Lucas era millonario, joven, exitoso… y solo.
Su vida era una agenda apretada, números, vuelos privados, llamadas a medianoche. Así que cuando su asistente le regaló un paquete en un exclusivo spa asiático, no preguntó demasiado. Solo fue.
Lo recibieron con silencio, té verde y miradas bajas. Lo guiaron por pasillos de madera y papel de arroz, hasta una sala donde el aire olía a jazmín y vapor.
—Señor Lucas —dijo una voz suave detrás de él.
Se giró. Era Mei, su masajista. Joven, piel de porcelana, ojos almendrados y una calma seductora en cada movimiento. Vestía una bata de seda roja, tan fina que dejaba intuir su cuerpo.
—Por favor, desnúdese y entre al baño de inmersión. Yo lo asistiré.
Lucas obedeció. Se quitó la ropa, notando que Mei no apartaba la vista. Ella se acercó y lo guió hasta la bañera de piedra caliente. Vertió aceites y flores en el agua, y luego, sin decir una palabra… se desnudó también.
Su cuerpo era perfecto. Pequeña, firme, con curvas suaves, pezones oscuros y erectos. Se metió en la bañera con él, y comenzó a bañarlo con una esponja de seda, acariciando lentamente su espalda, su pecho, sus muslos.
Cuando llegó a su entrepierna, Lucas ya estaba duro. Mei no se detuvo.
—Aquí también hay tensión, señor —susurró con acento melódico.
Le agarró el pene y lo masturbó suavemente bajo el agua, con las dos manos, mientras lo besaba en el cuello. Luego se sumergió, y su boca encontró su pija bajo el agua caliente. Lucas gemía, controlándose.
—No... quiero acabar aún.
—Entonces venga a la mesa —susurró ella, saliendo del agua como una diosa mojada.
Lo condujo desnudo hasta una camilla de piedra caliente. Mei lo untó con aceites tibios y se montó sobre él. Le masajeó la espalda… con sus tetas. Se deslizaba, húmeda, jadeante, hasta que se inclinó y le susurró al oído:
—Dése vuelta, por favor.
Cuando se dio vuelta la erección de su pija apuntaba al techo. Mei lo acarició con los muslos, lo rozó con su vagina. Estaba mojada. Sin esperar más, lo montó.
Se la metió entera dentro de su concha, mirándolo a los ojos, cabalgando despacio. Lucas la sujetó de la cintura y empezó a cojerla más fuerte. Ella gemía en su idioma, sin traductor.
—Cojame, señor. Usame… soy su masaje total.
La giró y se la metió en cuatro, sobre la mesa aceitosa. Se la cogió con fuerza, resbalando su pija en su vagina caliente, entre gemidos. Ella se venía y gritaba, y cuando él sintió que ya no podía más, ella se volvió, se arrodilló, y se lo mamó con delicadeza.
Acabó en su boca. Mei tragó todo y limpió su pija con la lengua.
—Ahora está relajado, ¿sí?
Lucas no podía ni hablar. Solo asintió.
—La próxima vez —susurró ella—, podemos probar el masaje vip
"Masaje Kamasutra VIP"
Lucas volvió al spa una semana después, aún con el cuerpo recordando a Mei. Pero esta vez lo guiaron a otra sala, más oscura, con velas encendidas y música suave de cuerdas orientales.
Una voz lo recibió en penumbra:
—Bienvenido al tratamiento Kamasutra anti-estrés. Soy Aiko. Esta vez, no se moverá usted… yo lo haré todo.
La vio salir de la sombra. Alta, esbelta, piel dorada como miel clara. Desnuda, solo con un velo transparente que apenas cubría sus pezones erectos y su vagina depilada. Sus ojos rasgados brillaban con deseo controlado.
—Recuéstese boca arriba. Relájese. No piense.
Lucas se acostó. Aiko untó su cuerpo con aceites tibios y perfumados, y se subió lentamente sobre él, desnuda, sin tocarlo con las manos. Solo con su cuerpo.
Deslizó sus tetas sobre su pecho, su vientre sobre el de él, su pubis sobre su pija endurecida. Sus pezones lo rozaban como pinceles húmedos.
—Este es el “Masaje Yab-Yum” —susurró—. Es cuerpo a cuerpo… piel con piel… alma con alma.
Aiko comenzó a mover sus caderas, rozando su vagina contra su pene sin penetrarlo. Solo frotándolo, despacio, con precisión. Lucas jadeaba.
—Ahora respiraremos juntos. Y usted no se venga… hasta que yo lo diga.
Los movimientos se volvieron lentos, profundos, como una danza antigua. Aiko lo miraba fijo, lo besaba sin lengua, y lo frotaba como si sus cuerpos fueran piezas del mismo rompecabezas.
Luego se giró y bajó, sentándose sobre su rostro.
—Ahora me das placer a mí… sin manos.
Le lamió el clítoris con hambre, con respeto, mientras ella gemía en su idioma ancestral. Se vino en su boca, mojándole toda la cara.
Luego se deslizó hacia atrás, le tomó la pija entre las tetas y se la masajeó con ellas, apretando, lubricando con saliva.
—Ahora… posición 7 del Kamasutra. “La diosa invertida”.
Se acostó boca arriba, se levantó las piernas y él entró de pie, mirándola desde arriba. Le metió el pene hasta el fondo de su concha. Ella se retorcía, le decía cosas sucias en japonés. Él no entendía nada, pero su pija sí.
Después cambiaron a “la flor del loto”: él sentado, ella sobre él, abrazados. Se besaron lento. La cogía profundo, lento, como si se amaran de vidas pasadas.
—Acabá adentro —susurró ella—. Que mi cuerpo te limpie la mente.
Entonces comenzó a cabalgar, más rapido, rebotando su concha con su pija Lucas se corrió en ella, abrazándola, sin pensar en nada, sin mundo, sin ruido.
Aiko lo abrazó fuerte, aún conectados.
—Ahora sí… tu alma está en calma
"Ritual Final: El Éxtasis de Dos Diosas"
Lucas regresó al spa sabiendo que era la última vez. Un viaje lo alejaría por meses, tal vez años. Pero Aiko le había prometido algo especial: la ceremonia dual del éxtasis, solo ofrecida a clientes entregados por completo.
Lo guiaron a una sala diferente. Luz roja tenue. Aromas de canela, sándalo y piel. En el centro, un colchón de seda blanco. Allí estaban ellas: Aiko, la diosa del ritmo lento, y Mai, su opuesto, más joven, de sonrisa traviesa y ojos ardientes.
Ambas desnudas.—Bienvenido, Lucas —dijeron a la vez.

Mai se arrodilló y comenzó a desnudarlo como un regalo, mientras Aiko preparaba aceites y velas. En pocos minutos, Lucas estaba tendido, con el pene erecto, con el cuerpo ya anticipando la locura.
—Esta vez, no solo recibirás placer —dijo Aiko—. Vas a dárnoslo también.
Mai se montó sobre su cara, moviendo la cadera con ritmo felino. Su concha mojada y tibia lo empapó. Mientras él la lamía como si fuera su última comida, Aiko se sentó sobre su pija, de espaldas, encajándosela entera, muy despacio.
El gemido doble llenó la sala. Dos mujeres, un hombre. Un solo cuerpo, conectado.
—No acabes aún —le ordenó Aiko, girando lentamente sobre su eje.
Lucas no podía ni hablar. Su lengua enterrada en Mai. Su pija atrapada en la concha de Aiko. El cuerpo tenso. El alma flotando.
Luego se intercambiaron. Mai bajó y le chupó el pene, mamando con fuerza, mirando a Aiko a los ojos. Mientras tanto, la otra le masajeaba los testículos, los pezones, la frente.
—Ahora… cogenos a las dos —dijo Mai.
Se acostaron una junto a la otra, piernas abiertas, con sus conchas húmedas al aire. Lucas se arrodilló y comenzó con Mai, le metió la pija rápido, fuerte, mientras Aiko se montaba sobre su boca.
Gemían las dos. Se besaban entre ellas. Aiko le daba órdenes. Mai lo arañaba.
—¡Ahora a ella! ¡Cógela como a una diosa! —gritó Mai, abierta de piernas, chorreando.
Lucas se pasó a Aiko, la levantó de las caderas y se la metió hasta lo más profundo de su vagina. La cogió como si la necesitara para vivir. Mai le lamía los huevos mientras tanto.
—¡Ahora, Lucas! ¡Danos tu alma! ¡Corréte!
Lucas estalló. Se corrió dentro de Aiko, sin parar, empapándola, temblando. Mai lo besó mientras su pene aún palpitaba dentro de su compañera.
Ambas lo abrazaron. Sudados, calientes, satisfechos.
—Este ritual se llama “La Entrega Total” —susurró Aiko—. Ya no sos un cliente. Sos uno de nosotros.
Mai lo besó en en la boca.
—Y cuando vuelvas… te vamos a estar esperando. Con otra prueba.
Su vida era una agenda apretada, números, vuelos privados, llamadas a medianoche. Así que cuando su asistente le regaló un paquete en un exclusivo spa asiático, no preguntó demasiado. Solo fue.
Lo recibieron con silencio, té verde y miradas bajas. Lo guiaron por pasillos de madera y papel de arroz, hasta una sala donde el aire olía a jazmín y vapor.
—Señor Lucas —dijo una voz suave detrás de él.
Se giró. Era Mei, su masajista. Joven, piel de porcelana, ojos almendrados y una calma seductora en cada movimiento. Vestía una bata de seda roja, tan fina que dejaba intuir su cuerpo.
—Por favor, desnúdese y entre al baño de inmersión. Yo lo asistiré.
Lucas obedeció. Se quitó la ropa, notando que Mei no apartaba la vista. Ella se acercó y lo guió hasta la bañera de piedra caliente. Vertió aceites y flores en el agua, y luego, sin decir una palabra… se desnudó también.
Su cuerpo era perfecto. Pequeña, firme, con curvas suaves, pezones oscuros y erectos. Se metió en la bañera con él, y comenzó a bañarlo con una esponja de seda, acariciando lentamente su espalda, su pecho, sus muslos.
Cuando llegó a su entrepierna, Lucas ya estaba duro. Mei no se detuvo.
—Aquí también hay tensión, señor —susurró con acento melódico.
Le agarró el pene y lo masturbó suavemente bajo el agua, con las dos manos, mientras lo besaba en el cuello. Luego se sumergió, y su boca encontró su pija bajo el agua caliente. Lucas gemía, controlándose.
—No... quiero acabar aún.
—Entonces venga a la mesa —susurró ella, saliendo del agua como una diosa mojada.
Lo condujo desnudo hasta una camilla de piedra caliente. Mei lo untó con aceites tibios y se montó sobre él. Le masajeó la espalda… con sus tetas. Se deslizaba, húmeda, jadeante, hasta que se inclinó y le susurró al oído:
—Dése vuelta, por favor.
Cuando se dio vuelta la erección de su pija apuntaba al techo. Mei lo acarició con los muslos, lo rozó con su vagina. Estaba mojada. Sin esperar más, lo montó.
Se la metió entera dentro de su concha, mirándolo a los ojos, cabalgando despacio. Lucas la sujetó de la cintura y empezó a cojerla más fuerte. Ella gemía en su idioma, sin traductor.
—Cojame, señor. Usame… soy su masaje total.
La giró y se la metió en cuatro, sobre la mesa aceitosa. Se la cogió con fuerza, resbalando su pija en su vagina caliente, entre gemidos. Ella se venía y gritaba, y cuando él sintió que ya no podía más, ella se volvió, se arrodilló, y se lo mamó con delicadeza.
Acabó en su boca. Mei tragó todo y limpió su pija con la lengua.
—Ahora está relajado, ¿sí?
Lucas no podía ni hablar. Solo asintió.
—La próxima vez —susurró ella—, podemos probar el masaje vip
"Masaje Kamasutra VIP"
Lucas volvió al spa una semana después, aún con el cuerpo recordando a Mei. Pero esta vez lo guiaron a otra sala, más oscura, con velas encendidas y música suave de cuerdas orientales.
Una voz lo recibió en penumbra:
—Bienvenido al tratamiento Kamasutra anti-estrés. Soy Aiko. Esta vez, no se moverá usted… yo lo haré todo.
La vio salir de la sombra. Alta, esbelta, piel dorada como miel clara. Desnuda, solo con un velo transparente que apenas cubría sus pezones erectos y su vagina depilada. Sus ojos rasgados brillaban con deseo controlado.
—Recuéstese boca arriba. Relájese. No piense.
Lucas se acostó. Aiko untó su cuerpo con aceites tibios y perfumados, y se subió lentamente sobre él, desnuda, sin tocarlo con las manos. Solo con su cuerpo.
Deslizó sus tetas sobre su pecho, su vientre sobre el de él, su pubis sobre su pija endurecida. Sus pezones lo rozaban como pinceles húmedos.
—Este es el “Masaje Yab-Yum” —susurró—. Es cuerpo a cuerpo… piel con piel… alma con alma.
Aiko comenzó a mover sus caderas, rozando su vagina contra su pene sin penetrarlo. Solo frotándolo, despacio, con precisión. Lucas jadeaba.
—Ahora respiraremos juntos. Y usted no se venga… hasta que yo lo diga.
Los movimientos se volvieron lentos, profundos, como una danza antigua. Aiko lo miraba fijo, lo besaba sin lengua, y lo frotaba como si sus cuerpos fueran piezas del mismo rompecabezas.
Luego se giró y bajó, sentándose sobre su rostro.
—Ahora me das placer a mí… sin manos.
Le lamió el clítoris con hambre, con respeto, mientras ella gemía en su idioma ancestral. Se vino en su boca, mojándole toda la cara.
Luego se deslizó hacia atrás, le tomó la pija entre las tetas y se la masajeó con ellas, apretando, lubricando con saliva.
—Ahora… posición 7 del Kamasutra. “La diosa invertida”.
Se acostó boca arriba, se levantó las piernas y él entró de pie, mirándola desde arriba. Le metió el pene hasta el fondo de su concha. Ella se retorcía, le decía cosas sucias en japonés. Él no entendía nada, pero su pija sí.
Después cambiaron a “la flor del loto”: él sentado, ella sobre él, abrazados. Se besaron lento. La cogía profundo, lento, como si se amaran de vidas pasadas.
—Acabá adentro —susurró ella—. Que mi cuerpo te limpie la mente.
Entonces comenzó a cabalgar, más rapido, rebotando su concha con su pija Lucas se corrió en ella, abrazándola, sin pensar en nada, sin mundo, sin ruido.
Aiko lo abrazó fuerte, aún conectados.
—Ahora sí… tu alma está en calma
"Ritual Final: El Éxtasis de Dos Diosas"
Lucas regresó al spa sabiendo que era la última vez. Un viaje lo alejaría por meses, tal vez años. Pero Aiko le había prometido algo especial: la ceremonia dual del éxtasis, solo ofrecida a clientes entregados por completo.
Lo guiaron a una sala diferente. Luz roja tenue. Aromas de canela, sándalo y piel. En el centro, un colchón de seda blanco. Allí estaban ellas: Aiko, la diosa del ritmo lento, y Mai, su opuesto, más joven, de sonrisa traviesa y ojos ardientes.
Ambas desnudas.—Bienvenido, Lucas —dijeron a la vez.

Mai se arrodilló y comenzó a desnudarlo como un regalo, mientras Aiko preparaba aceites y velas. En pocos minutos, Lucas estaba tendido, con el pene erecto, con el cuerpo ya anticipando la locura.
—Esta vez, no solo recibirás placer —dijo Aiko—. Vas a dárnoslo también.
Mai se montó sobre su cara, moviendo la cadera con ritmo felino. Su concha mojada y tibia lo empapó. Mientras él la lamía como si fuera su última comida, Aiko se sentó sobre su pija, de espaldas, encajándosela entera, muy despacio.
El gemido doble llenó la sala. Dos mujeres, un hombre. Un solo cuerpo, conectado.
—No acabes aún —le ordenó Aiko, girando lentamente sobre su eje.
Lucas no podía ni hablar. Su lengua enterrada en Mai. Su pija atrapada en la concha de Aiko. El cuerpo tenso. El alma flotando.
Luego se intercambiaron. Mai bajó y le chupó el pene, mamando con fuerza, mirando a Aiko a los ojos. Mientras tanto, la otra le masajeaba los testículos, los pezones, la frente.
—Ahora… cogenos a las dos —dijo Mai.
Se acostaron una junto a la otra, piernas abiertas, con sus conchas húmedas al aire. Lucas se arrodilló y comenzó con Mai, le metió la pija rápido, fuerte, mientras Aiko se montaba sobre su boca.
Gemían las dos. Se besaban entre ellas. Aiko le daba órdenes. Mai lo arañaba.
—¡Ahora a ella! ¡Cógela como a una diosa! —gritó Mai, abierta de piernas, chorreando.
Lucas se pasó a Aiko, la levantó de las caderas y se la metió hasta lo más profundo de su vagina. La cogió como si la necesitara para vivir. Mai le lamía los huevos mientras tanto.
—¡Ahora, Lucas! ¡Danos tu alma! ¡Corréte!
Lucas estalló. Se corrió dentro de Aiko, sin parar, empapándola, temblando. Mai lo besó mientras su pene aún palpitaba dentro de su compañera.
Ambas lo abrazaron. Sudados, calientes, satisfechos.
—Este ritual se llama “La Entrega Total” —susurró Aiko—. Ya no sos un cliente. Sos uno de nosotros.
Mai lo besó en en la boca.
—Y cuando vuelvas… te vamos a estar esperando. Con otra prueba.
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