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Mi primera inseguridad

Es mi primer relato y voy a tratar de transmitir lo que pasó aquélla noche de verano, mi esposa Sofía 30 años y yo Leonardo 34 años, estamos juntos hace 13 años.
La noche tenía ese calor pesado que hace que la ropa se pegue a la piel era el año 2016 ella en ese entonces tenia 21 años, yo afuera del supermercado me quedé dentro del auto, mi esposa había ido a comprar algo rápido para cenar y en un momento observé cómo mi esposa se detenía cerca de la entrada para revisar algo en su teléfono. Iba vestida con ese vestido ligero de verano que tanto me gustaba, el que se ceñía a su cuerpo de una forma que parecía hecha para tentar.
Entonces lo vi.
Un hombre, más adulto que yo, de esos con la seguridad de quien sabe que tiene el mundo a sus pies. Alto, bronceado, con una camisa abierta justo lo suficiente para dejar entrever unos abdominales bien trabajados, se acercó a ella con una sonrisa ladeada.
Mi esposa levantó la vista y, para mi sorpresa, le devolvió la sonrisa. No fue una sonrisa cualquiera. Fue la misma que me dedicaba en nuestros primeros encuentros, cuando todavía no sabía si rendirse a mis brazos o hacerme rogar un poco más.
Él le dijo algo, y ella se rió. No una risa educada, no una risa cualquiera. Fue esa risa cristalina, sincera, que rara vez escuchaba últimamente.
Sentí un nudo en el estómago.
Ella se inclinó ligeramente hacia él, su cabello cayendo sobre un hombro. Él alzó una mano y, con la confianza de alguien que no teme cruzar límites, le apartó un mechón de la mejilla. Un roce sutil, casi imperceptible… pero que hizo que mi piel se erizara a la distancia.
Mi esposa no se apartó.
No lo detuvo.
Vi su pecho elevarse con una respiración más profunda de lo normal, como si su cuerpo reaccionara antes que su mente.
El tipo se acercó un poco más, murmurando algo que la hizo bajar la mirada con un rubor tenue en las mejillas.
Algo en mí rugió. Celos, miedo, deseo, todo mezclado en un torbellino incómodo.
¿Qué demonios estaba pasando? ¿Desde cuándo la había visto reaccionar así con otro hombre?
Finalmente, ella pareció recordar que yo existía. Se enderezó, se pasó una mano por el cuello—¿nerviosa? ¿excitada?—y sonrió de una manera más comedida antes de despedirse con un gesto de la mano.
Cuando volvió a mi lado, aún tenía un brillo extraño en los ojos.
—¿Quién era? —pregunté, intentando que mi voz sonara casual.
Ella tardó un segundo en responder.
—Nadie… solo un hombre simpático.
Pero la forma en que exhaló al final, la manera en que sus dedos jugaron con la tela de su vestido, me dijo algo muy distinto.
Y mientras metíamos las bolsas en el auto, no pude evitar preguntarme: ¿Cuánto de lo que sentía en ese momento estaba permitido admitir?
En casa…
El silencio entre nosotros era espeso mientras descargábamos las bolsas. Intenté actuar normal, pero la imagen de ella, de su cuerpo reaccionando ante otro hombre, me carcomía por dentro.
Cuando terminó de guardar las cosas, se apoyó en el sillon y se estiró lentamente, su vestido deslizándose un poco sobre sus muslos.
—¿Te pasa algo? —preguntó con una media sonrisa.
—No —mentí.
Se mordió el labio, evaluándome.
—¿Estás celoso?
Solté una risa seca.
—No tengo razones para estarlo, ¿o sí?
No respondió de inmediato. Se acercó lentamente, con esa mirada que me volvía loco, la que usaba cuando sabía que tenía el control.
—Fue solo un momento inofensivo —murmuró, serca de mi oído. Sus dedos se deslizaron por mi pecho, jugando con el borde de mi camisa—. Pero… parece que a ti no te pareció tan inofensivo.
Sus labios rozaron mi mandíbula y su aliento caliente me hizo tensar.
—¿Quieres saber qué me dijo?
Tragué saliva.
—Dímelo.
Ella sonrió, maliciosa.
—Me preguntó si mi marido sabía lo hermosa que soy.
Mi mandíbula se apretó.
—¿Y qué le dijiste?
Sus ojos brillaron.
—Le dije que sí… pero que a veces parece que lo olvida.
El fuego se encendió en mi interior. Celos, deseo, rabia contenida. La agarré de la cintura, pegándola contra mí con más fuerza de la necesaria. Ella soltó un jadeo, sus uñas clavándose en mi pecho.
—¿Eso piensas? —susurré en su oído.
Su risa fue un suspiro.
—Demuéstrame que estoy equivocada.
La levanté sin esfuerzo y la llevé a nuestra habitación. La puerta se cerró con un golpe sordo mientras la tumbaba sobre la cama. Su respiración era entrecortada, sus mejillas enrojecidas.
—¿Te gusta que te miren así? —pregunté, deslizando mis manos por sus muslos, separándolos con un leve empuje.
Ella no contestó de inmediato. Se mordió el labio, su cuerpo tensándose bajo mi toque.
—A veces… —susurró, sus ojos desafiantes encontrando los míos—. A veces es emocionante saber que otros me desean.
Mis dedos se apretaron sobre su piel.
—Pero solo uno puede tenerte —gruñí.
Ella arqueó una ceja, un destello de diversión en su mirada.
—Entonces, hazme olvidarlo.
No necesitó decir más. Me lancé sobre ella con una intensidad que no habíamos compartido en mucho tiempo. Cada beso, cada roce, era una afirmación. Ella era mía. Su piel ardía bajo mis manos, su cuerpo respondiendo a cada caricia con un deseo incontrolable.
La inseguridad, la rabia, los celos… todo se fundió en el fuego del momento, hasta que no quedó nada más que el sonido de su voz llamándome en la oscuridad de nuestra habitación.
Y cuando todo terminó, cuando yacíamos juntos, su piel aún caliente contra la mía, ella susurró en mi oído:
—No quiero que dejes de estar celoso. Me gusta verte así.
Cerré los ojos, aún respirando con dificultad.
Maldita sea...
Ella siempre ganaba.

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