En el corazón palpitante de La Habana, bajo las luces rojas y humeantes de un salón de baile decadente, Elena, una mujer de treinta y cinco años con tetas voluptuosas que se desbordaban de su escote y un culo redondo que invitaba a ser azotado, se contoneaba al ritmo salvaje de la salsa. Su vestido rojo ajustado se pegaba a su piel olivácea, empapada en sudor, resaltando los pezones endurecidos que se marcaban como balas bajo la tela fina. Había llegado sola, con un fuego interno que ardía por ser extinguido, pero esa noche, el destino la arrojaría a las fauces de dos bestias cubanas.
Allí estaban Raúl y Miguel, dos mulatos imponentes con cuerpos esculpidos por el sol y el trabajo duro: pieles oscuras y brillantes, músculos definidos que se contraían con cada paso, y pollas que ya se intuían gruesas y venosas bajo sus pantalones ceñidos. Raúl, con ojos negros llenos de lujuria y una sonrisa lasciva que prometía follarte hasta el olvido, y Miguel, con una mandíbula cuadrada y manos callosas perfectas para apretar y penetrar. Sus camisas blancas, desabotonadas hasta el ombligo, dejaban ver pectorales sudorosos y abdominales marcados. Se acercaron como lobos a una presa, rodeándola en la pista abarrotada.
La música explotó en un son montuno frenético, vibrando en sus venas como un pulso sexual. Raúl la agarró por la cintura con fuerza, clavando sus dedos en su carne blanda, mientras presionaba su polla dura contra su vientre, frotándose sin disimulo. Miguel se pegó por detrás, su erección masiva empujando contra su culo, mientras sus manos subían por sus muslos, abriendo sus piernas sutilmente. "Mami, vas a sentirnos hasta el fondo", gruñó Miguel al oído, su aliento caliente lamiendo su cuello. Elena jadeó, su coño ya empapado, goteando jugos por sus muslos mientras sus caderas se mecían en un baile obsceno, rozando sus pollas como una puta en celo.
El calor era asfixiante, el sudor se mezclaba con el olor a sexo inminente. Raúl metió una mano bajo su vestido, directo a su tanga empapada, apartándola para hundir dos dedos en su coño resbaladizo, follándola con ellos al ritmo de la música. "Estás chorreando, perra", murmuró, mientras Miguel le mordía el cuello con fuerza, dejando marcas rojas, y le pellizcaba los pezones hasta hacerla gritar. Elena se arqueó, su cuerpo temblando, sintiendo las pollas palpitantes contra ella: una por delante, dura como una barra de hierro, y otra por detrás, lista para romperla.
No pudieron esperar más. La arrastraron a un rincón oscuro del salón, donde el humo y las sombras ocultaban sus pecados. Raúl la empujó contra la pared, rasgando su vestido para liberar sus tetas enormes, que rebotaban libres. Se arrodilló y hundió la cara en su coño, lamiendo su clítoris hinchado con la lengua experta, chupando sus jugos mientras ella gemía como una zorra. Miguel, meanwhile, le metió la polla en la boca, follando su garganta profunda hasta que las lágrimas corrían por sus mejillas, sus bolas golpeando su barbilla. "Trágatela toda, puta", ordenó, tirando de su pelo.
Elena, en éxtasis, se bajó las bragas y se abrió de piernas. Raúl se levantó, sacó su polla negra y gruesa, venas protuberantes, y la embistió de un solo golpe, partiendo su coño en dos con un empuje brutal que la hizo aullar. "¡Sí, rómpeme!", gritó ella, mientras Miguel escupía en su culo y empujaba su verga masiva en su ano apretado, dilatándolo sin piedad. La follaban al unísono, un ritmo salvaje de embestidas profundas: Raúl clavando en su coño, sintiendo cómo se contraía alrededor de él, y Miguel reventando su culo, sus bolas azotando su piel. El salón retumbaba con sus gemidos, el slap-slap de carne contra carne, el olor a sudor y semen.
Elena explotó en orgasmos múltiples, su cuerpo convulsionando, squirteando jugos por sus muslos mientras ellos la llenaban. Raúl eyaculó primero, inundando su coño con chorros calientes y espesos que desbordaban. Miguel la sacó del culo y la obligó a arrodillarse, descargando en su boca y tetas, cubriéndola de semen pegajoso. Se derrumbaron en un charco de fluidos, exhaustos, con Elena lamiendo los restos de sus pollas, adicta al sabor.
Al amanecer, con el cuerpo magullado y el fuego aún ardiendo, Elena supo que esa noche había despertado una ninfómana insaciable en ella, lista para más.
Allí estaban Raúl y Miguel, dos mulatos imponentes con cuerpos esculpidos por el sol y el trabajo duro: pieles oscuras y brillantes, músculos definidos que se contraían con cada paso, y pollas que ya se intuían gruesas y venosas bajo sus pantalones ceñidos. Raúl, con ojos negros llenos de lujuria y una sonrisa lasciva que prometía follarte hasta el olvido, y Miguel, con una mandíbula cuadrada y manos callosas perfectas para apretar y penetrar. Sus camisas blancas, desabotonadas hasta el ombligo, dejaban ver pectorales sudorosos y abdominales marcados. Se acercaron como lobos a una presa, rodeándola en la pista abarrotada.
La música explotó en un son montuno frenético, vibrando en sus venas como un pulso sexual. Raúl la agarró por la cintura con fuerza, clavando sus dedos en su carne blanda, mientras presionaba su polla dura contra su vientre, frotándose sin disimulo. Miguel se pegó por detrás, su erección masiva empujando contra su culo, mientras sus manos subían por sus muslos, abriendo sus piernas sutilmente. "Mami, vas a sentirnos hasta el fondo", gruñó Miguel al oído, su aliento caliente lamiendo su cuello. Elena jadeó, su coño ya empapado, goteando jugos por sus muslos mientras sus caderas se mecían en un baile obsceno, rozando sus pollas como una puta en celo.
El calor era asfixiante, el sudor se mezclaba con el olor a sexo inminente. Raúl metió una mano bajo su vestido, directo a su tanga empapada, apartándola para hundir dos dedos en su coño resbaladizo, follándola con ellos al ritmo de la música. "Estás chorreando, perra", murmuró, mientras Miguel le mordía el cuello con fuerza, dejando marcas rojas, y le pellizcaba los pezones hasta hacerla gritar. Elena se arqueó, su cuerpo temblando, sintiendo las pollas palpitantes contra ella: una por delante, dura como una barra de hierro, y otra por detrás, lista para romperla.
No pudieron esperar más. La arrastraron a un rincón oscuro del salón, donde el humo y las sombras ocultaban sus pecados. Raúl la empujó contra la pared, rasgando su vestido para liberar sus tetas enormes, que rebotaban libres. Se arrodilló y hundió la cara en su coño, lamiendo su clítoris hinchado con la lengua experta, chupando sus jugos mientras ella gemía como una zorra. Miguel, meanwhile, le metió la polla en la boca, follando su garganta profunda hasta que las lágrimas corrían por sus mejillas, sus bolas golpeando su barbilla. "Trágatela toda, puta", ordenó, tirando de su pelo.
Elena, en éxtasis, se bajó las bragas y se abrió de piernas. Raúl se levantó, sacó su polla negra y gruesa, venas protuberantes, y la embistió de un solo golpe, partiendo su coño en dos con un empuje brutal que la hizo aullar. "¡Sí, rómpeme!", gritó ella, mientras Miguel escupía en su culo y empujaba su verga masiva en su ano apretado, dilatándolo sin piedad. La follaban al unísono, un ritmo salvaje de embestidas profundas: Raúl clavando en su coño, sintiendo cómo se contraía alrededor de él, y Miguel reventando su culo, sus bolas azotando su piel. El salón retumbaba con sus gemidos, el slap-slap de carne contra carne, el olor a sudor y semen.
Elena explotó en orgasmos múltiples, su cuerpo convulsionando, squirteando jugos por sus muslos mientras ellos la llenaban. Raúl eyaculó primero, inundando su coño con chorros calientes y espesos que desbordaban. Miguel la sacó del culo y la obligó a arrodillarse, descargando en su boca y tetas, cubriéndola de semen pegajoso. Se derrumbaron en un charco de fluidos, exhaustos, con Elena lamiendo los restos de sus pollas, adicta al sabor.
Al amanecer, con el cuerpo magullado y el fuego aún ardiendo, Elena supo que esa noche había despertado una ninfómana insaciable en ella, lista para más.
0 comentarios - Fiesta cubana