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La filtración...

Esa mañana al levantarnos, nos encontramos con la cocina inundada. La filtración que mi marido había prometido solucionar, finalmente reventó.
Cerramos la llave de paso, y mientras él llamaba a alguien que pudiera solucionar el problema, me puse a secar el piso.
-Ya está...- me dice luego de intentar con varios números -El plomero viene a las once, antes no puede. Se llama... Enrique... El pago lo arreglo yo después...- agrega.
-¿Cómo lo arreglás después?- le pregunto, terminando ya de trapear -¿No vas a estar cuando venga?-
-Tengo una reunión, no puedo aplazarla- se excusa.
-Yo tengo un almuerzo, tampoco lo puedo aplazar- le digo.
-No sé, le digo que venga otro día, entonces...- sugiere.
-No podemos estar sin agua- observo.
-¿Y cómo hacemos?- inquiere sin aportar ninguna solución.
-Está bien, dejá, me quedo yo- acepto finalmente.
Era temprano para discutir.
Me quedo entonces esperando al plomero. A las once no llega, a las once y cuarto tampoco, once y media, nada, recién a las once y cuarenta tocan el timbre. 
-¿Enrique?- pregunto por el portero.
-El mismo...- responde.
Le abro la puerta de edificio y luego la del departamento para recibirlo.
Es un hombre de unos cincuenta y pico, más cerca de la sexta década que de la quinta. Caja de herramientas, mochila, ropa de trabajo.
-¿Cuánto va a demorar?- le pregunto. 
-No sé señora, depende de lo grave que sea la filtración, primero me gustaría ver cuál es el problema...- responde de un modo algo agreta.
Claro que tenía razón, ya que ni siquiera habíamos entrado a la cocina. Una vez que revisa la cañería, me informa que va a demorar alrededor de una hora, con suerte.
Estuve a punto de decirle que mejor viniera otro día, que se me hacia tarde para el trabajo, pero algo, no sé... ¿instinto?... me hizo cambiar de parecer.
Lo del almuerzo de trabajo era en serio, iba a encontrarme con los representantes de una empresa de servicios que me interesaba integrar en las pólizas para el año que viene. 
Así que mientras el plomero empieza a trabajar, voy al dormitorio a probarme la ropa que voy a ponerme. Ya habiendo decidido mi "outfit", me pongo un desabillé y me quedo en la cama respondiendo mensajes.
Ya pasado el mediodía, escucho que el plomero me llama: "Señora, señora...". Recién en ese momento me doy cuenta de que no le había dicho mi nombre.
Voy a la cocina. El piso está mojado, y hay una cañería desarmada a un costado, pero por lo que se ve, ya está todo solucionado, y en mucho menos tiempo de lo que había considerado. Igualmente lo que me atrae no es que un problema, que nos parecía insalvable, ya esté arreglado, sino la forma en que me mira las piernas. 
Estoy con el desabillé, que me llega a medio muslo, pero no muestro más que eso, aunque el plomero parece regocijarse con lo que ve. Trata de disimular, pero ya es tarde.
Me explica lo que hizo y que no se va a poder usar la pileta por varias horas, hasta que esté bien sellada la cañería que puso. Empieza a juntar sus herramientas, y entonces se me ocurre decirle, casi sin pensarlo:
-¿Te puedo pedir un favor?-
Me dice que sí, creyendo quizás que le voy a pedir que arregle alguna otra cosa, pero entonces le digo:
-Dentro de un rato tengo un almuerzo de trabajo, y quiero causar una buena impresión, pero no me decido entre dos atuendos, ¿me darías tu opinión?- 
Se sorprende, pero me dice que sí, obvio. Le pido que me acompañe al dormitorio y allí le muestro la ropa que, supuestamente, estaba en discusión. Ya me había decidido por cuál, pero bueno, era parte del juego.
- Cualquiera te va a quedar bien- me dice.
-Pero no puedo ponerme todo junto, tengo que decidirme por algo...- insisto.
Pongo la ropa sobre la cama, la observo y entonces, decido:
-¡Ah, ya sé! Me la pruebo, así ves como me queda...- y entonces, sin más, me saco el desabillé, quedándome durante ese momento, en ropa interior. Una tanga que es prácticamente un hilo dental, y un corpiño por el cuál sobresale gran parte de lo que debería contener.
Me pongo el primer atuendo y doy una vueltita para que me vea desde todos los ángulos.
-¿Y...?- le pregunto, modelándole en exclusiva.
El plomero me mira fascinado.
-Esperá, no digas nada, es mejor si comparás- me apuro a decirle antes de que emita opinión alguna.
Me saco esa ropa, y me pongo la otra, quedándome de nuevo, entre ambas prendas, en bombacha y corpiño.
Le hago otro mini desfile, solo para sus ojos, con vueltita incluida, y me quedo esperando el veredicto.
-¡Impresionante!- exclama.
-¿En serio?-
-De verdad, tirá una moneda, porque los dos te quedan de diez... más que de diez- observa.
-Gracias...- repongo, y mirándome en el espejo, agrego: -Creo que voy a usar esto...-
-Buena elección- coincide.
Mientras reviso que me quede bien de atrás y de adelante, me doy cuenta, a través del reflejo, como el plomero se acomoda el bulto, ya que, por obvias razones, se le había parado.
-¿Tanto te gustó?- le pregunto, en alusión a la disimulada frotada de ganso.
-Eh, perdón, no quise...- repone al verse descubierto.
-No pasa nada, creo que es una reacción lógica- alego yo misma en su defensa.
Y ahí nomás, sin más vueltas, me quito la ropa y dejándola caer al suelo, me quedo, de nuevo, en corpiño y bombacha, enfrente suyo. 
-Creo que mejor voy a usar lo que me probé primero...- le digo, aunque sin hacer ningún movimiento para cambiar de prendas.
Se me queda mirando, babeándose, y ahora, ya sin ocultarlo, se vuelve a frotar el paquete.
-Estás jugando con fuego...- me advierte serio, amenazante.
-Quizás lo que quiero es quemarme...- le digo, acercándome sexy, sugestiva, totalmente expuesta.
El tipo no es para nada guapo, ni siquiera resultaría atractivo entre una docena de hombres de su misma edad y condición, pero hay momentos y "momentos", y para mí, en ese contexto, sola en casa, habiéndome quedado a petición de mi marido, su presencia ya me resultaba excitante.
-¿Me dejás a mí?- le pregunto, plantada delante suyo, llevando mi mano hacia ese mismo lugar que se está frotando.
Obvio que me deja.
-Así está mejor, ¿no?- le digo, acariciándole el bulto.
No tiene que responderme, sus gestos hablan por él.
Aprieto con ganas ese amasijo de carne y venas, sintiendo cómo se endurece y aumenta de tamaño ante la presión de mis dedos.
Para besarlo, me pongo en puntas de pie, ya que es mucho más alto que yo, y encima estoy descalza. Su lengua resbala dentro de mi boca, mientras que con sus manos, me agarra de la cintura, reteniéndome contra su cuerpo.
Así, teniéndome casi levantada, me lleva hasta la cama, sobre la cuál caemos encimados, él abajo, yo arriba, restregándome contra su cada vez más enardecida virilidad.
Me saca el corpiño y agarrando una teta con cada mano, me las chupa y estruja desesperado, mientras yo le sigo amasando la chota, sintiendo cómo le corcovea por debajo de la ropa. 
-Te la quiero chupar...- le digo, dándole un apretoncito.
Le desabrocho el pantalón, le saco la pija, e inclinándome, me la meto en la boca. Su sabor me llena por completo. Puro sabor a hombre, a macho, a calentura...
La tiene de tamaño normal, nada del otro mundo, pero para mí, en ese momento, es un vergón de aquellos.
Mientras se la chupo, sus manos me recorren las piernas, la cola, cada curva. Me acerco un poco más, sacándome la bombacha, para que pueda meterme los dedos como pretende. 
Cuando lo siento ya bien duro, en su punto máximo, le doy una última chupada y me levanto. Me acerco a la cómoda, abro uno de los cajones, y de un joyero saco la tira de preservativos que siempre guardo ahí, para tales "urgencias".
Cuando vuelvo a la cama, el plomero ya está en bolas, con la verga durísima, apuntando al cielo, como un roble gordo y grueso. No me puedo resistir a darle otra mamada. Esta vez, no solo se limita a meterme los dedos; me agarra con sus manos fuertes, laboriosas, y me pone encima suyo, en un 69, arremetiendo contra mi conchita.
Todo mi vientre, mi estómago se contrae a causa de las lamidas y mordidas que me aplica en esa zona.
Ya desesperada, urgida, le pongo el forro, y subiéndome sobre su cuerpo, una pierna de cada lado, me ensarto toda la poronga, acusando el impacto con un grito rebosante de excitación.
Me quedo quieta un momento, disfrutando esa sensación de llenado, de acople, pero enseguida él me agarra fuerte de la cintura, instándome a que me mueva. Así que me saco la gomita del pelo, sacudo la cabeza y apoyándome en sus piernas, que están semi levantadas, empiezo a cabalgar, moviéndome con ímpetu, saltando prácticamente sobre su cuerpo.
Los dos gemimos al unísono, entregados a un disfrute que, hasta un rato antes, nos hubiera parecido improbable.
-Cuando me hiciste entrar, lo primero que pensé fue, lo que daría por chupar esas gomas...- me confiesa al tenerlas de nuevo frente suyo, moviéndose arriba y abajo, a causa de la montada. 
-Se te cumplió el deseo...- le digo, frotándoselas por toda la cara.
Me las vuelve a comer, y aunque sé que va a dejarme las marcas de sus chupones, lo dejo empacharse de tetotas.
Sin sacarme la pija, me voltea, quedando ahora él encima. Mis manos se le clavan en la espalda, sintiendo cómo cada músculo se tensa, cómo su respiración se vuelve más corta, más urgente. Lo rodeo con las piernas, no para frenarlo, sino para marcarle mi propio ritmo.
Entonces se apoya en mis caderas y empieza a cogerme de una forma que me hace arquear la espalda. No es brusco… pero tampoco suave. Es ese punto exacto donde todo se vuelve demasiado, pero igual querés más. 
Mis uñas le recorren la nuca, él aprieta mis manos por encima de la cabeza, y por un instante quedamos los dos tensos, respirando fuerte, mirándonos sin pestañear.
Cuando vuelve a moverse, la pija hundiéndose en mí, pletórica, rebosante, lo hace con una intensidad nueva, controlada, profunda. No necesito verlo; lo siento en cada parte de mi organismo.
No apostaba nada por lo que pudiera resultar, pero el plomero, aquel tipo que en otra circunstancia me hubiera resultado intrascendente, me estaba dando una cogida sublime.
Sin dejar de moverse, apoya su frente en la mía, respirando conmigo, marcando el ritmo como si estuviéramos bailando… o peleando… o las dos cosas a la vez.
Su respiración golpea contra mi boca, caliente, irregular, como si estuviera conteniéndose. Y eso me enciende de una manera que no esperaba. Me mira con una mezcla de hambre y sorpresa, como si no pudiera creer que estemos cogiendo. 
Le agarro la nuca y lo acerco a mí, rozando su labio inferior con el mío, apenas, lo justo para dejarlo queriendo más. Me sostiene la mirada mientras baja una mano por mi costado, lenta, firme, marcando cada curva como si estuviera reclamándola. Yo siento un latigazo que me recorre de arriba abajo, una corriente eléctrica deliciosa que me obliga a apretar las piernas alrededor suyo. 
Lo atraigo más, pegándolo a mí, y empieza a moverse conmigo, con un ritmo tan preciso, tan intenso, que se me escapa un gemido ahogado, inesperado.
-¡Que caliente estás...!- murmura contra mi mejilla.
Su voz, grave, temblando, me parte al medio. Le enredo los dedos en el pelo, tirando apenas, marcando mi propio dominio, y él responde bajando con los labios por mi cuello, dejándome la piel encendida, sensible, vibrando.
Aprieta mi cintura, me atrae más, y en ese solo gesto se siente todo lo que contiene, todo lo que quiere, todo lo que está a punto de desatar.
La habitación parece encogerse alrededor nuestro. No hay nada más que ese instante suspendido, ese choque de respiraciones, nuestros sexos, y esa tensión que está por romperse como un hilo demasiado tirante.
Él me sostiene la mirada como si necesitara asegurarse de que realmente estoy ahí, de que no es una fantasía que se le va a desvanecer entre las manos. 
Su frente vuelve a tocar la mía, pero ahora no hay suavidad, hay una urgencia silenciosa, un temblor compartido. Siento su respiración chocar contra mis labios, tan cerca que podría besarlo, pero ninguno de los dos lo hace. Ese casi-beso nos enciende más que cualquier contacto.
Sus manos empiezan a recorrerme con una intención distinta. No me toca para apurar nada; me toca como si quisiera preservar en su mente cada forma, cada reacción, cada estremecimiento. 
Su cuerpo entero se tensa. Las manos en mi cintura se afirman. Sus labios rozan mi mejilla, no me besa del todo; me insinúa. Me provoca. Y cuando llega a mi cuello, no muerde, no marca, simplemente apoya la boca, caliente, abierta, respirando ahí, en ese punto que me quiebra de inmediato. Me arqueo involuntariamente, buscando más, pegándome a él sin pensarlo.
Me toma de las manos y entrelaza sus dedos con los míos, presionando apenas. No es posesión. Es conexión pura, intensa, peligrosa. Una corriente compartida que se enciende al mismo tiempo en los dos.
Yo lo miro fijo, sintiendo el pulso en la garganta, en el pecho, en la piel.
Él se queda suspendido sobre mí un segundo eterno, respirando en mi boca, haciéndome desear, pero cuando finalmente me besa, ya no hay freno, no hay mundo alrededor.
Es un beso profundo, cargado, casi desesperado, de esos que salen del estómago, no de los labios. Me agarra la cara con las dos manos como si necesitara asegurarse de que estoy ahí de verdad. Yo le devuelvo el beso con la misma intensidad, tirándolo hacia mí, perdiéndome en su boca, en su calor, en su ritmo.
No sé quién acelera primero. No sé quién marca el pulso. Solo sé que mi cuerpo lo reconoce, lo sigue, lo provoca, y él me responde con una entrega que me deja sin aire, pijazo tras pijazo.
Sus manos recorren mi cintura, mi espalda, mis brazos, como si no le alcanzaran las palmas para abarcarme.
El beso se vuelve más hondo, más urgente. No hay espacio entre nosotros; no hay distancia posible. 
Y de repente, la tensión que veníamos acumulando, esa cuerda estirada hasta lo insoportable, empieza a vibrar, a temblar. Lo siento en él. Sé que él lo siente en mí. Es un punto de no retorno que se abre bajo nuestros cuerpos, tragándonos enteros.
Se apoya en mí, los ojos cerrados, respirando como si hubiera corrido kilómetros. Yo lo agarro firme de la nuca, aferrándolo como si fuera la única cosa estable en ese torbellino que se nos está escapando de control.
-Mirame...- me pide, apenas audible.
Y cuando lo hago, cuando nuestros ojos se encuentran, todo se desata.
El temblor empieza profundo, caliente, creciendo desde el centro de los dos, empujándonos a la vez, como una ola que se nos viene encima sin darnos respiro. Él vuelve a apretarme las manos por encima de la cabeza y yo arqueo mi cuerpo, buscándolo, sintiéndolo, correspondiéndole, cayendo con él.
La respiración se corta. El mundo se achica. Nada más existe.
Y en un mismo instante, con un mismo latido compartido, el estallido llega... Intenso, abrumador, absoluto...
No es mío ni de él, es nuestro, como si hubiéramos saltado juntos a un mismo vacío, quedando suspendidos en un temblor que parece interminable.
Se me escapa un sonido que él ahoga con otro beso, torpe, tembloroso, mientras su cuerpo se rinde sobre el mío, todavía convulsionando.
Lo abrazo fuerte, hundiendo la cara en su cuello, oliéndolo, respirando todavía en desorden, como si estuviéramos tratando de volver a entrar en nuestros cuerpos.
Quedamos así un largo rato, pegados, jadeando, temblando aún, en silencio. Un silencio espeso, lleno de lo que acabamos de compartir, de lo que no dijimos, de lo quesentimos.
Cuando finalmente él levanta la cabeza y me mira, veo algo entre el asombro y la rendición.
”Sí..., fue de verdad", parece decirse.
Le paso un dedo por la boca, tranquila, satisfecha, completamente derramada en él.
-Es la primera vez que me cojo a una clienta...- me diría después, en el baño, mientras suelta una meada, larga, abundante, sin llegar a agarrarse la pija con las manos.
-Estoy igual...- le digo, sentada a su lado, enjuagándome la concha en el bidet -Es la primera vez que me coge el plomero-
Aunque fuí bastante insistente, no quiso cobrar lo de la cañería. Igualmente le pedí que cuando lo llame mi marido, le diga que ya había arreglado conmigo, el "como" obviamente queda entre nosotros...






El primer atuendo:

La filtración...

El segundo atuendo:
Maritainfiel

5 comentarios - La filtración...

jordisonn
mmmmm en encanto......como me encantaria ser el plomero.


este me encanta!!!
metalchono
Uf, sé que esto no importa, pero tu marido cortó la llave de paso del departamento o de la cocina? Por lo que cuentas de él, se me ocurre que no le pega a la plomería... a ninguna de las 2.
Desert-Foxxxx
Que suerte el plomero, habrá visto esa carita tan linda que tenes y se la imagino chupandola entera también después de una tremenda turca.
pedagogo47
Excelente y Morboso .,me gustó tu primer outfit.
CharlyNew2
que mas decirte que no te haya dicho antes Marita... Sos Excelente!