Adivino la sombra

Adivino la sombra de su diminuta tanga negra; esa que tanto me gusta.
Los dedos de su mano izquierda se ven relucientes en la oscuridad.
Hasta su alianza de casamiento brilla, señal de que está humedecida.
Seguramente ha estado tocándose, escondida en medio de la muchedumbre.
Me mira por encima de su hombro y sonríe con cierta complicidad.
La miro de espaldas y es todavía más impresionante que verla de frente.
Sus manos aferran el ruedo de esa estrecha falda, que tiende a levantarse.
Pero la muy perra la levanta, en vez de tironear hacia abajo.
Ahí está esa tanga negra; hasta creo que también se ve humedecida.
La tomo por los hombros y ella gira para enfrentarme. Me sonríe sin pudor.
Nuestros labios se entrelazan en un beso prolongado, casi interminable.
Rompe el beso y susurra a mi oído que allí hay demasiada gente.
Aprieta mi mano y me arrastra entre la multitud.
No me resisto. Ya sé hacia dónde pretende llevarme…

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