Terapia Especial. Capítulo XVIII:

“La amante perfecta”

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Hace un par de meses atrás, cuando mi esposa me acorraló contra las cuerdas, para que cumpliera su última gran fantasía. Pensé que todo era una locura, la idea de coger a chicas de la edad de nuestra hija, me incomodaba, sin embargo, como un fiel lacayo, acepté aun cuando me desagradaba hacerlo. A medida que pasaba los días y tachaba una a una las chicas de su lista, comencé a sentirme a gusto, las experiencias eran morbosas y con mucha adrenalina. 

Cada una tenía sus peculiaridades y me hicieron disfrutar del sexo a su manera. Si hiciera un ranking, creo que sería injusto, pues algunas no tenían experiencia previa y otras físicamente me llamaban más la atención. Hoy verme con alguna de ellas resulta algo incómodo, las imágenes de nuestros cuerpos fundiéndose en un abrazador placer, me retumba en la cabeza. Sin embargo, me resisto a cualquier impuro deseo que me pueda invadir. 

Por ejemplo, mis cuñadas que son a las que suelo ver más seguido, he podido zafar de sus encantos. De hecho tras las semanas en la casa de su padre, Diana regresó más cachonda que nunca. Su cuerpecito desnudo, bronceado por el sol veraniego, se paseó delante de mis ojos. Hambrienta por tener mi polla dentro de ella, intentó bajarme los pantalones, a la vez que sus labios rozaban los míos. Me sentía sofocado ante su atrevimiento y su aroma, no obstante, me contuve y la rechacé. 

Fue algo duro para ella, pero le expliqué que la Terapia Especial, se había acabado y si ella quería tener sexo, debía buscar a alguien más. Yo ya había cumplido con mi parte que era animarla, después de ser rechazada por mi hijo y regalarle unos buenos polvos. Diana lo entendió al final y aunque le tomó unos días, para buscar a un nuevo amante, ahora se ve feliz, algo que me llena de satisfacción, para ser sincero. Josefina por otro lado, al regresar, no tuvo intención alguna de coquetearme o querer repetir lo que habíamos hecho. 

Ella desde un principio entendió que lo nuestro solo era de un día, pero yo cada vez que la miraba, recordaba la imagen de ella brincando sobre mi verga. En mis pupilas tenía grabado aquel enorme trasero desnudo, al igual que el de Ignacia. Algunas veces soñaba despierto, que tenía a mi nuera enfrente de mí, desnuda, con esa cola asesina meneándola de lado a lado, llamándome para que le diera de su medicina favorita. Y yo como una bestia libidinosa, me lanzaba sobre ella. 

Le mordía la oreja, le besaba el cuello, le masajeaba esas tetitas y le devoraba el orto. Ese culo tan gordo y obsceno, hacía salir lo más inmoral de mí. Pues no fue la única fantasía que tuve con ella, esa misma semana, fui a visitarla con la excusa de hablar con mis hijos. Ignacia ese día, vestía con ropa ligera, una camiseta muy delgada, de la cual podía ver sus pezones erectos y un shorts cortito que estaba ceñido a ese culo. Mis ojos depravados acecharon la voluminosa y carnosa cola de mi nuera. 

Solo con darle un vistazo de unos segundos, se me empalmó la polla. Sus gemidos resonaban por mis oídos y el sabor de sus besos, lo sentía recorriendo por mi paladar. Durante mi charla con Axel, mis ojos siempre estuvieron hacían donde se encontraba Ignacia, el momento más crítico, ocurrió, cuando ella salió en traje de baño. Su tanga apenas le cubría su jugoso coñito, sus nalgotas rebotaban por cada paso que daba, sentí que el alma se me salió por la boca del asombro. 

Hablar con Axel y Vanessa, mientras yo miraba intrépidamente a Ignacia, nadando en la piscina, resultaba incómodo. Más por la evidente erección que tenía, aun así trate de mantener la cordura, sin embargo, cuando mis hijos salieron a comprar, todo en mi cabeza se nubló, llevándome al mundo de las fantasías. Ignacia para ese momento ya había salido de la piscina y se había ido a tomar una ducha. Inmerso en mis lujuriosos deseos, caminé hasta el baño. 

Parado enfrente de la puerta, me quedé escuchando cómo el agua caía sobre su cuerpo e imaginándome la escena. Al hacerlo me sentí inquieto, pues la imagen de esa preciosa cola, irrumpía en mi cabeza otra vez. Mi polla se colocó más dura de lo que ya estaba, tanto que me resultaba molesto tenerla dentro del pantalón. Suavemente fui sobando mi pene, pensando que fue una mala idea, haber ido ahí, que no era justo que deseara a la mujer de mi hijo y quisiera follármela. 
 
De pronto escuché unos chillidos, al principio eran escuetos y cortos, pero cada vez comenzaba a oírlos más fuertes. Aquello llamó mi atención, más al distinguir entre esos coros, mi nombre. Al apoyarme en la puerta para querer escuchar con más claridad lo que balbuceaba mi nuera, me percaté que esta estaba abierta. Mi corazón palpitó de forma desesperada, no podía creer que esa chica había dejado la puerta intencionalmente abierta, para que la espiada. 

Y fue eso, precisamente lo que hice. Mirar por la apertura y deleitarme con la silueta de esa cachonda jovencita. –“Dios, que cuerpazo, tiene mi nuera”- murmuré, desabrochándome el pantalón y bajándomelo. Maravillado con la figura de Ignacia, comencé a masturbarme con más fuerza y ni me molestaba en ahogar mis gemidos. Ella abrió los ojos, mientras tenía sus dedos arañando su hendidura y sobando su clítoris. Supe inmediatamente que ella, vio mi verga endurecida en esa pequeña línea en donde yo la espiaba. 

Pensé que masturbarme viéndola y que ella hiciera lo mismo, observando mi miembro, era suficiente. No obstante, Ignacia necesitaba una cogida de mí, ansiaba que se la metiera de nuevo, a pesar de que prometimos no volver hacerlo. Ella se volteó y pegó sus palmas en la pared, levantó esa enorme cola y la movió sutilmente de un lado a otro. Supe que era la señal para que entrada y eso hice. Los parparos de Ignacia se levantaron y una sonrisa se le dibujó en la cara. 

Me desvestí sin pensarlo dos veces y me acerqué a ella, para hacerle compañía en ese estrecho cubículo. Puse mi mástil entre medio de esos dos gordos glúteos, en donde se perdió, como su una gran masa se lo hubiera tragado. Mi nuera gimió con el solo roce de mi ardiente daga, la abrace con fuerza, mientras mi lengua viajaba por su cuello, hasta llegar su melosa boca. Sin que nos digamos algo, nos besamos fervientemente como dos locos, entregados completamente al placer. 

Mis dedos fueron descendiendo por esa barriguita suave, hasta llegar a su babeante y cálido chochito. Con mis yemas recorrí los labios vaginales de Ignacia y luego de tener sus jugos entre mis dedos, la palpe, haciéndola chillar y retorcerse de gusto. –“Uuuhhmm… U-usted es un hombre muy travieso, suegrito”- musitó armoniosamente, –“Tú me incitaste a esto, zorrita. Ahora no te quejes”- le respondí, mordiéndole los labios y moviendo mi tranca de arriba abajo.  

Ambos sonreímos pícaramente y nos volvimos a besar, notando como el agua cubría nuestros cuerpos fogosos. –“¡¡Ooohh… Suegro, párteme el culo, con esa vergota tan exquisita que posee!!”- murmuró, entregándome su pomposo y enorme trasero, para que lo penetre.  No titubeé en hacerlo, como lo había hecho durante todo ese rato, y le ensarté mi polla en ese orto tan rico que tenía. –“Buah… Pero que culazo, nena”- le dije, moviendo mi pelvis para terminar de enterrarle mi verga. 

–“¡Oohh!… ¡Sí, sí, sí, sí!… ¡Papacito!… ¡Reviéntame el culo, con esa monstruosa polla madura!”- balbuceó extasiada. Los dos totalmente entregados a la lujuria, empezamos a coger de forma descontrolada, nuestros cuerpos se movían solos y nos terminamos regalaron un polvo sencillamente fantástico. Sin embargo, aquello, como había dicho antes, solo fue producto de mi imaginación. En realidad, solo me quedé parado en la puerta, intentando escuchar algo, pero no oí nada fuera de lo normal.

Igualmente, por más caliente que andaba y ella me hubiera tentado, de esa forma como pasó en mi depravada cabeza, el resultado habría sido muy distinto. Porque en mi interior me sentía mal y sucio, por haber manchado mi cama matrimonial, con el olor de Rosita. Por lo que serle infiel a April otra vez, ya no era posible. De hecho, tras fantasear con eso, me torturé y sentí como un puñal desgarraba mi pecho, así que regresé a mi casa, en ese mismo minuto. En aquel instante que me revolqué con esa negrita en mi cama, lo disfruté mucho. 

Sí, eso no lo puedo negar. Tampoco voy a negar que sentí un morbo que me llenó de energía y adrenalina, pero luego de que ella se fue y mi mujer regresó junto a nuestro pequeño hijo, me sentí falta. Fui incapaz de mirarle a la cara a April por una semana entera y sin duda lo peor era dormir en esa cama, sabiendo que ya no solo la fragancia de mi mujer estaba en ella, sino también la de Rosita. Porque no solo cogí con ella ahí el viernes en la noche, sino que también lo hice aquel domingo, antes de que se fuera. 

Después de hacerlo en la cocina, ambos comimos más por obligación que por querer. Ya que nuestros cuerpos lujuriosos, solo ansiaban estar unidos y dejarse llevar por ese fuego y la locura que nos consumía. Era tanta, que tuvimos la osadía de sentarnos a la mesa totalmente desnudos, sin ningún pavor de que Laura llegase y nos viera. Por suerte había hecho un almuerzo bastante liviano, por lo que no nos tardamos en comer. Tomé mi ropa y me fui junto a ella a mi cuarto. 

A penas cerré la puerta, nuestros labios se fundieron en un ferviente beso. Mi verga que estuvo dura durante todo el almuerzo, se tensó al máximo y quedó hecha piedra. Mis manos dibujaron sobre esa piel negra, que ardía en libido. Sin separarme de su afrodisiaca boca, la llevé hasta mi cama, en donde la tumbé y la hice mía, con unas ganas, que ni a mi esposa se lo he hecho. Tener su cuerpo ébano sudoroso pegado al mío me excitaba, cada arremetida en su interior era un delirio y sus gemidos con los azotes de nuestros cuerpos, fueron música para mis oídos. 

Nunca me había sentido tan cachondo con una mujer que no fuera April, para ser sincero. En el momento que intimaba con alguien, algunas veces decía palabras por decir, porque no pensaba con mucha claridad, además de que era para el espectáculo por el cual mi esposa, me rogaba. Pero en ese instante, sin tener sus ojos sobre mí, me perdía totalmente en el cuerpo de esa chica, y cada palabra que balbuceé, fueron verdades, que solo ella me hacía experimentar. 

La silueta de Rosita quedó grabada en el colchón en donde solo el cuerpo de April y el mío, habían copulado. El respaldo de la cama se golpeaba contra la pared, por mis violentas embestidas. Me corrí dentro de ella, mientras le mordía los pezones y le machacaba las entrañas. Sin duda quedé agotado, mirando el techo, mientras ella encima de mí, me besaba y me daba las gracias por esa cogida y al mismo tiempo me imploraba que esa no iba a ser la última vez que lo hiciéramos. 

Los días pasaron y yo me seguía torturando por lo que hice, pues April no se merecía aquello. Me encerré en mi trabajo y así también deje de lado el sexo, mi vida se hizo aburrida y monótona. Porque mi relación con mi esposa se hizo mucho más distante, casi inexistente, apenas nos saludábamos cuando mis veíamos de frente, y ni siquiera era con un beso. Nuestro único tema de conversación, era Simón, si no fuera por nuestro hijo menor, creo que ni siquiera nos hablaríamos. 

Me sentía viejo y amargado, poco a poco comencé a ver mi trabajo como algo que detestaba hacer. Lo que para mí siempre fue imposible, ya que mi amor por la psicología era muy grande, sin embargo, la crisis que enfrentaba con April se estaba traspasando a mi trabajo, haciendo que lo deteste. Crisis que yo me negaba a ver, pero que sabía que estaba ahí, que con charla la podía solucionar y mi vida, volver a lo que era antes, no obstante, no quise esforzarme y dar ese paso. 

Una tarde, mientras terminaba de leer unos informes de unos pacientes, tocaron la puerta de mi consulta. Fui abrir, sin mucho ánimos, pero al hacerlo, quedé sin aliento y paralizado. Quien había golpeado, era Rosita, la cual con una sonrisa tallada en sus carnosos labios y angelical rostro, entró. Había pasado aproximadamente un mes, desde la última vez que la vi y la tuve entre mis brazos. Tragando saliva, la miré de pies a cabeza, lucía sexy en aquel vestido azul cobalto que llevaba puesto. 

Ella se sentó en mi escritorio, con su dedo índice me hizo la señal para que me aproximada a ella. Yo atolondrado por su presencia, le hice caso, como si fuera un animal salvaje que fue amedrentado. Ella sonriendo, me tomó de la corbata y pegó mi cara en la suya. –“Hola, papito, ¿cómo has estado?”- preguntó, con evidencia de sarcasmo en sus palabras. Antes de que pudiera articular alguna palabra, ella comentó, –“He oído que tienes problemas con tu mujer, ¿es eso cierto?”- 

Me quedé atónito al oír eso, no esperaba que ella supiera aquello, tartamudeando, le contesté que estaba algo distante con April, sin embargo, nada grave aún. Ella pareció hacerle gracia, esa última frase mía y mordiéndome los labios, me susurró algo que me dejó tieso por unos largos segundos. –“Sabes, papito. Estoy aquí, porque quiero decirte, que me dejaste embarazada, aquel maravilloso fin de semana”- fueron sus palabras, mientras abría la boca e intentaba meter su lengua en la mía. 


Miles de cosas se cruzaron en mi cabeza, una corriente helada descendió por mi espalda, pero a la vez, sentí una emoción que ya había olvidado al estar al lado de April. –“¿Ha-hablas en serio?”- le consulté, aceptando su beso y tocando tímidamente su lengua. –“Sí”- dijo ella de forma escueta, para volver a engancharse a mi boca. No comprendía porqué mi corazón se había acelerado tanto, en su lugar debía estar afligido, porque iba a tener un hijo con la hermanastra de uno de mis hijos. 

Debía estar aterrado por confesarle esa noticia a April, no obstante, en su lugar estaba excitado y entusiasmado. Tras aquel morreo, la miré fijamente a los ojos, ya no tenía duda que estaba feliz por esa noticia y sin pensarlo mucho, le dije que iba a divorciarme de April, para estar desde ese momento en adelante con ella. –“Sí, papito. Divórciate de esa perra. Ahora yo te daré sexo, amor y todo lo que necesites”- me dijo de una forma muy coqueta y cachonda. 

–“Tomás, Tomás, Tomás. ¡Tomás!”- comencé a escuchar repetidamente, hasta que uno de esos gritos me despertó de la ilusión en la que estaba. Rosita era quien me llamaba por mi nombre, ella estaba frente de mí, con un rostro algo preocupado y parada de pie, nunca se sentó en mi escritorio, tampoco había dicho que estaba embarazada, todo había sido una fantasía que se me cruzó por la mente. –“¿Qu-qué pasa?”- pregunté avergonzado y agachando mi mirada al suelo.  
   
–“Veo que andas por las nubes”- dijo en un tono agradable y dulce, levanté mi mirada, para observarle su bella cara. Esos candentes labios, me llamaban para que me acercada a ella y los mordiera de la forma más tierna y voraz al mismo tiempo. Ella dijo unas par de palabras pero no le di importancia, estaba embrujado por su boca. Acortando la distancia con ella, tomé su mentón y tras mirarnos fijamente unos segundos, la bese con mucha delicadeza. 

Nuestros labios parecían ser de cristales, y que en cualquier momento se romperían, mientras que nuestras lenguas, dos sedas que se entrelazaban. El sabor a fresa de su boca, me volvía a engatusar como lo había hecho en esos días en que se quedó en mi casa. Al separarnos, me miró con una sonrisilla coqueta, a la vez que se saboreaba los labios. –“Veo, que estás de acuerdo a que nos sigamos revolcando a escondidas de tu esposa”- murmuró, enganchando sus brazos en mi cuello. 

–“Porque lo vamos a seguir haciéndolo, ¿verdad?”- consulto, disminuyendo la distancia entre ambos. Al principio no supe exactamente el por qué, pero al oír esas palabras, no pude negarme a esa negrita. Era irónico que con la chica que traicioné a mi esposa, olvidaba ese tormentoso sentimiento de culpa y la amargura de serle infiel. En su lugar ansiaba volver hacerla mía. No le había ocultado algo a April, desde que nos casamos, ella estaba siempre al tanto de todo lo que me pasaba, aun si me demoraba en confesárselo, siempre terminaba haciéndolo. 

Más si me cogía a otra mujer, porque solo lo había hecho para complacerla, o de alguna manera ella estaba involucrada en eso. No obstante, desde que hable con Adara, sin saber que era Rosita, comencé a ocultarle cosas y mentirle a mi esposa. En ese minuto en el que tenía frente de mí a la hija de Laura, mirándome directamente con sus ojazos brillantes, comprendí que me tenía loco y no me importó esconderle lo nuestro a mi mujer. Todo lo contario, me fascinaba tener una relación de amantes con esa morochita. 

Aceptándola como mi amante, fui besándola apasionadamente y retirándole su vestido. El cual cayó al suelo, sin mucho esfuerzo. Me quedé anonadado al tener semejante belleza y mujerón, frente mío. Ella sentada en mi escritorio, fue desvistiéndome, mientras tatuaba mi piel con sus labios. Finalmente desnudo al igual que ella, me aproximé para sellar nuestro acuerdo. Con nuestras miradas cruzadas, fui fundiéndome dentro de ella, haciéndola chillar y ahogando su delator grito con un beso. 

Mis penetraciones fueron lentas y sutiles, dejaba en el olvido todos mis problemas y en ese instante, no existía nadie más que Rosita y yo. Mi cuerpo entero se estremecía de un gozo desconocido, o tal vez, olvidado. De mis labios desprendía una baba ardiente, que se mezclaba con la de ella, que era melosa y refrescante. Paulatinamente fui moviéndome más violento dentro de esa morochita, que ya le resultaba imposible ahogar sus jadeos, que retumbaron en las paredes. 

Dominados con esa adrenalina de ser descubierto por alguien, terminamos haciéndolo de manera frenética. Sin resistirlo más, terminé eyaculando dentro de ella, haciéndola corear mi nombre un susurro que le enamoró. Quedamos echados en mi escritorio por cerca de unos 20 minutos, en donde nos besamos como dos adolescentes. –“Uuuff… Que follada, papito… Envidio a tu esposa por disfrutar de esto, todo los días”- murmuro, mordiéndome la oreja. 

–“¿Todo los días?”- dije de manera inocente, –“Te equivocas, con April llevo casi más de un mes sin coger”- le confesé. Los ojos de la negrita se hicieron enormes del asombro por esa revelación. –“¿Co-cómo?”- exclamo sin creer lo que le había dicho, –“Que mi vida sexual con mi mujer, está muerta”- repetí. El rostro de incredulidad de esa chica pasó a ser una de alegría y traviesa. Soltó una carcajada que me dejó estupefacto, no entendía qué le había hecho tanta gracia. 

–“Pe-pe… Perdón. Solo que no puedo creer, lo estúpida que es tu mujer, al no querer tener sexo contigo. Pero descuida, papito. Desde ahora, yo te voy a complacer como se corresponde”- afirmó, montándose encima de mí, como si una chispa la hubiera encendido de nuevo. Yo sonreí y solo le dije, –“Cuento contigo”-, sin imaginar que iba a cumplir su palabra. Porque desde esa tarde, cada vez que nos veíamos, terminábamos follando como salvajes. 

Ya fuera en mi oficina o en nuestras casas, cogíamos embrujados por la lujuria que recorría por nuestros cuerpos. Corríamos el peligro de ser encontrados por mi esposa o su padre, que iba a visitarla en vez en cuando a su departamento. Aquella morbosa adrenalina, que experimentábamos era lo que hacía más especial nuestra relación, por lo menos el primer mes. A mí me encantaba ir a su piso, porque evitaba así el ambiente frio e indiferente, que se creaba con mi mujer. 

Me sacaba esa amargura de todas las mañanas de despertar al lado de alguien que apenas me miraba o me tocaba. Me encantaban esos días que llegaba a casa solo a dormir, con una sonrisa de oreja a oreja, después de haber estado con una mujer, que sí me tocaba, me besaba y me transmitía amor. Había noches en que no quería dejar ese departamento, quedarme al lado de esa jovencita era una tentación con la que luchaba, porque sabía que si cedía, nuestro amorío secreto, iba a estar expuesto. 

Mi vida volvió a tomar otro rumbo con la relación que tenía con Rosita, tanto que regresé a tenerle cariño y amor a mi trabajo. Un día, luego de que mi jornada terminara, pasé a comprar unas cosas y me fui a su apartamento. Le llevé un ramo de flores, que le hicieron mucha ilusión, pues de sus ojos noté un brillo singular. Uno que me hizo palpitar el corazón, como cuando por primera vez vi a April. Me quedé callado más de lo normal, ya que, con Rosita, solía hablar demasiado, lo nuestro no se limitaba a solo el sexo. 

Después de comer, ella se me acercó y tomó mi mano, invitándome a su cuarto, el cual se había transformado en nuestro nido de amor. Besándola como si mi vida dependiera de eso, dejaba de lado mis cuestionamientos y disfrutaba junto a ella, un nuevo polvo que me revitalizaba. Me había acostumbrado tanto al sabor de sus labios, que con solo rozarlos, ya sentía esa miel entre mis glándulas gustativas. La ternura de su piel, era algo de lo que todavía no me adaptaba, por lo que cuando siempre lo tocaba, mis pelos se erizaban. 

Su aroma por otra parte, ya se encontraba incrustada en mis poros, por lo que con solo cerrar los ojos, ya pensaba en ella, en su figura ébano y sus curvas divinas. Recostados en la cama, la follaba con salvajismo, cada penetración que daba, sentía que mi verga se tensaba y lo mejor de todo es que ese coñito, por más que lo había hecho mío, seguía siendo tan apretado como la primera vez que lo hicimos. –“¡¡¡Ooohhhh… Diooooosss!!!…”- expresó ella, con sus uñas clavadas en mi espalda y sus piernas abrazando mi cintura. 

–“¿Te gusta ser la puta de este viejo?”- le pregunté, mordiéndole los pezones, mientras mi polla, batía su interior. –“¡Síiiiii…!”- respondió ella, arqueando su espalda, –“¡¡Me encanta ser tu mujer, Tomás!!”- añadió, arañando con más fuerza. Era muy inusual que ella me llamada por mi nombre, por lo que cuando lo hacía, sentía una electricidad que me impulsaba a machacarle ese coñito tan sabroso. Nuestros alientos estaban sincronizado al igual que nuestros movimientos. 

–“¡Ooohh Diooss! ¡Uuuhhh… Así papito, así!”- manifestaba ella, deseosa para que no la dejara de martillarla e incluso le diera más duro.  –“Jo-joder, nena… Ya estoy muy cerca, así que dime a dónde quieres mi descarga”- dije, comiéndole la boca. Percibí que mi polla estaba siendo secuestrada por esos músculos vaginales, que sujetaba con más fuerza, como si no quisieran que miembro no saliera de ahí. –“De-dentro mío… Relléname, papito”- solicitó ella, también en su clímax.  

Solo bastaron un par de estocadas para que tanto ella como yo, nos corriéramos. No obstante, algo impidió que lo hiciéramos de inmediato, pues su celular sonó. Era su padre, quien la llamaba, como todos los días, para pedirle algo. Rosita contestó, bajando el ritmo de sus caderas y yo hice lo propio con mis arremetidas. Lamiendo y picoteando ese cuello de cisne negro, oía como el patán de su papá se aprovechaba de la bondad de Rosita, al pedirle prestado dinero que nunca devolvía y que malgastaba. 

Antes de que ella le dijera que le iba a transferir la cantidad que deseaba, él notó que su hija tenía la voz quebrada y estaba muy agitada. Le preguntó qué estaba haciendo, a lo que yo excitado por el escenario, le murmure a la chica: –“Dile que estás haciéndolo abuelo, con el hombre que tanto odia”-, él alcanzó a percibir mi voz, ya que le consultó a Rosita si estaba con alguien, sin esperar la respuesta a su primera pregunta. Ella entre balbuceo, le dijo que se encontraba con una amiga, lo que me causó gracia.  

–“Vaya a amiga que soy, al reventarte como una perra, mi Cenicienta”- susurre, dándole estocadas más profundas y haciéndola gemir. Ella me pidió que guarde silencio, aunque en su rostro reflejaba que le estaba cachondeando que le dijera esas cosas. Yo ya no soportaba más, quería aullar y venirme dentro de ella, para luego darle otra cogida, antes de irme a mi casa. Así que tomé su celular, colgué la llamada que tenía con su padre y terminé de bombear, liberando una enorme descarga de semen en su interior. 

Desde ese día, la idea de ser madre, parece que ya no le disgustaba, porque durante de esa semana me pidió que la preñada. Nuestro romance a escondidas, siguió por otro mes. En su piso lo hacíamos casi a diario, incluso cuando su padre la visitaba y pasaba hablando mal de mí, yo me encontraba con esa chica follando en la cama, como un hijo de puta. Las únicas veces que no lo hacíamos en ese cuarto, era cuando ella venía a mi casa, mientras April trabajaba, yo me encamaba con esa negrita en nuestra cama matrimonial o en algún sector de la casa. 

No había cuarto en mi hogar, que no había sido cómplice de nuestra aventura. Hubo un día, en que Diana llegó antes de lo esperado y casi nos encontró haciéndolo en su cama. No nos percatamos de su presencia, hasta que oímos sus pasos por el pasillo, mientras hablaba por teléfono con alguien. No había un lugar en donde escondernos, por lo que nuestra única salvación era que Diana no entrada a su habitación y pasara al baño, de todos modos, Rosita me cubrió con las sabanas y se vistió en el caso de que Diana entrada.

Para nuestra fortuna, mi cuñadita, se desvió en su trayecto y bajó nuevamente al primer piso, de seguro había olvidado algo. En esos minutos, Rosita salió del cuarto para ganarme algo de tiempo, mientras que yo me vestía lo más rápido posible. Al salir, sentí cómo mi corazón, retumbaba en mis oídos y mi polla se hizo más dura. Del dormitorio de Diana, pasamos al que le perteneció a Vanessa. Dejándonos llevar por la pasión, no tardamos en desvestirnos y comenzar a copular otra vez. 

Hubo otro día, en el que estuvimos a nada de ser atraparnos. En aquella ocasión fue April quien casi nos descubre. Y sin duda, ha sido la experiencia más cachonda que he vivido. Todo ocurrió dos semanas después de lo sucedido en el cuarto de Diana. Aquel fin de semana, el sol brillaba en un cielo azulado, donde las nubes ni se asomaban. Rosita fue a la casa con la excusa de que necesitaba ayuda para realizar un informe. Ella me dejó anonadado cuando llegó, pues llevaba puesto una falda que le llegaba hasta los muslos y una blusa descotada. 

Mis ojos se pasearon por esas curvas tan bien delinearas y luego se quedaron fijos en esos senos de chocolates. Cómo no hacerlo, si me los estaba presumiendo de manera descarada, al no llevar sujetador. Me quedé ahí quieto como una estatua, hasta que ella dio un paso hacia adelante. Como un perrito faldero la seguí, me tenía embrujado con el meneo de sus caderas y ese sensual andar. Quería abrazarla, besarla, desnudarla y follarla ahí mismo. 

Lo hubiera hecho, sin embargo, Benjamín se cruzó en mi camino, justo cuando iba a rodearle la cinturita a esa negrita. Mi hijo al igual que yo, quedó deleitado con esa joven, no podía culparlo, pero de manera extraña me sentí celoso. No quería que Benjamín observada con tanta osadía y lujuria a Rosita. Solo yo podía desnudarla con la mirada y desear ese bomboncito ébano. Me coloqué en frente de mi hijo, para evitar que siguiera viéndola y le pregunté si necesitaba algo. 

Benjamín tragó saliva y se tomó un par de segundos para responderme. Él quería un poco de dinero, para que saliera con Josefina. Yo tomé mi cartera y le di dinero sin contar o saber exactamente la cantidad que quería, simplemente quería que se fuera y me dejara a solas con Rosita. Sin él y mis cuñadas en casa, porque Diana había salido, solo tenía que preocuparme de April. Lo que sería difícil al tener semejante hembra delante de mí, tentándome con sus gordos melones. 

–“¿Qué pasa mi amor? ¿Tienes miedo que tu esposa nos vea?”- murmuro de manera provocativa, apoyando su dedo índice en su labio inferior y colocando una cara de inocencia. Mi mujer se encontraba en la de estar con Simón, así que al oír la voz de Rosita, no tardó en aparecer. Gracias a que la muchacha había hablado en voz baja, April no distinguió lo que había dicho. Mi esposa amablemente le sonrió a la chica y le dio un beso en la mejilla. 

Esa confianza que April desprendía, me hizo pensar por un minuto, que tal vez, ella estaba al tanto de mi relación con Rosita. No podía descartar que todo pudo ser parte de su plan, con la intensión de que yo satisficiera por más tiempo, ese fetiche que tenía. Al verlas interactuar, mi mente depravada comenzó a maquinar un escenario en donde podía disfrutar de esas dos hermosas mujeres. De seguro me quedé con una cara muy atolondrada, porque April me consultó si me pasaba algo. 

Alrededor de una hora, mi esposa estuvo al lado de nosotros, su sola presencia me incomodaba y estimulaba. Verla tan radiante, me hacía acelerar el corazón y anhelar esa figura tan singular que poseía. Despertó mi apetito sexual otra vez e incluso actuó coqueta conmigo, después de tanto tiempo. Al verla así, cada vez me convencía más de que ella estuvo siempre detrás de mis encuentros con esa jovencita y sabía todo lo que hacíamos, incluso en nuestro nido de amor. 

El momento en que dejé de dudar que April no sabía nada, fue cuando de manera inesperada, invitó a Rosita a tomar el sol. La joven aceptó, quizás para lucir su voluptuoso cuerpo delante de mí y mostrarle lo engatusado que me tenía a mi esposa. Ambas se fueron a cambiar, algo que no les tomó mucho tiempo, al salir, quedé embobado y con la polla empalmada al verlas. April le prestó a Rosita, un traje de baño, hecho a crochet, el cual se ajustaba perfectamente a su silueta y realzaba su piel café. 

Mi mujer no se quedaba nada atrás, con su atrevido traje de baño color neón. Me llamó ligeramente la atención que tuviera la barriga algo abultada, no obstante, no me lo cuestioné mucho, pensé que había subido algunos kilos, pero seguía derrochando sensualidad, con su anatomía tan peculiar. No sabía hacia dónde mirar, porque las dos me tenían hechizados, y si yo sentí celos cuando Benjamín admiró a Rosita, en ese instante era ella la celosa, al notar que miraba lascivamente a mi mujer. 

La morochita molesta pasó al lado mío, sin mirarme, lo que me generó una pequeña risa, pues no estaba acostumbrado a ese tipo de celos tan infantil. Ellas salieron a la piscina, mientras que yo me fui a cambiar, evidentemente no iba a perder la oportunidad de estar cerca de esas dos bellezas. Al salir, April se encontraba al borde la piscina, mojando sus pies, en tanto Rosita estaba parada detrás de ella, al verme, volteó con una sonrisa caprichosa entre sus labios y posó, presumiéndome su despampanante figura. 

Terapia Especial. Capítulo XVIII:


Ella no quería perder ante mi esposa, por lo que se esforzaría para llamar mi atención y que yo me centre solo en mirarla y no desvíe mis ojos hacía donde April. Algo que encontré interesante, morboso y excitante, quería ver qué tan lejos estaba dispuesta a llegar esa negrita, para que no mire a mi mujer y si esta iba hacer algo al respecto. Siguiéndole el juego, me acerqué y le miré con total descaro sus senos, le sonreí por unos segundos, para luego aventarme al agua y darme un chapuzón, que me refrescara la cabeza. 

Estaba viviendo un sueño, uno bastante hermoso, cavilaba mientras emergía hacía la superficie. Tomando aire, eché mi cabello mojado hacía atrás, al abrir los ojos, presencié cómo Rosita se zambullía. Ella como una sirena pasó desde la orilla hasta donde yo me encontraba, dejando su cuerpo, muy pegado al mío. Atrevida y totalmente decidida para que yo la viera solo a ella, metió sus manos dentro de mi bañador y tomó entre sus suaves manos mi tranca. 

Una corriente recorrió mi espina dorsal, tensando aún más mi verga de lo que ya estaba. Miré de reojo a mi mujer, la cual estaba quieta y parecía no importarle lo que pasaba frente de sus ojos, era cómo si le diera lo mismo, que yo abrazara a esa chica y me la cogiera ahí mismo. –“Uuufff, papito… Ya la tienes enorme”- maulló la negrita, pegando más su cuerpo al mío, –“Me muero de ganas por tenerla dentro de mí”- agrego pícaramente, mientras masajeaba mi polla.  

Todo aquello me estaba pareciendo una puta locura, una que no sabía, si detenerla o dejarla fluir. Sin embargo, al estar acorralado por esa ardiente chica, poca resistencia pude poner. Influenciado por la lujuria y el candente cuerpo de Rosita, me anime a colocar mis manos en sus preciosos glúteos. Tardé un par de segundos en desabrocharle las tiritas de su tanga y dejar su coñito a mi merced. Olvidándome de la presencia de April, comencé a palparle el chochito a Rosita, quien se quejó tiernamente. 

Ese coñito atrapaba mis dedos con fuerza y los dejaba completamente empapado con sus fluidos. –“Ooohh… Dios mío… Que delicia, Tomás… Pero fóllame, fóllame con tu vergota, por favor”- me imploró Rosita, mordiéndome el lóbulo y aproximando mi polla hacía su cuevita fogosa. Con solo rozar esos labios vaginales, con mi glande, me estremecí. Por lo que, no titubeé en sacar mis dedos y perfilar mi miembro para empotrar a mi amante, frente de mi esposa. 

Antes de hacerlo, levanté la mirada, queriendo que mis pupilas se cruzaran con las de April, no obstante, ella ya no se encontraba alrededor. Me sentí desilusionado, pero esa chica se encargaría de animarme otra vez. Sin esperar que yo la penetrada, descendió sobre mi verga, clavándosela toda en su interior. –“Dios, me encanta como me llenas”- murmuro, arqueando su espalda y soltando pequeños bramidos. Me quedé anonadado por el movimiento que hizo Rosita. 

No sabía qué decir o qué hacer, solo la sujeté de su cintura, mientras ella brincaba sobre mi polla. Poco a poco fui despertando del congelamiento y participando en la cogida. Mis caderas empezaron a moverse y mi cara se hundió en esos dos grandes pechos. Se los mordí tiernamente, mientras que con mis manos desataba el nudo de su sostén, para poder jugar con sus pequeños y oscuros pezones. –“¡¡Dios, Dios, Dios!!… ¡¡Qué delicia, papito!!”- gimió ella, por las estocadas que le daba. 

Sus manos se apoyaron en mis hombros y sus piernas se aferraron a mi cintura. Dejé su sujetador en la orilla y comencé a chuparle las tetas, como si estuvieran llenas de leche y yo fuera un bebé hambriento. Mi martilleó se hizo más intenso, como si quisiera perforarle el útero a esa chica, que se retorcía en mis brazos de gozo y balbuceaba por más. Ese ímpetu me hacía más adicto a ella y me embriagaba de un placer que totalmente desconocido. 

Cada embestida fue un grito de alegoría, nuestros labios se fundieron en un ardiente y duradero morreo. Nuestras bocas se mantuvieron unidas después de aquel beso, por nuestras salivas. Jadeando, le besé el cuello, mientras ella hizo lo propio, me fascinó notar esos gruesos labios, porque sentí un abrazador cachondeó, que ni mi esposa me había hecho sentir. Mi verga sufrió un par de espasmos, estaba a nada de correrme dentro de Rosita, pero sabía que debía hacerlo fuera de la piscina. 

Por lo que agarrando con fuerza a esa morochita, salí de la pileta y me recosté en el suelo, dejándola encima de mí, para que cabalgue. Inmediatamente supe, que le encantó la idea de que terminemos en esa posición. Su respiración agitada, que inflamaba su pecho y su intenso meneo de caderas, fueron la prueba de esa conclusión. Estaba a nada de llegar al orgasmo, cuando de pronto vi la figura de un hombre, que estaba con la boca abierta, mirando cómo me follaba a Rosita. 

Eso me excitó todavía más y se lo susurré a la morochita, quien también sintió ese placer eléctrico recorrer por su cuerpo. Bramando nos besamos y nos corrimos al mismo tiempo, mientras esos ojos acosadores eran testigo de nuestro amorío secreto. Tras acabar, nos quedamos recostados en el suelo un par de minutos. Nos vestimos, solo para entrar a la casa e irnos a mi habitación. En ese fugaz paso, logré visualizar a April, sentada en el comedor, mirando atentamente su móvil.   

Luego de que llegáramos a mi dormitorio, nos fundimos en un apasionado y largo beso, para luego desnudarnos nuevamente. Dominados por la llama del pecado de nuestros cuerpos, nos recostamos en ese colchón que ya tenía su silueta tallada y había hecho desaparecer la de mi esposa. La empotré sin ningún cuestionamiento, sus gemidos me excitaban más, al igual que saber que mi esposa estaba a metros de nosotros y podía entrar en cualquier momento. 

Viendo que aquel sagrado templo de los dos, ya le pertenecía a otra y lo había manchado con sus orgasmos. Mientras pensaba en aquello, April iba subiendo las escaleras y logré percibirlo, por el sonido de sus tacones. No sabía si continuar ahí y dejar que ella descubriera mi relación con Rosita o seguir ocultándosela. Con la adrenalina a tope, elegí la última opción y me oculté con esa negrita en el baño, donde continué ensartándole mi polla.        

Han pasado dos meses y medio, desde que comencé esta aventura con Rosita y ahora sé que se ha transformado en alguien especial para mí, pues me salió un viaje fuera de la ciudad, por una capacitación. Será por una semana, lo más normal es que viaje solo o le preguntara a April si quería venir conmigo. Pero no hice ninguna de las dos, sino que decidí comprar unos pasajes para Rosita e invitarla. Ella se colocó muy contenta cuando la invité a venir conmigo, me dio un largo beso en donde me transmitió su amor. 

Aquella tarde, no cogimos como costumbre, pues nuestra relación había dado un paso más allá de lo carnal. En lugar de follar, charlamos en las actividades y lugares que íbamos a visitar durante esa semana que estaríamos fuera de la ciudad. Luego de pasar toda mi tarde junto a ella, tomé mis cosas para irme a mi casa, pero antes de que diera un paso afuera, Rosita me abrazó, dándome las gracias por haberla invitado a ir conmigo a ese viaje. Todavía no dimensionaba lo importante o lo significativo que era ese acto para ella.
 
Cuando llegué a mi casa, todo estaba en silencio y las luces apagadas. Me asombraba que aquel hogar había perdido hasta la calidez que antes rebosaba. Al ir caminando hacía mi cuarto, noté claramente a alguien sollozar, aquel ruido provenía de la habitación de Simón, pero en vez de abrir la puerta y ver quien estaba llorando, decidí ir acostarme, para prepararme a lo que sería mi viaje con Rosita. Al otro día, cuando desperté, April estaba durmiendo a mi lado. 

Su rostro estaba pálido, sus ojos hinchados y se notaban sus ojeras. Era la primera vez en toda mi vida en que observaba a mi mujer ningún brillo alrededor de ella, parecía estar muerta. Iba a tocarla, cuando escuchó a mi móvil vibrar, lo cojo y miro, apreciando así un mensaje de mi joven amante. Ella estaba muy emocionada por el asunto del viaje que no pudo evitar escribirme para decirme que estaba contando las horas, para que llegada el momento de tomar nuestro vuelo. 

Sonreí y le escribí que igual estaba animado. Rosita me envió una foto de su equipaje, diciendo que tenía ya todo listo y luego una fotografía de ella, como siempre lucía preciosa y rimbombante de energía. Su bella sonrisa, aceleró mi corazón. Sin dejar de hablar con ella me dirigí al baño, después de unos 6 minutos de charla, le dije que iba a tomar una ducha. Mientras el agua caía sobre mi cuerpo, no dejé de pensar en Rosita, estaba ansioso para que el reloj marcara las 12 y así poder ir al aeropuerto y tomar el vuelo con ella. 

Tras salir del baño, tenía en mente ir al cuarto de Simón, para ir a ver qué estaba haciendo el más joven de mis hijos. Fue entonces que observé a April levantarse. Ella parecía realmente absorta en una pena, sin energía y apagada. Sin embargo, en vez de preguntarle cómo estaba o si todo andaba bien, sencillamente guardé silencio y salí del dormitorio como tenía planeado. Estaba siendo cada día más distante con mi esposa, ya ni le hablaba, lo que por segundos me hizo cuestionarme, qué hacía a su lado. 

Siendo medio día, partí a mi destino tan anhelado. Durante todo el trayecto al aeropuerto, estuve mensajeando a mi amante, y cada minuto que pasaba me colocaba más nervioso, al saber que iba a pasar una semana entera con ella, en una ciudad en donde nadie nos conocía y podríamos amarnos libremente, sin la necesidad de ocultarnos en cuatro paredes, donde generalmente nos dejábamos llevar por la pasión. Apenas la vi, corrí hacía donde ella y luego de abrazarle, le di un piquito.  

Ella se ruborizó y miró asustada por todas partes, ya que aún no estábamos en un lugar seguro y algún conocido podía vernos. Pero a mí en ese instante, todo me daba lo mismo, estaba tan emocionado por viajar con ella, que no me importaba si alguien me descubría morreándome con esa negrita, al contrario, creo que aquello facilitaba más las cosas para mí. Ya dentro del avión, ambos no dejamos de estar tomados de la mano, charlábamos y ella apoyó su cabeza en mi pecho. 

Le hice acaricias y algunas veces de manera atrevida le di unos pequeños besos. Rosita al principio, se mostraba algo inquieta cada vez que la besaba, pero poco a poco se fue relajado al grado de que fuera ella quien buscada consuelo algunas veces en mis labios. El viaje se me hizo totalmente fugaz, al estar al lado de esa joven de piel ébano, la cual más de una mirada obscena robaba por su escultural silueta y aquello me contentaba, pues esos tipos solo tenían que conformarse con verla y delirar con sus curvas, porque ella era mía. 

Al llegar al hotel, nuevamente fue el centro de atención, tanto hombres como mujeres, se voltearon a verla y no podía culparlos, ya que esa morochita era realmente una preciosura e imposible de ignorar. Cuando entramos a nuestra habitación, Rosita me abrazó y avergonzada me preguntó si no lucía muy pretenciosa con aquel vestido que se había puesto. Yo me reí y le dije que no importaba lo que se colocara, ya que iba a llamar la atención siempre, con ese cuerpazo que tenía. 

Sus mofletes se sonrojaron y tartamudeando me dijo que la única mirada que quería, sobre su divina figura, era la mía. Yo otra vez le dije que eso iba a ser difícil, sin embargo, la gente solamente iba a verla, nada más, mientras estuviera a mi lado, no iba a permitir que nadie se aprovechada de ella y si se sentía acosada que me dijera, para que la protegiera. Rosita me miró con los ojitos iluminados y me dio las gracias, a la vez que rozaba sus carnosos labios con los míos. 

Mi corazón latió cada vez con más fuerza y mis manos que estaban apoyadas en su cintura, temblaron por todo lo que ella me provocaba. Cerrando los ojos, nos besamos con el fuego que nos caracterizaba, hallando así paz. Luego de aquel beso, la invité a comer. Fue la primera vez que pise un restaurant con ella y compartí una mesa que no fuera la de mi casa o la de su departamento. Ahí nadie sabía que yo era un hombre casado, tampoco que ella era la media hermana de uno de mis hijos, para todos éramos una pareja de enamorados. 

Era tan aliviador, poder tocarla, piropearla y besarla, sin el temor de que alguien nos podía descubrir. Amé cada segundo en que la hice reír y ella me llamó mi amor, sin ningún miedo. Quería que aquello durada para siempre, pero lamentablemente, tenía que irme a mi primera capacitación, por lo que después de comer, la acompañe a la habitación, ya que ella todavía se sentía incomoda al ser desnudada por los ojos depravados de algunos tipos. Me despedí con un beso de ella y le dije que cuando apenas terminada la charla iba a llamarla para que me dijera que quería hacer. 

Una vez más me sentía como un chaval de 20 años, uno enérgico y feliz, aquello lo notaban todos los que me observaban y al igual cuando estudiaba en la universidad, fui participativo en cada punto que tocaban. Extrañaba sentirme así, era la vida con la cual había soñado después del nacimiento de mi hija, pensé que así sería siempre mi vida junto a April y en algún momento lo fue, pero entonces hubo un retroceso y quiebre, cuando ella nuevamente despertó su fetiche sexual. 

Aunque sería muy descarado si culpaba solamente a ella como la responsable de nuestro feliz andar, ya que el desgaste en un matrimonio, involucra a los dos implicados y por ende, yo también fui culpable de haber estancado mi vida de pareja con April. Ahora ella tampoco podía saber que iba a aparecer Rosita y despertaría sentimientos en mí, algo que otras nunca hicieron, solo fueron algo carnal, pero esa chica me estaba recordando lo que era amar y preocuparse por el otro. 

Al llamar a esa muchachita que me estaba volviendo loco, me dijo que solo quería estar mi lado y mirar algo en la televisión, mientras nos acurrucábamos en la cama. Sinceramente, no pude creer que aquello tan banal, fuera a entusiasmarme tanto, pero evidentemente al inicio de un nuevo amor, todo parece maravilloso e increíble, hasta esos pequeños y sosos momentos, pero que a la larga va perdiendo el valor, quizás April estaba aburrida de nuestra sencilla vida y por eso quiso meter algo de acción. 

Al otro día, tenía la capacitación en la mañana, por ende estaría toda la tarde libre y que iba a compartir con la hija de Laura. Nos dedicamos ese día a turistear, algo que a ella le hizo muy feliz y a mí también. Cada momento que compartía con ella, fue siendo atesorado por mi corazón y mente, remplazando recuerdos que había grabado con mi mujer. Luego de ir a un lugar y a otro, además de tomarnos fotografías que no publicamos en redes sociales para mantener oculta nuestra relación, fuimos a cenar. 

Yo como de costumbre vestía de traje y corbata, ella no supo que ponerse, era algo que me asombró pues parecía que estaba desesperada por encontrar algo con qué impactarme. Pero joder, cualquier cosa que ella se colocara iba a verse hermosa y aunque no fuese algo llamativo iba a tenerme hechizado con su sonrisa y ojitos oscuro. Olvidé por completo que solo tenía 23 años y que por ende, quería siempre resaltar ante mis ojos, así que la dejé en la habitación que eligiera tranquila su atuendo, mientras yo fui a buscar una mesa. 
 
Aun cuando yo no bebo, pedí un vino y unas copas, ya que ella si lo hacía. Mientras la esperaba leí algunos mensajes que tenía, ninguno de ellos era de April, yo no sabía si hablarle o no, al fijarme su última conexión, me sorprendió que haya sido aquel lunes cuando me fui. Solo por saber algo de Simón, le escribí, no obstante, el mensaje solo le llegó, no así lo recibió. Rosita aún no se asomaba, por lo que intenté llamar a mi esposa, pero tenía su móvil apagado. Comenzaba a preocuparme, sin embargo, antes de que me comunicada con alguno de mis hijos, mi singular Cenicienta, me envió un mensaje.

Morocha


Era una de ella presumiendo sus fantásticos atributos, dado a la luz sabía que esa foto no había sido tomada recientemente y mientras me encandilaba con esa imagen, ella dejó sin aliento a todos con su presencia. Sentí como mi verga se tensó en mis pantalones con solo verla, lucía jodidamente encantadora y excitante. Se había puesto un vestido de lentejuelas, que se untaba perfectamente a su curvilínea figura, que le llegaba hasta los muslos y poseía un extravagante escote en su delantera, que llegaba hasta la mitad de su abdomen. 

Cada paso que cada, sus obesas tetas se tambaleaban, haciendo que más de alguno deseada que la tela que cubría esos pezoncitos se corriera y así deleitarse con esas mamas maravillosas. Ella se sentó y me miró sonrojada, pues yo me quedé con la boca abierta, delineando su voluptuosa silueta y mis ojos no dejaban de admirar sus pechotes. –“Ay Dios. Creo que me equivoqué de vestido”- dijo abochornada, por las inevitables miradas hacía nuestra mesa. 

–“¿Bromeas?, luces fantástica, amor. Olvídate de las miradas pervertidas de los demás y solo céntrate en la mía y en mi deseo”- afirmé, completamente cachondo e hipnotizado por ella. Rosita intentó relajarse, pero por más que intentaba no podía, en verdad se sentía incomoda con tantos ojos sobre ella y encuerándola en cada pestañeo. Lo único que se me ocurrió, fue aproximarme a su boquita y devorármela fogosamente, para que ella también se perdiera en la libido. 

Cuando nuestras bocas se separaron, ella comenzó a ignorar las miradas acechadoras a su escultural cuerpo y sin pavor me modelaba. Me perdía con cada movimiento que realizaba, principalmente con el bamboleo de sus tetas. Quería enterrar mi cara entre esos melones de chocolates, morderlos y estrujarlos, eran mi obsesión y embrujo. No sé cómo comí, menos en qué momento pasamos al postre, el cual era un mousse de chocolate blanco y frambuesas. Rosita coquetamente, se puso a jugar y a tentarme con el postre. 

Abría sensualmente su boquita y suspiraba tiernamente, mientras degustaba el chocolate que dejaba escurrir por sus voluminosos labios. Su maullido me estremeció y apreciar en sus labios pequeñas tintas de rosado y blanco, me estaba haciendo delirar. Mi verga que en ese momento ya se había colocado algo dura con solo tenerla cerca, se terminó de empalmar. –“Mmmhh… Está delicioso”- señaló, pasando su lengua por su boca, para limpiar el resto de chocolate que tenía. 

Yo era incapaz de moverme, estaba temblando de gusto con solo verla, sentía como mi polla sufría de espasmos. No tenía otra opción más que observarla y excitarme con su travieso acto. Me moría de ganas de besuquearla, de abrazarla y empelotarla. Me mordí los labios con solo imaginar cómo la iba a empotrar en la habitación, hacerla gritar mi nombre mientras hacíamos el amor, hasta quedarnos exhaustos. Ella apoyó la cucharita babosa entre su jeta y me preguntó, por qué no comía, si estaba muy rico. 

Aunque quería gritar que no había probado ni bocado del postre por su culpa, no era capaz de articular una palabra. La mandíbula me temblaba, al igual que todo el cuerpo y mis manos sudaban. Esta hirviendo de cachondo, entonces ella, cogió un poco de su postre con su cuchara y me la aproximó. –“Di, aahh… Amor”- dijo Rosita, eróticamente y yo bajo su dominio, obedecí. El mousse estaba delicioso, pero mi paladar se derritió por el meloso sabor de la boquita de esa negrita y su viscosa saliva. 

Sonriendo, me preguntó si me había gustado, yo degustando todavía su sabor, afirmé con la cabeza. El juguito cada vez iba siendo más candente. Ella dejó de comer y con ayuda de la cucharita vertió el chocolate en sus gruesos labios y luego sujetó entre sus dientes la frambuesa. Sin que me señale algo, yo me aproximé a ella, tocando suavemente su cara, le comí la boca. Mordí, chupé y lamí esos labios que tanto me encantaban y mi lengua se enroscó con la de ella, por un denso minuto. 

Fue un dulce y jugoso beso, al apartarme de ella, noté que en su pecho, muy cerca de sus gordas y redondas tetas, habían caído unas gotitas del jugo de la frambuesa. Rápidamente volví allegarme a ella y le di una lamida en esa zona, haciendo que ella se sobresalte y ruboricé. –“¿Qué haces, cari?, nos pueden ver”- afirmó, con sus mejillas rojas, cautivándome ese lado inocente que tenía, después de haberme desatado con su lado más coqueto. 

–“Que nos vea, mi amor. Que vean cuanto nos deseamos y amamos”- le contesté, dándole un piquito y con ganas de tirármela ya. –“Si tanto quieres que nos amemos, vayamos a nuestro cuarto”- susurró ella, sabiendo que era lo que buscaba. Sin embargo, antes de que nos levantáramos y nos encerráramos en nuestra habitación, una pareja de psicólogos que también estaban en la capacitación, se nos acercaron. Ellos me saludaron amigablemente y lo mismo hicieron con Rosita, desconociendo quién era. 

La mujer miraba con recelo a su marido que estaba flipando con la morochita. Él sin quitarle los ojos de encima a mi preciosa acompañante, preguntó quién era. Con Rosita habíamos  concordado que si alguna vez nos topábamos con alguien que no sabía quién era, se debía presentar como mi ahijada simplemente, pero en ese momento, desconocíamos, si nos habían visto coqueteado y besarnos, osadamente, por lo que antes de que ella hablada, yo la presenté como mi novia. 

Para ser sincero, me encantó decir esa palabra delante de ese gilipollas que babeaba por mi hembra. Más al ver cómo sus ojos se dilataron de la sorpresa y balbuceó la palabra novia, con cierta duda. –“Sí, es mi novia. Aunque prontamente ya será mi mujer”- me di el lujo de decir, no solo sorprendiendo a ese bastardo que apenas conocía, sino también a la propia Rosita. Me puse de pie, sin importarme que ellos vieran mi marcado bulto en el pantalón y le di la mano a mi amante para que se levantara.   

Ella con la cabeza bien erguida y orgullosa se puso de pie. Con mi brazo rodeé su cintura y la pegué a mí, para luego despedirme de ese idiota y su mujer, la cual estaba seguro que iba a sermonear a ese capullo, por mirar de más a mi acompañante, aunque de cierto modo no era su culpa haber caído embrujado con ese cuerpazo acaramelado. Mientras íbamos en el elevador, nos besábamos y toqueteábamos. En mi mente aún estaba el fresco recuerdo de las miradas obscenas de algunos tipos a Rosita y la envidia sobre mí, porque querían ser ellos quienes acompañaban a esa majestuosa muchacha. 

Ya en el cuarto, dejamos que nuestros impuros deseos nos controlaran, sentados en la cama nos besábamos, mientras ella desabotonaba mi camisa y desenredaba el nudo de mi corbata. En tanto yo, ya le había bajado los tirantes de su vestido, la parte alta de esa seductora prenda había quedado colgando por su cintura, dejando sus enormes pechos descubiertos. Con gentileza tomaba entre mis manos esas carnosas y gordas mamas, acariciándolas como si fueran de porcelana. 

Rosita chilló tiernamente y se regocijaba con el masaje que le daba a sus pechos. Mis dedos dibujaban libremente sobre ellos, tocando cada rincón. Finalmente ella se deshizo de mi corbata y a los segundos de mi saco, lentamente sus largas uñas fueron rasgando la piel de mis pectorales. Trazando sobre mi abdomen, me mordió los labios y me alentó para que me recostada encima de ella. Esa chica amaba sentirse acorralada por mis brazos y que mi boca se adueñada de la suya. 

Al mismo tiempo que ella intentaba desabrocharme el cinturón, yo me arranqué la camisa y acerqué mis labios a sus enormes y morenos senos. Rosita tuvo que interrumpir su intento de quitarme el pantalón, porque sus manos se vieron obligadas a acariciar mi cabello, mientras yo alternamente lamía sus pezones. Su piel oscura en la noche, brillaba de una manera singular que me cachondeaba aún más. Recorriendo su torso con besos, fui jalándole el vestido, hasta sus piernas y finalmente se lo quitaba. 

Estuve cerca de 4 minutos mordiendo sus carnosos muslos y lamiendo sus piernas, tiempo en que le saqué los tacones y besé sus pies de princesa. Desnuda mi musa, se acomodaba en la cama, mientras yo torpemente intentaba desnudarme de la cintura hacía abajo y darle un respiro a mi polla que se mantenía aprisionada en mis calzoncillos y pantalones. Despojándome de mis zapatos y calcetines, observé como esa bella jovencita de piel ébano, se aproximaba a mí, al ver que tenía dificultades. 

Su aliento cálido me estremeció y los pequeños besos que me dio en el pecho, solo me hacían perder más la cabeza. Mordiendo mi carne y dejando tatuada la silueta de sus gruesos labios en mi cuerpo, se deshizo del broche de mi cinturón, así mi pantalón no tardó en estar entre mis talones, solo tuve que levantar los pies, para quitármelos. Iba a quitarme el slip, pero ella me detuvo, sonriendo y abriendo su boquita, se acercó donde aún yacía oculta mi tranca.  

–“Hay noches en que no puedo dormir por celos, amor”- confesó, dándole un pequeño beso a mi tallo y humedeciendo la tela de mi calzoncillo con su lengua. –“Sé que no te gusta ser halagado, pero déjame decirte que, estás muy bueno y hay noches en que pienso que alguna zorra te puede clavar el ojo y querer usurpar mi lugar”- murmuró, mientras bajaba aquella prenda que mantenía enrollada mi tranca, al liberarla, esta cae sobre su rostro y ella sonríe. 

–“Corazón, jamás podría traicionarte a ti. Todo esto es solo tuyo”- le dije tomando mi verga con mi mano y allegándola a su boquita. Ella muy obediente separó sus labios e hizo un hueco entre sus dientes, sacando su traviesa lengüita. La punta de mi gorda polla, quedó rodeada por los labios de Rosita, la cual pintaba majestuosamente con su revoltosa lengua. No me quedaba otra cosa más que gemir, al mismo tiempo que mi móvil sonaba, pero que ignoraría porque no quería interrumpir ese momento que compartía con mi amante perfecta. 
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