez, ella eligió una de las calzas push-up más ajustadas que le regalé, una de color azul eléctrico que, con cada paso que daba, hacía que todas las miradas se desviaran hacia ella. Yo trataba de concentrarme en mi rutina, pero mis ojos no podían despegarse del espejo, buscándolo a él: a Lucas, el profesor.

No tardó mucho en aparecer. Lucas se acercó a Camila mientras ella hacía sentadillas. Yo estaba a unos metros, haciendo bíceps, simulando desinterés, pero con el corazón a mil.

Vi cómo Lucas se posicionaba detrás de ella, supuestamente para "corregirle la postura". Le puso las manos en la cintura y se inclinó para susurrarle algo al oído. Camila, lejos de ponerse tensa, se rió y le respondió algo que no pude escuchar, pero lo miró de una forma que nunca antes había visto.
En un momento, ella se dio vuelta y me buscó con la mirada. Me sostuvo la vista unos segundos mientras él seguía hablándole, como asegurándose de que yo estuviera viendo todo. Fue ahí cuando supe que ella ya no estaba jugando; estaba ejecutando el plan que yo mismo había iniciado.
Al terminar la serie, Lucas le dio una palmada amistosa en el hombro, pero su mano bajó un poco más de lo necesario por su espalda. Ella no se quejó. Al contrario, antes de alejarse hacia las máquinas de cardio, se acercó a mí y me dijo por lo bajo:
—"¿Viste eso? Me pidió el número para pasarme una 'dieta personalizada'. ¿Qué decís, se lo paso?"
Sentí un fuego interno. La mezcla de propiedad, morbo y el miedo a lo desconocido me estaba volviendo loco.
—"Pasaselo", le dije con la voz un poco quebrada. "A ver hasta dónde llega el profe".
Esa misma noche, estábamos en el sofá viendo una película cuando el celular de Camila vibró. Ella lo miró, sonrió y me lo mostró de reojo. Era un mensaje de WhatsApp de un número desconocido, pero la foto de perfil era Lucas, sin remera, mostrando el físico que tanto la había hecho dudar.
Mensaje de Lucas: "Hola Cami, soy Lucas del gym. Me quedé pensando en la técnica de hoy... tenés mucho potencial, pero hay que trabajar ese cuerpo más de cerca. ¿Te parece si mañana nos quedamos un rato después del cierre y te ayudo?"
Camila me miró esperando mi reacción. El "juego" ya había pasado a la vida real. Ella empezó a escribir, pero antes de darle a enviar, me preguntó:
—"Si voy, sabés que esto ya no es solo una charla, ¿no, Iván? ¿Estás seguro de que querés ver esto?"
Camila me miró fijamente, sus ojos verdes brillando con una mezcla de desafío y excitación. La seriedad en su voz me hizo tragar saliva.
—"Si voy, sabés que esto ya no es solo una charla, ¿no, Iván? ¿Estás seguro de que querés ver esto?"
La pregunta retumbó en mi cabeza. Una parte de mí quería gritarle que no fuera, que cancelara todo. Pero la otra, la más fuerte, la que había encendido este juego, me impulsaba a seguir.
—"Andá", le respondí, con un hilo de voz que no reconocía. "Pero volvé y contame todo, hasta el más mínimo detalle."
Ella sonrió, una sonrisa que era mitad traviesa y mitad triunfante. Al día siguiente, para ir al gimnasio, se puso la calza roja que le quedaba increíble. Era ajustadísima y, con cada movimiento, hacía que su culo se viera aún más voluminoso. Me dio un beso en la boca, algo que se sintió extrañamente diferente, y salió por la puerta.

Las horas que siguieron fueron una tortura. Revisaba el celular cada cinco minutos, esperando un mensaje de ella, una señal, cualquier cosa. No llegó nada. Mi imaginación volaba, pintando escenarios que me ponían al borde de la locura.
Finalmente, recibí un mensaje. No era una foto, ni un audio. Era un simple texto de Camila:
Mensaje de Camila: "Lucas es muy simpático, estuvimos haciendo una rutina especial. Me invitó a tomar algo a su casa después del gimnasio. Dijo que tiene unas bebidas que me van a gustar. ¿Qué hago?"
El corazón me dio un vuelco. La casa de Lucas. Esa era la escala que yo había deseado, pero ahora que estaba sucediendo, sentía una mezcla de pánico y una excitación incontrolable.
—"Andá", le respondí casi al instante. "Pero ojo con lo que tomás y contame todo después."
Esa noche, la espera fue aún peor. No hubo mensajes durante horas. Me imaginaba a Camila riendo con Lucas, él mostrándole su departamento, las bebidas... y luego, mi mente iba más allá, a escenarios que me provocaban una punzada de dolor y un escalofrío de placer al mismo tiempo.

Cuando finalmente regresó, ya era de madrugada. Entró sigilosamente a la habitación, pensando que estaba dormido. Fingí seguir durmiendo mientras ella se cambiaba y se acostaba a mi lado. El olor a perfume masculino, no el mío, era apenas perceptible.
Al día siguiente, cuando le pregunté, ella me contó todo con una calma que me sorprendió. Detalles de la conversación, la música que escucharon, las bebidas que tomaron. Pero lo que no me contó, lo que no dijo, lo sentía en el aire. La tensión sexual entre ellos había sido palpable, y yo, sin estar presente, lo sentía con una claridad aterradora.
Esa semana fue extraña. Los dos seguíamos yendo al gimnasio, Lucas siempre atento con Camila. Yo, como un espectador silencioso, observaba cómo la química entre ellos crecía. Las miradas, las risas cómplices, las "correcciones" de Lucas que cada vez se extendían más.
Una noche de viernes, Camila me propuso:
—"¿Y si salimos a bailar, nosotros tres? Lucas me dijo que le gustaría ir a conocer el boliche al que vamos. Podríamos ir los tres juntos."
La idea de verla bailar con Lucas, en un boliche, con luces tenues y música fuerte, me revolvió el estómago. Pero a la vez, el morbo era demasiado grande.
—"Sí, vamos", le dije. "Será divertido."
Y así fue como los tres terminamos en el boliche esa noche. Camila estaba radiante con su vestido negro corto, que resaltaba cada curva de su figura. Lucas, con una camisa blanca ajustada, no paraba de mirarla.
Al principio, estábamos los tres conversando y tomando algo en la barra.

Me dio ganas de ir al baño, dije: "Che, Lucas, ¿me acompañás al baño un segundo?"
Él ni siquiera se molestó en fingir cortesía. Se acomodó en la banqueta, clavó sus ojos en el escote de Camila y soltó una risita seca mientras negaba con la cabeza.—"No, andá tranquilo, Iván. Yo me quedo acá cuidándola... no sea cosa que algún desubicado la moleste."
Lo dijo con una seguridad que me dejó helado. Me estaba marcando el territorio en mi cara, tratándome casi como a un estorbo que interrumpía su momento con ella. Camila no dijo nada, solo le dedicó una sonrisa de costado y tomó un sorbo de su trago sin dejar de mirarlo. Esa negativa de Lucas fue el permiso que yo necesitaba para soltar el control.

Cuando volví, después de esos minutos donde mi cabeza no paraba de imaginar lo que estarían hablando, la escena en la pista era exactamente lo que sospechaba, pero más intensa.
Ya no estaban en la barra. Estaban en medio de la gente, donde la luz apenas llegaba. Lucas la tenía agarrada de la cintura con una fuerza posesiva, y ella, mi Camila, estaba completamente entregada al ritmo de su cuerpo. El perreo era lento, sucio, cada vez que la música bajaba el tempo, ellos se pegaban más.
Sentí una mezcla de humillación y un deseo incontrolable. Al haberme "rechazado" para ir al baño, Lucas había tomado el mando de la situación. Yo ya no era el novio que presentaba a un amigo; ahora era el espectador de cómo ese tipo se estaba adueñando de ella frente a todo el mundo.

CONTINUARÁ
5 comentarios - Mi comienzo como cornudo parte 2