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19📑El Susurró del Bosque

El cazador vivía solo, en una cabaña de madera junto a una laguna cristalina, rodeado por árboles milenarios que susurraban secretos antiguos cuando el viento los acariciaba. Se llamaba Elías, y había aprendido a vivir con lo justo: su arco, su fogata, su libertad. Pero esa noche, algo cambió.

Mientras limpiaba un ciervo recién cazado, una risa aguda y etérea flotó entre los árboles. Elías levantó la mirada, alertado, y entonces la vio.

Al principio pensó que era un juego de la mente o un reflejo de la luna en el agua, pero no. Era real. Una diminuta mujer, desnuda, de cabello dorado como el trigo y ojos verdes brillantes, flotaba sobre sus alas translúcidas. Su cuerpo, aunque pequeño como una mariposa, era voluptuoso, de pechos generosos y curvas marcadas. Ella lo miraba como si lo conociera desde siempre.

—¿Qué eres tú? —preguntó Elías, asombrado.

La criatura sonrió.

—Una hada —respondió, con voz suave como el rocío—. Y tú eres mío.

Ante sus ojos, la diminuta hada comenzó a brillar con una luz dorada. En cuestión de segundos, su cuerpo se expandió hasta alcanzar el tamaño de una mujer humana. Ahora estaba de pie, descalza, desnuda, en el claro de la laguna. Su belleza era imposible: cabellos que caían en cascada dorada por su espalda, unas tetas grandes y firmes que se alzaban orgullosos, y unas caderas anchas que invitaban al pecado.

19📑El Susurró del Bosque



—He observado tus sueños, cazador. Deseas compañía. Calor. —Avanzó hacia él con paso lento, como danzando—. Déjame ser la tuya.

Elías tragó saliva. Su pija, endurecida por la visión, palpitaba bajo sus pantalones de cuero. La mujer no esperó más. Lo empujó suavemente contra un tronco, y con un gesto mágico hizo que la ropa del cazador desapareciera. Su aliento se entrecortó al ver la erección de su pija , gruesa y lista para ella.

—No tengas miedo —susurró el hada, arrodillándose frente a él.

Tomó su pene con manos suaves, y su lengua empezó a recorrerlo de abajo hacia arriba, húmeda, lenta, precisa. Elías gimió, enterrando los dedos en su melena dorada. Cuando ella lo metió entero en la boca, él sintió que el alma se le escapaba.

La sensación fue deliciosa, húmeda, profunda. Jugaba con él como si conociera cada rincón de su placer. Pero pronto se levantó, y montó sobre su regazo, guiando su pene empapado hasta hacerlo entrar en su concha.

—Quiero que me llenes, cazador. Quiero sentirte dentro, hasta el alma.

Elías la abrazó con fuerza y comenzó a embestir desde abajo. Sus cuerpos chocaban con furia y deseo, los gemidos del hada se mezclaban con los gruñidos del hombre. Sus tetas rebotaban con cada movimiento, y su cabello lo envolvía como una manta de oro.

Ella se retorcía sobre su pija, gimiendo, apretando con sus paredes internas como si quisiera exprimirlo hasta dejarlo seco.

—¡Dios…! —gritó él, sintiendo que no podía más.

El orgasmo llegó como una tormenta. Elías se corrió profundo, llenándole la concha con fuerza. El hada gimió de placer, abrazándolo, y por un instante todo el bosque pareció temblar con ellos.

Después, se quedaron abrazados bajo la luz de la luna, su respiración acompasada, sus cuerpos aún entrelazados.

—Me quedaré contigo, cazador —dijo ella—. Serás mío. Y yo tuya, para siempre.

El bosque volvió a guardar silencio. Pero entre los árboles, el deseo acababa de echar raíces.


Esa noche, Elías llevó al hada en brazos hasta su cabaña. Su piel aún brillaba bajo la luz de la luna, y su sonrisa tenía algo salvaje. Cuando cruzaron la puerta, la criatura se abrazó a él, restregando sus tetas contra su pecho desnudo.

—No he probado una cama humana en siglos —susurró con voz lasciva—. Pero esta noche pienso deshacerla contigo encima.

Elías apenas tuvo tiempo de responder. Ella lo empujó con fuerza contra el lecho de pieles y se lanzó sobre su cuerpo, devorándolo con la mirada. Se arrodilló entre sus piernas y, con los ojos verdes clavados en él, tomó su pija erecta con ambas manos. Lo acarició, olió, y luego lo metió en su boca, hundiéndola hasta la garganta.

El cazador soltó un gemido ronco. Ella lo mamaba con hambre, como si se alimentara de su esencia. Su lengua se arremolinaba en la punta, bajaba hasta las bolas y las lamía con devoción. La saliva le chorreaba por la comisura de los labios, haciendo ruidos obscenos cada vez que se lo metía hasta el fondo.

—¡Joder, sí... así...! —jadeó Elías, tensando los músculos.

Pero el hada no se detuvo ahí. Subió por su cuerpo y aplastó sus tetas enormes contra su rostro.

—Chúpalas, humano. Hazme sentir viva.

Él obedeció de inmediato, atrapando uno de sus pezones con los labios, succionando con fuerza mientras la rodeaba con los brazos. Ella se estremecía encima, gimiendo y frotándose contra su vientre. Sus pezones estaban duros, sensibles, y él los lamía uno tras otro, como si fueran manjares.

Entonces se alzó, con una mirada encendida, y se sentó sobre su pija, guiándola dentro de su concha mojada. Bajó lentamente, gimiendo con un quejido largo y profundo mientras se lo tragaba todo. Luego empezó a cabalgarlo, con movimientos lentos y ondulantes, como si danzara encima de él.

Elías la miraba embelesado: su cuerpo rebotaba, las tetas saltaban, sus muslos golpeaban contra su pelvis con un ritmo delicioso. El sonido de sus cuerpos chocando llenaba la cabaña, mezclado con los gemidos agudos del hada.

—¡Más fuerte! ¡Más! —gritaba ella—. ¡Hazme tuya, como un animal!

Él la sujetó de la cintura y comenzó a embestir desde abajo, haciéndola rebotar con fuerza. El placer los desbordaba.

Pero ella no había terminado.

De pronto se deslizó fuera de él, y se puso en cuatro sobre la cama. Miró por encima del hombro, y separó las nalgas con las manos, dejando ver su pequeño y apretado agujero.

—Ahora quiero que me lo metas por el culo, cazador. Quiero sentirte profundo, donde nadie ha llegado jamás.

Elías, ya al borde del éxtasis, escupió sobre su mano y frotó su pija, luego la apuntó a su culo. Empujó lentamente, sintiendo la presión del anillo estrecho cediendo poco a poco, hasta que entró por completo.

El hada soltó un grito agudo de puro placer.

—¡Sí... por ahí... dame todo!

El cazador empezó a cogérsela con fuerza, sujetando sus caderas y penetrándola con cada vez más brutalidad. El sonido de la piel golpeando piel llenó el cuarto. Ella se masturbaba con una mano, mientras gemía como una puta en celo.

—¡Me corro! ¡Me corro contigo adentro!

Ambos estallaron en un orgasmo salvaje. Elías se vino con un gruñido animal, llenándola por dentro mientras ella se estremecía convulsionando sobre su pija.

Cayeron rendidos entre los restos de sudor, gemidos y deseo. Y el hada, aún jadeando, se acurrucó a su lado.

—Quiero que todas tus noches sean como esta... y tus días también.

Elías sonrió, acariciando su cintura.

—Entonces prepárate, porque apenas estamos empezando.


Elías despertó con el sol colándose por entre las rendijas de la cabaña. A su lado, el cuerpo desnudo del hada dormía profundamente, con una sonrisa dibujada en los labios. Su piel tenía un brillo dorado apenas perceptible, como si la magia aún latiera en su interior.

Pero cuando abrió los ojos, no fue eso lo que lo sorprendió.

—Buenos días, cazador... —dijo una voz dulce desde su entrepierna.

Elías alzó la cabeza y la vio. El hada había vuelto a su tamaño original, no más grande que su mano, y estaba de pie sobre su vientre, completamente desnuda. Sus pechos seguían siendo generosos incluso en miniatura, sus curvas pequeñas y perfectas. Y delante de ella, su pija se alzaba, endurecida y palpitante, como un totem sagrado.

—Hoy quiero adorarte así —dijo ella con una mirada traviesa, caminando por su abdomen como si explorara una montaña viva.

Llegó hasta la base de su pene y lo rodeó con ambos brazos, abrazándolo como si fuera un tronco cálido. Luego lo besó con ternura, dejando pequeños besos por toda su extensión. Su lengua diminuta comenzó a recorrer la piel sensible, lamiendo, acariciando, como si conociera cada vena, cada punto de placer.

Elías apenas podía creer lo que veía. El placer era distinto, más intenso, porque cada caricia de su lengua mágica se sentía multiplicada, como si le lamieran con fuego líquido.

El hada se subió a su pene y lo cabalgó con el cuerpo, frotándose contra él, haciendo que sus tetas rozaran la piel caliente de la pija. Luego se sentó justo sobre el glande, abrazándolo, y empezó a besar la punta con devoción.

—Mmm... está tan dura, tan caliente... —susurró mientras pasaba su lengua por la hendidura del prepucio, tragando las gotas de líquido preseminal como si fueran néctar.

Cada lamida era una descarga. Elías se retorcía de placer, sin atreverse a moverse demasiado por miedo a aplastarla.

—No te detengas… por los dioses... —jadeó con la voz ronca.

Ella sonrió y conjuró un pequeño destello con sus dedos. De inmediato, la sensación se volvió más intensa. Era como si cientos de lenguas lo estuvieran acariciando a la vez. La magia del hada lo estaba envolviendo.

Con una danza sensual, ella flotó con sus alas y rodeó la cabeza del pene con sus piernas diminutas, frotando su concha húmeda contra él mientras lo besaba con pasión.

—¿Quieres correrte? —preguntó, mirándolo desde arriba con ojos brillantes.

—¡Sí, por favor…!

El hada se elevó en el aire justo cuando él explotaba. Un chorro caliente de semen salió disparado, y ella lo atrapó entre sus manos, riendo y jugando con la esencia del cazador como si fuera un regalo divino. Luego descendió suavemente y se sentó sobre su pecho, lamiéndose los dedos.

—Tienes el sabor de un dios, cazador… —susurró, satisfecha.

Elías la tomó con cuidado y la besó, y la lamió todo el cuerpo, especialmente las tetas y su concha, provocandole un orgasmo. Ella flotó hasta su oído y dijo con picardía:

—La próxima vez, me meto entera dentro de ti… si es que puedes soportarlo.

Y con una risa brillante, desapareció en un destello dorado, dejando al cazador temblando de deseo para el siguiente encuentro.

puta

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