Mi mamá va desnuda por la casa

Josué no entiende por qué su madre es mucho más cariñosa con él que con su hermana ni por qué tiene por costumbre estar desnuda en casa.

 Al llegar a cierta edad, todos los jóvenes experimentan cambios que no solo son físicos, también afectan a su personalidad. En esa etapa en la que suele definirse el carácter de una persona, algunos se vuelven más afectivos y otros todo lo contrario. En mi caso, las muestras de cariño, y especialmente las de mi madre, siempre tan exagerada, comenzaban a incomodarme.
Desde muy pequeño me acostumbré a que me llamaran "hombrecito". Mis padres se habían separado y de alguna manera se me atribuyó a mí esa responsabilidad de cuidar tanto de mi madre como de Alexia, mi hermana pequeña. Obviamente, nadie esperaba que lo hiciese como el hombre adulto que no era, pero igualmente me suponía un gran desafío para el que temía no estar a la altura.
Llegué a creerme que era un gran protector, cuando en realidad mi madre se pasaba el día trabajando para que no nos faltara de nada y en casa se volcaba con el objetivo de que lleváramos siempre los estudios al día. Solo conseguía relajarme los fines de semana que pasábamos con mi padre, pero allí era todo muy diferente.
En su casa podía comportarme como un niño, no me sentía responsable si mi hermana se hacía daño o no se comportaba bien, pero echaba de menos el cariño de mi madre, los besos que me daba como premio por cuidarlas. Con mi padre no había besos ni gestos cariñosos de ningún tipo, cosa que no entendía pero que, irremediablemente, forjó mi carácter.
Aunque tenía claro que no quería ser como él, con los años fue calando en mí esa absurda idea de que los hombres no debían mostrar sus sentimientos. Mi madre se daba cuenta de que estaba cambiando en ese sentido y doblaba sus esfuerzos para traerme de nuevo a la senda del amor. Dentro de mí se debatían las dos opciones, las influencias de ambos progenitores.
Conseguí lidiar con esa pugna interna de la mejor manera posible, hasta que llegó la adolescencia. Las muestras de cariño, sobre todo en público, me hacían sentir incómodo. Estaba en esa edad en la que los jóvenes intentan distanciarse de sus padres para extraer su propia esencia, pero mi madre no pensaba parar de darme todo su amor de la forma más llamativa posible.
- Tenía un hijo y la adolescencia me lo ha cambiado por otro.
- Mamá, solo te pido que no me beses cuando estoy con mis colegas.
- ¿Es que a ellos sus madres no los quieren?
- Pues supongo que sí, pero nunca lo demuestran delante de mí.
- Hacen mal, el amor no debe reprimirse nunca.
- Alexia está en su cuarto, corre a abrazarla.
- Me gusta más achuchar a mi hombrecito.
No sabía si era por gratitud o simplemente por fastidiarme un poco, pero mi madre me daba a mí todo el cariño que mi hermana hubiese estado encantada de recibir. Al margen del desprecio que le hacía a Alexia, no tenía demasiado problema en que me demostrara afecto dentro de casa, aunque fuese para que no protestara, pero cada vez lo hacía de formas menos apropiadas.
Hubo una época en la que cogió la manía de salir corriendo de la ducha cuando me oía llegar del instituto. Yo procuraba no hacer ruido, pero siempre me escuchaba y aparecía para abrazarme cubierta con una diminuta toalla. Me incomodaba que tuviera el cuerpo húmedo y sobre todo que estuviera prácticamente desnuda. En cambio, las pocas veces que recibía la misma atención, Alexia se mostraba encantada.
- Mamá solo te quiere a ti.
- No es verdad, lo que pasa es que cree que yo ya no la quiero.
- Porque te has vuelto muy serio últimamente.
- Soy responsable, que no es lo mismo.
- Ella echa de menos cuando te gustaba que te abrazara.
- ¿Te lo ha dicho?
- No, conmigo casi no habla, pero se le nota.
- Tiene que entender que ya no soy un niño.
- Seguro que no te importa que otras te abracen y te besen.
Mi hermana tenía toda la razón. No hubiera tenido ningún inconveniente en que alguna chica hubiese querido demostrarme su cariño físicamente, el problema era que hasta ese momento ninguna se había mostrado interesada. Llevaba tiempo buscando novia, rollo o cualquier cosa que me permitiera dar rienda suelta al calentón constante con el que vivía.
En eso coincidía con mi mejor amigo, Nicky. Ambos estábamos desesperados por echar nuestro primer polvo, pero la suerte nunca se ponía de nuestro lado. En mi caso, lo que me impedía ligar probablemente eran mis altas exigencias. Sin embargo, él se conformaría con cualquier cosa, aunque era precisamente esa sensación de desesperación lo que hacía que ninguna quisiera acercarse a él.
Que Nicky no le hiciese ascos a nada era el principal motivo por el que nunca lo dejaba venir a casa. Temía sus comentarios al ver a mi madre paseando ligera de ropa o dando sus exageradas muestras de cariño. Siempre que lo invitaba, tenía que advertirla antes para que se comportara. Mi amigo no tenía ningún problema en que fuéramos siempre a la suya, hasta que surgió un problema.
- Josué, esta tarde vamos a tener que ir a tu casa para terminar el trabajo.
- ¿Por qué?
- Porque me he olvidado las llaves.
- Pues que nos abran tus padres.
- No vuelven de trabajar hasta la noche.
- Podemos acabar el trabajo mañana, no hay prisa.
- Tío, no pienso dejarlo para el último día.
- Es lo mejor, de verdad.
- Vale, pero tengo que ir a tu casa igual, no me voy a quedar en la calle.
No podía dejar que mi mejor amigo se quedara tirado en la calle hasta que volvieran sus padres, así que no me quedó más remedio que llevarlo a la mía. Fui todo el camino rezando para que mi madre aún no hubiera llegado de trabajar o estuviese ocupada en algo. Cualquier cosa menos el habitual recibimiento en paños menores.
Procuré no hacer ruido al introducir la llave en la cerradura, pero una vez dentro me aseguré de decir en la voz más alta posible que venía acompañado. Ya era demasiado tarde. Mi madre había iniciado la carrera desde el cuarto de baño y se dirigía hacia mí para darme el habitual abrazo de recién salida de la ducha.
Todo sucedió muy deprisa, pero yo lo viví a como a cámara lenta. Mi madre corriendo con su cara de felicidad, incapaz de frenar al ver a mi amigo. Alexia muerta de risa al ver la vergüenza que estaba pasando. Y Nicky con la boca abierta contemplando la escena, especialmente el momento en que que la toalla se bajó ligeramente y pudo ver parte de sus pezones.
Me quedé de piedra, incapaz de expresar el enfado que tenía encima. Incluso mi madre se dio cuenta de que había metido la pata, pero ella tampoco se atrevió a decir nada. Más sorprendente fue que Nicky se mantuviera callado, aunque sabía su silencio no iba a durar eternamente. Trataba de concentrarse en el trabajo, pero resultaba obvio que estallaría de un momento a otro.
- Di ya lo que tengas que decir.
- No sé de qué me hablas, Josué.
- Llevas toda la tarde callado, eso no es propio de ti.
- Hay que terminar el trabajo, ya lo sabes.
- Espero que sea eso porque...
- Joder, tío... ¡tu madre está buenísima!
- Lo sabía...
- Ya sé que no es la primera vez que la veo, pero con esa simple toalla impresiona.
- No es para tanto.
- ¿Qué no? ¿Cómo puede estar tan cañón a su edad?
- Solo tiene cuarenta años.
- La mía tiene cuarenta y tres y parece su bisabuela.
- No seas exagerado.
- Y tiene los pezones rosados, como a mí me gustan.
- Estás babeando la libreta.
- No es para menos... me muero por comerme esas tetazas.
- Córtate un poco, Nicky.
- Entiendo que es tu madre, pero no sé cómo aguantas que te sobe de esa manera.
- Es que no lo aguanto, pero porque me avergüenza.
- No seas idiota y aprovéchate.
- ¿Que me aproveche?
- Sí, métele mano.
- Estás enfermo.
- ¿No dices que solo quieres pibones? Pues no vas a encontrar otra como ella.
Aunque me costara, debía reconocer que mi madre estaba muy buena, a menos a ojos de cualquiera que no fuese su hijo. Pero yo no podía permitirme el lujo de verla de esa manera. Para mí era esa mujer tan pesada y excesivamente cariñosa que llevaba años haciéndome pasar vergüenza con la forma tan infantil que tenía de tratarme.
Después de aquella tarde de infausto recuerdo, mi madre comenzó a comportarse un poco. Seguía haciendo las mismas cosas, pero antes se aseguraba de que no hubiera nadie más delante. Por culpa de Nicky, cada vez que ella me abrazaba ya no podía evitar pensar en cómo sería meterle mano. Cuando ella se aferraba a mi espalda, en ocasiones me daba un cachete en el culo. Solo tendría que hacer yo lo mismo.
Pero poco tardaba en apartar esa idea de la cabeza. Estaba seguro de que mi madre no apreciaría maldad en ese gesto, pero seguramente lo interpretaría como una señal de consentimiento para seguir haciendo de las suyas. Aunque por entonces solo tenía trece años, casi siempre tenía en cuenta la opinión de Alexia.
- Tú también deberías ser borde con mamá para que se vuelque lo mismo contigo.
- A mí ya me va bien así.
- Pero siempre te quejas de su falta de cariño.
- Prefiero eso a que me toque el culo como a ti.
- Antes no decías eso.
- Yo también estoy empezando a madurar.
- O quizás sea que antes no tenías culo y ahora sí.
- ¿Te has fijado?
- No a propósito, pero es muy evidente.
- Y eso que yo no voy desnuda por la casa como ella.
- Que siga siendo así, por favor.
El desnudo integral era la última de las excentricidades de mi madre. No es que se paseara sin ropa, pero aprovechaba cualquier excusa para salir de su habitación tal y como vino al mundo. Yo apartaba siempre rápido la mirada, aunque quitarle la vista de encima a esos jugosos pechos de pezón rosado era todo un desafío.
A base de ir cada vez más lejos, mi madre consiguió que mi incomodidad se convirtiera en curiosidad. Ya conocía cada rincón de su cuerpo y me preguntaba cómo sería acariciarlo. Al principio conseguía lidiar con esos pensamientos tan turbios, pero Nicky insistía en sacar todos los días el tema y yo me comenzaba a obsesionar. No me quedó más remedio que utilizarlo a él como confesor.
- ¿De verdad que va desnuda por la casa?
- Sí, no se corta ni un pelo.
- Tienes que invitarme otra vez.
- Ni lo sueñes, que desde que viniste no dejo de...
- ¿De qué?
- De nada, olvídalo.
- ¿Qué ibas a decir, Josué?
- He dicho que lo olvides.
- ¿Fantaseas con tu madre? ¿Te la cascas pensando en ella?
- ¡Claro que no! No soy un degenerado.
- Pero algo te está pasando con ella.
- Solo es que siento... curiosidad.
- ¿Por las apetitosas tetas que te dieron de mamar? No sabes cuánto te envidio.
- Por eso y por todo en general.
- ¿Cómo lleva el coño? ¿Se depila?
- Yo no te pregunto cómo lo lleva tu madre.
- Es que eso no le interesa ni a mi padre.
- Pues sí, se depila. No tiene ni un solo pelo.
- Puffff, eso es que espera visita en los bajos.
- Pero si solo sale de casa para trabajar.
- Quizás es que la visita que espera ya la tiene dentro.
- ¿Qué?
- Tío, que no es normal tanto beso y abrazo medio en bolas.
- ¿Crees que mi madre quiere acostarse conmigo?
- Me falta un poco de información, pero estoy casi seguro.
Como era habitual desde pequeños, dejé que Nicky me metiera sus absurdas ideas en la cabeza. Lo que él decía podría haber tenido sentido, si no estuviéramos hablando de mi madre. Aunque fuese demasiado cariñosa conmigo y cada vez hiciera cosas más provocativas, resultaba del todo increíble que ella quisiera cruzar ese límite conmigo.
Durante las siguientes semanas me dediqué a observar su comportamiento. El nudismo comenzó a extenderse a otras partes de la casa, dejando de ser hechos puntuales. Además, con la llegada del calor, mi madre adoptó una forma de ir por casa inédita hasta ese momento. Iba siempre en braguitas y top, incluso cuando nos sentábamos los tres juntos a cenar.
La actitud que en su día resultó graciosa para Alexia, comenzaba a preocuparla incluso a ella. Mi hermana creía que solo era una forma de reafirmarse, de sentirse cómoda con un cuerpo que, por un motivo u otro, hacía mucho tiempo que nadie deseaba. A mí me parecía absurdo, ya que era evidente que tenía un cuerpazo, pero confiaba en la opinión de mi hermana, ya que iba camino de ser una mujercita.
- Si tu madre duda de su cuerpo, ¿qué deberían hacer las demás?
- Yo que sé, tío, es la opinión de Alexia.
- Otra que se está poniendo como un queso.
- Nicky, ni se te ocurra ir por ahí.
- Vale, nos centramos solo en tu buenorra madre.
- Llevo años resentido con ella y quizás buscaba una palabra bonita por mi parte.
- Eres su hijo, eso no deja de ser raro.
- Ya, pero es que ella no tiene más vida que esa.
- Yo podría sacrificarme y decirle algún piropo.
- ¿Qué dices?
- Algo elegante que la haga sentir bien.
- Tú no has sido fino en tu vida.
- Confía en mí, hombre... seré delicado como el pétalo de una flor.
La idea de ser yo el que le dedicara alabanzas al cuerpo de mi madre me parecía tan perversa que accedí a que lo hiciera Nicky. Era un plan horroroso desde cualquier punto que se mirara, pero me había obsesionado con las palabras de mi hermana y con lo sencillo que sería dedicarle unos piropos y salir de dudas.
Para evitar sorpresas, decidimos que mi amigo viniera a casa en un momento en que Alexia no estuviera y mi madre se encontrara ocupada. Fue un sábado por la tarde. Mi hermana iba a pasar la noche con una amiga, lo que nos daría más tranquilidad, especialmente desde que sabía que Nicky ya le había echado el ojo también a ella.
Mi madre estaba planchando. A esa hora ya refrescaba un poco y se había puesto un pantaloncito y una camiseta, aunque no llevaba nada debajo y se le marcaban los pezones. Nicky vino corriendo cuando lo avisé, dispuesto a cumplir con su propio plan. El muy zoquete se vistió de una manera ridículamente elegante, lo que iba a restar credibilidad a algo que debía resultar casual.
- Entras, saludas, le dices que está muy guapa y punto.
- Tranquilo, que sé cómo halagar a una dama.
- Tú qué vas a saber.
- Pero si le gusta te tendrás que ir, ya me entiendes...
- Tienes todas las papeletas para el puñetazo que se está rifando.
- Oye, que te estoy haciendo un favor.
- Venga, más te vale que resulte creíble.
Nicky entró al salón dispuesto a protagonizar el momento más apoteósico de su vida. Estaba convencido de que incluso la iba a seducir, pero en cuanto lo vio aparecer, mi madre simplemente le sonrió y él se puso muy nervioso. Tuve que darle un codazo sutil para que arrancara y lo que salió por su boca estuvo muy lejos de resultarle reconfortante. "Señora, está usted tan buena que me pasaría el día entero follándomela."
El silencio se apoderó del salón durante varios segundos. Ninguno de los tres nos atrevíamos a romper la tensión que se había producido a raíz de las desafortunadas palabras que mi amigo había soltado. La cara de mi madre era un poema, resultaba imposible saber qué estaba pensando, hasta que comenzó a llorar. Al verlo, Nicky se fue de casa y yo no sabía cómo reaccionar.
Quería ir detrás de Nicky para inflarlo a hostias, pero en ese momento era mucho más importante mi madre. Ella se levantó lentamente y, tras desenchufar la plancha, se fue a su habitación sin decir nada. Sabía que tenía que ir detrás de ella, pero también era consciente de que no había justificación posible para lo que había sucedido.
Esperé un par de minutos y la seguí hasta su habitación. La encontré hecha un ovillo sobre su cama. Aunque trató de disimularlo, los sollozos delataban que seguía llorando. Me senté a su lado y la abracé, no se me ocurría mejor forma de consolarla que recurrir a esos abrazos de los que tanto había renegado en los últimos tiempos.
- Agradezco lo que has intentado, Josué.
- ¿A qué te refieres?
- Sabes que tengo una crisis de autoestima y has intentado que Nicky me anime.
- Pero ha salido fatal, lo siento.
- No ha elegido las palabras adecuadas, eso está claro.
- Debí imaginarlo, siempre hace lo mismo. Y ahora estás triste.
- El problema no han sido sus palabras, hijo.
- ¿No?
- Yo necesitaba que fueses tú el que tratara de animarme.
- Pensé que de mi parte un halago no sonaría tan creíble.
- Puede ser, pero todo lo que tú dices me reconforta.
- Mamá, eres la mujer más guapa que he visto nunca, ¿por qué te pasa esto?
- La belleza va más allá de cómo te perciben los demás.
- No lo entiendo.
- Sé que soy atractiva, pero además de saberlo necesito sentirlo.
- ¿Por qué no rehaces tu vida? Te sobrarían candidatos.
- Es posible, pero yo ya tengo un hombrecito y no quiero más.
- Yo no puedo darte lo que necesitas.
- Quizás sí.
- Mamá...
- Solo quiero tu amor, sentir el calor de tus abrazos, que me beses.
- Ya te estoy abrazando.
- Así no, como cuando eras pequeño y te daba el pecho.
Sin previo aviso, mi madre se desprendió de la camiseta y tiró de mí para colocar mi cabeza sobre sus grandes tetas. En ese momento no sentí la incomodidad habitual, todo lo contrario. Sobre sus senos me notaba tranquilo, en paz. Comenzó a acariciarme el pelo mientras yo me iba acomodando cada vez más.
Era un momento íntimo, amoroso, pero yo sentía la necesidad de llevarme sus pezones a mi boca y volver a sentir la conexión que habíamos perdido muchos años atrás. Su suave piel emanaba calor y sus suspiros delataban las ganas que tenía de sentirme de nuevo sobre ella, de que su hombrecito le diera todo el cariño que le faltaba.
- ¿De verdad piensas que soy la mujer más guapa que has visto?
- Sí, mamá.
- ¿Cómo te sientes estando tan pegado a mí?
- Feliz y tranquilo como hacía mucho tiempo que no lo estaba.
- ¿Te sentirías mejor si estuviéramos desnudos?
- Creo que sí.
Se quitó el pantaloncito y yo, casi hipnotizado por el erotismo y la emotividad del momento, me deshice de toda mi ropa. Quedamos los dos desnudos sobre su cama y ella me pidió que volviera a recostarme en su pecho. Procurando hacerlo de la forma más natural posible, coloqué la cabeza sobre una teta y estiré el brazo para rodearla y que mi mano se posara sobre la otra.
Alcé una rodilla para que quedara justo encima de su suave y cálida entrepierna. Era un momento de amor entre una madre y su hijo, pero noté la inconfundible humedad de su sexo. Por mucho que tratara de disimularlo, me estaba excitando. Mi polla erecta rozaba uno de sus perfectos muslos, haciendo que me pusiera todavía más cachondo.
Saqué la lengua lentamente hasta que alcanzó el pezón que tenía al lado. Como mi madre no reaccionó, me lo acabé introduciendo en la boca y succioné. Tenía claro cuál quería que fuese mi siguiente paso, pero quizás era demasiado arriesgado y prefería no resultar brusco. Moví la mano que tenía sobre su mama y la comencé a acariciar, tratando de abarcarla. Ella volvió a revolverme el pelo y yo lo interpreté como consentimiento.
Esa misma mano comenzó a descender muy lentamente. Recorrí su plano abdomen hasta llegar al ombligo y después seguí bajando. Rozar su zona íntima incrementó mi excitación, pero no iba a parar. Al fin noté con mis propios dedos que estaba empapada. Mi madre dejó escapar un leve gemido y se revolvió de placer sobre la cama.
Mientras me daba de mamar y mi verga, cada vez más dura y con ganas de descargar, seguía pegada a su muslo, me atreví a entrar en ella. Fueron dos dedos los que se introdujeron en su vagina, el lugar del que salí dieciséis años atrás. Mi madre abrió ligeramente las piernas para permitirme hacer lo que quisiera, pero en ese momento solo quería permanecer en su interior, que mis dedos se arrugaran con sus fluidos.
- Ahora mismo me siento en la gloria, Josué.
- Yo también, mamá.
- Me gusta que me des placer, luego te devolveré el gesto.
- Lo espero con ansia.
- ¿Sabes en qué estoy pensando?
- No.
- En que nunca he sido justa con tu hermana.
- Puede ser.
- Creo que debería tener un momento así también con ella.
Continuará... 

2 comentarios - Mi mamá va desnuda por la casa

Ola54321 +1
Muy bueno el relato ya quiero 2da parte
StevenM3
Segunda parte por favor, muy bueno por cierto