El Dr. Adrián Ferrer llevaba años trabajando solo en su laboratorio privado, obsesionado con un objetivo:
crear una sustancia que alterara la química sexual humana.
Después de cientos de fallos, por fin logró sintetizar una fórmula con base en feromonas animales, testosterona amplificada y un compuesto activador que se activaba con el calor corporal.
Pero lo más salvaje era su forma de aplicación:
Directo sobre él pene.
—Es solo una prueba —murmuró Adrián, solo, en bata, mientras vertía unas gotas del líquido azulado en su pene semi-erecto.
El efecto fue inmediato.
La piel se volvió más gruesa, venosa, pulsante.
Su miembro creció, más caliente, más duro, más vivo.
Pero lo mejor vino minutos después, cuando bajó al hall del edificio…
y se cruzó con la nueva asistente de limpieza.
Lucía era joven, tímida, siempre evitaba el contacto visual.
Pero esa mañana, al pasar junto a él, detuvo el carrito de limpieza.
Olió algo en el aire. Algo que no entendía... pero que le encendió la concha como fuego.
—¿Señor Ferrer...? —dijo, jadeando sin saber por qué—. ¿Podemos... hablar un segundo?
Adrián asintió, curioso. Entraron juntos al laboratorio.
Pero antes de cerrar la puerta, Lucía ya estaba de rodillas.
—No sé qué me pasa... pero necesito esto… ¡ya!
Le sacó la pija y se la metió a la boca como si fuera oxígeno.
Chupaba con desesperación, sin vergüenza, babeando, tragando, mientras gemía con cada succión.

Adrián estaba fascinado. No había pedido nada.
Pero ella lo deseaba con locura.
—¡Dámelo! ¡Dámelo todo! —gritó Lucía, subiéndose al escritorio, quitándose el pantalón del uniforme.
Se montó sobre su pija sin esperar. Su concha chorreaba.
Cabalgaba con fuerza, con los ojos en blanco, hablando sucio.
—¡Está tan duro! ¡Tan caliente! ¡Tienes que llenarme, por favor, cogeme fuerte!
Adrián se dejó llevar. La tomó del cuello, la tumbó sobre el microscopio, y le rompió la bata con una embestida brutal.
La cogió en varias posiciones: contra la puerta, en la silla giratoria, sobre el piso.
Cada vez que él sudaba, más feromonas salían de su cuerpo, y ella más salvaje se volvía.
Cuando eyaculó dentro de ella, Lucía tembló como si tuviera un orgasmo eléctrico, convulsionando y gritando.
—¡Eres adictivo! ¡No pares! ¡Vuelve a usar eso!
Esa misma noche, Adrián salió a un bar para “probar en campo”.
Solo bastó caminar entre las mesas para que varias mujeres se le acercaran, mordiéndose los labios.
Lo arrastraron al baño. Dos le bajaron los pantalones.
Una lo montó de inmediato. Otra se sentó en su cara.
Y el experimento se convirtió en una orgía científica.
Ahora el Dr. Ferrer guarda su secreto.
Un frasquito azul que convierte cualquier pene en un imán de deseo salvaje.
Y cada semana, elige una nueva “voluntaria”… para seguir investigando.
"F69: Adicción Total"
Pasaron solo tres días desde la primera prueba.
El frasquito azul estaba por la mitad.
Pero cada vez que el Dr. Ferrer se lo aplicaba, el efecto era más potente.
Más mujeres lo seguían.
Más gemidos. Más humedad. Más piernas temblando.
No era solo atracción. Era necesidad.

Un viernes por la tarde, Adrián decidió pasar por el centro comercial.
Solo quería caminar entre multitudes y ver cuánto efecto tenía la nueva dosis.
Se aplicó dos gotas directamente sobre la pija, sin ropa interior, bajo el pantalón.
El calor la activó de inmediato: erección total. Venas marcadas. Palpitación animal.
No pasaron cinco minutos y la primera mujer se detuvo. Luego dos más. Luego seis.
Todas se lo quedaban viendo.
Todas respiraban agitado.
Una se metió la mano en la ropa interior ahí mismo. Otra se quitó la chaqueta y se lamió los labios.
—¿Qué me está pasando...? —susurró una madre de familia, jadeando, frotando sus muslos—. ¡No puedo... dejar de pensar en chuparte la pija!
Adrián entró al baño de hombres. Tres mujeres lo siguieron.
En segundos, estaba de pie, con la pija afuera, mientras una la mamaba, otra lo montaba, y la tercera le suplicaba:
—¡Métemela, por favor, aunque sea el dedo! ¡Dámelo, lo necesito!
Las feromonas se habían potenciado con cada orgasmo anterior.
Ahora salían de su piel, su aliento, su semen.
Cualquier mujer que lo oliera… caía rendida.
Y lo peor: el efecto era acumulativo.
Al regresar al laboratorio, su asistente Lucía lo esperaba… desnuda, en cuatro, sudando, temblando.
—Lléname otra vez… por donde quieras… ¡Me vuelvo loca sin tu leche! ¡Me duele no tenerla dentro!
La cogió como un animal, en el suelo. Primero por la concha. Luego por el culo.
Ella se venía con gritos de adoración, como si fuera un dios del sexo.

El Dr. Ferrer ya no pensaba en ciencia. Solo en satisfacer la epidemia de deseo que había creado.
Y el frasquito azul…
estaba a punto de agotarse.
“F69: Deseo Bajo Fuego”
El Dr. Ferrer ya no podía salir a la calle. Los rumores se esparcieron por foros oscuros de internet.
“Un hombre cuyo pene produce orgasmos con solo olerlo.”
“Un químico loco que volvió adictas a mujeres sanas.”
“F69: el suero de la lujuria.”
Un cartel criminal internacional lo quería. No para matarlo, sino para tener la fórmula y controlar putas, celebridades, y política con sexo químico.
Una noche, cuando salía del laboratorio, una van negra lo interceptó. Tres hombres lo sujetaron. Estaban por llevárselo…
Hasta que se escuchó un disparo.
Luego otro.
Y otro.
—¡¿Estás bien?! —dijo una voz firme.
Él la miró. Cabello rubio hasta el culo, traje de cuero ajustado, pistolera al muslo, curvas imposibles y una mirada como fuego.
—Soy la detective Eva Montenegro. Estoy contigo. Pero necesito… entender esa fórmula.
Necesito verla en acción.
Lo llevó a su departamento. Lo sentó. Y sin decir más, se quitó el cinturón, la blusa, y se subió sobre él.

—Me da igual si esto es peligroso…
Si tienes ese suero puesto, me vas a coger.
Me vas a romper como a todas. Pero yo… aguanto más.
Se la sacó y la olió. Cerró los ojos.
En segundos, su concha estaba empapada.
—¡Mierda... esto es real! ¡Me arde! ¡Me quema por dentro! ¡Cógeme ya!
Lo montó sin ropa interior, con fuerza, sin piedad.
Sus tetas rebotaban, su culo chocaba,
y el sonido del sexo húmedo llenaba la habitación.
Eva gritaba, gemía, mordía, y lo abofeteaba con placer. Mientras cabalgaba su pija salvajemente.
—¡Más duro, cabrón! ¡No me trates como a las otras! ¡Rómpeme esa concha! ¡Métemela hasta que me orine!
Él la tumbó boca abajo, la tomó de la cintura, y le metió la pija por el culo.
—¡SÍ! ¡Sí, ahí! ¡Cógeme el alma, Ferrer! ¡Hazme tu puta adicta!
Ella se venía sin parar.
Temblaba, babeaba, se abría sola, rogando por su leche.
Cuando él le eyaculó en la cara, Eva se relamió toda.
—Estás bajo mi protección ahora…
Pero si no me coges así mínimo tres veces por semana,
te entrego al cartel.
Y el doctor sonrió.
Porque la verdadera adicción… había empezado en ella.
“F69: El Precio de la Leche”
Pasaron dos semanas desde que Eva Montenegro se convirtió en adicta al suero. No había día que no se presentara en el laboratorio con las piernas temblando y los labios hinchados, pidiendo:
—Cógeme. No me importa cómo. Solo necesito tu pija en mí. Ahora.
A veces lloraba mientras se la metía por el culo. Otras, se la mamaba hasta asfixiarse, solo para tragar hasta la última gota.
Era una mujer poderosa, policía, letal…
pero en su cuerpo ya no mandaba la ley:
mandaba el deseo.
Pero una noche, no llegó.
Adrián recibió un video anónimo en su correo.
Eva, desnuda, esposada a una silla.
El maquillaje corrido, las tetas moviéndose con la respiración agitada.
Detrás de ella, un hombre con acento extranjero.
—Doctor Ferrer… tenemos a su putita.
Sabemos que ella ya probó su producto. Sabemos lo que hace.
Tiene 48 horas para darnos la fórmula…
O vamos a hacer que la chupe para otros. En streaming.
El doctor sabía lo que debía hacer.
Pero también sabía una cosa:
Eva era peligrosa.Y estaba adicta.
No se rendiría fácilmente.
Cuando la traen al club privado del cartel, atada y en lencería,
su cuerpo ya suplica por la dosis.
Está caliente. Mojada.
Y rabiosa.
Uno de los mafiosos le mete los dedos entre las piernas.
—Está que arde. ¿Será que esta zorra se vino con solo ver tu video, Ferrer?
Ella lo mira con furia. Y dice entre dientes:
—No. Me voy a venir cuando me rompa ese científico…
no con tu pija de mierda.
Pero el Dr. Ferrer ya estaba ahí. Entró disfrazado. Con el frasquito.Con un plan. Se dejó capturar.
Y cuando lo amarraron junto a Eva, en el centro del salón…
activó el F69 con una gota en su pene.
El efecto fue inmediato. Las putas del club se descontrolaron.
Los guardias, uno por uno, eran rodeados por mujeres en celo.
Eva abrió las piernas, temblando.
—¡Ahora, Ferrer! ¡Métemela! ¡No aguanto más!
Él la liberó. Ella se le subió encima como una bestia, mordiéndolo, gimiendo, rebotando su concha en su pija como si fuera a explotar.
—¡Tú eres mío! ¡Mi droga! ¡Mi maldito vicio!
Él se la cogio tan fuerte que las cadenas en el suelo sonaban como látigos.
Las putas del cartel, drogadas por el aroma, empezaron a masturbarse, otras se montaron a los jefes.
El club entero se volvió una orgía caótica.
Cuando acabó…
Todos estaban desnudos, tirados, sin conciencia.
Eva, sudada y con el semen en la cara, lo besó.
—Nos quieren cazar…
pero ahora yo quiero ayudarte a infectar el mundo con esto.
—¿Cómo?
—Vamos a crear una red secreta.
De mujeres adictas.
Y tú… vas a ser nuestro único proveedor.
crear una sustancia que alterara la química sexual humana.
Después de cientos de fallos, por fin logró sintetizar una fórmula con base en feromonas animales, testosterona amplificada y un compuesto activador que se activaba con el calor corporal.
Pero lo más salvaje era su forma de aplicación:
Directo sobre él pene.
—Es solo una prueba —murmuró Adrián, solo, en bata, mientras vertía unas gotas del líquido azulado en su pene semi-erecto.
El efecto fue inmediato.
La piel se volvió más gruesa, venosa, pulsante.
Su miembro creció, más caliente, más duro, más vivo.
Pero lo mejor vino minutos después, cuando bajó al hall del edificio…
y se cruzó con la nueva asistente de limpieza.
Lucía era joven, tímida, siempre evitaba el contacto visual.
Pero esa mañana, al pasar junto a él, detuvo el carrito de limpieza.
Olió algo en el aire. Algo que no entendía... pero que le encendió la concha como fuego.
—¿Señor Ferrer...? —dijo, jadeando sin saber por qué—. ¿Podemos... hablar un segundo?
Adrián asintió, curioso. Entraron juntos al laboratorio.
Pero antes de cerrar la puerta, Lucía ya estaba de rodillas.
—No sé qué me pasa... pero necesito esto… ¡ya!
Le sacó la pija y se la metió a la boca como si fuera oxígeno.
Chupaba con desesperación, sin vergüenza, babeando, tragando, mientras gemía con cada succión.

Adrián estaba fascinado. No había pedido nada.
Pero ella lo deseaba con locura.
—¡Dámelo! ¡Dámelo todo! —gritó Lucía, subiéndose al escritorio, quitándose el pantalón del uniforme.
Se montó sobre su pija sin esperar. Su concha chorreaba.
Cabalgaba con fuerza, con los ojos en blanco, hablando sucio.
—¡Está tan duro! ¡Tan caliente! ¡Tienes que llenarme, por favor, cogeme fuerte!
Adrián se dejó llevar. La tomó del cuello, la tumbó sobre el microscopio, y le rompió la bata con una embestida brutal.
La cogió en varias posiciones: contra la puerta, en la silla giratoria, sobre el piso.
Cada vez que él sudaba, más feromonas salían de su cuerpo, y ella más salvaje se volvía.
Cuando eyaculó dentro de ella, Lucía tembló como si tuviera un orgasmo eléctrico, convulsionando y gritando.
—¡Eres adictivo! ¡No pares! ¡Vuelve a usar eso!
Esa misma noche, Adrián salió a un bar para “probar en campo”.
Solo bastó caminar entre las mesas para que varias mujeres se le acercaran, mordiéndose los labios.
Lo arrastraron al baño. Dos le bajaron los pantalones.
Una lo montó de inmediato. Otra se sentó en su cara.
Y el experimento se convirtió en una orgía científica.
Ahora el Dr. Ferrer guarda su secreto.
Un frasquito azul que convierte cualquier pene en un imán de deseo salvaje.
Y cada semana, elige una nueva “voluntaria”… para seguir investigando.
"F69: Adicción Total"
Pasaron solo tres días desde la primera prueba.
El frasquito azul estaba por la mitad.
Pero cada vez que el Dr. Ferrer se lo aplicaba, el efecto era más potente.
Más mujeres lo seguían.
Más gemidos. Más humedad. Más piernas temblando.
No era solo atracción. Era necesidad.

Un viernes por la tarde, Adrián decidió pasar por el centro comercial.
Solo quería caminar entre multitudes y ver cuánto efecto tenía la nueva dosis.
Se aplicó dos gotas directamente sobre la pija, sin ropa interior, bajo el pantalón.
El calor la activó de inmediato: erección total. Venas marcadas. Palpitación animal.
No pasaron cinco minutos y la primera mujer se detuvo. Luego dos más. Luego seis.
Todas se lo quedaban viendo.
Todas respiraban agitado.
Una se metió la mano en la ropa interior ahí mismo. Otra se quitó la chaqueta y se lamió los labios.
—¿Qué me está pasando...? —susurró una madre de familia, jadeando, frotando sus muslos—. ¡No puedo... dejar de pensar en chuparte la pija!
Adrián entró al baño de hombres. Tres mujeres lo siguieron.
En segundos, estaba de pie, con la pija afuera, mientras una la mamaba, otra lo montaba, y la tercera le suplicaba:
—¡Métemela, por favor, aunque sea el dedo! ¡Dámelo, lo necesito!
Las feromonas se habían potenciado con cada orgasmo anterior.
Ahora salían de su piel, su aliento, su semen.
Cualquier mujer que lo oliera… caía rendida.
Y lo peor: el efecto era acumulativo.
Al regresar al laboratorio, su asistente Lucía lo esperaba… desnuda, en cuatro, sudando, temblando.
—Lléname otra vez… por donde quieras… ¡Me vuelvo loca sin tu leche! ¡Me duele no tenerla dentro!
La cogió como un animal, en el suelo. Primero por la concha. Luego por el culo.
Ella se venía con gritos de adoración, como si fuera un dios del sexo.

El Dr. Ferrer ya no pensaba en ciencia. Solo en satisfacer la epidemia de deseo que había creado.
Y el frasquito azul…
estaba a punto de agotarse.
“F69: Deseo Bajo Fuego”
El Dr. Ferrer ya no podía salir a la calle. Los rumores se esparcieron por foros oscuros de internet.
“Un hombre cuyo pene produce orgasmos con solo olerlo.”
“Un químico loco que volvió adictas a mujeres sanas.”
“F69: el suero de la lujuria.”
Un cartel criminal internacional lo quería. No para matarlo, sino para tener la fórmula y controlar putas, celebridades, y política con sexo químico.
Una noche, cuando salía del laboratorio, una van negra lo interceptó. Tres hombres lo sujetaron. Estaban por llevárselo…
Hasta que se escuchó un disparo.
Luego otro.
Y otro.
—¡¿Estás bien?! —dijo una voz firme.
Él la miró. Cabello rubio hasta el culo, traje de cuero ajustado, pistolera al muslo, curvas imposibles y una mirada como fuego.
—Soy la detective Eva Montenegro. Estoy contigo. Pero necesito… entender esa fórmula.
Necesito verla en acción.
Lo llevó a su departamento. Lo sentó. Y sin decir más, se quitó el cinturón, la blusa, y se subió sobre él.

—Me da igual si esto es peligroso…
Si tienes ese suero puesto, me vas a coger.
Me vas a romper como a todas. Pero yo… aguanto más.
Se la sacó y la olió. Cerró los ojos.
En segundos, su concha estaba empapada.
—¡Mierda... esto es real! ¡Me arde! ¡Me quema por dentro! ¡Cógeme ya!
Lo montó sin ropa interior, con fuerza, sin piedad.
Sus tetas rebotaban, su culo chocaba,
y el sonido del sexo húmedo llenaba la habitación.
Eva gritaba, gemía, mordía, y lo abofeteaba con placer. Mientras cabalgaba su pija salvajemente.
—¡Más duro, cabrón! ¡No me trates como a las otras! ¡Rómpeme esa concha! ¡Métemela hasta que me orine!
Él la tumbó boca abajo, la tomó de la cintura, y le metió la pija por el culo.
—¡SÍ! ¡Sí, ahí! ¡Cógeme el alma, Ferrer! ¡Hazme tu puta adicta!
Ella se venía sin parar.
Temblaba, babeaba, se abría sola, rogando por su leche.
Cuando él le eyaculó en la cara, Eva se relamió toda.
—Estás bajo mi protección ahora…
Pero si no me coges así mínimo tres veces por semana,
te entrego al cartel.
Y el doctor sonrió.
Porque la verdadera adicción… había empezado en ella.
“F69: El Precio de la Leche”
Pasaron dos semanas desde que Eva Montenegro se convirtió en adicta al suero. No había día que no se presentara en el laboratorio con las piernas temblando y los labios hinchados, pidiendo:
—Cógeme. No me importa cómo. Solo necesito tu pija en mí. Ahora.
A veces lloraba mientras se la metía por el culo. Otras, se la mamaba hasta asfixiarse, solo para tragar hasta la última gota.
Era una mujer poderosa, policía, letal…
pero en su cuerpo ya no mandaba la ley:
mandaba el deseo.
Pero una noche, no llegó.
Adrián recibió un video anónimo en su correo.
Eva, desnuda, esposada a una silla.
El maquillaje corrido, las tetas moviéndose con la respiración agitada.
Detrás de ella, un hombre con acento extranjero.
—Doctor Ferrer… tenemos a su putita.
Sabemos que ella ya probó su producto. Sabemos lo que hace.
Tiene 48 horas para darnos la fórmula…
O vamos a hacer que la chupe para otros. En streaming.
El doctor sabía lo que debía hacer.
Pero también sabía una cosa:
Eva era peligrosa.Y estaba adicta.
No se rendiría fácilmente.
Cuando la traen al club privado del cartel, atada y en lencería,
su cuerpo ya suplica por la dosis.
Está caliente. Mojada.
Y rabiosa.
Uno de los mafiosos le mete los dedos entre las piernas.
—Está que arde. ¿Será que esta zorra se vino con solo ver tu video, Ferrer?
Ella lo mira con furia. Y dice entre dientes:
—No. Me voy a venir cuando me rompa ese científico…
no con tu pija de mierda.
Pero el Dr. Ferrer ya estaba ahí. Entró disfrazado. Con el frasquito.Con un plan. Se dejó capturar.
Y cuando lo amarraron junto a Eva, en el centro del salón…
activó el F69 con una gota en su pene.
El efecto fue inmediato. Las putas del club se descontrolaron.
Los guardias, uno por uno, eran rodeados por mujeres en celo.
Eva abrió las piernas, temblando.
—¡Ahora, Ferrer! ¡Métemela! ¡No aguanto más!
Él la liberó. Ella se le subió encima como una bestia, mordiéndolo, gimiendo, rebotando su concha en su pija como si fuera a explotar.
—¡Tú eres mío! ¡Mi droga! ¡Mi maldito vicio!
Él se la cogio tan fuerte que las cadenas en el suelo sonaban como látigos.
Las putas del cartel, drogadas por el aroma, empezaron a masturbarse, otras se montaron a los jefes.
El club entero se volvió una orgía caótica.
Cuando acabó…
Todos estaban desnudos, tirados, sin conciencia.
Eva, sudada y con el semen en la cara, lo besó.
—Nos quieren cazar…
pero ahora yo quiero ayudarte a infectar el mundo con esto.
—¿Cómo?
—Vamos a crear una red secreta.
De mujeres adictas.
Y tú… vas a ser nuestro único proveedor.
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