Vivo en un departamento chico en el barrio Yungay de Concepción, de esos edificios viejos donde las paredes son delgadas y los vecinos se oyen follando como animales. Mi vecino de al lado, un weón de unos 40, casado con una mina sosa que trabaja de turno en el hospital, me tenía loca desde que me mudé. Alto, moreno, con barba de tres días y brazos fuertes de tanto cargar cajas en su trabajo de bodega. Lo veía salir todas las mañanas, con su camisa ajustada marcando el pecho, y yo lo miraba con lascivia desde mi ventana, mordiéndome el labio, imaginando cómo sería montarlo hasta que gritara mi nombre.
Al principio eran solo miradas: yo en bata semiabierta, fingiendo regar las plantas en el balcón, dejando que se me viera un pezón o el borde del culo. Él desviaba la vista, rojo como tomate, pero volvía a mirar, como si su mujer no le diera lo que necesitaba. Una tarde, lo pillé solo en el pasillo, sacando la basura. Me acerqué con mi vestido corto, sin sostén, y le dije:
—Oye, vecino, ¿me ayudái con una caja pesada en mi depa? No tengo fuerza pa' moverla sola, poh.
Él tragó saliva, mirando mis tetas que botaban al caminar. “Claro, Kathy, no hay problema”, dijo, con voz temblorosa. Entramos a mi pieza, que olía a perfume barato y humo de pucho. La “caja” era una excusa; lo llevé al dormitorio, me incliné pa' “mostrarle” algo en el piso, dejando que viera mi coño sin calzones. Él se quedó quieto, pero su pantalón se abultó al instante.
—¿Te gusta lo que ves, hueón? Tu mujer no te mira así, ¿verdad? le susurré, acercándome hasta rozar su verga tiesa con mi mano.
No dijo nada, solo me agarró la cintura y me besó duro, como si estuviera descargando años de matrimonio aburrido. Lo empujé a la cama, le bajé el cierre y saqué su verga: gruesa, venosa, cabeza hinchada y goteando. Me la metí en la boca, chupando profundo, lamiendo las bolas mientras él gemía Puta madre, Kathy, no pares. Se la mamé como profesional, tragando hasta la garganta, hasta que me sacó y me dio vuelta.
Me penetró de una, seco al principio, pero mi coño ya chorreaba de lo mojada que estaba. Embistía fuerte, agarrándome el pelo, dándome nalgadas que resonaban en el depa. Toma, perra, esto es lo que querías.,gruñía, mientras yo empujaba el culo contra él, sintiendo cómo me llenaba. Cambiamos: me monté encima, cabalgando como loca, mis tetas botando en su cara, que él chupaba y mordía. Se corrió dentro de mí, caliente y abundante, con un grito ahogado pa' que no lo oyera su mujer al lado.
Después, se vistió rápido, con culpa en los ojos. Esto no puede repetirse”, dijo, pero yo sabía que volvería.
Salí al balcón esa noche, fumando un pucho, mirando su ventana oscura. Y pensé:
Seducir a un casado es fácil cuando saben que no pides compromiso, solo un polvo crudo. Pero al final, poh, soy yo la que se queda sola, con el semen chorreando y el alma un poco más vacía.
Al principio eran solo miradas: yo en bata semiabierta, fingiendo regar las plantas en el balcón, dejando que se me viera un pezón o el borde del culo. Él desviaba la vista, rojo como tomate, pero volvía a mirar, como si su mujer no le diera lo que necesitaba. Una tarde, lo pillé solo en el pasillo, sacando la basura. Me acerqué con mi vestido corto, sin sostén, y le dije:
—Oye, vecino, ¿me ayudái con una caja pesada en mi depa? No tengo fuerza pa' moverla sola, poh.
Él tragó saliva, mirando mis tetas que botaban al caminar. “Claro, Kathy, no hay problema”, dijo, con voz temblorosa. Entramos a mi pieza, que olía a perfume barato y humo de pucho. La “caja” era una excusa; lo llevé al dormitorio, me incliné pa' “mostrarle” algo en el piso, dejando que viera mi coño sin calzones. Él se quedó quieto, pero su pantalón se abultó al instante.
—¿Te gusta lo que ves, hueón? Tu mujer no te mira así, ¿verdad? le susurré, acercándome hasta rozar su verga tiesa con mi mano.
No dijo nada, solo me agarró la cintura y me besó duro, como si estuviera descargando años de matrimonio aburrido. Lo empujé a la cama, le bajé el cierre y saqué su verga: gruesa, venosa, cabeza hinchada y goteando. Me la metí en la boca, chupando profundo, lamiendo las bolas mientras él gemía Puta madre, Kathy, no pares. Se la mamé como profesional, tragando hasta la garganta, hasta que me sacó y me dio vuelta.
Me penetró de una, seco al principio, pero mi coño ya chorreaba de lo mojada que estaba. Embistía fuerte, agarrándome el pelo, dándome nalgadas que resonaban en el depa. Toma, perra, esto es lo que querías.,gruñía, mientras yo empujaba el culo contra él, sintiendo cómo me llenaba. Cambiamos: me monté encima, cabalgando como loca, mis tetas botando en su cara, que él chupaba y mordía. Se corrió dentro de mí, caliente y abundante, con un grito ahogado pa' que no lo oyera su mujer al lado.
Después, se vistió rápido, con culpa en los ojos. Esto no puede repetirse”, dijo, pero yo sabía que volvería.
Salí al balcón esa noche, fumando un pucho, mirando su ventana oscura. Y pensé:
Seducir a un casado es fácil cuando saben que no pides compromiso, solo un polvo crudo. Pero al final, poh, soy yo la que se queda sola, con el semen chorreando y el alma un poco más vacía.
1 comentarios - Confesiones de una Puta: El Vecino Casado