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La puta de mi novia y mi Romie 4.0

El desayuno pasó, pero para Carlos, el malestar apenas comenzaba.

Todo el día, la casa se transformó en un escenario perverso donde Julián y Valeria jugaban a placer con la paciencia, el orgullo y los celos de Carlos… sin que él pudiera hacer nada.

Valeria no se molestó en cambiarse el bikini.
La puta de mi novia y mi Romie 4.0



Al contrario.

Con cada hora que pasaba, parecía sentirse más cómoda, más desinhibida… más provocativa.

Se sentaba en el sillón con las piernas abiertas, su cuerpo casi desnudo a plena vista. Reía fuerte, coqueteaba con Julián, se inclinaba dejandover su escote, acomodaba los tirantes del bikini jugando con la idea de que se cayeran, sus movimientos llenos de esa sensualidad peligrosa que hacía arder la sangre de Carlos.

Y lo peor… es que ya no lo hacía solo para él.

Lo hacía para Julián.

Durante la tarde, Julián subió el nivel de la humillación.

—Ey, Valeria, ¿me ayudas a hacer unos estiramientos? —preguntó, con la excusa de que le dolía la espalda.

Valeria aceptó sin dudar, sonriendo.
Carlos observó con el estómago encogido cómo Julián se recostaba en el tapete y Valeria se arrodillaba junto a él, ayudándolo con "los estiramientos", que pronto se convirtieron en una excusa descarada para tocarse, para que Valeria montara sobre él, sus pechos prácticamente a la vista, su cuerpo contorsionado encima de Julián… mientras Carlos observaba, inmóvil, humillado y encendido al mismo tiempo.

Después, Julián la tomó por la cintura y la acomodó en su regazo mientras veían la televisión.
Valeria no se resistió.
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Carlos, desde el otro sillón, los miraba, su mandíbula apretada, el pecho tenso.

Pero lo peor fue cuando Julián lo miró directamente y, sin una pizca de vergüenza, dijo:

—Tranquilo, hermano. Solo me estoy asegurando de que tu chica se sienta… cómoda en su nueva rutina.

Valeria rió suavemente, mordiéndose el labio, sin mirar a Carlos, su cuerpo relajado sobre Julián, como si ya no hubiera conflicto, como si las reglas hubieran cambiado.

Y Carlos lo sabía.

El día… aún no terminaba.
La tarde comenzaba a caer, y la idea vino, como siempre, de Julián.

—¿Por qué no salimos un rato? —sugirió, con esa sonrisa perversa que ya se le había vuelto costumbre—. Un trago, algo de aire fresco… y, de paso, que todos puedan admirar lo hermosa que está Valeria hoy.

Carlos ya sabía que oponerse no tenía sentido.

Y Valeria… tampoco se opuso.

Al contrario.

Entró a la habitación —su habitación, pensó Carlos, con rabia— y salió minutos después vestida de forma que le robó el aliento… y no de la manera agradable.
Llevaba un vestido negro, corto, ceñido al cuerpo como una segunda piel, con aberturas laterales que dejaban ver su piel bronceada. El escote era profundo, tanto que sus pechos parecían a punto de desbordarse, y sin sujetador, la provocación era descarada. El vestido terminaba muy por encima de las rodillas, dejando sus largas piernas completamente expuestas. Sandalias altas negras completaban el look.

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Iba peinada, maquillada, con los labios rojos, el cabello suelto y ese brillo en los ojos que Carlos ya conocía: provocación, sumisión… y complicidad con Julián.

—¿No está hermosa? —dijo Julián, colocándose detrás de ella, apoyando las manos en sus caderas, como si ya fuera suyo.

Carlos apretó los puños.
No dijo nada.

El camino al bar fue un suplicio.

Los hombres los miraban, los ojos clavados en Valeria, sus miradas descaradas, algunos susurrando cosas al pasar. Carlos ardía de celos… pero Julián parecía disfrutar cada segundo, orgulloso, seguro, paseando a Valeria como si fuera su trofeo.

Dentro del bar, las cosas no mejoraron.

Valeria se sentó entre ambos, cruzando las piernas, su vestido subía peligrosamente, sus pechos sobresalían, su actitud era relajada, descarada, disfrutando la atención masculina del lugar… y, sobre todo, la incomodidad de Carlos.

Julián la rodeó por los hombros, acercándola más a él.
—Así me gusta… que el mundo vea lo que tenemos en casa —dijo en voz baja, lo suficiente para que Carlos lo escuchara.

Valeria rió suave, mordiéndose el labio, su mano apoyándose en el muslo de Julián, su mirada evitando a Carlos.

Y Carlos… solo podía observar.

Los celos, la impotencia y el maldito morbo lo consumían, mientras, en público, su novia se exhibía y se entregaba cada vez más… sin necesidad de ocultarlo.
El ambiente en el bar estaba cargado de música, luces tenues y miradas hambrientas. El vestido diminuto de Valeria se robaba las miradas, su cuerpo perfecto desfilando por el lugar como un imán para los ojos masculinos.

Carlos no podía evitar sentir que todos los hombres ahí querían lo que era suyo… o lo que solía ser suyo.

Y Julián… lo sabía.

Después de un par de tragos, Julián, con esa sonrisa torcida y segura, lanzó la propuesta.

—Propongo un juego —dijo, girándose hacia ambos, sus ojos brillando de malicia—. "Reto público". Cada uno dice un reto para Valeria… y ella elige cuál cumple.

Carlos tragó saliva, tenso.
Valeria rió, divertida, bebiendo un sorbo de su copa.

—¿Te parece, amor? —preguntó Julián, mirando descaradamente a Valeria, ignorando a Carlos, como si ya no importara su opinión.

Valeria asintió sin dudar, sus ojos chispeando de complicidad.

Carlos sabía que si decía que no, quedaría como un cobarde.

Sabía que si aceptaba, quedaría expuesto… pero no podía salir de ese maldito círculo.

Aceptó.

Julián fue directo.
Mi reto es simple… —dijo, acercándose al oído de Valeria—. Levántate, da una vuelta por el bar, y asegúrate de que todos vean lo hermosa que estás… pero quiero que te quites la ropa interior antes.

Carlos sintió que el corazón le caía al estómago.

Valeria rió nerviosa… pero no protestó.

Todos esperaron la segunda opción.

Carlos no sabía qué decir.

Todo lo que pudiera proponer parecía inocente al lado de la perversión de Julián.

Titubeó… y en ese titubeo, perdió.

Valeria sonrió, como si ya no tuviera dudas.

—Me quedo con el reto de Julián —dijo, su voz suave… pero cargada de morbo.
Carlos tragó saliva, los celos ardiendo como fuego en su pecho.

Valeria, sin prisa, metió discretamente las manos bajo su diminuto vestido y, con un movimiento sutil, se quitó la diminuta ropa interior negra, guardándola en su bolso.

Julián sonrió satisfecho.

—Ahora, a caminar —ordenó en voz baja.

Y ella obedeció.

Valeria se levantó, caminando por el bar, sus caderas marcándose bajo el vestido, sabiendo que estaba completamente expuesta debajo. Las miradas la seguían, los susurros la acompañaban… y Carlos solo podía observar, inmóvil, consumido por la humillación y el maldito deseo.
Sabía que la noche no había terminado.

Sabía que lo peor… estaba por venir.
Valeria terminó su recorrido por el bar, con las miradas clavadas en ella, los hombres susurrando, algunos directamente lamiéndose los labios al verla pasar. Su vestido diminuto, sin ropa interior, marcaba cada movimiento de su cuerpo como si fuera un espectáculo montado solo para ellos.

Carlos apretaba los dientes, su estómago hecho un nudo, la impotencia ardiendo.

Pero Julián, satisfecho, no tenía intención de detenerse.

—Creo que es hora de llevar el juego al siguiente nivel —dijo, su tono relajado, como si estuvieran en la sala de su casa—. Ven, Valeria.
Julián la tomó de la cintura, la hizo sentarse en su regazo, sin preocuparse por lo que pensaran los demás. La mano de él se deslizó lentamente por la pierna de Valeria, subiendo hasta su muslo, jugando cerca de donde el vestido ya no cubría nada.

—Quiero que le demuestres a todos lo bien que te ves… sin sentarte como una niña buena —susurró, con esa perversión velada que ya se había vuelto su sello.

Valeria entendió al instante.

Lentamente, sin disimulo, descruzó las piernas, abriendo ligeramente las rodillas mientras seguía sentada sobre Julián, su vestido subiendo peligrosamente, lo justo para que los que estaban cerca pudieran ver más de lo que deberían… quizás no todo, pero lo suficiente para imaginarlo.
Carlos sintió el calor subirle al rostro.

Los hombres cercanos miraban descaradamente.

Algunos reían entre dientes, otros no disimulaban sus ojos devorando las piernas de Valeria, su escote, su actitud completamente provocativa… y Julián, disfrutando de cada segundo.

Carlos no podía moverse.

No podía intervenir.

Sabía que si se levantaba, solo quedaría peor.

Sabía que, de algún modo retorcido, ya estaba atrapado en este juego… y en el fondo, por perverso que fuera, no podía dejar de mirar.

Los minutos se alargaron.
Las miradas, los susurros, las risas…

Valeria completamente expuesta.

Julián, dominante.

Carlos… destruido por dentro.

Y todavía quedaba la vuelta al departamento.

Y Carlos ya sabía: la verdadera humillación… apenas empezaba.
Las miradas en el bar seguían clavadas en Valeria, su cuerpo expuesto, su actitud descarada, la complicidad entre ella y Julián cada vez más evidente… y la humillación de Carlos escalando a niveles insoportables.

Pero Julián no había terminado.

Ni cerca.

Se inclinó hacia Valeria, su mano deslizándose peligrosamente por su muslo descubierto, sus labios junto a su oído.

—¿Quieres que este juego sea realmente divertido? —susurró con tono oscuro, sin apartar los ojos de Carlos.

Valeria sonrió, los labios entreabiertos, su respiración acelerada.

Carlos lo notó.
Esa mezcla de sumisión y deseo en su rostro lo desarmaba… y lo destruía.

Entonces, Julián se giró hacia Carlos.

—Tu chica va a hacer algo más atrevido… si te animas —dijo, relajado, sin prisa—. Solo quiero ver hasta dónde llega tu morbo, hermano.

Carlos tragó saliva, su estómago ardiendo.

No respondió, pero su silencio ya era una rendición.

Julián se levantó, llevando a Valeria de la mano.

La guió hacia la pista de baile del bar, donde el ambiente era más oscuro, pero lo suficientemente iluminado como para que todos los presentes pudieran verlos.

Y allí, sin disimulo, Julián comenzó a bailar con ella.
Pero no era un baile inocente.

Su cuerpo pegado al de Valeria, sus manos en su cintura, luego bajando descaradamente por sus caderas. Valeria, provocativa, se contorneaba, sus pechos rozando el pecho de Julián, su trasero apretándose contra él cada vez que giraban.

El vestido diminuto apenas cubría lo esencial, y con cada movimiento, subía un poco más.
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Los hombres alrededor observaban con descaro.

Algunos silbaban.

Otros reían.

Y Carlos, desde su asiento, solo podía mirar.

Su novia.
Exhibiéndose, provocando… completamente entregada al juego de Julián.

Y Julián, disfrutando cada segundo, sin importarle nada.

Los minutos se hicieron eternos.

Carlos sentía que su orgullo, su relación… su mundo, se desmoronaban.

Y, aún así, no podía apartar la vista.

Sabía que la noche no terminaría ahí.

Sabía que el verdadero infierno… los esperaba en casa.
El trayecto de regreso al departamento fue un silencio denso, pesado, cargado de tensión.

Carlos conducía con las manos apretadas al volante, los nudillos blancos, el estómago ardiendo de celos y frustración.

En el asiento trasero, Julián y Valeria reían en voz baja, susurrándose cosas que Carlos no alcanzaba a escuchar, pero no necesitaba palabras… las miradas, las sonrisas y las caricias sutiles lo decían todo.

Llegaron al departamento.

Apenas cerraron la puerta, Julián tomó el control de la situación, como si ya fuera su territorio.

—¿Listos para terminar la noche? —preguntó, su voz relajada, pero cargada de malicia.
Carlos no respondió.

Valeria tampoco habló… pero su lenguaje corporal lo decía todo.

Se quitó los tacones, caminó por la sala descalza, el diminuto vestido negro todavía aferrado a su cuerpo, sus pechos marcados, las piernas bronceadas al descubierto, el cabello alborotado por el baile y el ambiente del bar.

Julián se acercó a la cocina, sirvió tres copas de licor.

—Esta noche… no hay reglas —anunció, entregando las copas—. Solo quiero que seamos sinceros con lo que queremos.

Carlos bebió en silencio.

Valeria hizo lo mismo, su mirada esquivando la de Carlos, enfocada en Julián.
Los minutos pasaron, el alcohol calentando el ambiente.

Y entonces, Julián se puso de pie.

—Valeria… ven conmigo —ordenó suavemente, tendiéndole la mano.

Carlos observó, su mandíbula tensa, su cuerpo rígido.

Valeria no dudó.

Se acercó, tomó la mano de Julián y lo siguió por el pasillo… directo a la habitación que solía ser suya.

Julián se giró un segundo, miró a Carlos con esa sonrisa ladina, retorcida, de victoria total.

—Tú decides, hermano… puedes venir… o quedarte mirando —dijo, antes de cerrar la puerta.

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